jueves, 12 de abril de 2012

Etapa 51 (167)Playa del Sombrerico-Playa de Villaricos

Etapa 51 (167) 08 de agosto de 2008
Playa del Sombrerico-Torre del Pirulico-Castillo de Macenas-Mojácar-Garrucha-Playa El Playazo(Vera)- Playa de Villaricos.

Si hubiera podido seguir por la costa, la Playa de Granatillas no está tan alejada de la del Sombrerico.

En 2006, me tocó el día del maligno, 06.06.06, 666,  y en 2007, fue San Fermín, con sus festejos, quien se llevó la palma el 07.07.07, este año toca el 08.08.08, Santo Domingo de Guzmán, que no me dice nada; así que será un día anodino.

Amanecer en la playa del Sombrerico
Salvo el episodio de los seis chavales (quizás 5 o 7),  que han bajado del cielo y que, con sus linternas de cabeza y móviles luminosos, parecía que iban a pescar, la noche ha sido tranquila. Les he persuadido para que se desplacen hasta la siguiente playa y allí, si siguen de madrugada, coincidirán con el regreso del grupo musical. Parece que son chicos de la zona y, aunque descienden bulliciosos por el pedregal, razón por la que me han despertado de mi primer sueño, ya no les he oído más en toda la noche. Cuando han bajado a mi exiguo lugar y les he explicado la razón de mi viaje y por qué quiero que se alejen, todos me quieren dar sus nombres. A lo mejor piensan que poniéndolos en mi blog se van a hacer famosos. Pero entre que no hay luz y estoy medio dormido, no estoy para apuntar nombre alguno. Además, si casi ni les distingo las caras. Una vez pasado este encuentro, la noche será apacible y ya ni me molesto en buscar el Escorpión. 

Me despierto a las 6:30 h, pero no puedo comprobarlo en mi reloj, ya que se me paró a las diez de la noche, ¿le daría algún golpe, o se me habrá acabado la pila?; otro tema de preocupación menor. También la batería del móvil está descargada, pero consigo ponerlo en marcha, lo suficiente para poder ver la hora; marca las 6:36 h y se me vuelve a “morir”. Recojo los bártulos y, antes de que salga el sol, fotografío las rocas curiosas del entorno. 
 
Este entorno lo retendré en la memoria y volveré a él cuando esté en Mojacar con el Imserso, entre el 29 de diciembre de 2010 y el 12 de enero de 2011. Un lugar ideal para terminar y comenzar aquel año. 

Tuve la suerte de que el hotel Puerto Marina, que es el que está más al sur de Mojacar y, aunque compañeros de viaje se quejaban de que estuviera tan alejado del pueblo, a mi me pareció el lugar idóneo para irme casi todos los días a bañar, dibujar y tomar el sol a las playas de aquel entorno y donde tuve la oportunidad de comprobar el crimen que se había hecho con la reconstrucción de la Torre del Pirulico y, seguro, todavía no habrán detenido al responsable de semejante desaguisado. Es mi opinión; supongo que habrá gente que estará encantada con el resultado final. 

Alguna de las rocas se podía interpretar como una madona con niño. Todavía amaneciendo, recortada su silueta en la montaña, se puede ver la casa del francés. Ciertamente goza de unas vistas inmejorables. Ya en la playa de arena del Sombrerico, puesto que las dos pequeñas, entre rocas curiosas, son aledañas a la misma, como una prolongación, antes de las siete me doy el primer baño del día y, para salir más rápido, algo raro en mí, hoy me seco con la toalla.

En marcha hacia la Torre del Pirulico 
y el Castillo de Macenas
En la siguiente playa, donde hay alguna autocaravana, saco foto a la salida del sol. Asciendo hasta la entrada de la casa del francés, por una cuesta con algunas revueltas y no me animo a coger los atajos; si no lo hice al venir, menos ahora que, ascendiendo, será más costoso y mayor el esfuerzo. Ésta es la cota más alta del entorno y, ahora, el camino ancho, por el que ayer circulaban vehículos, comienza su descenso hacia la Torre del Pirulico, primero y, después, hacia el Castillo de Macenas. En una de las fotos, ya se verá, a lo lejos, Mojacar.

