jueves, 12 de abril de 2012

Etapa 40 (156) La Mamola-Guainos Bajos

Etapa 40 (156) 28 de julio de 2008
La Mamola-Melicena-La Rábita-Castillo de Huarca-Guainos Bajos.

Empieza la mañana en La Mamola.
Me levanto antes de las siete y me acerco al agua y entro por arena y sin rocas. El baño es reparador de la noche movidita. Me seco al aire y, para las 7:15 h ya estoy saliendo hacia el pueblo. Creo que hoy llegaré a Almeria. Primero camino por la playa y luego por el paseo marítimo. Ante mi pregunta de pertenencia de La Mamola a algún municipio más importante, un señor me dirá, con satisfacción, que tienen Ayuntamiento independiente “gracias a Dios”; por lo visto tuvieron que pelear mucho para conseguir la desanexión de Polopos y, aunque no fue fácil la gestión, ya llevan así cinco legislaturas liberados. Tendrán que informar a Mazagón cómo lo hicieron, pues allí también estaban hartos de su dependencia de Palos de la Frontera y de Moguer. 

Mientras que el camino, paralelo a la carretera a Almería, entre Castillo de Baños y La Mamola, era muy bueno, sobre todo hasta Los Yesos, el que ahora va hasta Malicena y La Rápita, es mucho peor; y eso que no es problema de espacio, sino de sensibilidad y voluntad de hacer bien las cosas y fomentar el senderismo. Saco foto de los primeros rayos de sol, queriendo romper la neblina, de Melicena. 
 
Me doy cuenta de que en mi mapa las distancias entre pueblos no se ajustan a la realidad y se me hará eterna la llegada a La Rápita. Un corredor entrenando que me cruzo y al que no digo nada, al volver y pasarme en mi misma dirección, le pregunto por la playa de El Ruso. Me informa de dónde está y de cómo llegar a ella y me la aconseja. Bajo por la carretera y veo, al pasar, un bar al que echo el ojo para luego, ya que lo primero es encontrar Caja Rural, aunque todavía me quedan más de 15 €; pregunto y me dicen que está en la misma calle. Entro, y la gestión resulta más lenta que en otras ocasiones, ya que el empleado que me atiende tiene percepción que lo debe de hacer de una forma y no pide, cuando habla con Nati, de Caja Laboral, la clave. Tiene que volver a llamar, pero ahora Nati está ocupada. Un compañero le informa de la necesidad de pedir la clave para poder hacer efectiva la operación. Por fin, hablará con Nati y quedará todo resuelto. Cuelga sin dejarme saludarla. Saco 300 € y coloco los billetes distribuidos por distintos lugares, unos más y otros menos accesibles. 

Voy a desayunar a El Refugio y pago 1,80 €, aunque ahora no recuerdo en qué consistió el desayuno. Luego volveré a comer al mismo sitio, así que se confirma que no era un mal refugio. Me enrollo un poco con los dueños y les enseño los dibujos y pongo a cargar el móvil, mientras escribo el diario. Me dicen que Correos abre de una a dos. Como voy a ir a la playa naturista de El Ruso, que no viene en mi lista de playas de la costa granadina, no sé si me acoplaré a esa hora tan ajustada de atención al público. Cojo el móvil, que no se ha cargado del todo, y enfilo hacia la playa.

