viernes, 13 de abril de 2012

Etapa 56 (172) Campillo de Adentro-El Portús

Etapa 56 (172) 13 de agosto de 2008
Campillo de Adentro-El Portús.

Noche de estrellas fugaces. El camino de María Ángeles
Aunque una de estas noches vi algún meteorito, me he perdido la noche de estrellas fugaces que se suele producir en torno a San Lorenzo, el 10 de agosto. Me despierto a las siete, recojo todo, tras orinar en la finca de al lado de la ermita, y para las 7:15 h ya estoy en marcha. No sin antes dejar recogida mi botella de plástico de agua, una lata que encuentro tirada por el suelo y una figurilla de cera olvidada que dejo en el alfeizar de una ventana.


Continúo por el camino que ayer interrumpí al llegar a la casa roja, siguiendo las instrucciones de María Ángeles y tardo unos 50’ en llegar al cuartel de la Guardia Civil abandonado y que ya me permite ver en todo su esplendor la bahía de Cartagena. He cogido y comido cuatro higos más hermosos que los de ayer tarde. Cuando he abandonado la carretera que iba a las instalaciones militares, el camino que inicié ayer va cogiendo un magnífico aspecto que me va dando buenas sensaciones. Sobre las 8:15 h se acaba el camino ancho y comienza un sendero. Al final del ancho hay un coche, pero miro la matrícula, que en seguida olvido, y sigo por sendero erróneo; es de tierra y piedra, de los que me gustan, pero me costará encontrar el sendero correcto, pues me meto en torrentera seca, con vegetación, y me doy cuenta de que me he equivocado.

Como no es difícil caminar por la torrentera, continúo hasta que doy de nuevo con el sendero correcto. Ya en él, hacia las 8:45 h, me encuentro con un pescador con niño, que me dice que han pasado la noche pescando en la playa; el niño ha dormido en el saco y él viene cansado; se le nota en la cara. Me dice que más adelante tendré que subir una montaña y que él nunca ha visto por allí ningún camino. “Ya se verá”, pienso, pero me siembra nuevas dudas.

La bahía de Cartagena
El sendero me va llevando hacia el cuartel abandonado, de donde disfruto de una bonita vista de la bahía de Cartagena. El cabo Falcón ya lo dejé ayer del lado de La Azohía y ahora el que me recibe de este lado de la bahía es el cabo Tiñoso.




Como el sol empieza a dar de levante, la costa y playas de este lado se aprecian en toda su magnificencia de tierra virgen inhabitada; no ocurre lo mismo por el lado de Cartagena, ya que sus costas, siendo también espectaculares, permanecen en penumbra debido a la posición del sol. Pasado el cuartel de la Guardia Civil abandonado, el sendero va bajando paulatinamente y llego a una playa que, supongo, es en la que han estado pasando la noche pescando el padre y el hijo que acabo de saludar.


Ya en la arena, me desnudo, doy un baño y me seco paseando por la orilla. La playa está en penumbra y sólo empieza a iluminarse por el sol el lado sur. A pesar de estar en sombra, no hace frío y el baño resulta satisfactorio.










Empiezo a tener problemas con la máquina de fotos; no me deja sacar en zona de penumbra, ni siquiera con flash. Me apetece foto del camino en zig-zag que veo desde abajo y que asciende la otra ladera de la montaña que, también supongo, es en la que el pescador me ha dicho que él nunca vio camino. “¡Abría que estar ciego para no verlo!”, pienso estupefacto. Es evidente, aún estando en sombra. Mientras me seco, oteo el interior boscoso de la playa, hasta que doy con el lugar de inicio de este ascendente y duro nuevo camino. Según los datos que doy, en la primera comunicación con Oscar, ya finalizado el viaje, me dirá que ésta es la playa o cala Aguilar.

