jueves, 12 de abril de 2012

Etapa 49 (165) Cala del Plomo-Playa de Los Muertos

Etapa 49 (165) 06 de agosto de 2008
Cala del Plomo-Agua Amarga-Cala Arena-La Mesa de Roldán-Playa de Los Muertos.




Amanecer en la Cala del Plomo. 
El sol se esconde tras la Mesa de Roldán.
Hoy miércoles, me despierto a las 7:05 h. Será otro día de poco avance en el mapa que me guía, aunque en el del parque natural Cabo de Gata-Níjar el avance parece mayor. Mañana saldré de este parque natural que tanto me está gustando. Me levanto a orinar y pongo rollo de diapositivas nuevo. Compruebo cómo el agua, en la marea alta, ha llegado hasta el primer protector de arena que había hecho, lo ha superado y se ha amansado en la pequeña planicie que quedaba hasta llegar al segundo murete, dentro del cual yo he estado ubicado. 
Por el otro lado de la roca, la altura de la arena es algo mayor y no ha sobrepasado la ola la altura del otro murete que me rodeaba. Durante la noche he vuelto a ejercer de asesino de las pulgas de mar que, con la subida de la marea se han entretenido en entrar y salir de mi saco. No siento ningún remordimiento. Lástima no saber que eran comestibles y haberlas almacenado para desayunar. Un día sabré que hay alguien que las recoge y las comercializa, aunque no sé con qué éxito. 

Me baño a las 7:15 h y, cuando estoy en el agua, veo que el sol quiere salir por detrás de la Mesa de Roldán. Salgo del agua y retrocedo a mi sitio para fotografiarlo, sin que acabe de aparecer el astro rey. Fotografío también el lugar donde he dormido, y me vuelvo a meter en el agua. Ha sido un único baño en dos tiempos. Paseo por la orilla para secarme y, al volver, veo cómo Roland ha salido de su tienda para orinar y, tras saludar con la mano desde allí, se acerca a la orilla y se deja caer de culo al agua. 
 
Roland no es el chico al que ayer ayudé a salir del agua, a éste, su minusvalía se observa más ostensiblemente. Ayer también había por allí una mujer, pero no sé si tenía o no algo que ver con él. Tampoco sé si está solo o acompañado. Luego sabré que está con Mathias puesto que, cuando estoy desayunando y escribiendo en Agua Amarga, llegarán los dos a tomar café. Así que debo suponer que Mathias está dentro de la tienda de campaña, donde han dormido. Nadie más respira en el conjunto de tiendas y rulotes.

Magnífico camino hacia la Cala de Enmedio
Con todo recogido y con Roland en el agua, me pongo en marcha sin saber muy bien hacia dónde dirigirme. El farallón de enfrente, al norte de la playa, me hace pensar que el acceso a la Cala de Enmedio no será posible por la costa y que luego se me confirmará. No es posible, al menos, con esta altura de marea. 

Un coche con matrícula de Madrid está en el inicio del camino y un chico que entrena me confirma que es el camino me lleva a la cala deseada, un punto intermedio entre la Cala del Plomo y la playa de Agua Amarga y que está muy bien. Así opinaban ayer también Francisco y el colombiano, del que no retuve su nombre. El camino va alejándose del mar y va ascendiendo una loma con pendiente suave. Veo en dos puntos distantes que alguien ha tirado restos de arroz con tomate; no parecen regurgitados, sino que un guarrete que ha pasado no mucho antes por aquí, ha descargado peso de su mochila. Si le hubiera visto, a lo mejor tenía otra explicación y tendría que retirar mi calificativo. Me topo con una higuera, que me ofrece cuatro higos morados que están demasiado secos, pero dulces; al resto se los ve verdes. Me sientan bien como predesayuno. En el camino me he ido encontrando con algunos caminantes de la zona, ligeros de equipaje. 

