jueves, 12 de abril de 2012

Etapa 44 (160) Aguadulce-Almería

Etapa 44 (160) 01 de agosto de 2008
Aguadulce-Almería-(Cabo de Gata en coche)-Almería.


Franceses, burgaleses y catalanes, además de almerienses.
Los franceses son Bruno y Mª Nöele (que sería el equivalente a nuestra Natividad), a los que ya no veré hasta que vaya a recoger las mochilas para marchar; les veo saliendo del baño, “la niña duerme”, me dicen y “à toute à l’heure”, también. "¡Hasta la vista!", respondo Cuando me dispongo a ir a desayunar, también lo hacen los burgaleses de la tienda gemela a la mía, de la que me separa sólo el pasillo. Son Pablo y Asun y me dan su teléfono por si alguna vez voy por Burgos; tienen mucha experiencia de paso de peregrinos. 

Peregrino es palabra que detesto ya que ¿quién puede llamarse así, llevando tarjeta Visa? Quienes podrían denominarse así son aquellos que no tienen nada o pocas posesiones, pocos recursos, se lanzan al camino como expiación, por devoción o porque no tienen otra cosa que hacer, ni trabajo, y subsisten de la caridad de otros, pública o privada. Sin embargo, el diccionario nos dice: “el que va por tierras extrañas” y, en esa acepción, yo también encajaría en el concepto de peregrino, máxime este año en que, el primer día, perdí la tarjeta Visa, y, aunque no vivo de la caridad pública, permito y agradezco todo lo que me dan. Durante el desayuno hablo con los dos de temas variados, del precio barato de la estancia (14 € con cena y desayuno), aunque el gasto que hacemos por dormir, en tienda no especialmente bien mantenida, es mínimo, pero si además haces uso de la piscina en el tiempo estipulado, yo tenía de 17 a 20 h, el precio por todo lo convierte en casi tirado. Al no tener bañador, habría estado dibujando cuerpos en movimiento, pero sin bañarme; de haber estado en la piscina, no habría podido dibujar el puerto, ni tenido el encuentro con Pedro, el visitador de su amigo enfermo que, ése sí, realiza una encomiable labor. Asun y Pablo llevan varios días en el campamento y mañana parten, no sé si hacia Tarifa o hacia Cabo de Gata; me lo dijeron, pero no lo recuerdo; o quizás, no lo tuvieran del todo decidido. Los catalanes se levantarán a las 9:30 h, pero yo, ya no estaré allí. El desayuno ha consistido en zumo de piña, tostada con mantequilla y mermelada, dos magdalenas, tres gruesas lenguas de gato, un descafeinado con leche y una  leche con Nesquic. Me despido de los burgaleses y voy a recepción. Son las 9:20 h cuando recupero mi carnet de campista y salgo del campamento.

Todo vaso que cae no tiene por qué romperse.
Salgo hacia el paseo marítimo, con los tramos de tierra correspondientes. Un chico está subido sobre el tejado de un chiringuito, mientras una chica le sujeta la escalera; él acaba de recuperar un vaso y se lo quiere pasar a ella; ella se niega a hacerlo y le dice a su compañero que no lo coja o que lo tire. Él se empeña en dárselo, pero la chica no llega; tampoco hace ella ningún esfuerzo por llegar, si lo quisiera coger bastaba con ascender un peldaño. Veo claro que no lo va a coger y lo va a dejar caer. ¡Por sus santos cojones que se va a salir con la suya! Parece sudamericana ¡boluda! Y, efectivamente, mi previsión se produce. Cuando ella ha cogido el vaso con seguridad y él lo suelta, ella lo deja caer. Por suerte o por desgracia el vaso cae sobre el paso de maderas listadas de acceso a la playa y no se rompe. Es probable que fuera un vaso viejo que no tendría posibilidad de recuperar el brillo necesario como para poder ser reutilizado, pero la escena ha sido muy didáctica y he tenido el privilegio de observarla sin reducir la marcha.