En la playa nudista de El Ruso con Antonio.
Como he dejado la mochila en El Refugio, ahora voy ligero de equipaje (“casi desnudo/como los hijos de la mar”, que decía Machado) hacia el mar. Llego a la cima, donde hay un chalet en venta, antes del inicio del descenso, y donde dos perros me ladran. Ya bajando hacia la playa, veo un matrimonio nudista a poniente, mientras que a levante, una chica y un chico, con bikini y bañador, se hacen arrumacos y cogiendo calentón; un hombre en bañador lee el periódico cerca de los textiles y se ve su guitarra en la cueva, donde tiene sus enseres. Antonio ha llegado a la playa confiando en encontrar allí a una amiga, pero le ha fallado; tiene otra en Almería. Por eso se ha quedado en la cueva. Me informa que, probablemente, el lugar sea la cueva en que ejerció el ruso de anacoreta. Antonio se separó de su primera mujer y ahora tiene especial cuidado en mantener relaciones con otras pero sin caer en el mismo error; la experiencia es un grado pero, con la de aquí o con la de Almería, seguro que cae en más de lo mismo. Abandono a Antonio y la bajada a la playa se hace menos difícil de lo que me parecía desde arriba, salvo al llegar al cañaveral, que es la zona más húmeda y que, para sobrepasarla, habré de tener en cuenta dos dificultades: evitar un resbalón y el embarrado consiguiente y agacharme lo suficiente para evitar el entramado de cañas y ramas superior. Me sitúo en la zona cercana a los dos nudistas, pero sin avasallar, y me baño sin pensármelo dos veces, ¡qué delicia de temperatura! El agua está excelente y, para secarme paseo en dirección al hombre, pues la mujer se está bañando. Empiezo la charla contándole que a las siete me estaba bañando en La Mamola y explicándole mi viaje. Me despido y camino por la orilla hacia levante. No quiero molestar al lector, pero será él quien me recomiende que visite la otra playita que, probablemente, fuera la que usaba el ruso, por estar más resguardada (será difícil confirmarlo). Veo la playita, pero no tengo argumentos que confirmen o nieguen la estancia allí del ruso. ¿Quién era el ruso, a qué época se remonta su estancia? Antonio parece que quiere estar tranquilo, que preserva y defiende su espacio, pero luego se enrollará conmigo. Me cuenta que en su casa, que está un poco más arriba, ascendiendo la montaña, han estado unos navarros de Pamplona y que, uno de ellos, le recuerda mucho a mí. A ellos les gustaban más las Alpujarras que la playa, incluso cuando les llevó al Cabo de Gata, se veía que no disfrutaban tanto como en la montaña. Antonio, con otros tres, estuvo en Pamplona al poco de empezar a recorrer el Camino de Santiago, que iniciaron en Roncesvalles; allí se conocieron e hicieron amistad. Le va a decir al amigo que uno de Alsasua está haciendo el recorrido que yo le cuento, aunque si le gusta la montaña, mi camino no le dará ninguna envidia. Me doy varios baños y le cuento anécdotas del camino (Tarifa-Algeciras, Juan Carlos y Eli en Alcaidesa, Csaba en Sabinillas, Ole en Almuñecar). Comprueba que tengo la cabeza bien asentada, aunque al inicio había calificado mi viaje de locura. Todo va perfecto. Al darme el último baño, él también se baña; previamente se ha despojado de su bañador; reconoce que el agua está muy agradable. Antonio es transportista celador en Sanidad y se ha interesado por mis pies; no da mucha credibilidad a mi teoría sobre mi desplazamiento del papiloma plantar hacia el lateral izquierdo; estaría bueno que saliera de “motu propio” por la uña del dedo meñique del pie izquierdo. La pareja nudista de poniente ya se ha marchado y ahora se va la de textiles y les pillaré cuando ya están bajando la carretera; van con el culo mojado y les hago tomar conciencia de ello (por bañarse con bañador). Antonio se queda solo, ha tomado una cerveza y me ha ofrecido otra, que he agradecido y rechazado y, ahora, va a comer lo que ha traído. Cuando llego a la cima y al echar la vista atrás (otra vez Machado), ya no le veo.