Un rato en la Cala de Enmedio. 
Encuentros puntuales
Al llegar a la Cala de Enmedio, observo tres grupos bien diferenciados: dos tiendas de campaña hacia la mitad de la playa; otra de tres en la parte izquierda, más al norte, que pudieran ser los del coche con matrícula de Madrid, que he visto al salir de la Cala del Plomo; y el tercer grupo lo forman tres chicas que son las que llegaron las últimas. Me sitúo en el lado más sur, en roca horizontal muy amplia y me doy un paseo por ella y camino, como regresando, hacia la Cala del Plomo; pero mi avance será pronto interrumpido por un corte en la roca que no me permite pasar al otro lado y la pared, bastante blanquecina, es lo suficientemente vertical como para no permitirme hacer florituras. Ya las haré cuando no me quede más remedio; será esta misma tarde. Bueno, cuando llego a la sima infranqueable, regreso a mi sitio. Esta exploración me ha servido para confirmar que no era posible venir bordeando la costa desde la Cala del Plomo. ¡Me alegro de no haberlo intentado! Una de las chicas del grupo de tres se levanta y le saludo desde la orilla. Como no responde a mi saludo, pienso que o está semidormida, o no me ha visto, o es poco comunicativa y no le interesa entablar lazos con desconocidos, como le enseñaron sus papás. Luego ha salido un chico de una tienda, que comparte con otro amigo pescador, y que se ha acostado tardísimo; ¿cómo compaginar pesca y sueño?; por lo que comenta se ve que los dos se llevan bien. Es lógico, si no, no saldrían juntos a pescar y trasnochar. En la tienda de al lado, duermen un chico y una chica. Cuando la abren, ella aparece desnuda y él con el pantalón puesto. Luego hablo con los dos amigos, que me ofrecen bollería que no acepto, porque quiero hacer un desayuno formal tras no haber cenado ayer, pero sí les cojo y agradezco, un rico zumo de melocotón, que también me han ofrecido, ¡qué rico me sabe!  Me doy el último baño y al partir hablo con la chica desnuda, quien no me puede orientar por dónde coger el camino hacia Agua Amarga. Cuando me estoy despidiendo de ella, llega el corredor de fondo que ya me ha orientado por la mañana y me vuelve a orientar ahora. El camino está allí mismo. La chica que no me ha respondido por la mañana al saludo, ahora se baña en bikini. Los dos chicos con mochila se han ido hacia la Cala del Plomo; me han dicho que querían coger higos chumbos. “¡Cogerlos con cuidado!”, les digo, “ya que tienen unos pinchitos muy finos que penetran fácilmente en la piel y son muy molestos”. Ellos se van y yo también me voy, en la otra dirección.
 
Caminando hacia Agua Amarga.
Bar La Hoya
Es muy buen camino y me cruzaré con gente que también lo recorre en dirección contraria y, ¡cómo no! con el chico que sigue entrenando y que ahora corre con otro, al que ya había visto antes. A algunos que cruzo, les digo que en la Cala de Enmedio apenas hay gente. Al menos cuando me he marchado; no sé lo que ocurrirá cuando lleguen. Superada la loma, observo el pueblo de Agua Amarga, con su playa y, tal como me dijo Francisco, desde arriba, se ve una playa muy urbana y creo que ni intentaré ir allí para hacer nudismo. 