Dejando Aguadulce y caminando hacia la capital. Hotel Puerta Salud.
Es una lata que las capitales de provincia tengan el mismo nombre que la provincia. Esta circunstancia me viene bien para hacer un ejercicio de prevención del Alzheimer y doy el repaso: Santander, Oviedo, Logroño, Pamplona, Bilbao, Vitoria-Gasteiz y Donostia-San Sebastián, son las excepciones. Y ya sigo con las uniprovinciales: Asturias, Madrid, Navarra, Murcia, La Rioja y Cantabria. Pero continuemos mi viaje. Llego a la heladería El Pingüino y enseño a la jefa el dibujo que hice ayer y que sólo vieron la camarera rusa y el chico que está con ella y ayer recogía botellines y otros útiles hosteleros. Le ha parecido bonito el dibujo y no le hago reclamación por el precio abusivo del gin-tonic de ayer. Empiezo a entrar en zona nueva. Visito el puerto deportivo, ya que no lo hice ayer y me fijo más en la parte vaciada de la montaña. Me resulta hasta bonito cómo ha quedado; sería una aberración dejar construir allí. Paso por la residencia de la que ayer me habló Pedro, donde iba a visitar a su amigo enfermo y, por el nombre que veo, pareciera que tiene un planteamiento que sobrepasa lo puramente residencial para la tercera edad. Leo: Hotel Puerta Salud. Fisioterapia. Es un edificio muy grande y yo sólo contemplo su parte trasera, mientras asciendo por la acera hacia la carretera que, sin otra alternativa, me llevará hacia la capital de Almería.
 
Carretera con poco arcén. Playa de las Olas.
Al inicio, me da la sensación de que tiene un camino lateral protegido por valla de madera, pero esa percepción no dejará de ser una vana ilusión, pues lo que veía era una bajada a cala o playa que, a esta hora temprana y sin haber andado apenas, todavía no me interesa para baño. Como quiero ir viendo la costa que separa Aguadulce de Almería, empiezo a andar por la derecha, con los coches viniendo de mi espalda, algo incorrecto y peligroso. 

 
Menos mal que, de vez en cuando, aparecen tramos obsoletos de carretera vieja, que quedan así tras eliminar alguna curva en la última remodelación del firme de la calzada, y que dan un respiro al que camina, y un rato sin preocuparse de coches. Otra razón de ir por el lado incorrecto, es que no me da garantía la montaña horadada como para creer que no pueda haber algún desprendimiento de piedras; aunque han puesto redes metálicas protectoras, que la sujetan, se ven algunas piedras pequeñas en el firme y el escaso arcén, que cada vez se ve más reducido. 

Paso por calitas que me parecen de difícil acceso; al inicio de una de ellas hay un hotel que no recuerdo bien su nombre, quizás algo así como ¿El Rompillo? Que advierte a sus posibles usuarios del peligro de bajar por una escalera muy vertical en malas condiciones y no se responsabiliza de lo que pueda ocurrir a quien suba o baje por ella. Aunque el hotel se inicia en la parte baja del acantilado, los pisos altos superan la altura de la carretera y tiene una réplica en otro edificio que está hacia la mitad de la playa que, siendo también alto, al pasar a su lado no logro ver. Más adelante veo una bajada lateral y a un hombre que llega a la orilla. Nada más verlo, intuyo que es un nudista y me lo confirma enseguida, ¿cómo?, pues viéndolo desnudarse. Me parece una buena playa para hacer nudismo, aunque no aparece en la lista de playas que yo llevo; la playa tiene algunos espacios con arena dorada y parece que con buen acceso al agua; pero ya no retrocedo y buscaré otro lugar para el baño. 
En la siguiente playa con infraestructura hotelera, la gente que veo está en bañador pero, algo aislado, veo a un hombre que aparenta estar vestido y controla si viene alguien y, desde arriba del acantilado, compruebo que está con el trasero al aire; un nudista cauto, demasiado pendiente de los demás y que no desea que le vean, ¿por las consecuencias de hacer algo prohibido? ¡Me enerva! La carretera, todavía ascenderá un poco más. 
 
De lejos, veo que  comienza su descenso y se va acercando al mar y voy llegando a un túnel que me da la sensación de que no podré soslayar; es pequeño y tiene acera. Pero, un poco antes de llegar al túnel, veo una indicación de playa a la derecha. Se trata de la Playa de las Olas y, en cuanto la veo, decido que ésa será la playa de mi baño matutino. Un submarinista pesca en esta zona que, ya en la capital, me dirán es idónea para practicar el submarinismo. 
 
