miércoles, 11 de abril de 2012

116.3 Previos a caminar

116.3 Previos a caminar.
18 de junio de 2008, miércoles.
Huelva-Ayamonte (en autobús); Ayamonte-Vila Real do Santo António (en ferry).

Voy a conocer a Aarón
Tras levantarme a las seis, he orinado y vuelto a dormir hasta las 7:30h. Me ducho y afeito en la habitación, ya que el enchufe del baño no funciona, y bajo a desayunar. Un gaditano, Juan, que se va; una italiana, que está buscando trabajo, y una uruguaya que está con una beca de colaboración en la Universidad; la pensión completa le cuesta en el Albergue entre 400 y 500 €. Es socióloga y hablamos de Brasil como país emergente, que va creciendo sin temores y con los contrastes ya conocidos (gente muy bien preparada y tercermundismo africano). ¡Bien por Lula! El desayuno es flojito y subo a la habitación para escribir. Hablando, se me había olvidado recoger la mesa, y regreso para hacerlo. Me dicen que no es necesario retirar las sábanas de la cama. Sigo pensando que 19 € es un precio caro para el servicio que da el Albergue y, teniendo saco de dormir, la ropa de cama es prescindible. En ningún momento se me dio opción a no usarla. Al salir del albergue, pregunto por la calle Jazmín y me dicen que está muy lejos, y entiendo que en el barrio del Torreón (luego sabré que era Torrejón, pero es mi primer día del viaje, entre andaluces). Como ayer entre Chamartín y Atocha, voy andando, como entrenamiento. Preguntando, me voy acercando y, cuando llego cerca, me dicen que es la paralela a Gladiolos y, justo, me queda enfrente el número que busco. Al entrar en el portal, veo sillitas de niño ¡buena señal!, ¡alguna será de Aarón! Subo al piso y llamo a una puerta que no pone ni A, ni B. Toco el timbre y no me abren; voceo nombres: Viki, Eduardo y, finalmente, abre una puerta una sudamericana y cree que me he equivocado. Al explicarle, me dice que esa casa no es de la calle Jazmín sino de la calle Hortensia. Entre tantas flores, he cogido la equivocada. Pido disculpas y llego al portal que busco. La puerta del portal es negra, bastante tétrica para ser de vecindario. Toco el timbre de abajo y oigo la voz de Viki. Me dice que Eduardo está trabajando y que suba. Nos conocimos durante unos minutos el verano pasado y me agrada que me dé esa muestra de confianza. Subo en el ascensor y me encuentro con una doble puerta (parece que en ese barrio se toman muchas precauciones). Llamo al timbre y sale Viki, exuberante, con la bata de la ducha y toalla enroscada en la cabeza, más morena de lo que me pareció el pasado año y con un niño precioso de seis meses: nació el 16 de diciembre de 2007.

Con Aarón y Viki de compras por Huelva
Aarón es de color intermedio, más blanquito que su madre, y Viki dice que se parece a un hermano suyo. En Perú todavía no lo conocen y me dice que se llama Aarón Eduardo (ella dice Arón). Por lo que dice Viki, su suegra es algo pesada y el niño no suele querer ir con ella, ni que lo coja; “se llenaría de envidia y rabia –me dice- si viera lo a gusto que está contigo en brazos”. Me ha aceptado muy bien cuando le he cogido y me sonríe. Está recién bañado y recibo una estupenda sensación de que Viki es una madre inmejorable. Le pregunto si tiene intención de salir, ya que quiero hacer algún regalito al niño a gusto de su madre; me responde afirmativamente y me pide que pase a la sala para que ella se vista y termine de vestir a Aarón. En la sala veo enmarcadas las fotos de la boda, la pareja en un paisaje con árboles; los bustos, algo más que los bustos, de la pareja por separado: él trajeado y ella de blanco, y otra de la pareja de cuerpo entero, y Viki con su gran ramo de flores. Hay una planta ficus de hoja grande y todo está muy limpio ¡Parezco el inspector de sanidad! Primero se casaron por poderes, en la distancia, pero luego, ya en Huelva, creo que se repitió por el rito de los Testigos de Jehová. Una vez preparados, bajamos en el ascensor y, en la entrada del portal, hacia la zona alta, hay una pared chamuscada y, lo que es peor, que sospechan que lo quemó un vecino. Veo a Viki muy contenta con Aarón a pesar de que el parto resultó muy duro: pesó 4,250 kg  y midió 55 cm y, al final, con cesárea y sin la epidural. “¡Que me lo saquen!, ¡que me lo saquen!”, decía. Ha hecho una llamada perdida a Eduardo y, al poco rato, llama él. Cuando le escribí que venía, me dice, no pudo avisarme por lo variable de los trabajos que le está tocando hacer (antes sólo era en la construcción, ahora está recolectando fruta) y por el carnet de conducir que está intentando aprobar (aún le queda otra oportunidad para el teórico) y me dice que saque una foto al niño para enseñarle a María Luisa y a mis hijas. Lo prometo. Vamos a la parada y cogemos autobús (1,60 €) al centro. Hemos metido la sillita plegada entre un asiento y una ventana. En un momento dado pone al niño a mamar, pero como empieza a juguetear, le retira el pezón y, en seguida, Aarón se duerme. Una señora preguntona, de las que pregunta por preguntar, no por saber, y que no retiene lo que se le responde, da la murga; y llegamos a la estación de Autobuses, que ya conozco del año pasado. Pasamos por Prenatal y me dice que es muy cara y que conoce otra más asequible y con ropitas más alegres. Yo le insisto para que no se preocupe por el precio y me responde que, si no encuentra en la otra lo que busca, volveremos a Prenatal. Este planteamiento de compra dice mucho en su favor. En Orquestra encuentra un trajecito de verano de su gusto que, aunque pone para un año, se lo pondrá para la próxima fiesta de los Testigos de Jehová. “¡Va a ser el niño más bonito de la fiesta!”, dice. Pago con Visa (28,90€) y será este dato un elemento clave para cuando pierda la tarjeta, dinero y documentación, al día siguiente. Me despido de ambos y al niño le doy un beso suave, puesto que se ha vuelto a dormir.