Saco una foto de conjunto, desde allí arriba y empiezo a descender hacia el pueblo. Un hombre encargado de la limpieza, me indica dónde puedo encontrar un bar abierto para desayunar. En el bar La Hoya, desayuno por 3,30 €: tostada con mantequilla y mermelada y manchaíto largo (más bien ancho) de leche y empiezo a escribir el diario. No debiera haber intervenido pero me resulta muy difícil no hacerlo cuando oigo alguna conversación en la que me parece que puedo aportar algo. No debía haber intervenido, porque el lider del grupo, que lo sabe todo, no está dispuesto a que yo intervenga constructivamente. Sabe que todas las Cajas están confederadas (yo sé, por ejemplo, que Caja Laboral no lo está), lo mismo ocurre con las Cajas Rurales y también conoce el sistema All-cash. Así que mi intervención ha sido en vano. Good by. Paran en el bar la pareja de novios madurita; a él ayudé a salir del agua y luego estuve hablando con ella. Mi confusión con lo que he contado esta mañana sobre Roland, viene derivada de que en la Cala del Plomo había dos personas con minusvalía. La pareja ha venido a Agua Amarga para aprovisionarse de alimentos, ya que ayer fueron a la Cala del Plomo sin comida. Dos chicos se han puesto en mesa extrema a la mía y uno me reconoce como alguien que vio ayer en la Cala del Plomo. Cuando Mathias me habla de las dificultades para andar de su compañero, me doy cuenta que el que está sentado con él es Roland. Mathias me comenta que la Cala del Plomo es la ideal para poder disfrutar del mar, por la facilidad de acceso que proporciona a su amigo. Roland me lo confirma, aunque más por gesto que por palabras, ya que sólo habla alemán. Mathias traduce lo que hablamos. ¡Qué persona tan magnífica! Tanto el padre de Roland como el propio Roland, están encantados con él. Roland debe estar feliz con su compañía. Su padre compró una casa en Las Alpujarras y les ha dejado su coche, para que disfruten de la zona. Hoy volverán para allí. Les da envidia mi magnífico viaje y les gusta la zona entre Cabo de Gata y San José ¡Y a quien no! Les digo que pueden ir en coche a la Cala Monsul, pero el acceso a las del Barronal, lo tendrían difícil. La dificultad mayor estará en las rocas y no sé cómo anda Roland por ellas. Antes de marcharse, nos despedimos y me desean suerte para lo que me queda de camino. ¡La necesitaré en pocas horas!  Roland es experto en informática y sería el hombre ideal para ayudarme a construir mi página web. Pero Alemania me queda un poco a desmano. También yo tenía miedo a empezar a hacer este blog y, con diversas ayudas, va saliendo adelante. Ha dado la una del mediodía y el camarero viene para ver si quiero alguna cosa más. Compruebo que lo que me conviene es comer allí y le pregunto el menú y si encontraré zapatero en Agua Amarga. Es extranjero, aunque no le pregunté de dónde, y me dice que ese tema es mejor que lo resuelva en Carboneras. Como ensalada y hamburguesas (¿en honor a Roland?), con bacón, patatas fritas y una jarra de cerveza; todo por 14 €. Llega una parejita de catalanes y les ayudo a preparar el plan de tarde con mi mapa y el suyo. Yo les oriento y ellos tomarán la decisión. He pagado, afeitado, cagado y cogido agua que, con algún sabor cálcico, no me parece que me haya sentado mal y, ahora, vuelvo a llenar mi recipiente para el camino. Cuando la bebes recién cogida del grifo, el sabor es peor que cuando lleva un tiempo reposando. Luego me dirán que el agua proviene de la planta desalinizadora de Carboneras, aunque Agua Amarga, todavía pertenece a Níjar. Había pensado en comprar fruta, pero no quiero esperar a la tarde a que abran las tiendas. Pongo SMS a Sara y a Vera para que sepan dónde estoy y a las 14:05 h me voy teniendo como meta la Playa de los Muertos, donde me encantaría reencontrar a la familia de Francisco, los malagueños. Y si veo al colombiano de las performances, mejor.

Alfredo y María José
Me resigno a ir por la carretera ya que, para llegar a la Playa de los Muertos, sólo faltan cuatro o cinco kilómetros; pero varias circunstancias harán que la distancia se alargue y complique. He avanzado muy poco por la carretera y, todavía sin salir de Agua Amarga, veo al otro lado de la carretera una pareja con bártulos de playa y les pregunto si van a alguna. Me dicen que regresan de una nudista que han descubierto y en la que prácticamente han estado solos. Ahora vuelven a su hotelito. Cuando iniciamos la conversación, ellos son los que pasan a mi lado, el lado izquierdo de la ruta, pero como el calor aprieta, buscamos la sombra de su hotel. María José y Alfredo resultan ser de Donostia y viven en Aiete (pensaba que nos veríamos alguna vez, pero ya en 2013, todavía ese reencuentro no se ha producido y, ni siquiera, sé si sería capaz de reconocerlos). El hace instalaciones eléctricas, así que le toca viajar a donde demandan su trabajo. Dice que tiene 56 años, aunque aparenta menos y lo calificaría de guapo, de muy guapo; aunque decir esto pueda serme mal interpretado pero, ya con mi edad, paso de lo que puedan decir o no sobre mí. Les empiezo a contar cómo es mi viaje y los muchos días que han pasado desde que salí de Portugal. A ellos también les encanta el mar y a gusto harían algo parecido, pero sólo disponen de tiempo en sus vacaciones de agosto. Un año se les ocurrió hacer la Vía de la Plata y tuvieron que desistir; ¡se morían de calor! Habríamos podido seguir horas hablando, pero ellos ya tienen hora de comer y a mi me gustaría llegar temprano a la playa de los Muertos, así que nos despedimos “¡Hasta Donostia!”
 