Ya estoy muy cerca de Almería, la Alcazaba se enseñorea de la capital. Dos adultos con un niño están en la playa, en la zona más a levante y yo me baño hacia poniente. Un coche con extranjero y piragua se asoma, pero ya no lo volveré a ver. Dos chavales pasean por la superficie del agua con gafas, tubo y aletas y no parece que lleven fusil submarino. Me desnudo y en pozo poco profundo, hago diarrea. La iba controlando por el camino, pero me la estaba temiendo. ¡Qué inoportuna es siempre una diarrea y más en este viaje! Menos mal que estoy en días de hacer pocos kilómetros, ayer y hoy, pero mañana tocará andar y mucho. Lo cubro con grava y confío en que la ola la irá filtrando y algún animalito marino se la coma. El baño, aunque refrescante, no me resulta nada bueno, ya que las rocas afloran y no me apetece meterme muy adentro. Llegan dos grupos más que también se quedan a levante. Así que me seco al aire y luego sentado en roca cómoda, me visto y me voy. Entrando ya en Almería, otros dos jóvenes, éstos ya con fusil, me preguntan la hora y me dicen que van a ver si atrapan algo en la Playa de las Olas que, me dicen, “es la mejor de todo Almería para practicar este deporte”, dicen que lo mejor que tiene son sus rocas submarinas.

Visita a la ciudad: Salmerón, Puerta de Almería e Internet.
Entro en la ciudad y veo Asesoría Delfos; me parece acertado el nombre ya que, alguien que pueda consultar al oráculo, ciertamente será un profesional excelente en el asesoramiento. Entro en el Parque Nicolás Salmerón, donde destacan sus ficus gigantes, con su enramado y enraizado espectacular, con un tronco amplio e irregular. Más tarde, por la calle, veré su estatua de paseante y filósofo: Primer Presidente de la República Española. Poco tiempo le quedaría de vida a nuestra república incipiente, y yo sigo camino hacia Antonio Machado. ¡Ya falta menos! Veo la Puerta de Almería, lugar de interpretación arqueológica y me parece un lugar interesante para iniciar la visita a la ciudad. Se ven parte de sus cimientos y, a través de ellos, se puede visualizar cómo pudo ser la ciudad, aunque siempre tendrá que ser virtual, ya que la implantación de la nueva urbe, se ha ido cargando la mayoría de los vestigios del pasado. Hay un video de dibujos animados que va explicando las actuaciones de cada una de las civilizaciones pasadas y la acción del paso del tiempo: clima, vientos, animales, etcétera. Es un video sencillo, muy didáctico. Unos romanos hablan un andaluz que no entiendo, intentan un simulacro de idioma, una jerga ininteligible. Luego haré un comentario chistoso al respecto con las recepcionistas. No me detengo demasiado a leer todos los textos. 




Las chicas alucinan con mi viaje y mis dibujos, que ya son tres, y para el sello, me remiten a Información de la Junta de Andalucía, que está a 300 metros. Allí, una chica me pondrá el sello y me orientará hacia la Biblioteca Provincial, donde dispondré de 15 minutos escasos de Internet, que me resultan suficientes para revisar mi correo, aunque no había gente y podría haber seguido otros 15’ minutos más sin problemas. He mandado correo a Juanjo y Montse diciéndoles dónde estoy y he leído el de Luisa. Todavía mi cuenta aparece en rojo, así que borro la papelera y me sitúo en la normalidad con 18% de utilización de mi capacidad. 


Un rato en la Alcazaba.
Llego a la fuente de los delfines, que representa a estos animales en mármol blanco y luego me detengo también a fotografiar una fuente escalonada que va bajando hacia la costa. 





Paso por el edificio de Alcaldía que, en breve, va a ser objeto de reformas y allí me orientan hacia la Alcazaba, asegurándome que no cierran a mediodía. 




