jueves, 12 de abril de 2012

Etapa 46 (162) La Fabriquilla-Calas del Barronal

Etapa 46 (162) 03 de agosto de 2008
La Fabriquilla-Cabo de Gata-San José-Playa Genoveses-Calas del Barronal.

Aquí coincide con una doblez del mapa.

Domingo,
un día genial para quedarse sin batería
en un parque natural.
Me despierto a las 6:30 h. Me he levantado a orinar de madrugada, una sola vez. Ayer cené pipas de calabaza y me di masaje de aloe-vera, que ya se me está acabando. Me levanto a las 6:45 y a las 6:55 h ya tengo todo recogido en las mochilas, salvo la toalla. Ahora me doy el baño, me seco con ella y para las 7:10 h ya estoy en marcha, aunque retrocediendo hacia La Fabriquilla para poder coger la carretera. Asciendo por un asfalto muy deteriorado y enlazo con la carretera nueva. Me gustaría llegar antes de la salida del sol para poder ver el primer amanecer del levante que ahora comienza. ¡Cuántos amaneceres me esperan con esta orientación! Espero disfrutar de la misma experiencia que tuve con los ocasos solares portugueses. 
 

Cuando llego a la parte más alta de la carretera, antes de que empiece a descender, saco una foto, todavía en penumbra, del Cabo de Gata. Será la última que sacaré en toda la mañana, y supondrá una lección que recibo por mi falta de previsión. En Gernika me había ocurrido lo mismo, y me lo resolvió un bazar chino; en Portugal, llevé batería de repuesto; ahora, recién entrado en el Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar, los recursos que tengo para resolver esta  imprevisión se reducen. Paso Cala Arena y llego al cabo; se acabó el sur peninsular. Me asomo al Mirador de las Sirenas y elijo posiciones bonitas desde donde poder sacar magníficas instantáneas del mar lamiendo las rocas.

Aprieto el pulsor, pero la máquina no me obedece. Como es problema de batería, la saco, la caliento entre las manos para que, al menos, me permita una instantánea de recuerdo, pero la batería no está dispuesta a hacerme ese favor y será un recuerdo que quedará en mi retina, pero no en les imágenes. Tendré que recurrir a postales para que, los que no conocéis a las sirenas, las podáis ver.
Postal del Arrecife de las Sirenas. Cabo de Gata.



Postal del Arrecife de las Sirenas. Cabo de Gata.

Felipe tiene a su mujer dormida en el coche y se ofrece a llevarme a San José, pero el resultado puede ser incierto, y más siendo domingo, por lo que declino su invitación. Me cuenta que ayer estuvieron en Benahadux, donde dicen que hoy se cumple el aniversario de un apagón y que este día celebran la fiesta de fin de año, con uvas y todo. Hago algún intento más de calentar la batería, pero sin éxito, así que me despido agradecido de Felipe y voy hacia el entorno más bonito de costa playera de todo el litoral peninsular, pero sin ninguna posibilidad de plasmarlo en mis imágenes.