He encontrado una caja vacía de preservativos FIESTA, patrocinados por la Junta de Andalucía, de los que tantos empaquetamos en su día en Talleres Protegidos Gureak. Me hace ilusión recuperar en este viaje aquella época de mi vida; y también me trae recuerdos de mi separación matrimonial. ¡Que con el contenido lo hayan disfrutado con salud!, pero habría sido más correcto que el cartón lo hubieran tirado en casa o en un contenedor para reciclaje. Esto puede ocurrir algunas veces, pero lo que ya es más inhabitual es que se llevan la gomita una vez utilizada; y todavía si hacen un nudo para que no se desparramen los efluvios paraorgásmicos, mejor que mejor. Lo más corriente es ver las gomitas tiradas cerca de donde han estado los usuarios. También he visto a jóvenes que, a falta de oportunidad para usarlos, se dedican a hincharlos y hacer globitos. A mí, en casa, se me caducan todos. Ahora, cuando llego a la torre, asciendo hacia ella y luego por la escalera interior me asomo a la terraza de arriba. Es cierto que hay que hacer algo para que la torre no se desmorone, pero una cosa es contener la demolición y poner remedio a que sus partes más vulnerables, y otra reconstruirla dándole esa apariencia de falsedad, perdiendo la pátina de antigüedad que le había dado el paso del tiempo y que hacía, de este edificio urbano, algo peculiar. 

Tras sacar varias fotos con el mar y el sol oculto por la propia Torre del Pirulico, sigo descendiendo hacia Castillo de Macenas. Ahora, al pasar por el chiringuito en el que ayer fui invitado por su dueño a pernoctar, compruebo que he estado mejor durmiendo en la playa del Sombrerico; de todas formas, no dejo de estar agradecido a la invitación. Un rumano barre deprisa porque ha llegado tarde. Sigo viendo placas de roca en la orilla y pienso que con la construcción del hotel con Spa y golf, la zona se urbanizará. Mientras mantengan las construcciones al otro lado de la carretera, no estará mal, pero ya sabemos cómo funcionan los especuladores del suelo y los ediles municipales, muchas veces, no son capaces de contenerlos. Unas veces es por incapacidad, pero en otras por la remuneración compensatoria que reciben; hay más de uno que se ha enriquecido permitiendo construcciones que debían haber sido los primeros en no autorizar.
 
Hacia Mojacar.
Hotel Puerto Marina (Imserso)
Me habría gustado seguir por la playa del Castillo de Macedas y luego por el acantilado hacia Mojacar, pero nadie me da garantías de continuidad y decido seguir por la carretera. Terminada la recta paralela a la playa, la carretera hace varias curvas por interior, quedando una montaña intermedia entre la carretera y la playa. Cuando esté en el hotel Puerto Marina, con el Imserso, tendré ocasión de descubrir un magnífico camino bordeante del lado del mar y que permite acceder a alguna playa que en enero de 2011 me permitirá disfrutar de baños y practicar nudismo. Y la playita está muy cerca del hotel, otra ventaja, pero mi lugar preferido sería la playa del Sombrerico que, por ser más distante, me obligaba a caminar y disfrutar de baños en más bello entorno. 


Paso por el Castillo de Macenas, que es un edificio civil, enclavado casi en la misma playa. Ahora la carretera va ascendente y, ya en el descenso, se ve el primer hotel a mano izquierda, aunque ni me fijo en el nombre, será el Hotel Puerto Marina, ya varias veces mencionado. A partir de allí ya aparecen otros hoteles y zonas urbanizadas, todas las construcciones van paralelas a la playa, con un paseo marítimo bastante mediocre y discontinuo que, aún perteneciendo a Mojacar, está muy descuidado. 