Veo una tienda con material de dibujo, pero no tienen ni rotulador, ni libreta. Me dicen que retroceda y cuando llego a Marín, el dueño está bajando la persiana. Le digo lo que quiero y ayudo a levantarla, pero no tiene rotulador del 0,1 y menos de 0,05 y sólo le compro una libreta por 0,50 €. Pago y me voy, siguiendo el camino indicado en Alcaldía, paso por el Mercado Municipal y veo dátiles israelíes y me parece un alimento adecuado para comer andando por la Alcazaba y ver cómo los admite mi aparato digestivo tras la diarrea. Espero que, al ser israelíes no se enfaden los árabes que construyeron esta maravilla y Alá me fulmine de un plumazo. Los dátiles me cuestan 2,50 €. Para coger agua fresquita, me paro en un bar de calle, un poco más grande que un kiosco, el Café Amalia, donde tomo un pinchito de pan tostado con queso fundido que acompañan a la cerveza que he pedido; serán 1,90 € y, cuando estoy bebiendo la cerveza, aparecen los catalanes que me habían invitado a traerme en coche; hoy pasarán la noche en hotel que les va a costar 20 € a cada uno y ahora se vuelven con las bolsas de la compra ya hecha. Se van. 


Paso por la Plaza de la Constitución que, cuando acaben las obras de remodelación, parece que quedará un espacio muy agradable. No tiene la grandiosidad de otras plazas conocidas, es mucho más irregular que la de Donostia, pero tiene buena pinta. También la Catedral resulta poco espectácular, aunque es una construcción sólida. No puedo visitarla por ser mala hora y está cerrada; también porque nadie le da mucho valor, pero me gusta verlo por mí mismo para tener razones para contrastar. Y, desde allí, comienzo la ascensión a la Alcazaba. El acceso es por callejuelas viejas, pero no veo gente deprimente como me habían vaticinado. Probablemente sea un lugar en que vive gente de pocos recursos que, quizás, da esa nota de tipismo, apropiada al cambio de época que la visita a  la Alcazaba invita a contemplar; un punto de inflexión entre la ciudad cosmopolita y la ciudad árabe amurallada. 



La entrada principal ya empieza a ser umbría, en este día en que el sol calienta, aunque no demasiado. La entrada es gratuita para los comunitarios europeos “¿les cobrarán a los árabes?”, me pregunto; tendría gracia que nosotros entremos gratis y ellos tuvieran que pagar por ver lo que fue suyo. Me dan folleto explicativo en castellano, al igual que a los tres alemanes que van delante y que se lo han dado en alemán. Nada más iniciar el recorrido interior, sorprende lo bien que han reconstruido el estanque y la canalización del agua que, aún siendo con materiales nobles actuales, no desentona con el conjunto antiguo restaurado y bien mantenido. Con todo, no tiene nada que ver con La Alhambra ni con el Generalife, en Granada. 

Me parece bien este planteamiento del arquitecto reconstructor para el inicio de mi visita. Me resulta sobrio y musical. Retiro una piedrilla que retiene algunas hojas en el canal descendente y el camino queda expedito para que descienda el agua amansada por la escasa pendiente. Iré sacando varias fotos en el recorrido, algo más de diez y que voy a tratar de colocar lo más ordenadamente que pueda en mi narración. No sacaré foto ni del mudéjar de la ermita de San Juan, ni del Aljibe, ya que normalmente mi máquina fotográfica no capta bien los lugares oscuros y, luego, se convierten en fotos desechables. Tanto la ermita como el aljibe son dos espacios que me resultan muy interesantes. Me meto en la Torre del Homenaje, donde doy un vistazo rápido a una exposición que me resulta poco interesante. 
 

Cuando estoy llegando a la Torre de la Pólvora, que en la parte superior tiene una cúpula, oigo cantar y el sonido llega con gran nitidez. Son tres inglesas las que cantan, no sé si hacen un dúo o un trío, pero resulta muy agradable y me darán envidia y, luego, cuando entre en el polvorín, les imitaré. Las inglesas llevan una, como mantilla, en el moñete. Yo cantaré la canción que suelo cantar a mi tercer nieto, Gari, el que nació el 10 de marzo y que se me anunció durante mi viaje del pasado verano por la costa portuguesa, en Peniche. 
 