Una vez seco y vestido, abordo el camino serpenteante a las 9:15 h y llego a la cima media hora después. Como veo un camino muy aparente hacia un torreón a la derecha, lo asciendo hasta llegar a un aljibe. El aljibe tiene un método para recoger agua, pero el sistema de enlace de la jícara no tiene la largura suficiente como para llegar al agua depositada al fondo y que, además, no me da muchas garantías de salubridad. Tendría que soltar los nudos y tratar de llegar al agua con mi brazo, pero desisto. Hay una nota inscrita en placa metálica para que nadie sea imprudente  y contamine el agua.
Como seguir hacia el torreón por sendero tan vertical me va a suponer hacer un camino de ida y vuelta, decido retroceder al recién dejado que, pienso, me va a llevar a El Portús que, desde la “V” que forman las dos montañas, me paro a contemplar.
 



Rememorando El Portús
Desde allí ya me voy situando en el recuerdo que tengo de El Portús de los inicios de los ochenta, en mis primeras experiencias de nudismo solitario en un colectivo nudista. En aquella época no me permitieron entrar en el camping porque no tenía carnet de nudista y porque iba solo, aunque solía ir a menudo a la playa nudista a pesar de las dificultades de acceso que habían interpuesto, para convertirla en exclusiva para los nudistas acampados. Al principio me dio mucha rabia que me excluyeran, puesto que ya llevaba un tiempo practicando nudismo con convencimiento, pero luego me alegré, puesto que la estancia me habría salido carísima. Máxime cuando un estudiante de geología francés, Jules, me admitió como copartícipe en un bajo que había alquilado y que tenía un montón de camas libres.

Jules, geólogo parisino, pasaba en estas tierras una temporada para sus estudios de vulcanología y me invitó a hacer un recorrido por las montañas en el que me explicó las características de muchos de los minerales que encontraba. También me hizo el dibujo de un laberinto que no recuerdo si era el de la catedral de Reims; dibujaba muy bien. Un día hicimos un viaje en su coche a Lorca, a casa de unos amigos, y dormí de tan mala manera que el recuerdo que tengo de Lorca es como para olvidar. De regreso nos dimos un baño en alguna playa de Mazarrón que, al pasar por allí ayer, me fue imposible de localizar.

Como Jules era chaval con escasos recursos, algún día le invité a comer y a cenar y también fuimos una o dos veces a la playa. Fue una estancia de la que guardo buenos recuerdos, aunque también era una época de mi vida en que estaba confuso por la novedad de la práctica del nudismo, el esfuerzo por la combinación de trabajo y estudio, y la necesidad de descanso con  la que llegué allí aquel verano. Respecto al camping y su playa, en El Portús, entre en relación con un matrimonio que tenía una niña. La madre tenía una malformación, no sé si producto de accidente, en una pierna que le producía una cojera y me encantó que no tuviera complejos para exponerse desnuda en público. También otro detalle que me comentaron: censuraban que a mí no me permitieran entrar en el camping y, sin embargo, fueran tan liberales como para tener acampados a una pareja de chicos homosexuales holandeses. Faltarían años para que llegara la ley Zapatero.

Pierdo el camino hacia El Portús
Bueno, toda esta digresión, viene a cuenta de la vista que desde la “V” de valle observo al otro lado del torreón y del aljibe. Aunque no he podido sacar la foto en la playa, ahora, con la vista de El Portús hacia levante, me resisto a no tenerla, así que saco la batería, la caliento entre las manos y la vuelvo a poner en la cámara y ¡oh maravilla! Aparece la imagen de la pila cargada en su totalidad; ¿cuál habría sido el motivo de fallar antes?, ¿se habría desencajado la batería?; es lo más probable, ya que no hace tantos días que la puse nueva en San José de Cabo de Gata. No me he atrevido a coger agua del aljibe, voy muy justito de líquido y a las 9:50 h estoy en marcha hacia la cima siguiente. A las 10:20 h hago cima y continúo llaneando. Bebo agua y como el plátano que me quedó de ayer y a las 10:35 h llego a la cota más alta y ya definitiva. Dudo en qué dirección seguir, pues el camino que continuaría por el acantilado parece que se va perdiendo, quizás por falta de usuarios, y no me da garantía. Decido coger otro que va más hacia el interior y acabo saliendo a carretera.