A comer en El Refugio.
Retengo en mi retina la visión de la playa de El Ruso, y me digo: “qué bien he estado”. Pero debo regresar, ya que he quedado a comer en El Refugio a las dos. Llegaré seis o siete minutos más tarde. En el recorrido me he bebido toda el agua que había cogido. Me ofrecen ensalada y sardinas, que no serán en nada comparables a los espetos ni de La Victoria, ni de Torrenueva y, de postre, “crocanti” que, junto a las dos jarras de tinto de verano, pagaré 17 €. He puesto a completar la carga del móvil. En la televisión veo a Carlos Sastre que, finalmente, ganó el Tour de Francia, y una retahíla de victorias patrias como: el gol del “niño”, que dio la victoria a España contra Alemanía (magnífica noche de San Pedro en Sancti Petri), la victoria de Nadal en Winbledon, y alguna gesta deportiva más. ¿Será la política del PSOE, en el área del deporte, la que ha propiciado tantos éxitos?, me pregunto, o ¿pura casualidad, buena dirección y entrenamiento? Van a dar las cuatro, pongo un SMS a Montse y Juanjo, recojo el móvil, ya cargado del todo y lleno la botella de agua para el camino, sobre la que exprimo zumo de limón, para que me sea más tolerable ¡Qué poco me gusta el agua! No salgo sin hacer mi segunda cagada del día ¡Albricias! ¡Qué bien voy de vientre! Agradezco al dueño de El Refugio sus atenciones, aunque he dejado la última sardina, la más próxima al aceite, sin comer y, durante muchos días posteriores pensaré que estas sardinas no me sentaron nada bien y tuvieron consecuencias colaterales. La razón principal para dejarla es que la ensalada era copiosa y suficientemente alimenticia. El “crocanti” era un colombiano rico.

Acercándome a tierras almerienses.
Salgo por la playa hacia El Pozuelo, que pasaré pronto, y llego a la playa del Castillo de Huarea que, al estar poco concurrida y tener huecos para bañarme desnudo sin problemas, me tienta para baño, pero prefiero seguir por el interés de dormir esta noche en arenas de Almería. Un chico coloca dos sombrillas, parece que espera a más gente y me dice que prepara zona para la familia. Le pregunto cuál es el sitio idóneo para darme un baño en bolas y me orienta hacia la riera, torrentera o rambla, pues cualquiera de estos nombres es acertado. Por la estructura del terreno y cómo está encauzado, en algún tiempo, fue un lugar en que bajaba mucha agua; la anchura entre los dos potentes muros es considerable; estos muros protegen invernaderos y, al fondo, hay un puente de 7 u 8 ojos que es una muestra para pensar en el potencial de caudal de agua que recibía. Más al fondo, la autopista pasa por las alturas. Como me había dicho el chico de las sombrillas, a la salida de la riera no hay nadie, así que me doy un baño y, ya fresquito y seco, abordo el último camino del extremo este de la provincia de Granada. Me ha sobrevenido una diarrea que, sin tener motivo para pensar en otra razón, empiezo a achacar a las sardinas comidas, aunque quizás sea prematuro vaticinar que ese sea el origen. Tapo la deposición con la arena y confío en que el mar pondrá las cosas en orden. Así mismo, observo que también me han salido unos sarpullidos en los dos antebrazos y que los acepto como una reacción de protección hacia algo que rechaza mi cuerpo. Otro dato más en contra de las sardinas ¿por haber comido muchas (8), por haber sido refritas, por mala calidad? Veremos si no hay más consecuencias. 

Coger ese camino será un error, ya que luego tendré que cruzar la riera para retomar la ruta, pues ya he pasado Castillo de Huarea. Unos jóvenes norteafricanos, ¿de Marruecos, de Argelia?, me lo confirman. Al pasar, fotografío los postes sostenedores de las altas vías ruteras. Hay por debajo carretillas y coches que circulan por senderos por la riera. No es de sorprender que, en épocas de lluvia, éstos se conviertan en torrenteras y se lleven todo lo que pillan por delante en su lecho natural. Por estas rutas de tierra, ha llegado un coche a la zona solitaria en la que me he bañado. Después de hablar con los dos árabes, que estaban en una zona alta del camino por el que he pasado, uno baja al sendero por el que voy y, el otro, por un camino que viene de las casas. Al llegar, otro árabe en bañador y dándose palmaditas en la tripita, como es habitual en ellos, poco prominente, se asoma al precipicio y le digo: “no te tires” y me responde: “qué pena que debajo no hay mar”. Les saludo, y sigo adelante. Serán las 17:40 h cuando entro en Almería.
 