También aparecen pequeñas construcciones al lado del mar, como la sala de fiestas Mandala, que tienen un aspecto más cuidado, con apariencia de construcción de madera y cierto sabor a playa. Algunas veces tengo que ir por la acera de la izquierda que, al no tener continuidad, resulta muy incómoda para caminar, ya que hay que bajar y subir aceras a menudo. Y además voy con rozadura en el pie. Me encuentro a Mertxe y Javier, de Hernani y son los que me dicen que Mandala es una sala de fiestas. Conocen a mis amigos de Hernani, Pili y Juanjo Zubillaga y prometen darles recuerdos de mi parte cuando les vean. Nos despedimos y yo sigo por el paseo hacia Mojacar. Dudo si darme un baño, antes de desayunar, en playa casi solitaria, pero como veo tramos de piedras y rocas, desisto. Llego a la rotonda y la carretera que se mete hacia el interior se encamina hacia la parte antigua de Mojacar, un entorno urbanístico que tiene, de lejos, un magnífico aspecto y que muchos me han recomendado que  visite pero, primero quiero desayunar y comprar algún rollo más de diapositivas; por el camino voy arramplando con los restos que van quedando. En la misma rotonda, nada más empezar la carretera ascendente hacia Mojacar, hay un centro comercial y hacia él me dirijo. Veo una fuente y cojo agua. La cafetería Mascó será el lugar elegido para tomar mi desayuno. La camarera es argentina y le acaban de rechazar una tostada los clientes de la mesa de al lado. Le digo que me la deje a mí y le pido otra media con tomate. ¡Por fin un café con leche en tazón, como Dios manda! (qué expresión tan impropia para un no creyente en Dios). Todo por 3,60 €. No ha estado nada mal. Escribo postal felicitando a mi prima Lourdes, aunque le llegará pasada la fecha de su cumpleaños, al menos me acuerdo de ella con puntualidad. Y escribo el diario. Me ponen una copita de agua de regalo. ¡Gracias! Y la argentina se enamora de mi viaje. Bajo al retrete y cago con consistencia y lleno dos botellas de agua desalada que me las iré bebiendo mientras escribo. A dos vecinos de Almería les obsequian con pastelitos, y a mí nada. No me puedo quejar, porque bastante he abusado de mesa, en la que he estado mucho tiempo. ¡Había tanto que contar! Durante estas tres horas, he cargado el móvil y parece que el reloj parado no tenía ningún problema; una vez puesto en hora, marcha adecuadamente. Me llama mi amigo Gurutz para presentar la documentación que me acredite como miembro del Cine Club Cinema Paradiso en el próximo Zinemaldia, el Festival Internacional de Cine de Donostia-San Sebastián. Como llegaré a Irun en los últimos días de agosto, este año me quedaré sin acreditación. Lo conseguiré el año próximo, 2009 y será por primera vez. Ya llevo cuatro años acreditado y resulta muy cómodo ya que, pagada la cuota establecida, me evito la cola dominical previa al inicio del festival. Solamente, la víspera de cada función elegida, debo coger las entradas puntuales, las que no se ofertan a los acreditados, para el día siguiente. Son las 12:30 h, quiero comprar los rollos de diapositivas en la tienda Kodak que he visto al llegar, al par de la rotonda y como me han dicho de un sitio interesante para comer en Garrucha, desisto de subir al poblado tan bonito de Mojacar antiguo. Cuando lo vea en 2011, siendo bonito, lo han empezado a deteriorar con grandes construcciones inapropiadas; pasa algo parecido a lo que vi el mes pasado en Frigiliana. Los vecinos de mesa, los de Almería, se han acostado a las siete y todavía están despertando. Reciben llamada al móvil por asuntos de negocios y pienso: ¡qué horror!, ¡estando de vacaciones! Me despido de la camarera argentina, que ha sido tan amable, lleno la botella de agua desalada y me voy hacia Kodak. La argentina me ha dicho que hay buzón de Correos para echar la postal de mi prima por allí cerca pero, al salir, no lo encuentro; pregunto a unos extranjeros pero no me saben decir. En Kodak no hay más que “arre o so”; como para pedir Velvia-50 o Sensia-100; comprendo que no los tengan ya que sería vender productos de la competencia; en este caso de Fuji. Me dicen que el buzón de Correos está dentro del Centro Comercial, junto a Consum, algo que yo creía obsoleto, ya que es una marca que ofrecía Eroski y que, al dejar de ofertarla, pensaba que había desaparecido. Ahora Eroski oferta sus productos con el nombre de Basic. Compruebo que Consum existe, localizo el buzón en el primer piso, sobre la terraza en la que he desayunado, echo la postal a mi querida prima Lourdes, bajo las escaleras y casi me codeo de nuevo con mi guapa camarera argentina que, centrada en su trabajo, ni me ve. Para no interferir, tampoco yo hago nada para que me vea.

A comer a Brisson, en Garrucha. Un baño previo
Salgo del Centro Comercial y camino por carretera por el borde del mar, donde la playa va alternando rocas con espacios de arena. No se ven entradas al mar y la arena me parece gruesa, así que continúo por la calzada. Sigo por el lado derecho, intercalando carretera, arcén y camino paralelo cómodo. Como la playa es larga, la gente se sitúa en primera línea de ola así que, aunque no haya mucho personal, está muy diseminado y no veo huecos, amplios y distantes de la gente, como para poder darme un baño desnudo. En vista de lo cual y como voy perdiendo esperanzas de baño y, además, en el otro lado, va una acera con visos de continuar durante mucho trecho, me paso al lado izquierdo.