El Cargadero de mineral me lleva a
Cala Arena
Sigo unos quinientos metros más y encuentro un indicador, hacia la costa, que pone: Cargadero de Mineral, también a 500 m. Lo que me hace pensar, por un kilómetro, me acerco lo veo y vuelvo a la carretera. Pero, un indicador tan bien puesto en la carretera, no tendrá una continuidad para llegar al Cargadero o, al menos, yo no la sé encontrar. Así que me olvido del cargadero, aunque no desisto de que lo pueda ver. 

Veo en una zona que hay aparcados varios coches, así que me acerco todo lo que puedo, aunque las características del terreno me lo impiden, y me van llevando hacia la costa y cual no será mi sorpresa cuando encuentro una calita preciosa, con poco espacio de arena y que hace un entrante hacia el mar entre rocas a ambos lados, como si fuera una avenida acuática. Me gusta y, además, entre textiles, veo a un chico desnudo en la orilla; así que me decido a bajar, pues todo lo he visto desde la cima del acantilado, y darme un primer baño vespertino que no había previsto. 
 
 Quizás por lo inesperado, un baño precioso en sitio más bonito aún. Me dicen que se llama Cala Arena, por contraste con la siguiente, a la que llaman Cala Piedra. El chico nudista está en la orilla con su novia y se están dando crema protectora. Sin pensarlo dos veces, me desnudo y me baño. Los que no se desnudan, parecen mostrar respeto con nuestra opción, aunque mañana sabré que todos no eran tan liberales como parecían o querían dar a entender. También mostrarán su desacuerdo con nuestra Norma Máxima, con que no prohíba el nudismo la Constitución. Luego llega una pareja madurita que van con intención de bucear por la zona y él también se desnuda. Ya no estamos solos, ya somos tres. 
 
Tras el baño, me seco y me voy hacia atrás con la idea de coger perspectiva y dibujar la playa. Aunque no consigo que se vea bien el pasillo de agua entre rocas, algo consigo y me animo a incorporar al dibujo alguna figura humana. Algunos se acercan curiosos para ver lo que estoy dibujando; luego les enseñaré el resultado final. Me doy otro baño y recibo sensaciones contrastadas a ráfagas, una de caliente, otra de fría, otra de caliente, otra de fría… se ve que se forman corrientes. Se acerca una lancha neumática, se para a media entrada de la bocana y se echan al agua. Tras el baño, vuelven a subir y se van, pero nos han dejado peste a gasolina. Me despido de los que se han acercado y de alguno que veré mañana en Carboneras; apenas he querido contar algo de mi viaje y, desnudo como estoy, cargo con las mochilas y así llegaré a la playa de los Muertos. Una mujer me ha dicho que su marido fue hasta esa playa siguiendo el camino que allí mismo se inicia. Pues si su marido fue, yo también iré. ¡En buena hora he cambiado mi decisión de ir por carretera!
Sin camino bajo el faro por el acantilado de la Mesa de Roldán. ¡Peligro!
El camino que se inicia es muy bueno y pronto llego a ver, en altura, la comentada Cala Piedra que, aún no teniendo arena, se observa un agua nítida y translúcida que da cierta envidia pero, ya me acabo de dar unos baños y no se trata de alargar el tiempo de llegada a Los Muertos, donde confío en seguir charlando con Francisco. Además no veo por dónde puede estar el acceso. Esta playa está al norte de la anterior, Cala Arena. 