Sin diapositivas hasta San José de Cabo de Gata.
Llego al Domo de Cabo de Vela y la Playa de Cala Rajá, donde destacan unas rocas blancas que contrastan con el gris negro de la roca volcánica. Estoy con unos pescadores a los que los guardas les han echado bronca por haber dejado unas latas en el suelo; me dicen que tienen intención de retirarlas al marchar. Le comento que los guardas hacen bien en recordar esta labor de limpieza ya que, cuando he salido del lugar donde he dormido en La Fabriquilla, donde ayer había una familia armando jaleo y disfrutando del anochecer, he visto una bolsa llena de basura tirada entre las rocas. “Pagan justos por pecadores”, me dirá uno de los pescadores. Hay una carreterita que asciende a la cima de El Domo pero, sin necesidad de ascenderla del todo, a mano izquierda, se inicia un camino de tierra y piedra que empieza a descender hacia las demás playas. El camino es magnífico y la vista hacia San José también lo es, con una costa llena de playas bonitas. Este camino que desciende es sólo para bicicletas y peatones aunque, ya en la llanada, los vehículos pueden circular a velocidad reducida. Tras el descenso, la primera playa que se ve es Cala Carbón, pero no visitaré ninguna de ellas, ya que mis prioridades son: desayunar, comprar batería y, algún rollo de diapositivas que pueda conseguir, y eso sólo lo puedo hacer en San José de Cabo de Gata. Cuando llego a la altura de la Cala de La Media Luna, dos chicas de la Junta de Andalucía, que van en coche, me dicen que quedan tres cuartos de hora para San José; habría preferido información en kilómetros, ya que cada uno sabe lo que le cuesta hacer un kilómetro. La primera parte de la carretera de tierra, ha sido regada para que los coches no levanten polvo; espero que hagan lo mismo con el resto. Al llegar a Genoveses, observo que hay muchísima gente. En ese momento me pasa un camión con depósito de agua para riego, así que se confirman mis expectativas: ¡van a seguir regando! Me pasa un coche, para, y sale una chica, que es la que conocí llegando a Conil de la Frontera (Cádiz), en Cala Aceite y que allí estaba haciendo un curso de surf; me cuesta reconocerla pues ha cambiado de “luck”, ahora muestra un aspecto más veraniego, se ha cortado el pelo y teñido de negro. Ahora sigue con la ejercitación de lo aprendido de surf y va con su pareja y dos niños y las tablas en la vaca. A Luz la conocí el uno de julio. Le ha agradado verme y comprobar que sigo adelante y a mí también que me haya reconocido y parado. Nos despedimos y cada uno sigue su camino. El viento cambia de dirección y algunos coches no acatan la recomendación de reducir la velocidad a 20 km/hora, para no levantar polvo por la pista de tierra. Todo contribuye a que tenga que tragar más polvo que el deseado. Finalmente, llego a San José.

San José de Cabo de Gata: 1ª aproximación.
Desayuno (2,70 €) en Andrea con Andrea, sus padres y su hermano; lo que da pie a que hablemos de andrea-andros y la señora vasca. Andrea en Italia es nombre de varón y en el país vasco andrea es el nombre que reciben las mujeres, ¿reminiscencias del matriarcado vasco? Con los que hablo son Francesco, Bárbara, Alexandro y Andrea. Los varones son romanos, aunque Andrea sea de Bolonia. Hablamos de mi paso por las ruinas romanas de Bolonia (Cádiz, de nuevo) y la magnífica playa nudista hacia las piscinas naturales de Baleo Claudia y, también, de Ostia Antica y sus más interesantes ruinas romanas y también de la sorpresa que supuso para mí Rávena. Les hablo de mi viaje, les enseño mis dibujos, y me dan agua. La del grifo no es potable. Mis intenciones son: comprar batería, comer y retroceder hacia Cala Carbón. ¡A ver si se cumplen mis propósitos! Encuentro la batería en un lugar en el que me atienden cuatro mujeres, la compro y la pago (3,40 €); luego volveré a comprar sellos y postales (8,82 €).
 
Me dan la batería vieja para que la deposite en el centro de salud, pero como es domingo y está cerrado, la entrego en el kiosko de al lado, donde tampoco tienen el rotulador que busco. Como la una me parece hora temprana para comer, habiendo desayunado tan tarde, como en la calle seis higos chumbos por un euro. Están muy ricos. En El Emigrante como gazpacho y filete con patatas fritas. Todo está bueno. Pago 17,50 € y me voy. Ya sólo me queda señalar que he comprado agua (0,35 €), la más barata que he encontrado, y fruta (1,57 €) dos briñones y dos mandarinas. Y estas cuatro frutas serán los elementos adicionales más pesados que acarrearé para iniciar mi procesión de retroceso hacia el Sur.

En marcha hacia Los Genoveses
con pamplonicas y madrileños.
Con el peso adicional de la fruta y el agua, algo que no suelo comprar porque me adapto a las aguas del lugar, pero que aquí, como me han asegurado que me sentará mal, no me he arriesgado, salgo hacia la playa de Los Genoveses. Terminada la carretera de asfalto y para no ir por la pista de tierra que, ahora, tiene mucha circulación, cojo un camino hacia la izquierda, por el que esta mañana he visto salir a una pareja. Fotografío el molino que ya había visto por la mañana. Un grupo continúa por la carretera polvorienta pero, un poco más adelante, coge otro camino que enlazará con el que yo llevo. Al encontrarnos, les digo que pensaba que iban a playa más al sur, hacia Monsul. Dos chicos son de Pamplona y una chica también, pero que vive en Madrid; les acompaña otro chico de Madrid y otro de Granada; va otra chica más que creo era también de Madrid, pero que no lo puedo asegurar. Como van hacia Los Genoveses, iremos juntos hasta allí y me quedaré un rato con ellos. Les interesa mi viaje y como el angosto sendero exige casi fila india, iré hablando sólo con la pamplonica. En la playa lo haré más con el madrileño. La Playa de Los Genoveses es una playa abierta, aunque por el lado sur hay un cabo muy saliente que cierra como una bahía, con el promontorio de San José, al norte.
 