Cuando me vuelvo de nuevo al lado derecho, por si el panorama playero ha variado, me doy cuenta de que al lado izquierdo hay una oficina Información. En ese momento, retrocede una pareja despavorida y dice que un hombre intenta agredirles. Yo no veo nada, y me meto en Información. Allí una chica encargada me echará el sello de Mojacar; en el sello pone Oficina de Atención al Ciudadano. También ella opina como yo, sobre esos paquetes vacacionales que ofrecen a los extranjeros; que los meten en urbanizaciones que ya tienen de todo, con sus espectáculos propios, piscinas, excursiones organizadas, etc.; que llegan a España, pero que ni ven, ni conocen el lugar donde están, que ni aprenden a decir: gracias, buenos días, hola, ni adiós y que, a lo mejor, ni salen a disfrutar de la playa y así no tener que comunicarse con nadie que no sea de su gueto. Compartimos el horror de vacaciones organizadas así. Aunque están próximos, me dice, “Mojacar nada tiene que ver con Garrucha”. Le cuento que estoy viniendo desde Portugal y agradezco el sello que me ha puesto en mi credencial. Llego a tierra de nadie, siguiendo la carretera, y me encuentro con un puente que pone: río Aguas. Mientras paso el puente observo los dos lados del río, y me da la impresión de que, la zona del lado norte de la desembocadura, detrás del cañaveral, puede ser propicia para el baño. Bajo a la playa y hacia allí me dirijo. Parece que hay un amplio espacio desocupado, donde me podría desnudar y darme el baño; ¡los esfuerzos que tiene que hacer un nudista como yo para que algunos no se sientan agredidos al contemplar mi desnudez! Paso la zona de playa concurrida y me oriento hacia el sur, donde hay un amplio espacio deshabitado (luego sabré por qué). Ya se me está haciendo la boca agua, sólo del placer con que voy a disfrutar del baño. Me alejo un poco más de los textiles. Una mujer va por delante en bañador y espero que continúe, que avance hacia el sur. Y cuando llego a lugar equidistante y guardo mi reloj en mi mochilita Visa, me doy cuenta de que en ese lugar es donde desemboca el río Aguas que, en su llegada al mar, lo tiñe de color verdeamarillento, poco apetecible para el baño. ¡Qué porquería! Aunque el agua verdusca provenga del paso del río por el cañaveral, carrizos y espadañas, da la sensación de proceder de las cloacas. 
 
Saco una foto del lugar en que el río desemboca al mar, y con paso rápido y firme atravieso el reguero de agua para estar el menor tiempo posible expuesto a la acción del agua putrefacta. El paso hacia el lado sur ya lo hago sin intención de baño. Un matrimonio con su hija me adelanta y me oye hacer el comentario en voz alta. Y me responden que: “ya lo tienen denunciado”. También me dicen que por el cañaveral hay un nudista y le veo, pero qué pinto yo allí desnudo, si no me puedo dar un baño, que es lo que me apetece. Ella me recomienda otro sitio que no llego a entender. Parece que a ellos no les molesta mucho el color del agua y colocan sus toallas en la arena en aquella zona. Probablemente sea porque no tienen intención de bañarse. 

Hay una zona, próxima a la playa, muy construida con hoteles y viviendas unifamiliares que me ha dificultado la llegada al puente. Ahora salgo a carretera por el otro lado y vuelvo a pasar el puente sobre el río Aguas y, ahora sí, lo inmortalizo en una instantánea. Con ésta se ve clara la trayectoria del río desde el puente hasta el mar y que se complementa con la que antes he fotografiado en la desembocadura, en la orilla del mar. Ya, llegando a una especie de triángulo semiderruído, como una especie de pirámide rota, que creo que ya pertenece a terrenos de Garrucha, veo que pasando las rocas hay alguna posibilidad de baño saludable; nadie está desnudo en las rocas y me temo que más adelante todavía menos y elijo el sitio que me parece ideal para el baño. La entra al mar está entre las rocas, pero forma una pequeña playita de arena y esa misma arena penetra amablemente en el mar. Del único sitio que me pueden ver es desde la carretera, al pasar, y por la altura, sólo los conductores de camión y, en todo caso, si pasara, algún autobús. ¡Si quieren mirar que miren! Pero yo me doy el baño. El baño me resulta delicioso y, aunque prefiero compartir, y charlar, con otros nudistas, disfruto de este baño en solitario, por el sólo hecho de hacerlo desnudo. "¡Qué obsesión!", pensarán los no adictos. Estoy muy a gusto en el agua, ¡que dicha!, ¡qué placer! Y, ya refrescado, me seco paseando por la orilla. Sopla un poco de aire, pero no logro conseguir saber si es de poniente o de levante; probablemente esté rolando de continuo. Por la mañana el viento era de levante, suave. Una vez seco, me visto y vuelvo a la carretera.