En mi canción sustituyo el nombre de Ninghe por el de Gari y parto de la versión que hace Victoria de los Ángeles de Canción de cuna para dormir a un negrito, de Valdés. La canción va dirigida a un negrito que no quiere dormir y le llama cabeza de coco y grano de café y, si se duerme, le promete un regalo y le exhorta “¡Ya no eres esclavo!”. Me parece una preciosa canción. Si os interesa, yo la tengo en CD editado por EMI classics, en Great Recordings of the Century, The Maiden & The Nightingale. Songs of Spain. Todo el compacto merece la pena. Fue regalo de mis musicales consuegros por mi jubilación y con el deseo de que fuera tan jubilosa como lo está siendo. 






En el Polvorín, subo a la cúpula y la canto. La tengo que interrumpir porque me equivoco y no sé continuar. Para entrar en este espacio he pasado por la tienda de venta de recuerdos pero, al regresar, la encuentro cerrada y no sé por donde continuar.
 
He sacado foto del estanque aledaño, también de las troneras, con su forma especial para dejar expedito el paso de los cañones de las espingardas y sus puntos de mira. Mi diccionario dice que todavía las usan algunos moros pero, ¿tenían espingardas en aquella época?, o ¿se trata de innovaciones de defensa introducidas en la época medieval? Preguntas que me hago y para las que no tengo respuesta, ni ganas de investigar más, y que alargaría excesivamente mi relato del viaje, ya algo excesivo. Una pareja me indica por dónde debo continuar. 







Cuando estoy en las almenas, veo subir a un italiano que trae un gran mochilón. Él combina caminadas con autobús, ya que no dispone de tanto tiempo como dispongo yo. Desde las almenas, he visto también la parte de muralla restaurada pero que no se visita o, al menos, no he visto ningún lugar en que lo indique, ni tampoco veo a nadie paseando por la muralla; así que regreso a la puerta donde están los orientadores y les hago alguna pregunta que no me saben contestar. 
 
En alguna de las respuestas, descubro que no es fácil llegar a acuerdos con quien está convencido de cosas, algunas que compartes, pero que te gustaría matizar. Creo que, con más tiempo, hubiéramos podido compartir más; más con la chica que con el chico. 


Cierran el chiringuito de orientación y nos volvemos los tres hacia la entrada, donde se despiden del guarda de seguridad. Bajamos a la calle, a donde ella llega todos los días andando desde su casa; algo que nadie entiende y le presionan mucho para que compre coche; no parece que sean pareja, ya que él le ofrece la posibilidad de llevarle en su coche. Cuando les digo que he quedado citado a las cuatro de la tarde en el paseo marítimo, me dicen que, en media hora, llegaré bien. Me despido de ellos y me encamino hacia el paseo citado.
 



Reencuentro con Norbe e Isidoro. 
Por fin conozco a sus preciosos hijos.
Voy por el camino disfrutando de los grandes ficus, sigo pegado al puerto, que ya he fotografiado desde las almenas, con la Playa de las Olas, al fondo. 
 
Acierto en mi decisión y así evito pasar de nuevo por alcaldía y llego a la playa de Las Conchas o San Miguél. Me meto en el primer entrante, donde hay dos bares, uno al sol, con toldos, y otro a la sombra, La Carreta, donde pido una cerveza, la pago (1,50 €), y me la llevo a la terraza. Marco el número de móvil de Isidoro y me dice que continúe por el paseo hasta que se acaben las casas a mi izquierda y nos vemos cien metros antes de que comience el palmeral. Llegamos casi a la vez, cuando yo ya me pasaba del lugar y nos abrazamos y besamos. Vienen los cuatro, así que conozco por fin a Pablo, el mayor, y a Jorge, el pequeño, que son dos niños preciosos. Norbe me recuerda a Isabel Pantoja (con perdón), en más joven y me cuesta recuperar el recuerdo de la cara portuguesa de Isidoro, tras sus gafas de sol. Los niños son muy majos; quizás por el lenguaje, me resulta más grato Pablo, pero el pequeño con su chapurreo de palabras, promete. Hoy no será su mejor día, ya que le ha salido un sarpullido en el cuello, bajo el mentón, y le han recetado una crema que Norbe le aplicará por la noche. 
 