Continúo el camino que me lleva a una especie de cantera y voy bordeando el cresterío con idea de ver la continuación. Pero más intuyo un camino que no veo y salgo del cresterío en dirección norte. Arriba, a considerable altura, se ve el faro vallado, así que, aunque trate de llegar a él en sentido vertical, es muy probable que lo construido de obra no me permita acceder al mismo. Como decía, creo ver caminos que me animan a seguir, pero desaparecen totalmente en lo que sigue del acantilado de la Mesa de Roldán. Me costará mucho superar el acantilado, siguiendo hacia el norte, y llegar a la cima pero, ¡más vale morir que perder la vida! Aunque, con mi ansia de vivir, procuraré no perecer en el empeño. Será el tramo más difícil por el que me he metido y me meteré, a día de hoy, enero 2013, y, soltando adrenalina, me viene a la memoria el otro reto que ya relaté, cuando pasé peripecias en el último tramo entre Tarifa y Pelayo, que me obligó a desviarme en la ruta hacia Algeciras. Si aquél tramo fue peliagudo, corrí riesgos ascendiendo roca sin apoyo y que se desmoronaba en cascajo, me pinché con aulagas que interferían mi paso, ¡pinchazos y arañazos mil!, me quedé colgando de un precipicio en un resbalón y sólo sostenido al camino por mi mochila y acabé entrando en campamento militar sobrepasando valla y alambrada expresamente prohibidas… 

Pero volvamos al aquí y ahora. Voy avanzando por terreno incierto, pero avanzo y llega un momento en que, aunque me planteo retroceder, el hacerlo me va a suponer tantas dificultades como las que he soportado para llegar, que decido continuar, por si aparece un camino y el terreno mejora. 
 
Pero el terreno se complica más, ya que hay piedras grandes que me pueden servir de apoyo, que parecen bien enraizadas en la tierra pero que, al agarrarme a ellas, se desprenden y desmoronan cayendo al fondo del acantilado. Confío en que nadie esté abajo y le pueda caer alguna encima; no parece que sea lugar transitable; quizás algún submarinista o algún caprichoso que haya querido llegar allí en su embarcación para poder disfrutar del sol y el mar en solitario. 

Cuando veo correr la piedra que he colaborado para que caiga, veo cómo en su trayectoria hacia el mar, arrastra a otras que, sin llegar a producir un gran alud pétreo, al menos le acompañan en su caída. La trayectoria, que voy siguiendo, me lleva a pensar en qué ocurriría conmigo si, en vez de la piedra, fuera mi cuerpo el que cayera. 


Pero yo no sólo me aferro a seguir  viviendo sino que, a pesar del peligro y de la adrenalina que voy generando, tengo la serenidad suficiente para sacar fotos que puedan ilustrar lo mejor posible el momento de angustia que estoy pasando. No sé si lo conseguiré pero, al menos, lo intento. Como las piedras se me desmoronan, decido agarrarme a unas plantas del lugar, que son como una especie de escobas y que, éstas sí, están bien enraizadas; aunque hago fuerza agarrado a ellas para ayudarme a coger impulso, no se desprenden de la tierra. 

Durante otro trecho, iré avanzando con ellas pero, llega un momento en que estas plantas desaparecen y no las volveré a encontrar hasta que llegue a la cima, cuando ya no las necesito. Después encontraré una torrentera que, en algún tiempo, pudo arrastrar las piedras pero que, ahora están en cauce seco. Son piedras de un tamaño regular, todas muy similares, y tengo que cruzar con tiento para que, con mi peso y el de mis mochilas, no se desprendan y deslicen al pisarlas. Otra prueba superada. Mirando hacia el norte, me doy cuenta de que cuanto más adelante continúe las dificultades se van a ir acrecentando, por lo que decido iniciar el ascenso hacia la cima. En este ascenso, compruebo cómo el faro ya se me ha quedado muy alejado hacia el sur y confío en que al llegar arriba, no me encuentre con ningún muro, u otro elemento de protección, que me haga aún más dificultosa la llegada. 