Garrucha.
Buena comida en el Brisson. Ceremonia inicial de Olimpiadas de Bejín
Para un coche y sale el conductor; a continuación  un hombre  y una mujer mayores y unos niños. Les pregunto por lugar de comida con menú económico y me recomiendan el Brisson y, efectivamente, será una recomendación acertada. No fueron los primeros que me lo habían recomendado. En el Brisson, los camareros son tan eficientes como el del Felipe de Carboneras, pero sin hacer carreras de fondo; quizás porque el espacio de cada uno sea menor y más controlable. Me atienden muy bien y todo lo que como está muy rico. De primero como lentejas que, teniendo un sabor algo dulzón, se parecen algo a las de la Cala San Pedro, y magras con tomate que, en realidad, se me asemeja más a un guisote de carne con menestra de verduras ( patata, zanahoria, guisantes, coliflor y vainas). De postre: arroz con leche y todo rociado por tinto Los Señores, embasado en 26509 R.E.N. 9/LR y embotellado en 26559 V.A.S.C., ¡ah!, está clarísimo de dónde es el vino. Lo único que logro saber es que es de España. La Casera sí es de limón. Todo tan rico como en el Felipe; allí regalaban ensalada y aquí es 2 € más barato. “Lo comido por lo servido”. Los dos sitios son magníficos, pero aquí hoy hay una novedad; en la tele están retransmitiendo la Ceremonia Inaugural de los Juegos Olímpicos de Bejín. Nos vamos acostumbrando a llamar así a lo que siempre fue para nosotros Pekín. Frente a mí, una mujer ve la pantalla de frente y yo, la mía, también, aunque está a más distancia que la de ella. La mujer, de vez en cuando, exclama cuando ve algo en la pantalla que le parece extraordinario. Recibo la sensación, en esta ceremonia inaugural, de que los chinos quieren mostrar su prepotencia con un perfeccionismo casi insultante. No sé lo que comentarán los medios, pero probablemente sea la mejor presentación en pantalla de todos los juegos olímpicos de la era moderna. Tampoco es que yo sea un experto en el tema y no he visto todas. La única ciudad por la que pasé estando celebrándose las olimpiadas fue Barcelona. Era la ciudad de arranque de un viaje en autobús por Centroeuropa en agosto de 1992 y, cuando regresamos, los juegos olímpicos ya se habían acabado. Nuestra visión de la Barcelona olímpica, fue tangencial. Supuso un contraste interesante observar la capital en plena efervescencia deportiva y la ciudad que nos recibió al regreso, ya vuelta a la normalidad. La, para mí, siempre hermosa Barcelona. En Atenas estuve en 2004, invitado por Visa, durante tres días y allí si pude vivir la vida de la capital y sufrir colas, controles para entrar a los recintos y algunos cacheos. Fue una experiencia preciosa y asistí con mi amigo Martín a varios espectáculos deportivos invitados por Visa y nos regalaron un polo azul con el anagrama olímpico, una visera y una mochilita, la Visa que llevo en este viaje, además de algún recuerdo más. Pero volvamos a Pekín, a lo que estoy viendo. Pienso: “¡pobre del chinito que se equivoque en algo!” Las imágenes que estoy viendo me parecen bellísimas y pienso que están creadas para impactar. La verdad es que me limito a ver las imágenes, ya que en un local con bullicio, como el Brisson, no puedo oír lo que dicen los comentaristas; así que no puedo ser muy objetivo. Pero sí creo que es lo suficiente como para hacerme una idea de lo que tratan de transmitir: ¡perfección y prepotencia! Probablemente en Barcelona también se pretendió lo mismo. La mujer que tenía enfrente ya se ha ido. Pago los 10 € de la comida, pero sigo un rato más con mi tinto de verano, con Casera-limón. No sé si porque ya va quedando menos gente, o por qué razón, el caso es que se oye a más volumen cuando aparecen los príncipes, Felipe y Leticia. Ya han cerrado la verja, pero me aseguran que no tendré problemas para salir. Amarillos y rojos se abrazan: otra parte del show. Un chico barre, le enseño los dibujos y sigo bebiendo mi tinto de verano por el mismo precio. Orino y cojo agua y salgo para las cuatro hacia Vera. Me han dicho que no deje de ver Puerto del Rey. Otra chica que barre me dice que cierran a las cuatro y luego tienen un descanso hasta la sesión de tarde-noche.

De Garrucha a la famosa
playa nudista de Vera
Salgo entre calles hacia el paseo marítimo y bajo a la playa. Caminando por la orilla, me vuelvo para sacar un foto de Garrucha, que va quedando atrás, adornada por un kite-surf y como recuerdo de despedida y de una buena comida, sobre todo en la relación calidad- precio. Me hago el propósito de llamar a mis amigos murcianos desde Vera, para que vayamos preparando cómo vernos.