Jorge tiene en Pablo su modelo, es su ídolo y me recuerda, en distintos momentos, la devoción que Lander, mi 2º nieto, siente por su hermano mayor Julen. También Jorge repite lo que su hermano hace y dice, aunque la calidad de lo que Jorge dice nos hace reír. Son muy distintos y, por lo que dicen y creo no haber distorsionado, Pablo se parece a la familia de Norbe y Jorge a la de Isidoro. Jorge es rubito y con muchos rizos que lo feminizan y, como a mi nieto Lander, se los cortan a menudo para no dejarlos crecer. Pronto les tocará el corte a padre e hijo. Se les ve bien educados; ¿será hasta que cojan confianza? Hoy ha sido el primer día en que no han tenido que ir ni a guardería, ni a casa de nadie, pues es el primer día de vacaciones de su madre. Pasados los primeros momentos, me voy sintiendo como uno más de esta familia. Una vez confirmado que me quedaré a dormir esta noche en su casa y que mañana continuaré viaje, desde este mismo lugar de encuentro, y tras el desayuno, nos vamos a Yugoslavia, que es la calle donde esta familia vive.


De las 16:00 h del uno, a las 10:30 h del dos de agosto, una parada en el camino.
Una jornada agasajado por los López-Pérez (los descendientes de Lope y de Pero). Es un lapsus en mi viaje desde mi salida de Portugal pues, tras tantos días caminando y salvo los inevitables barcos para cruzar Guadiana y Guadalquivir, el intento de visita en tren a El Chorro, desde Málaga, y las dos visitas en bus a Torrox y Frigiliana, el resto, lo he hecho andando. Ahora, para llegar a Yugoslavia, me montaré en el primer coche y, de nuevo, para ir y volver de la playa, que me supondrá un falso avance en mi camino y a donde mañana volveré andando, aunque el lugar en que estaremos me resultará irreconocible por el cambio de la marea y del oleaje. Conduce Isidoro. Tras dejar el equipaje en su casa, nos dirigimos hacia el Cabo de Gata; en realidad paramos en San Miguel de Cabo de Gata y veremos a lo lejos La Almadraba de Monteleva y, mucho más lejos, la silueta recortada del cabo, aunque no llegaré a La Fabriquilla hasta bien anochecido de mañana. 
 