Es probablemente la playa más grande de este entorno y mi primera foto está orientada hacia el Norte, que es la parte menos espectacular. Tendremos ocasión de ver el otro lado cuando lo fotografíe mañana camino de Las Negras. Llegar a una playa donde se practica nudismo, en domingo, puede resultar un fiasco para más de un nudista. No hay nadie que se desnude, así que no estoy muy cómodo y, tras darme dos o tres baños y charlar un rato, me voy. Hay otro motivo para huir, ya que el viento levanta la arena y la deposita sobre las toallas y el grupo duda entre quedarse o ir a la playa de piedras donde, al menos, se quitarán el problema de la arena volandera. Sin saber su decisión, cojo mis mochilas y, tal cual estoy, voy caminando por la orilla de la playa, hacia Los Amarillos. Los Amarillos están al otro lado de la montaña con subida y bajada complicadas, aunque suben y bajan niños; tampoco logro saber por qué se la llama así, ni puedo descubrir alguna característica que determine definirla con ese color. Saco foto. No logro saber tampoco cuál es la Cala Chica que me recomendaron Paqui y Juan, los padrazos.

Un encuentro que me hará cambiar de óptica.
Llego, por buen camino, a playa con arena central seca pero, como está subiendo la marea, no tengo certezas de que la parte de arena seca no se vaya a inundar también. Coloco mis mochilas en la zona donde hay algunos nudistas, hacia el medio. Una de las parejas son Pilar, de Murcia, y Feli que, no sabiendo de dónde es, me dicen que se acaban de casar y que están con otra pareja celebrando su luna de miel. Me comentan que a su boda vino invitada Natalia Cano, amiga de Pilar, a la que ya conoceréis cuando parta hacia la costa gala en 2012, que trabaja en Multiópticas en el Centro Mendibil de Irun, ciudad en que puso un negocio de lencería erótica que no cuajó. Ellos se tienen que ir y yo me quedo un rato más, pero este encuentro ya servirá para conocer a Natalia y, en un momento dado, en que tuve que recurrir a ella por razones de mi presbicia, cambiar de Multiópticas, ya que antes la tenía en San Sebastián, pues allí vivía cuando empecé a usar las no estándar. Por eso digo que mi encuentro con Feli y Pilar me llevó a cambiar de óptica.

Dibujo en las calas del Barronal.
Cuando las dos parejas se van, otra pareja tontea en la orilla. Pegado a la roca está Jesús, de Madrid. Hablaré con él mientras dibujo el lado norte de la cala, una de las del Barronal, con el camino que he descendido para llegar a la playa. De vez en cuando me doy un baño y continúo dibujando. Jesús está, con unos días de vacaciones, en la zona, pero su mujer no. La pareja de la orilla, hace falos en la arena y yo también, como si estuviera con mis nietos. El sol me sigue jugando malas pasadas con los cambios en las sombras que produce a lo largo de la tarde y el paso de las horas. Como he subido a las rocas, esto también me ha producido un cambio de perspectiva que distorsiona el dibujo, pero al menos sirve como ejercicio para el recuerdo. Me despido de Jesús y de la pareja y también de los textiles del otro lado con los que, ¡cómo no!, también he hablado.

Buscando sitio para dormir esta noche.
Bilbainos.
Asciendo la montaña y paso a la siguiente; a la que viene a continuación, accedo bordeando por la orilla de roca y arena y, al dar el recodo, me encuentro a una familia de Bilbao que ya tienen cogido el aprisco-cueva para pasar la noche y se lo van repartiendo entre ellos a lo largo de las noches que pasan por la zona. Todas las noches duerme alguien del grupo allí. Hoy le toca al matrimonio mayor. Ella es hermana del que se va con el matrimonio joven y la niña. Dejo las mochilas cerca de la orilla y me baño, a la vez que lo hacen el padre joven con su hija, aunque no tengo certeza de que no puedan ser hermanos con mucha distancia de edad. Dejo a su cuidado las mochilas y ya sin peso y ligero de equipaje (otra vez Machado) y del todo desnudo, camino hacia la siguiente, en busca del acomodo nocturno deseado.