Cuando he pasado por el puerto de Garrucha, un hombre estaciona su vehículo para recoger a su familia. Tiene la música alta y le digo: “no me agrada que me obligues a escuchar tú música”; “¿ah, no?” y se asombra de lo que le he dicho; mientras sigo adelante, reflexiono sobre lo dicho y pienso en la posibilidad de que alguien me diga: “no me agrada que me obligues a ver tu cuerpo desnudo” Y analizo las diferencias entre las dos afirmaciones. En el caso del nudismo, nadie obliga a nadie a mirar, si no quiere, lo mismo que nadie debe obligar a nadie a estar vestido o desnudo, ni debe haber una ley limitadora. En el otro caso, el de la música alta en espacio público, aunque no quiera, me obliga a escuchar; ya sé que muchos jóvenes lo hacen para agradar y mostrar el buen gusto que tienen al elegir su música preferida, pero aunque fuera música clásica de mi agrado, cada cosa tiene su momento y aquí estamos en un espacio público, donde se debe respetar el silencio (salvo el inevitable) y todo lo demás, como esta música con alto volumen, pasa a ser contaminación acústica. Otra cosa que suele ocurrir y es muy desagradable, es encontrarte playas en que la música con potentes altavoces, está ya institucionalizada. ¡Qué horror! Yo escapo de esas playas. Pienso en Kubrik y el tormento que propone al protagonista de su La naranja mecánica, que supone escuchar a todas horas la Novena sinfonía de Beethoven. El verano de 2011 será horrendo en algunas playas de Mallorca e Ibiza, de cuyo nombre no quiero acordarme. Playas atestadas de mayoría joven y con músicas de lo más machacona. Encontré en la playa frente a las islas Vedras (Ibiza) a dos chicas que tenían su hotel en una de aquellas playas y habían escapado de allí horrorizadas. Lo peor es que el hotel ya lo tenían pagado y, aquella noche, tenían que volver para continuar sus vacaciones. Antes de pasar del paseo marítimo a la playa, dos chicos me preguntan la hora; cuando se la digo, lo que yo había entendido no tenía nada que ver con lo que ellos me habían dicho; por lo visto, me habían dicho "hola". Se me presentan como franceses, pero el que lleva la voz cantante resulta ser portugués. Les digo que de allí vengo andando y empieza a hablarme de ciudades y pueblos lusitanos y destaca Peniche, un lugar de grato recuerdo para mí, ya que allí se me anunció la venida de mi tercer nieto, Gari y hubo accidentes de la costa que me gustó cómo los presentaban al turista y viajero; además fue puerto de salida y llegada de mi paseo por Islas Berlengas, geniales y con infinidad de gaviotas protegidas. Me dice que es de Alcobaça, ciudad que visité en viaje convencional en Semana Santa de 2007, previo a mi paseo costero de verano del mismo año, y que tiene una espléndida catedral donde el rey, que no recuerdo su nombre, consiguió poner en un mausoleo a su amante, doña Inés de Castro, con la que no le permitieron casarse. Me despido de los dos chicos y bajo a la playa. En este último tramo del paseo emito varios achises, una forma de reacción de mi cuerpo para evitar resfriados. Cuando no me salen, miro al sol, que me ayuda. Durante el paseo voy pasando por playas que van cambiando de nombre aunque, en realidad, toda es la misma playa. Paso a la orilla del mar, puesto que ya me estoy acercando a Vera y no sé en qué momento comenzará la playa a ser nudista.

Vera: playa nudista con mucha tradición
Como pronto voy a entrar en zona nudista y no quiero que me persigan como a un paparazzi, y quiero que conste la playa de Vera, fotografío a esta niña que está muy orgullosa de su castillo de piedras. Pregunto al socorrista y me dice que la zona nudista está antes de la zona arbolada del fondo. Lo veo muy lejos, y dudo si salir a carretera para hacer al caminar menos penoso, pero continúo por la orilla, entre otras cosas, porque al ir descalzo, me evito seguir dañando mi rozadura producida por la sandalia. Pero poco después de dejar al socorrista ya me encuentro al primer hombre desnudo que conversa con otro en bañador: “para gustos se han hecho los colores”, pienso y me agrada la libertad de cada opción. Poco más adelante encuentro a otra mujer nudista y, a renglón seguido, ya se empiezan a ver desnudos más generalizados. Ya en zona, me desnudo y me doy el primer baño de la tarde y paseo hasta el espigón para secarme y observar el ambiente. He dejado mi equipaje abandonado cerca de la orilla. En el espigón, me pongo a hablar con padre e hijo que se bañan allí. El hijo se queda excluido de la conversación y, tras un rato de charla y como me estoy quedando frío, decido volver hacia mi sitio, hacia el sur, donde vuelvo a bañarme. La gente desnuda va con naturalidad, pasea, se baña, juega a pelota con palas y también hay textiles que hacen lo mismo; ¡perfecto! Estoy muy a gusto. Donde estoy, la arena es fina y la entrada al mar tiene la inclinación suficiente como para que enseguida cubra. No ocurre como en esas playas bretonas en las que andas y andas y nunca cubre o donde el mar se va kilómetros y desaparece en la bajamar. Unos vecinos se han ido a pasear y, al volver, se disculpan con el que se ha quedado solo, ya que han caminado más de lo previsto. Los tres vecinos, uno con bañador, se van.