 
Esta es mi primera aproximación al Cabo de Gata, al que jamás en mi vida me había acercado. Lo más próximo, en una de mis experiencias de nudismo, había visitado El Portús, cerca de Cartagena, y había hecho un recorrido por Lorca y Mazarrón, invitado por un estudiante de Geología parisino y, por el sur, sólo había llegado hasta la costa granadina, en mi viaje familiar a Nerja, del que ya os he hablado, y que nos llevó hasta Almuñecar. Por tanto todo este paseo que estoy dando por la provincia es totalmente nuevo para mí y pretendo seguir disfrutándolo. Mi primera aproximación a Cabo de Gata, se me hace larguísima en coche, aunque mañana se me hará mucho más larga a pie. Llegamos a un lugar en que están metiendo tubería para que llegue el gas procedente de Argelia. Luego pasamos por Retamar, donde se construyeron las habitaciones para los participantes en los últimos Juegos Mediterráneos pero que, después de acabados, no ha cuajado como destino turístico “¡sólo ha tenido un éxito parcial!”, me dicen. Mañana lo veré más de cerca. Llegamos a un sitio intermedio entre San Miguel de Cabo de Gata y La Almadraba de Monteleva, donde sacaré una foto familiar, Norbe con el pequeñín e Isidoro con Pablo. No hemos tenido suerte en la elección del lugar en relación con la hora de la marea y el movimiento de las olas. Para entrar al agua, hay que pasar por una roca plana irregular que, en mar calmo, resulta fácil de atravesar, pero con el movimiento de olas de hoy, la vuelve algo peligrosa. El mar queda a una altura próxima al pecho y Jorge se asusta y ya no querrá bañarse más y ya no estará bien hasta que duerma bajo los efectos de los milagrosos Dalsy y Apiretal combinados, dependiendo de si hay fiebre o no. También es el recurso que utilizan mis hijas con mis nietos. En este terreno, las culturas sanitarias del sur y del norte son parejas. Por la mañana, Jorge, tendrá mejor el cuello y el humor, pero ahora se le ve apagado. A pesar de lo poco grato que está resultando el lugar elegido, agradezco que me hayan acercado, pues viendo el terreno, puedo hacer planes para mañana, aunque mis previsiones no se cumplirán. Nos bañamos alguna vez más, ellos en bañador y yo desnudo y no parece que nadie se sienta incómodo. Al poco rato aparecerá a levante otro hombre con niños desnudos y me encontraré aún más integrado en el lugar. Charlamos de mi viaje, les cuento la peripecia Tarifa-Pelayo, y las historias en Rota y Sancti Petri, con el europeo de futbol como trasfondo, pero se me olvida El Muerto con el abrazo de Ole, que me parece importante por la fuerza que nos transmitimos mutuamente; fuerza de un fuerte para otro fuerte. Al atardecer y viendo a Jorge tan pochito, regresamos a Yugoslavia. Isidoro prepara las tortillas francesas de los niños. Primero Pablo pide gazpacho y Jorge le imita, ¡cómo no!, pero no acaba de comer la tortilla y vuelve al gazpacho y le da la arcada; aunque no devuelve se le va viendo cada vez más apagadillo, aunque normalmente es pura vitalidad. Pablo me ha pedido que ponga la televisión, mientras su padre prepara la tortilla, pero no sé ponerla; la acabará poniendo Norbe. Los niños están expectantes a la novedad que supone la visita de Javier, del que tanto les han hablado, y Javier se ha presentado sin regalo alguno que sea un refuerzo para el recuerdo de la visita. En la playa, previa autorización de los padres, les he hecho un juego que a mis nietos les encanta, se trata de coger al niño entre los brazos y arrullarlo en invitación a dormir, mientras le canto el “duérmete mi niño, duérmete mi amor, duérmete pedazo…” y tras este preludio, que puede tener continuación, y con el niño ya relajado, lo desprendo de mi brazo, generalmente el izquierdo y lo dejo colgando cabeza abajo, mientras le sujeto bien con el brazo derecho, a la vez que grito: ¡Hay, que se me cae el niño! (Llegará una edad en que ya no lo podré hacer). Hago el juego a Jorge y, como no está bien, se asusta. Una vez que ha visto en qué consiste y visto que no es más que un juego, le invito de nuevo, pero Jorge lo rechaza y no insisto. A Pablo le propongo hacer el angelito, otra de mis especialidades que practiqué con mis hijas y, ahora, también con mis nietos. El juego consiste en extender la toalla amplia centrándola con el niño vertical; bien puede ser centrándola en el pecho, vientre y delantero de las piernas o en la espalda, culo y trasera de las piernas. Se trata de agarrar con fuerza los extremos de la toalla, dos a dos y horizontalizar al niño de forma que quede en posición prono o supino. Luego queda hacer un pequeño balanceo, tipo columpio, dando la sensación de que el niño vuela, siendo los extremos de la toalla sus alas de angelito volador. A Pablo le hago la versión prono y le gusta y explico a los padres la posible otra versión. 


Ya en casa, con Jorge con ojitos febriles, como le véis en la foto, hago mi última instantánea del día. Pablo parece Alí Pachá. Con los niños ya cenados, preparamos la cena: ensalada variada, muy completa, con quesos, fuet, dátiles, frutos secos y cerveza. La ensalada me permite conocer la variedad de tomate Raf, tan apreciado por los almerienses. Los niños ya han quedado acostados y cenamos en la terraza. Sacamos más temas de conversación que no sea sólo mi viaje. Isidoro me habla de un amigo que quiere saber más de cómo me organizo en el viaje y que ya es un admirador sin conocerme. Reciben una llamada de que ya ha aparecido la mochila que había perdido Pablo, una mochila azul con pico de pingüino, igual que la de Julen, ¡qué casualidad! Isidoro me ofrece un gin-tonic, pero aunque me apetece, prefiero no tomarla pues no quiero que interfiera en mis sueños. Norbe busca, pero no encuentra las fotos de su viaje a Portugal del pasado año, cuando nos conocimos. Nos ponemos a hinchar el colchón de aire, y lo conseguimos en tres minutos y medio. Y nos despedimos “¡hasta mañana!, ¡felices sueños!” Hoy, a mediodía, en Almería, se registraban 36º

Ha sido un día magnífico, donde lo mejor ha sido la recuperación de los amigos y el haber podido conocer, al fin, a sus hijos y la visita a la Alcazaba, a la Puerta de Almería y el paseo por la ciudad.

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