viernes, 13 de abril de 2012

Etapa 59 (175) Cabo de Palos-Los Nietos

Etapa 59 (175) 16 de agosto de 2008, sábado.
Cala Reona-Cabo de Palos-La Manga del Mar Menor-Playa Ensenada del Esparto (en bus)-Cabo de Palos (en bus)-Los Nietos.

Despertar como en la prehistoria 
Me despierto a las siete y todavía no ha salido el sol por el horizonte levantino. Dentro de un rato lo hará en el mar. Nada más despertarme, me echo en el ojo las gotas del colirio. Será por última vez.

Saco unas fotos previas desde mi cueva dormitorio, como si fuera la vivienda de un troglodita. Llegué tan cansado ayer y tan mal alimentado que he dormido bastante bien; más por esa razón que por las buenas condiciones de mi habitáculo. La inclinación del lugar no fue bien corregida colocando las mochilas a los pies y cada vez que me he dado la vuelta, la inclinación, y el espacio angosto de la cueva, me ha llevado a desvelarme más de lo conveniente.

Recojo todo y me visto como puedo, ya que la altura de la cueva no da mis medidas y resulta bastante incómodo vestirse, al no poderme poner de pie. Me parece un lujo haber dormido como un prehistórico del paleolítico superior, bajo esta especie de estalactitas de erosión. Mi esperanza para el día de hoy es que la diarrea haya desaparecido. Ya lo iré viendo.

Obtengo varias fotos; una es de mi dormitorio, sacada alejándome del lugar. También saco un entrante de mar que, si sigue avanzando con el embate del fuerte oleaje, amenazará derrumbe de alguna de las casas del entorno.

Saco foto hacia el norte, donde se verá el faro del cabo de Palos que, acabada la noche, ya no alumbra y, por fin, aparece el sol por el horizonte.

La impresión que recibí ayer del faro no es la misma que recibo hoy. Cuando lo vea de cerca me parecerá un hermoso faro. Ahora que estoy finalizando el camino de este año, me planteo que, si volviera a hacer otra vuelta por la costa peninsular, lo haría en sentido inverso, es decir, partiendo del Collioure, de Machado, pasando por Cataluña, Levante y Murcia; siguiendo por Andalucía, Portugal y Galicia, probablemente sin pasar por Santiago; y finalizando en Irun. También, quizá, con una prolongación a Hendaia, a la playa de Ondarraitz, con el fin de unir la Francia mediterránea del inicio, con la Francia atlántica del final. Si Saint Palais tuvo su razón de ser, al inicio, por la estrella de Gibralatar, ahora no le veo ningún sentido.

La razón de este cambio es la que me ha ofrecido la práctica y especialmente cuando voy por carretera sobre acantilado; si quiero circular como buen peatón debo hacerlo por el arcén izquierdo de la calzada, viendo los coches que vienen de frente y, a la vez, viendo todos los caminos posibles que van hacia la costa para poder dejar la carretera cuanto antes. También así veo a los ciclistas que vienen por el arcén y no les perjudico. Por eso fue tan magnífico mi viaje por Portugal que hice de Huelva a Galicia. Pero volvamos a Murcia.

Hacia el Faro del Cabo de Palos
Me voy alejando del lugar en que he dormido y veo a dos personas durmiendo en lugar similar al mío. La diferencia es que yo ya estoy en marcha y ellos siguen durmiendo. En el primer contenedor que encuentro, tiro las tabletas para enfriar el colirio que me dio Jose Martin; con el líquido ya derretido, por falta de frigorífico, ya no cumplen la función de enfriarlo, así que, temiendo que lo que era bueno, estando en buenas condiciones, para mis ojos, en estas otras pueda ser contraproducente, tiro también el colirio.

La sensación que recibí al manipular mi ojo el doctor que me atendió, no fue nada buena pero, al paso de estos dos días, voy notando mejoría. Así que, pienso, que para algo sirvieron la actuación médica y el colirio. Ahora ya no siento tanto la molestia de la arenilla. No tengo nada claro la dirección por la que voy, pero sigo la carretera que, a alguna parte me llevará.