Encuentro una langa baja que paso por encima y encuentro, al otro lado de un murete, en el que apoyan sus espaldas, sentados, a un padre y una niña que han recogido su tienda, pues vinieron ayer a pasar la noche para ver estrellas fugaces. Me dicen que han visto muchas y que hoy habrá más. Este encuentro fortuito me aporta la fortuna añadida de que el padre de la criatura me indica un lugar en que mana agua fresquita de manantial, ¡gracias! El lugar está cercano a una casa. Ya en el lugar, termino el agua que me quedaba, la que iba dosificando, lleno el botellín de ½ litro y me lo bebo enterito; ¡Qué rica!, y eso que a mí me gusta poco el agua pero, ¡cuándo hay necesidad! Tras hacer un pequeño recorrido por los alrededores de la fuente y casa, inicio el descenso por la carretera que, entre 10:45 y 11:45 h me llevará hasta El Portús. El último tramo ya me resulta familiar, como mañana el recorrido por carretera entre El Portús y Cartagena. De primeras, veo la entrada privada al camping y el camino que lleva a la playa intermedia.

El chiringuito de Nora
Como la hora es tardía para desayunar, pero temprana para comer, me acerco al restaurante al que solía ir a comer en mi primera incursión en El Portús  y compruebo con estupor que ha desaparecido. Pero el problema no es que haya desaparecido, sino que no hay ninguno más en toda la zona. Menos mal que he comido los cuatro higos y el plátano. Me acerco al chiringuito de Nora. Se ve que la he pillado en mal momento; quizá de rabia contenida que pago yo por no poderla canalizar hacia el verdadero causante. Me dice que no hay ningún restaurante hasta 4 km siguiendo adelante, hacia Cartagena. No tiene café, ni nada caliente, así que el desayuno convencional queda descartado. Le digo que no he desayunado, pero ella no me da alternativa; sólo patatas fritas, gusanitos y otras mierdillas en bolsita. De lo que veo que ofrece, al final, pensando en que mi estómago no está muy católico, me decido por un granizado de limón (por el limón, no por el hielo), que dejaría calentar pero, veo que alguien le pide leche merengada y le pido uno y luego otro, y así me bebo dos vasos grandes (4 €). En el precio está incluida una botellita de agua de ½ litro.  Le pregunto por qué no me había ofrecido esa alternativa y me da una respuesta absurda, “¡qué sé yo lo que tú quieres!” Le podría haber contestado: “¿qué sé yo lo que tú tienes?”, pero me habría metido en una dinámica difícil y sin salida. Parece ser que ella tuvo el restaurante que ahora han obligado a cerrar, u otro establecimiento similar, y la única alternativa que le ha quedado, si quiere seguir en hostelería, es este chiringuito que, según parece, no cubre sus expectativas, no le hace muy feliz. Cuando he llegado, su hijo se marchaba; parece ser que él había abierto de mañana y, ahora, ella le sustituía. Tampoco la respuesta que me ha dado sobre restaurante será la correcta, ya que luego, en la playa del camping nudista, me ofrecerán la posibilidad de comer. ¿Por qué Nora no me ha dado esa posibilidad?, ¿será que la desconoce?, ¿será contraria al nudismo?, o ¿será el camping nudista el causante de la rescisión de más permisos de hostelería? Preguntas que se quedarán en el aire sin resolver.

Retorno a la playa nudista de El Portús
Hará más de veinticinco años que llegué por estos lares y me dispongo a hacer el recorrido que durante unos días hice. Bajo a la playa y, tras pasar una barrera, luego rocas, llego a la playa intermedia, cuyo camino he visto al llegar. Luego tengo que ascender por una roca separadora que, desde la cima, permite ya ver la playa nudista del camping. Como vengo descalzo, pues me he tenido que mojar los pies para subir a la roca, camino con dificultad, pero consigo bajar a la playa, de la que ya no me moveré hasta mañana. Me voy vestido por toda la orilla a la zona más al norte y que tiene algo de sombra y dejo la camiseta a secar sobre piedrecillas; operación que iré haciendo cambiando de lugar y, ya desnudo, me doy el baño deseado. He entrado por zona de rocas, pero salgo por la arena. El sabor del agua es muy salado y a una pareja de catalanes con la que hablo en el agua, le parece alucinante mi viaje. Ella dice la clásica expresión catalana que suena algo así como “deunidó”, que ya se la he oído muchas veces a mis amigas Luisa de Barcelona y Teresa de Gironella. Es una expresión como para indicar que algo es mucho, o demasiado, y que yo traduzco para mí “¡qué burrada!”, pero no tengo esa conciencia, sino de que es un viaje precioso. ¿Lo consigo transmitir? Roser, la compañera de Nacho, el exmarido de Luisa, me dice en Barcelona en marzo de 2013, de palabra y sin verlo plasmado en escritura, que se dice: "Deu n'i do".