La mala conservación de mis sandalias, razón por la cual buscaré zapatero en Carboneras, tampoco ayudan en mi progresión; es más, crean una dificultad añadida que, aunque no me producen dificultad alguna para llanear, aquí sí echo en falta sandalias que se me agarren mejor al terreno. Las que me compré cerca de Algeciras me habían empezado a hacer rozadura y, con el cambio por las viejas, al menos, me evito que me sigan dañando el pie en el mismo sitio. La ascensión se hace penosa, por la misma razón que al principio: las rocas no me dan ninguna seguridad y tengo que tantear, si aguantan o no mi peso, antes de apoyarme firmemente en ellas. A duras penas, consigo llegar muy próximo a la cima, pero aquí surge otra dificultad. No soy escalador y el peso de las mochilas no es algo que me facilita para superar el último tramo que, no es que sea vertical, sino que tiene una inclinación en sentido inverso. 


Exagerando un poco, siento esa sensación de estar colgado en el abismo, como cuando veo un reportaje de escaladores aferrados a techos horizontales de roca; ¡claro que ellos van con arneses, grampones, cuerdas y otros elementos que a mi me harían falta ahora! Observado el terreno, no me queda otro remedio que desprenderme de las mochilas e irlas ascendiendo a mano en la medida en que yo también asciendo. De esta forma, las últimas rocas, éstas ya bien aferradas, las alcanzo echando mano de todos los elementos de mi cuerpo que me permitan apoyarme: manos, totalmente libres de peso, pies y rodillas y, tras ir recuperando y subiendo las mochilas, consigo llegar a la cima.  He sacado foto de una de las plantas benefactoras y, la última, desde la plataforma de llegada. ¡Estoy salvado!
 
De Mesa de Roldán a Playa de los Muertos
Pero las dificultades no han terminado, ya que estoy en un lugar en que, aunque veo relativamente cerca la carretera y, algo más lejos un castillo, casi a la misma altura, aunque hacia el interior, del faro, el acceso supone otro descenso difícil que, con un poco de paciencia conseguiré soslayar. El lugar en que estoy parece que hubiera sido una cantera de piedra y los cortes verticales no ayudan. 

Como he perdido demasiado tiempo en el peligroso recorrido bajo la Mesa de Roldán, y no quiero llegar demasiado tarde a la playa, desisto de visitar el castillo, que tiene muy buen aspecto visto de lejos. He tenido que retroceder hacia el faro, para encontrar una bajada de la cantera y, así, he conseguido llegar a la carretera, que apenas tiene circulación y, como el tramo que me queda hasta la playa me parece que ya es corto, decido continuar desnudo. 

Este será uno de los mayores recorridos nudistas, en zona no nudista, que habré hecho en el camino: desde Cala Arena hasta la Playa de los Muertos. Aunque no habría que olvidar los treinta y dos kilómetros y medio del Coto de Doñana, éste sí, en zona nudista. ¡Qué mejor y más adecuado para hacer nudismo que un parque natural! Pero es que sigo estando en un parque natural. También desde la llegada a la cima, he avistado a lo lejos Carboneras, con su puerto comercial, y la gran chimenea de Endesa, dedicada a la producción y comercialización de energía eléctrica, y he sacado foto. También saco otra instantánea de la carretera que va hacia la vaguada en que supongo estará la playa de los Muertos. Observo demasiados coches aparcados en las distintas explanadas y, sin acercarme a ellas, desciendo por un camino por el que va y viene gente, la mayoría de regreso a sus coches, tras haber disfrutado de un día de playa. En otra foto hacia el interior, observo algo brillante a lo lejos, en la montaña, quizás sea un invernadero, pero me hago la fantasía de que es un ovni recién aterrizado.
 