Un dibujo con personas
Me pongo a dibujar y me animo a dibujar personas. Como van a estar en primer término, primero las dibujo a ellas y luego haré el contexto y el fondo. No me resulta nada fácil, ya que no domino las dimensiones del cuerpo humano y, por otro lado, los paseantes no paran ni posan, sino que siguen su camino y yo hago lo que puedo. Me han quedado muy estáticos, muy rígidos, no consigo plasmar el movimiento de la marcha, y si analizamos las proporciones, distan mucho del hombre de Vitrubio de Leonardo da Vinci. Terminado el dibujo, al menos me sirve para el recuerdo y para intentar mejorar. De octubre de 2010 a diciembre de 2012 he ido asistiendo semanalmente a ejercitar el desnudo masculino (martes) y femenino (miércoles) con modelo en la Asociación Artística de Gipuzkoa de Donostia-San Sebastián y, creo, que algo he mejorado desde entonces; pero una cosa es el modelo estático y otra el dinámico. Los personajes me han quedado como un pegote; la montaña se ajusta bastante a la realidad y vuelvo a pintar nubes, como en Odeceixe, final norte del Algarve portugués. Llega una familia con hija e hijo, todos textiles y los dos hombres se ponen a jugar a pala. Tras un corto rato de paleo, Miguel se quita el bañador y se da un baño. En vista de lo cual, pregunto al chaval si me deja la otra pala mientras su padre vuelve; es una ocasión de oro que intento aprovechar. Interviene la madre de la criatura y me dice que no, así que vuelvo a mi sitio y me voy al agua. Todavía no he terminado el dibujo; luego lo continuaré, aunque volveré a tener mis clásicos problemas con el paso del tiempo y los cambios que va produciendo en las sombras de la montaña. En el agua me pongo a hablar con Miguel, el palista nudista y le cuento mis encuentros en el Barronal y el abrazo con Salva. Miguel me responde: “todos tenemos nuestra historia”. Me cuenta el momento que se quedó sin trabajo, con una edad difícil. Se dedica al sector del automóvil y me dice: “la crisis es para todos”. Se ha tenido que reciclar y, a veces, aguanta más de lo que debiera, pero ya sabes, me dice: “por la familia…” Salgo del agua, paseo en las dos direcciones; nuevo baño. Termino el dibujo. Meto toda la ropa en las mochilas, incluidas las sandalias y camino en dirección norte, hacia Murcia, a la que llegaré mañana al atardecer. No he visto Puerto del Rey y, cuando pregunto, me dicen que ya me lo he pasado. Entonces pienso que no puede ser un puerto convencional, con salida al mar, porque he seguido todo el rato por la playa y no he visto puerto alguno, salvo el de Garrucha (en el desayuno de mañana, cuatro mujeres me dirán que es una urbanización peculiar). Ya pasado el espigón, al que antes había llegado paseando sin equipaje, veo en la explanada a un grupo de jóvenes y adultos desnudos que juegan al voleibol. Les veo un poco jugar el partido y me voy. Parece que es la zona donde está enclavado el Hotel nudista tan anunciado. Adiós a la playa nudista de Vera. Cuando vuelva en invierno de 2011 será un día ventoso y el lugar me resultará irreconocible; me daré un baño simbólico, ya que no apetecía mucho.