 
 Invernaderos: el mar de plástico almeriense.
Pareciera que se han acabado los invernaderos, pero no dejará de ser un espejismo, pues vuelven a proliferar. Ya en la carretera, un motorista ha estacionado su moto en el arcén y saca unas fotos. Yo también hago lo mismo. Destaca el contraste entre un puente convencional antiguo y los altísimos pilares que soportan la autopista (o autovía) y, en medio, una gran casa blanca, ¿un cortijo?, no consigue que el conjunto desentone en el paisaje. El motorista saca fotos para presentar en el concurso fotográfico que organiza el Colegio de Arquitectos de Cuenca y que, en alguna ocasión, ha obtenido algún premio. Ha salido hoy temprano y tiene intención de llegar a Tarifa, pero tiene la espalda muy cargada y teme que no va a poder llegar. El primer pueblo o pedanía que veo de Almería se llama La Alcazaba y, como no tengo mapa, no lo puedo localizar; espero conseguir algún mapa en Adra, aunque será difícil que llegue hoy. Me meto por el centro del pueblo y encuentro a un grupo que está de cháchara; no sé si es por el grupo, que no se muestra receptor o porque yo me siento cohibido, el caso es que no me siento animado a confraternizar. Al pie del acantilado, junto al mar, observo playas estrechas, pero no tengo certeza de que se podría ir caminando por la orilla y no me atrevo a acercarme para luego tener que volver a la carretera; máxime teniendo en cuenta que la carretera mantiene un buen arcén. Otra cosa que me desanima es que hay mucha distancia entre la carretera y la orilla del mar y ésta es muy vertical.

Atardecer entre rocas en Guainos Bajos.
Ahora la carretera empieza a descender y, al llegar a Guainos Bajos, bajaré a la playa. Busco un lugar de baño y para pasar la noche. Este pueblecito que se complementa con Guainos Altos, está bastante próximo a Adra; me lo confirmarán unas mujeres. Paso unas rocas y un murete que contiene la posible avalancha de un invernadero. Hay un murete con cierta dificultad; es de piedras y muy vertical y me fijaré en cómo lo pasan dos chicos que vienen en mi dirección. Empiezo a caminar por él, y me los cruzo hacia la mitad; alguna piedra resbaladiza exige atención especial. Cuando estoy terminando el paso del murete, una pareja sale de la playa; corro y los alcanzo antes de que desaparezcan. Me informan de que el camino por el que van a ir les lleva a la carretera, así que tomo nota para mi salida de mañana. Viniendo por la carretera, esta playa tiene acceso fácil (lo comprobaré mañana) pero, por donde vengo, está siendo complicado. Casi al fondo de la playa, hay una pareja con sombrilla y un chico tocando la guitarra y me informan que ven pasar gente que no regresa, lo que les hace pensar que por la orilla se puede llegar a Adra. También al final, una mujer joven, junto a las rocas, da un potito a su niña, mientras su marido, con neopreno, revisa la previsible existencia de peces y crustáceos cerca de la orilla. A él sólo le veré de lejos, cuando sale del agua. Dejo las mochilas a buen recaudo, me desnudo, me baño y me siento sobre roca suave y caliente. Hago sonreír a chavalillos que pasan por la orilla, en las dos direcciones, y que se sorprenden al verme desnudo; unos se avergüenzan y otros saludan, pero no se atreven a hablarme y yo tampoco tengo intención de violentarlos. Prefiero que lo vayan viendo como algo natural, para que se vayan acostumbrando y cada día sorprenderse menos. Dibujo la roca más próxima, que tiene dos huecos internos y me queda mejor que lo que hubiera podido vaticinar. Aunque escribo en el dibujo Guainos Bajos y Altos, en realidad allí estoy sólo en los Bajos (por la mañana veré la desviación de la carretera hacia los Altos). En el dibujo, además de la roca, aparece parte del pueblo y el invernadero del murete, que tanto me ha costado soslayar.