Comida nudista en el camping
Me seco al aire, paseo, vuelvo al agua, subo unas escaleras que van hacia el otro lado y pienso estrategia para quedarme a dormir allí esta noche. Me acerco al borde que separa la playa del camping y leo: “Prohibido pasar no campistas” y además hay otras indicaciones: Masajes, respeto, horarios, etc. En chiringuito a dos bandas (playa y camping) tanteo la posibilidad de comer, pero allí sólo tienen bebidas, para picoteo, y me pueden hacer algún bocadillo, pero me dicen que puedo pasar al restaurante aunque no sea campista. Con tal de vender, las prohibiciones se pueden saltar a la torera. Será mi primera comida desnudo en un camping. Observo cómo otros comensales colocan su toalla en el asiento y yo hago lo mismo. Lo malo es que mi estómago no está para recibir comida y, cualquier cosa que hubiera pedido, de lo ofertado, me habría sentado mal. Hace calor y estoy cansado, no tanto por el recorrido del día, ya que no han sido muchos los kilómetros, sino porque ayer ni comí, ni cené de fundamento y venía tocado desde la cerveza y el moscatel de la Cueva de los Lobos. Sólo me entran líquidos. Como embutido y lasaña, pero no puedo terminar la ensalada ni las patatas fritas. Lo que mejor me entra son las dos jarras de tinto de verano. Si hubiera estado en casa, un caldito y un poco de jamón de York habría sido suficiente, pero viajar y estar en casa son asuntos contradictorios e imposibles. De postre, como un cornete que me cuesta terminar (13 €). Unos vascos están cerca, pero no me atrae entrar en conversación con ellos. Me quedo un rato escribiendo y me cambio de sitio para dejar mi deseada mesa en sombra a una pareja que llega tardía a comer. Antes de salir del camping voy a hacer uso de los servicios, pero están siendo limpiados y me remiten a los de enfrente de las piscinas. Allí cago, pero no hay papel y tengo que salir para cogerlo fuera y volver a salir para echar el papel usado en el depósito general. Como es lógico, los servicios son comunes y me sorprende que las duchas tengan puerta.
Dibujando en la playa cuerpos humanos
Vuelvo a la playa y los siguientes baños me resultan más gratos que el primero. Dudo entre si darme protección solar, puesto que voy a estar toda la tarde desnudo, o no hacerlo. No recuerdo qué decisión tomé, puesto que mi secreción de melanina ya lleva muchos días funcionando bien. Ya en la playa hago un dibujo con la montaña que se me ha resistido esta mañana, al fondo. Intento un cuerpo humano que me invita a desistir mientras no ejercite el dibujo de desnudo para conseguir mayor destreza. No será hasta octubre de 2010, cuando me haga socio de la Asociación Artística de Gipuzkoa, en que, en sesiones de una hora, dibuje los martes, figura masculina, y los miércoles, femenina. Y, aún y todo, mis figuras resultantes ofrecen muchos altibajos, tras más de dos años de ejercitación. A duras penas, acabo mi dibujo. El mar, hoy, tampoco sale a mi gusto y, ni siquiera la montaña llega a la “V” por la que me asomé esta mañana para ver El Portús, dentro de la bahía de Cartagena. Ahora hago la contrarréplica de aquella foto desde la playa.