Autobús hacia Ayamonte
Cuando llego a la estación de autobuses, compruebo que no tengo hasta las 12:30h. Devuelvo el horario, para que lo reciclen, y voy a la taquilla para coger el billete a Ayamonte (4,50€). Tenía opción hasta Vila Real do Santo Antonio, supongo que pasando el primer puente sobre el Guadiana, quizás por Castro Marín, pero no es hasta las 15:00h  y, seguramente, que será más caro que cruzar en el transbordador, por la vuelta que da. Mientras espero, sigo con un nuevo capítulo de Los Topos, en un banco grande, para mí solo. Faltando diez minutos para la salida, meto la mochila en el portaequipajes del bus del andén 21 y espero a que abran. Cuando lo hacen, cojo ventanilla del lado del mar, aunque no me dejará ver más que la marisma y, posiblemente, algo del camino de regreso a Huelva, capital. Ya conozco la vía verde entre Ayamonte e Isla Cristina, puesto que hice ese recorrido el año pasado, aunque en sentido inverso, pero una señora me dice que hay vía verde hasta Huelva. Ya lo comprobaré, pero esa vía verde me lleva por el interior y no por Punta Umbría, que es lo que a mí me apetece, lo más próximo al mar posible. Cuando pasamos por entre Cartaya y Lepe, me llama mi amigo Jokin, hablo un poco con Carmen, pero se corta la comunicación. Llegamos a Ayamonte sin novedad.

Ayamonte-Vila Real do Santo António. Transbordador
Nada más llegar a Ayamonte, cojo la mochila y voy a Información. Allí me da una chica un mapa y, al primer vistazo, veo que me conviene iniciar mañana por la vía verde a Isla Cristina y seguir por La Antilla hasta el Terrón de Nueva Umbría y, después, en función de lo que me digan de paso de barcos hacia El Rompido o El Puntal, ya se verá. Pienso que el Terrón no será mal sitio para dormir, pero no será mañana sino la noche siguiente, por las circunstancias que van a acontecer y que ya he adelantado. También me da un horario del ferry, para hoy y para el regreso de mañana. Voy a la estación marítima y sólo venden billete sencillo para el día, que me cuesta (1,45€), más que a la vuelta. Tengo media hora de espera, así que me voy a una plaza con intención de dibujar pero me lo pienso mejor y, como no me va a dar tiempo a terminar, sigo leyendo Los Topos. El primer dibujo de este recorrido lo haré más tarde en Vila Real do Santo António. Voy hacia el transbordador y me meto en zona portuaria prohibida para echar una meada al río en unas escaleras. Termino el capítulo de Los Topos en el ferry, sentado en un pequeño peralte y con los trastos en el suelo. Además de las mochilas voy con una bolsa con cosas para la cena. Todavía en el transbordador, pregunto a un chico por la Cámara Municipal, y se ofrece a acompañarme; trabaja en Mercadona de Ayamonte y vive en Vila Real.