Salva expía penas de amor.
En la siguiente playa conozco a Salva, Lotte y Walker y dormiremos los cuatro en la misma playa. La playa es amplia, tiene pequeños apriscos con muretes de piedra, alguno adosado a la pared rocosa del fondo; dos de ellos ya han sido ocupados. Uno, esta misma tarde, por Lotte y Walker, una pareja de alemanes con una gran distancia de edad, ella es una jovencita, como mucho treintañera, y él un madurito, no demasiado alejado de la mía. El otro aprisco lleva días ocupado por Salva, que sufre por el abandono de su chica de toda la vida (cinco años). También hay dos chicos que se divierten y parecen más que amigos; juguetean con las olas y, aunque no veo razones para pensar en nada más que amistad, me da la sensación de observar un acto ritual de cortejo. La escena de los dos muchachos la veo a la vez que hablamos los cuatro desnudos; Lotte se cubre con toalla, no por vergüenza, sino por frío. Para los demás, no hace frío alguno. 

Lotte, sabe castellano y, además, es un encanto de mujer; alabo el gusto de Walker, al que se ve feliz y siempre sonriente, aunque alguno lo calificaría de asaltacunas. Nada más llegar a la playa, me pongo a hablar con Salva, que me ha parecido un chaval majo en horas bajas. Está profundizando un hoyo en la arena, le cuento el viaje que estoy haciendo y decido que voy a pasar la noche en esa playa. Vuelvo donde los bilbaínos para recoger las mochilas; se han entusiasmado con mis dibujos y, viniendo de Portugal, maravillados por lo exiguo del equipaje. Me enrollo más de lo debido, sabiendo que me voy a ir a la otra playa, y les enseño también mi esterilla y mi saco. Agradezco que me hayan guardado el equipo, me despido y me voy. Retorno a la playa que Salva llama del Basalto y que, como yo no veo ese nombre por ningún lado, interpreto que Basalto puede ser el nombre de una de las Calas del Barronal, como quizá lo sean también las que he pasado al venir y que una de ellas sea la Cala Chica o la Cala Príncipe que, aunque no las he detectado por su nombre, seguro que he pasado por ellas. Ya he elegido el aprisco en que voy a dormir, aunque Salva me invita a compartir el suyo, que está más protegido y con techumbre, para el caso de lluvia, pero la noche no se presenta amenazante, las zonas próximas a roca suelen tener animalitos y, aunque sea adelantarme en mi relato, no quiero que durante la noche me salga una hermosa rata del subsuelo, por haber ocupado con mi esterilla la bocana de salida de su madriguera, a la altura de la cabeza, como me ocurrió en una cala de Ibiza, frentes a Ilas Vedras, en verano de 2011. Cuando estamos de charla los alemanes y el rondeño, Salva vive en Ronda, pasa la familia de bilbaínos, los que sobran de la otra playa y sólo se han quedado los que piensan pasar allí la noche. Lo que Salva busca en el hoyo de la orilla es cebo para pescar, el isca que yo veía coger a los portugueses. Ha encontrado un aparejo y, ya que se pasa las horas del día allí, va a tratar de sacarle rendimiento al mar; además de desarrollar así su arte y tener una experiencia de subsistencia. El refugio del eremita es muy completo; además de estar protegido por piedras del viento, tiene un toldo que parte de las rocas del fondo. Luego, los alemanes, me dirán que el suyo está mucho mejor construido con dormitorio, cocina, sala de estar y comedor. Como no me subyuga la idea, ni siquiera me molesto en ir a verlo. Si hubiera sido una noche de lluvia amenazante, el planteamiento habría sido otro. Si alguna vez vuelvo solo por aquí, ya sé lo que hay y eso me basta; no siento mayor curiosidad. Salva también tiene nevera, así que si pesca en exceso, lo podrá conservar. 
 