Una tarde entera entre nudistas
Cuando no hace viento, el calor es excesivo así que, aunque algunos se quejan de él, "¡bendito viento!", pienso. Donde mejor se está es en el agua. Detecto algunas pequeñas conversaciones a lo largo de la tarde. Ojeadores submarinos de pececillos. Algunos me dan que producen una rara sensación de picoteo y cosquillas en las plantas de los pies. No consigo que los peces me picoteen la herida, ¿serían curativos?Gente con aletas. Un chico que nada sin meter la cabeza, pero que lo hace a gran velocidad; si quiere mejorar deberá, más que perfeccionar, aprender a nadar y luego coger estilo. Su hermano menor, insatisfecho de su pequeño pene, se resiste a quitarse el bañador. Peor para él; él se lo pierde. Su padre se lo quita en el agua pero, para salir de ella desnudo, se hace el remolón. Parejas de palistas. Una mujer juega a pala con un joven; se le ve con mucho estilo. El marido sale del agua y le da un beso. Él me dice que su mujer juega al tenis, y eso se nota. Luego jugará con él y lo hará peor. Otros jóvenes intentan no perder ninguna pelota y hacen grandes esfuerzos para salvarlas todas. Niñas que juegan a sentirse Gemma Amengual. Llegan unos textiles jóvenes que vienen a la playa sólo para alegrarse la vista. Se los ve a la defensiva. Me reitero en que prefiero las playas mixtas, pero también comprendo el disgusto de algunos nudistas cuando el objeto es tan evidente. Soy partidario, en este caso, del dicho: “donde fueres haz lo que vieres”, estarían más en consonancia con el lugar, pero los muchachos no están por la labor de desnudarse. En uno de mis paseos de secado por la orilla, camino hacia ellos y, cuando estoy cerca del más prevenido y piensa que le voy a decir algo por no estar desnudo, me doy la vuelta como si no existieran. Se quedan como pasmarotes, pegados a la roca oeste y se bañarán en bañador. Finalmente se volverán por donde han venido sin apenas moverse del lugar. El haber hecho uso del restaurante me hace visitar con mayor naturalidad el camping; en el chiringuito pregunto si tienen bocadillos y me vuelven a remitir al restaurante. Me vuelvo a mi zona de playa y un chico, que está con su familia, dibuja a lápiz figura humana. Es motivo suficiente para entrar en tema y el padre interviene diciendo que antes me ha visto dibujando y que le enseñe lo que he hecho. No tengo inconveniente y lo ve toda la familia y algunos de los dibujos anteriores; ya son once los que llevo hechos en esta libreta. Ninguno tan bueno como el de Salobreña. Ha llegado gente con intención de iniciar escalada por el lado norte de la playa. Llegan con todo el equipo de arneses. Uno sujeta la cuerda y otro asciende y desciende. De los que intentan lo mismo después, sólo uno lo hará desnudo. Unas chicas, más tenaces, seguirán aunque vaya oscureciendo.