 
Un tarde en la playa de los Muertos. Cojo a un joven desprevenido
Enseguida compruebo que la playa es muy grande y que será difícil encontrar al colombiano y a la familia de Francisco. Pregunto a dos chicos textiles cuál es la zona nudista y me orientan hacia el sur, zona de piedras y rocas pero, nada más dar dos pasos, veo a dos personas desnudas en el agua y a otra en la arena, así que, como vengo tan asfixiado, después de tanta zozobra, allí mismo descargo las mochilas y me voy al agua. ¡Qué placer! En ese mismo momento está limpiando sus gafas submarinas un chaval que se dispone a dar un paseo de superficie avistando especies submarinas. ¡Pobre chaval! Como he llegado tan a deseo de contar la peripecia que acabo de pasar, como una forma de irme desprendiendo del malestar, poco a poco, en la medida en que lo vaya contando, me lo cojo por banda y le doy la turrada; ¡Qué culpa tendrá él! Es un chaval joven, que está en la playa con sus padres, y le felicito por atreverse a estar desnudo, sin el pudor habitual de la juventud. Dejo al chaval que disfrute del agua y de sus visiones, salgo del agua y me acerco a una señora a la que pregunto si es la madre del joven; me responde que no, que es hijo de sus amigos. Aunque al chaval no se lo he dicho, bastante tenía con contarle mi paso bajo la Mesa de Roldán, a ella le cuento que vengo andando desde Portugal; ya superado todo el sur, el camino, la distancia, le dan una nueva dimensión. Hablo con los padres, les enseño los dibujos y me ofrecen agua y les digo que cuando se vayan a ir me den la sobrante; me vendrá bien para finalizar el día y reservar algo para mañana, puesto que mi intención es quedarme allí a pasar la noche.

Segundo encuentro con Francisco y su familia 
Cuando estoy en la orilla veo a Carlos y él también me reconoce. A mí también me ha hecho ilusión haberlo reconocido. Han llegado más tarde que yo y ha habido suerte porque se han colocado en la misma zona. Si yo me hubiera ido hacia el sur, como me habían recomendado, posiblemente no nos hubiéramos visto. Aclaro con Francisco mi error de interpretación de ayer y me confirma que, efectivamente, Reme es su mujer y Alba y Carlos sus hijos, lo que ocurre que para él fue un matrimonio tardío pero, como me decía, “lo mejor que me ha ocurrido en la vida, ha sido crear esta familia”. Reme es mucho más joven que él y el agua marina es el medio donde ella se encuentra más natural, donde más disfruta; pareciera venir del mundo de las sirenas o de nuestras lamias, aunque éstas son habitantes legendarias de ríos. Alba tiene 12 años y Carlos 8. Están muy bien educados y Carlos se muestra muy espontáneo; no me hace preguntas por preguntar, sino por deseo de saber. Estoy muy a gusto con esta familia y si no fuera porque Málaga ya la pasé, me habrían dado las señas para poder seguir disfrutando allí con ellos. Francisco me da su correo electrónico y, desde entonces, por ese medio, mantenemos comunicación periódica de nuestras andanzas. Ellos continúan desplazándose, siempre que pueden, a esta magnífica costa almeriense. Prometo escribir contándoles el fin de mi viaje. Hoy ya no escribiré nada en mi nueva libreta (la cuarta y última) del diario, ya que no me encuentro cómodo escribiendo en la playa, pero temo olvidar tantas cosas que me han ocurrido esta tarde. Hablamos de temas varios, como la expresión castellana: “no tiene abuela”, que viene al hilo de la alta autoestima que expresa Carlos, cuando dice que es muy buen defensa jugando al futbol; aunque empezó tarde a jugar y dice que lleva algún retraso; si no, sería aún mejor. Carlos sabe mucho de futbol y no sólo de técnica y es, en ese momento, cuando su padre opina que, tener esos hijos, es lo mejor que le ha pasado en la vida. Reme se pasa mucho tiempo en el agua, razón por la que hablaré mucho menos con ella y Carlos se parece a ella, aunque le gusta más entrar, salir y volver a entrar sin dejar muchos intervalos de tiempo. Francisco se muestra tan ateo como yo, lo que nos hace coincidir en muchas opiniones de la vida; a él le educaron los Maristas y a mí los Claretianos, pero pronto empezamos a desaprender mucho de lo incorrecto que nos enseñaron. ¡Qué feliz coincidencia! Nos unen muchas más cosas que las que nos separan. Abandonando al albur ropas y enseres, caminamos los cinco hacia la zona sur, donde están los altos peñascos que hacen de la playa de los Muertos un lugar tan característico. Uno de los promontorios es el más destacado y definitorio. Al verlo, y es la primera vez, no me resulta algo tan desconocido. Ya es tarde y no llevo la cámara de fotos, pero mañana intentaré sacar la gran roca aislada, al amanecer pues, definitivamente, decido que dormiré allí. Les voy haciendo un relato deslavazado de mi viaje, pasando de un tema a otro, y reconduciéndolo a duras penas. Nos bañamos en el círculo final sur y sueño con el baño que me daré mañana temprano. Observo bien el lugar y tomo la decisión de en qué sitio colocaré el saco para dormir. Se ve que va a haber más gente que pasará aquí la noche. ¡Qué mala suerte!, ¡no estaré solo! Volvemos al lugar, nos bañamos, recojo mis mochilas y me despido de ellos “¡Hasta siempre!”.