Salva me da su e-mail salvaje para estar en contacto al finalizar la aventura de este año. El correo me lo dará mañana. Salva me cuenta que lo está pasando mal; que hace poco tiempo que le ha dejado su novia, después de cinco años de convivencia discontinua y cuando ya estaban haciendo planes de futuro. Hay dos razones que han influido. Una es que ahora Salva está en paro. El pasado año impartió un curso de talla, financiado por el ayuntamiento del pueblo, y éste, confía en que también le vuelvan a contratar, pero durante el verano no tiene trabajo alguno. Con su obra en piedra no ha sido muy conservador y, muchas de sus realizaciones, de diseño y creación propias, las ha regalado. Mañana me explicará un cuadro, que el llama Carnota, y que consiste en: una cuerda, una concha y la zona por encima de la cuerda, toda en negro. Es un alegato contra lo ocurrido en Galicia con el vertido de chapapote del Prestige y la zona blanca de abajo, significa la solidaridad internacional y del país para limpiar la naturaleza dañada y el daño hecho a los habitantes. Cuando escribo, me acuerdo que Antonio, el enamorado del indalo, que conocí ayer, también estuvo limpiando chapapote en Porto do Son durante cinco días. Salva, también hace algunas cosas de encargo. La segunda razón por la que ha sido abandonado y que complementa la primera, es que su chica preparaba oposiciones y ahora las ha sacado adelante. Con el puesto de trabajo que éstas le proporcionen, ella se siente más segura y Salva no le ofrece un trabajo con la deseada estabilidad. Si hay más razones él las sabrá y yo no me puedo inventar lo que no me cuenta. 
 
Le narro el abrazo que nos dimos Ole y yo en El Muerto de Almuñecar y veo cierto paralelismo en lo que Ole y Salva están haciendo. Comprendo que Salva debe hacer lo que está haciendo; vivir esta experiencia en su playa Basalto y salir fortalecido de ella para avanzar. Salva me dice que tiene un amigo en Galicia, con el que va a pasar allí unos días y una chica que le ha invitado a ir a los Pirineos; no sabe lo que puede pasar allí si va. Después de su última experiencia con su expareja, va muy resabiado, pero abierto a posibilidades. Está oscureciendo, los dos chicos ya han desaparecido y todos mis útiles hace tiempo que quedaron abandonados en mi aprisco, que consiste en un círculo de piedras poco elevado. En la zona de la gruta de Salva, las rocas rezuman calor y temo que pueda haber mosquitos; tampoco el exceso de calor me atrae para dormir bien. Me han ofrecido algo para cenar pero, como he comido bien, y hoy no he caminado mucho, me limito a comer alguna de las piezas de fruta que he llevado y aún me queda agua que, si me hubiera ido a dormir a la cueva, es probable que se me hubiera “evaporado”, como mañana contaré. Me despido de los tres, pensando en verme con Salva mañana. Él me dice que no me vaya sin despedirme y, si no está levantado, que le despierte. De los alemanes me despido pensando en que no los veré pero, los acontecimientos de la noche, harán que nos veamos los tres por la mañana. Osa Mayor, busco referencias para localizar a Escorpión que, con los datos de ayer, logro. Paso buena noche arropado por la presencia próxima de amigos. La última foto es la de despedida de los bilbaínos y las anteriores, que corresponden a estas calas del Barronal, son ejemplo de las intrincadas formas de las rocas próximas al mar y que voy pasando hasta llegar a la playa que Salva llama la del Basalto y que no vi confirmado su nombre en lugar alguno.

Lo más importante del día ha sido este encuentro con Salva, que pasa su calvario personal y al que me gustaría transmitir un poco de mi fuerza para ayudar a que lo supere, a sabiendas de que el esfuerzo sólo lo puede hacer él. El encuentro con los navarro-madrileños ha pasado con más pena que gloria y también ha sido curioso el del reciente matrimonio de Pilar y Feli, sobre todo, porque me proporcionará una amistad añadida, la de Natalia que, además, será una buena profesional para mi visión del futuro. Lo más curioso es que estoy retrocediendo como consecuencia de mi imprevisión, al no llevar batería de repuesto. Una batería que me ha transformado la geografía y el camino previsto. Ha estado bien el rato que he charlado con los italianos del Andrea.

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