Caminando hacia Villaricos que pertenece a Cuevas del Almanzora
En la plataforma siguiente ya no hay nadie desnudo, así que, antes de pasar a la zona arbolada, me visto y me acerco a preguntar a un pescador, quien me recomienda pasar Villaricos para dormir tranquilo. Pasaré por zona de marisma antes, me dice, pero cree que este año no hay tantos mosquitos como otros años. ¡Se verá! Veo a Antonio, pescando desnudo y que será el primero de la península que vea así; está abajo, poniendo cebo en el anzuelo, mientras su niño, Antonio también, está desnudo sobre la loma. Le comento la singularidad de su caso y me voy. Continúo un rato descalzo por camino amables entre juncos y carrizos y llamo por móvil a Jose Martin. Me coge a la segunda llamada; está celebrando algo con familiares y me llamará el lunes desde el trabajo. Al menos ya sabe que estoy a punto de entrar en la provincia de Murcia. Siguiendo por el camino de marisma llego hasta el río y un chico, que está haciendo deporte corriendo, me dice que para pasar al otro lado tengo que ir hacia el interior y pasar un puente poco alejado. Desde el medio del puente, veo el río entre cañaverales, pero no consigo ver la forma en que desemboca en el mar. Alguien me había dicho que se podía pasar por la orilla, como si fuera un cauce seco. Cuando anuncian la proximidad de Villaricos, también indican que es la parte costera del municipio de Cuevas de Almanzora. En su entorno hay un puerto y varias calas.


Durmiendo mal sobre piedras en playa La Dolores
Me han recomendado que pase a la zona norte del pueblo y casi todo el recorrido lo hago por carretera hasta llegar a la playa de la Esperanza. Continúo a playa La Dolores. La esperanza se convertirá en dolores. Los que me dicen, ya en la playa La Dolores, que el lugar es adecuado para dormir, porque es tranquilo, son: Regina, su hija Alicia y Asun y su marido, Pedro. Está ya oscureciendo. Me invitan a una lata de cerveza. Hablamos con mucha confianza, como si nos conociéramos de toda la vida, de pisos, rentas, separaciones, nudismo, de hijos, de respeto. Regina vivía en Barcelona y está en trámite de separación; sus dos hijos mayores le apoyan, aunque también quieren a su padre y mantienen relación con él. Ella está tratando de sacar todo lo que puede y, de momento está de renta en el pueblo que la vio nacer (creo que se refiere a Villaricos o Cuevas de Almanzora). El hijo menor tiene 18 años y está mal donde esté; ella pidió, no sabe si acertadamente o no, que se quedara con su padre. Le animo a que no le cierre la posibilidad de volver con ella, aunque sea con condiciones de cambio en su actitud. Regina tiene 53 años. El otro matrimonio parace algo más joven y tiene una hija de doce o trece años. Alicia me ha dejado su silla de lona que, al estar algo húmeda, me humedece el pantalón. Ella se sienta en dos piedras y, de vez en cuando, me hará alguna pregunta que muestra su interés por mí y mi viaje. Les hablo de mis hijas, de mis yernos y de mis tres nietos. Estamos tan bien que se nos ha echado la noche encima sin casi darnos cuenta. La luna ya ha salido; es como media luna en la fase de creciente. Pedro, para dormir, me recomienda el lado de las duchas con el fin de evitarme los haces de luz de los coches, pero yo prefiero el lugar donde estamos, pues en la zona de regueros de agua de ducha, es muy probable que haya, además de la humedad, mosquitos. Como la playa es de piedras, aunque bastante lisas y fáciles de acomodar, son muy negras y no me dan la garantía de limpieza necesaria. Veo unos trozos de pasarela de madera; el primer hombre que he visto al llegar me ayuda a trasladarlo, y trato de acomodarme sobre ellos, pero le faltan varios travesaños y, aunque trato de calzarla y acomodarme, será una decisión inadecuada que no me dejará dormir bien hasta que no decido desprenderme de la pasarela. Dos pescadores pasan a mi lado con sus linternas hacia la playa siguiente. Durante la noche, no sé con qué intenciones, llega una pareja, que se asombra de la magia de las rocas volcánicas. Se van hacia Villaricos, pero regresan con intención de colocarse cerca de donde estoy yo; no me han visto. Les hago saber mi presencia y, al poco rato, oigo cómo arranca un coche que, probablemente, sea el de ellos que se van. No logro ver la Osa Mayor. Los coches. al dar vuelta a la rotonda, lanzan sus luces hacia mi roca, como me había advertido Pedro. Coloco las mochilas de forma que me quiten la luz. Me he dado aloe-vera, con especial atención en la ampolla de la que ya se ma ha levantado la piel. Regina me ha regalado un bolígrafo.
En un día en que no ha habido encuentros importantes que destacar, me viene gratamente a la memoria el paseo matutino entre la playa del Sombrerico y la de Castillo de Macenas, que volveré a recuperar con el Imserso en 2011. También ha sido destacable la relación calidad-precio de la comida en el Brisson, muy bien atendido y con el extra de la inauguración de los Juegos Olímpicos. La grata conversación variopinta con Regina y sus amigos en la playa La Dolores de Villaricos y lo bien que me lo he pasado con baños, y dibujo en la playa nudista de Vera. Curiosa también la conversación en el agua con el marido de la mujer que no permitió que yo jugara a pala con su hijo.

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