Preparando la cama de piedra.
Ya se han marchado los de la guitarra; también el trío familiar. He terminado el dibujo, que a acabado con salpicones de mar, propiciados por las olas al romper bajo mi roca, que ya no está tan caliente. Recibo las primeras gotas saladas en el primer dibujo de mi nuevo Moleskine. Dice la envoltura, que lo usaron Van Gogh, Picasso, Hemingway… Chatwin y que se había dejado de fabricar hasta que en 1998 han vuelto a ser reeditados. Unas gotas han caído sobre el dibujo y producen unas manchas entre gris-azuladas que, con el tiempo, desaparecerán. Otras gotas caen sobre el cuero negro de las tapas, que seco con mi torso caliente todavía por el sol del día. De lejos, veo en la playa una figura, que me parece de mujer, aunque no la veo con nitidez. Me visto y recojo mis mochilas para pasar al otro lado y elegir mejor lugar para montar mi lecho. En el invernadero, que ahora compruebo, tiene el portón abierto, un hombre en bañador, entra y sale de continuo; le veo pasar la manguera y me parece que me ve y duda en si venir o no a decirme algo. Decido no darme más baños y aliso una parte de piedras planas para hacer allí mi cama; a pesar de poner todo mi interés, no conseguiré hacerlo totalmente horizontal; también la cabeza me quedará algo más baja que el cuerpo y, en conjunto, no será buena señal para dormir bien. Durante la operación de horizontalización de las piedras, mato dos arañas, una de ellas, muy gorda. La razón de matarla es para que no me pique durante la noche. Ya sé que yo soy el intruso, yo el que me he metido en su espacio, en su hábitat, pero no quiero que me pique. Hecha la operación de alisado, extiendo la esterilla y el saco para dormir. Leo el mensaje de Juanjo y Montse y hablo por teléfono con Sara. Quedó la 9ª en la oposición, lo que le permitirá coger plaza cerca de Donostia-San Sebastián. El primer año es cómo de prácticas y el próximo será de concurso restringido para poder coger la plaza ya en propiedad. Todavía puede haber reclamaciones y producirse algún cambio, aunque van a ser muy estrictos con ellas. Están cenando los cuatro en una terraza de Rosas (a lo mejor Jokin ya está en camino). Besos. Mando mensaje a Vera para decirle que mañana le mando paquete por correo y que lo abra; que estoy cerca de Adra, ya en la provincia de Almería. El vecino del invernadero no termina de cerrar el portón, pero al fin veo que se va. Como no puedo hacer cena formal, como el último briñón que me dio Juanjo, e inicio el pequeño tuperware con las últimas pipas de calabaza (espero que la próstata me las agradezca). Orino y me acuesto, como hace calor, con la cremallera bajada. Parece que ahora el aire rola de levante, pero no se ve clara su definición; mientras preparaba la cama, rolaba de poniente. El cielo está limpio y azul y empiezan a coger intensidad las estrellas. Veo detrás, hacia el interior, las tres estrellas luminosas que componen el mango del carro de la Osa Mayor, pero es por mi posición; si estuviera frente al mar, las tendría a mi derecha, a levante. Duermo relajado.

Hoy ha sido un día sin grandes acontecimientos, quizás lo más interesante el encuentro con Antonio, el conductor-celador de sanidad, y el haber reiniciado mis dibujos en la nueva libreta, pues no había dibujado nada desde Salobreña. También útil, para ver cómo voy en mi previsión del viaje, es que hoy he pasado de Granada a Almería.

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