Nueva visita a Vila Real do Santo António
Cuando llegamos, la Cámara Municipal está en obras y han habilitado una oficina en el mismo largo (plaza) y sin ponerme ninguna pega, me estampan el primer carimbo (sello) en un artilugio casero que me he preparado, lejos de la oficialidad de las cuatro credenciales del Camino de Santiago que llevé los dos últimos años.


¡Qué gusto volver a recordar palabras portuguesas! Ya con el primer sello, en el que aparece un escudo con leyenda del nombre de la ciudad y, bajo la corona, un barco velero sobre el mar, veo como dos efigies, una puede ser un rey blanco y la otra ¿un rey moro? Alrededor pone: Cámara Municipal. Vila Real de Santo António.

Buscando Restaurante Lusitano
Como es hora de comer, me apetece hacerlo en el mismo sitio donde comí las sardinhas el año pasado pero, por mucho que lo busco y creo que no voy descaminado, no hay forma de encontrarlo. Pareciera que pudiera ser un edificio que está siendo destruido. Pregunto en el Rte. Napolitano que queda casi enfrente y me dicen que lo han trasladado hacia la Cámara, en la misma calle. Sigo la calle y no es cierto lo que me han dicho y un camarero me dice que, el que fue dueño, Jorge Freitas, ahora tiene un bar de tapas en el Mercado Municipal. 
Dentro están cerrando y no hay sitio en que pueda comer, así que  voy a otro, del que no anoté el nombre, en el que como: cogote de pescado vermelho (que alguien me dice que no es, pues sería cabracho), con patata cocida y zanahoria y, de postre, melón; todo aderezado con vinho branco que dejaré a medias (17+1 €) con el euro de propina que daré al camarero. Me pongo a hablar con el dueño y me informa que Freitas da café. Con este dato, voy hacia el Mercado y, sin llegar, me topo con Jorge Freitas que, como no tiene clientes, está sentado en una silla en la esquina. Me dirá que el 16 de junio del año pasado, quince días después de haber comido yo en El Lusitano, le cerraron y precintaron el restaurante. ¡Seré gafe! ¡Como el Duke Blanco en Santa María de Oia! No me invita a nada y me despido de él, deseándole mejor suerte. 


Me voy hacia el largo del Marqués de Pombal con intención de dibujarlo. Hago un diseño (dibujo) rápido y pido que me fotografíen haciéndolo, pues quiero ir orientándome hacia la playa y disfrutar la tarde en ella.

No comparar con la foto. Las comparaciones son odiosas.