Nocturno en la playa de los Muertos
Me acerco a dos chicos extranjeros, que se han quedado fuera del círculo, para saber qué plan tienen para la noche y me dan sensación de seriedad; ¡vamos! Que no creo que armen mucho jaleo durante la noche. Tienen dos tiendas y uno habla algo de castellano y parece que me entienden lo que les pregunto y por qué lo hago. Entro en el circo donde la playa es de piedrecillas amables y que está rodeado de alto acantilado, donde se corre el riesgo de que se desmorone y caiga algo de cascajo. Sólo hay dos espacios abiertos: uno hacia la playa de arena y otro la ancha bocana de entrada al mar. Un grupo ya se ha instalado en el fondo, lejos del lugar que yo he elegido para dormir y no me acerco a decirles nada. Un chico desnudo, con tres chicas, algo más cercanos, prometen formalidad y otros tres chicos madrileños, que llevan tres días durmiendo allí, aunque tienen botella de ron que se la piensan "cepillar", prometen también que estarán tranquilos ¡A verlas venir! Me coloco en espacio abierto, equidistante entre los grupos y la roca y, uno de los madrileños, me dice que he hecho bien alejándome de la roca porque caen pequeños cascotes. Se lo agradezco y le hago un comentario sobre mi intuición de viajero avezado. Ya con la cama hecha, voy a comer unas pipas en la orilla. Allí, un chico que pertenece al primer grupo, está tirado, como meditando; de madrugada le veré retornar a su grupo. Hace calor, así que duermo sin cerrar la cremallera y sueño con los angelitos ¡Qué bien! Al grupo cercano de madrileños, uno de ellos también desnudo, les ha costado encender el candil pero, al final, lo han conseguido; beben su ron, se acuestan y apagan el candil. Con sonido suave se oye una armónica, pero no sé de cuál de los grupos más alejados. En alta mar, un barco espera la llegada y autorización del práctico para su entrada en el puerto comercial de Carboneras. La roca más significativa del lugar, se recorta en la oscuridad de una noche estrellada. La luna está en cuarto creciente. La Osa Mayor, al inicio de la noche por encima de nuestras cabezas, irá desapareciendo por el sur. Una noche magnífica.

Las peripecias del acantilado de la Mesa de Roldán han eclipsado al resto de acontecimientos, aunque el reencuentro con la familia de Francisco ha sido precioso, imposible de olvidar, y tendrá continuidad en el tiempo. Francisco es un artista en expresión escrita, tanto en el contenido como en la forma. Disfruto mucho cuando recibo sus noticias. El primer e-mail que me mandó lo escribieron entre los cuatro. También fueron curiosos los encuentros con minusválidos en la Cala del Plomo y que se repitieron en La Hoya de Agua Amarga. Me ha encantado la Cala de Enmedio, la Cala Arena y el disfrute en la playa de los Muertos, tras la peripecia. Siento haberle dado la vara al chaval que pillé desprevenido en la orilla. También en Agua Amarga el encuentro con los donostiarras de Aiete. Un día muy completo en acontecimientos varios.


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