La hora de la cena y el anochecer. Demasiado trasiego mundano
Cojo dinero, la toalla para sentarme, la botella de agua vacía y, dejando mis mochilas allí, abandonadas, vuelvo al restaurante del Camping a cenar. Ya ni pido permiso para entrar. Estoy como en mi casa. Elijo para cenar ensalada pero no puedo con ella y sólo comeré la mitad. Completo la cena con cerveza y un descafeinado con leche. La cuenta es 9,70 €, pero le dejo el billete de diez (10 €), como una forma de compensar el agua mineral que la camarera me ha echado en mi botella. Vuelvo a la playa y me doy el último baño. Observo las cordadas de los escaladores. Hablo con madre con niño dormido en sillita, mientras el marido observa las escaladas; es aficionado y le da pena no haber traído su arnés. No sabe si alquilan, pero opina que es un material muy personal y que exige gran certeza de calidad para que el usuario se sienta seguro con él. En las ventas de segunda mano, los venden sin cuerdas, por la responsabilidad de que ocurra un accidente derivado de una mala conservación de las mismas, me dice el padre de la criatura dormida. Se va la luz eléctrica; me dicen que hace cuatro días ocurrió lo mismo. ¡Sin luz dormiré mejor!, pienso. Alguien se aproxima viniendo del lado norte, ¿con qué intención? Parece que con intención de ligue. Luego lo volveré a ver de madrugada dirigiéndose a la roca lindera con las playas textiles. No puedo dormir, porque hay un trasiego increíble de gente. Yo, después de las diez, ya me he metido en el saco con intención de dormir, pero no va a ser posible. Primero, porque uno de los monitores de la escalada, está hablando cerca con dos chicas; una es más experta que la otra y él le alaba las buenas condiciones que emplea al escalar y les da algunas recomendaciones. Una, la que no tiene abuela, se vanagloria de las hazañas que hizo en los Pirineos. No se cual de las dos, de vez en cuando canta: “¡qué bonito es el amor!” La conversación, fuera de la parte técnica, es bastante sinsorga. Al fin se dan un beso de despedida pero, será tanta la cantidad de material que tienen que transportar que a él no le quedará más remedio que ayudar, para no ser tildado de descortés. Ya me he quedado solo en silencio, pues una pareja que está sentada en asiento doble aislado de coche y que mira al mar, lo poco que hablan lo hacen muy bajito y no molesta. Tengo una barca delante que me los tapa y cuando, jugando, se vuelcan los asientos, tampoco armarán mucho jolgorio. Seguimos sin luz ¡Qué bien! El chico del asiento volcado, con el pareo puesto, se va a orinar a la orilla. Vuelve con su chica a la que hace carantoñas, le dirá cositas pero no trasciende su contenido. Algunas parejas pasean hacia la orilla, desnudos o con toalla, algunos se bañan y otros no y regresan a sus tiendas, rulotes o bungalows. No he visto al matrimonio que conozco de la playa de Hendaia y que desde hace muchísimos años venía de vacaciones a El Portús. A lo mejor vinieron en junio o julio. Empiezan a entrar por el centro de la playa grupos de jóvenes y, aunque lejanos, molestan los grititos de niñas histéricas, que parece estuvieran pisando rabos de gatos; se oirán hasta bien entrada la madrugada; ¡qué pesadez! No sé lo que hacen, pero si las ahogaran, aunque sólo fuera un ratito, todos saldríamos ganando. Llega, cerca de donde estoy, una chica hablando por el móvil, en conversación muy animada; por mucho que me muevo y carraspeo, no se da por aludida. Se comporta como si estuviera sola en la playa, en su mundo. Pero la conversación que se oía tan animosa parece que cambia de derroteros y, de algo animado, se pasa a monosílabos y, repentinamente enmudece, se separa de la roca-pared de escalada, y se va; ¿qué le habrá dicho su interlocutor para producir tan brusco cambio? Los de los asientos, al marcharse, pasan por mi lado y les comento mi error de haber decidido dormir en lugar tan inadecuado. Me dicen que esta noche hay poco movimiento comparando con otras anteriores. Es bueno saberlo para tenerlo en cuenta y no cometer el mismo error en futuras ocasiones, en esta o en otras playas con camping. Mañana está prevista fiesta nocturna playera organizada por el propio Camping. ¡Menos mal que no estaré! Otra pareja casi se pone a mi lado pero no recuerdo lo que hago que los espanto. Aún aparece por mi zona un hombre desnudo con toalla y muy poca gracia y se sienta a hablar conmigo. Como ya estoy desvelado lo aguantaré un rato. Es de Valencia. Vino el pasado año y El Portús le gustó. Repite este año con amigos. Busca algo que no le doy. Su madre le dijo no sé qué… Vuelve la luz y se jodió la noche. Al barullo se añade la contaminación lumínica. Le digo al valenciano que me deje dormir y me cambio de lugar para que el haz de luz no me de en la cara. Lo consigo poniéndome detrás de las barcas, donde dormiré, más o menos, el resto de la noche.

El paseo matinal visionando la bahía de Cartagena ha sido lo mejor de la mañana y el baño matutino, en cala Aguilar, también. El encuentro de padre e hija, que vieron anoche meteoritos, me propició agua fresquita necesaria. En El Portús, si hubiera tenido buen cuerpo, habría estado mejor, pero ni de lejos el recuerdo que yo tenía idealizado.

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