Paseando hacia la playa en peculiar compañía
Voy hacia la playa y pido a un señor que está en la sombra que me saque una foto con la desembocadura del Guadiana. 
Una foto similar a la del año pasado, pero un año más viejo. Al compararlas no sé si se notará la diferencia de edad; posiblemente parezca más joven este año. Luego me topo, descansando, a Tomás y Daniel (que pronto cumplirá 83 años) que tienen sus bicicletas apoyadas contra un árbol. Y, después, cuando voy a coger agua de una fuente que está calda (caliente), me encuentro con Enrico, Ricardo y João (el abogado) que están en paro y comen la sopa boba cuando hay y les dan. Van a la playa y voy con ellos. Luego les daré 10€ para que cenen algo. Hablamos de mi viaje y de su situación de parados sin trabajo. (Escribo esto tras desayunar en el Sical de Vila Real, al día siguiente, mientras se carga el móvil, que se me descargó de madrugada y una vez recibidos los mensajes de mis hijas que están de vacaciones en la Costa Brava; los niños de Sara han estrenado las sandalias y Vera me dice que han salido a pasear por El Estartit y que la casa rural es una gozada. En los dos sitios hace buen tiempo). Volvamos con los parados portugueses. Enrico, de 22 años, ha estado en el ejército y ha ejercido como nadador-salvador (socorrista) en Tròia, Costa de Caparica y cerca de Lisboa (¿Cascais?); sus compañeros dicen que está un poco loco. Ricardo es el único nudista del grupo, está gestionando con los Servicios Sociales una pequeña paga, que antes ya tuvo, pero a la que renunció porque le ofertaron un trabajo, que también finalizó; parece que no será muy difícil que otra vez se la den. Quiere pasar a trabajar a España, pero con contrato previo. João es abogado y tiene un alto nivel de inglés, así que está pensando en ir a trabajar a la Gran Bretaña, “¡difícil lo veo!”, le digo. De momento, comen cuando les dan, en un comedor de la esperanza, o similar y me dice Ricardo, que es con quien más hablo, que también puedo ir yo, que también me darán de cenar. Entonces le cuento mi experiencia de Vigo, donde una monja me dio lentejas riquísimas. Llegamos a la playa y se paran en zona de dunas, en la que hay gente vestida o con bañador cerca. A mí me habría gustado que nos hubiésemos ido más hacia Monte Gordo, pero deciden apalancarse allí y, como a mi me parece interesante lo que me están contando, me quedo con ellos. Previamente han cogido, de entre los arbustos, el material que allí tienen escondido: sombrilla, toallas y demás enseres de playa. De primeras, se instalan allí, sobre la duna, y João y Enrico se tumban con el bañador bajo la sombrilla. Como yo quiero darme el primer baño en Portugal desnudo, voy un poco más adelante, me desnudo y me baño; cerca también hay un ciclista que toma el sol en bolas. Tras un rato, me lo replanteo y vuelvo con el trío, y cada vez que me quiero dar un baño, me obligo a dar un rodeo para llegar al agua alejándome de los otros textiles, pasando por la zona donde está el ciclista. Ricardo se ha tumbado sobre su toalla, algo apartado de sus compañeros de la sombrilla, pareciera que entre ellos también tienen cierto respeto zonal y se separan los vestidos del desnudo. Me dicen que a ellos no les gusta, pero no acabo de saber si no les gusta estar desnudos o que Ricardo se desnude. De todas formas, resulta algo raro, porque continuamente los dos amigos se acercan a Ricardo y a mí. El tema del nudismo es un tema recurrente. Los textiles se bañan con el bañador pero, cuando Ricardo va a bañarse, lo hará con el calzoncillo que, al volver, lo pone a secar. Les enseño el primer diseño de Vila Real de Santo António y lo reconocen. Me resulta grato que haya sido reconocido, aunque he quedado poco satisfecho del resultado. Les enseño los demás que dibujé el pasado año en Portugal y hablamos de sus sueños. Hoy les ha tocado “no comer” y les ofrezco algo de lo poco que llevo para cenar: queso azul, chorizo, fuet y naranja… pero prefieren ir al pueblo a ver si allí pillan algo. Para hacernos la boca agua, hablamos de sopas, peixes grelhados, frango y demás, tema poco adecuado para hablar con hambrientos, menos mal que no malhumorados. Es entonces cuando les doy los diez euros, que João coge sin dilación. Dicen que volverán sobre las nueve o las diez a dormir a la playa. “¡cuando queráis!, ¡aquí estaré!”, les digo.

Primera noche en praia de Vila Real do Santo António
Me doy algún baño más y decido cenar mis restos: Termino el queso azul de Eroski, ya que con el calor será lo primero que se pondrá malo y el envase, junto con el del helado de limón, en que traje la tortilla de patata, los echo al cubo de la basura de la playa (¡lástima que no hubiera contenedores para reciclar!). Como el chorizo que llevó Mari Jose a Cebanc, el día de la despedida del curso, que sobró y lo iban a tirar; lo como con un panecillo que he comprado (0,12€) y dos naranjas (las peladuras también irán a la basura). Y, cuando voy a comer el chocolate, éste se ha derretido y lo pillo, malamente, con alguna almendra. ¡Qué pena! Escribo sentado en un montículo con el pareo agujereado debajo y lo hago hasta que el frío del atardecer me hace empezar a temblar un poco; me pongo el calzoncillo, la camiseta, el pantalón y la camiseta de manga larga (la que me cumple función de jersey de verano. Así sigo escribiendo hasta que se levanta un airecillo refrescante. Los chicos no vienen, así que salgo de la zona, me posiciono en lugar más horizontal y me acuesto. 

Es la primera noche del viaje en playa y estoy entre intranquilo y nervioso (quizás porque me haya enfriado un poco). Puede que también sea porque los chicos no vienen y no sé si es mejor que vengan o que no. Finalmente, hacia las doce o la una, llegarán Enrico y João; se acercan a saludarme y se van a dormir más arriba, en el sitio que acostumbran. En el diario pongo: “A la mañana les sacaré foto dormidos.” Pero, o no salió, u olvidé la intención. Durante la noche, a veces, se oye un motor, que parece provenir del interior, pero serán los barcos que salen a faenar provenientes del Guadiana, o que llegan de regreso, tras haber faenado por la noche. Antes he sacado la puesta de sol y la salida de la luna; pronto va llegar el día en que lo harán al unísono: “púsoseme el sol, amaneció la luna”, como dice el poema. La luna está casi llena. El resto de la noche duermo muy bien, aunque algún mosquito me obliga a taparme la cabeza. Trina algún pájaro. Después de llegar los muchachos, me levanto a mear y no lo volveré a hacer hasta las seis.

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