Cuatro guardias civiles conversan en la carretera junto a uno de sus coches. Me acerco y me orientan hacia la rotonda: “A derecha el faro y a la izquierda un sitio para desayunar”, me dicen. De esa forma me acerco al Restaurante Cala Flores, donde una chica friega la terraza y me dice que ya llevan un rato sirviendo desayunos. Toda la mañana estará muy activa, lo mismo limpiando, que en la barra de bar. Es a la única a quien digo que vengo andando desde Portugal. Oigo a un hombre que pide media docena de churros. Pido primero seis, al acordarme de los enormes de Almerimar y luego, al verlos tan pequeños, amplío el pedido a ocho. Me han parecido caros (4,30 €) para lo enanos que son. Desayuno bien y con hambre, ¡a ver si voy recuperando fuerzas! He puesto a cargar el móvil un poco tarde aunque, al desconectarlo ayer noche, no se me había descargado del todo. Hoy en la jornada 59, pienso en que llegaré mañana a San Pedro del Pinatar pero, siendo domingo, no sé si será factible el plan que hicimos con los amigos murcianos. De momento, también tengo otra visita para hacer en San Javier: La Academia General del Aire. Ya contaré los motivos. Pregunto por la playa nudista de la Ensenada del Esparto, que está en la Manga del Mar Menor, y no me saben responder. Seguiré preguntando, pero con poco éxito. Escribo ocho postales y son pasadas las 11:30 h cuando llego a Policía Local y me dan mapa de La Manga, que abarca hasta su llegada al mar, por donde el Mar Menor se alimenta. Al otro lado, en forma de península que baja del norte está el Parque natural de las Salinas y Arenales de San Pedro del Pinatar. La primera parte de La Manga pertenece, hasta el km. 4 a Cartagena y, el resto, a San Javier. La Policía Local de Cabo de Palos, tampoco me sabe decir dónde está la playa Ensenada del Esparto. Me acerco al faro y saco alguna foto, y también a Correos, donde echo las postales y bajo por paseo marítimo hasta la playa Amoladeras, desde donde ya tengo una visión de los rascacielos de la Manga del Mar Menor.

Un brazo de mar repleto de rascacielos con playas a dos mares
Unas playas dan al mar interior que, tras mi paseo vespertino, bautizaré como Mar de la Tranquilidad y otras a mar abierto. Sólo me bañaré en este último, en una Ensenada del Esparto que fue nudista mientras fue virgen, sin construcciones en las cercanías pero que, ahora, ya no lo es. En mi estancia y con mi baño, la volveré a convertir en nudista.

Tiro una foto a esa Manga tan poco atractiva que veo a lo lejos con uno de esos islotes que están en el mar exterior. Estoy en la playa de Levante. La verdad es que no apetece nada acercarse por zona tan construida pero mi viaje se va haciendo con todo tipo de variables; además, si todos fuéramos iguales e hiciéramos perfectas las cosas, este mundo sería muy aburrido. Voy por carretera hasta que llego a una parada de autobús. Sale uno sin poder ver si me convenía o no, pero nadie de los que están en la parada lo ha intentado coger. Cuando llega el autobús que esperamos, tenemos mala suerte los viajeros, ya que el conductor no consigue abrir las puertas. El chofer me pide que gire un artilugio exterior y la puerta se abre. Primero sale algún viajero y otros esperan para salir. Una inmigrante lleva seis bolsas  y no puede con ellas. Las va trasladando muy cerca de la puerta de entrada del autobús, pero dificulta al conductor que está entrando y saliendo para tratar de conocer las razones del fallo del mecanismo de apertura automático de puertas y poderlo remediar. Como no lo consigue, llama por móvil y, a través de él, va recibiendo instrucciones. A pesar de todos sus desvelos, no lo consigue arreglar y tengo, junto con el resto, que coger el siguiente autobús, el de las 13:30 h. (1,05 €).
Bajo antes de llegar al puerto Tomás Maestre que, al igual que la bocana natural, une el mar exterior con el interior. Bajan conmigo una madre con dos hijos y una hija, esta tercera le llegó de propina, cuando ya no la esperaba, resignada; esta mujer y madre me indica el lugar de la parada del bus, para el regreso, y un lugar adecuado para comer. Acabaré comiendo ½ pollo, ensaladilla, cerveza y arroz con leche en el Chicken Star (¿una cadena de pollos?), por 12,50 €.

Después de coger la comida en mostrador, me dan tenedor y cuchillo de plástico y no tienen cucharilla para comer el postre. La ensaladilla, a pesar de la zanahoria rayada que la aligera, me resulta algo pesada; el pollo, demasiado especiado, también me resulta fuerte; todas estas sensaciones pueden ser consecuencia de los días a media dieta que he pasado; dejo algo de piel y pechuga, pero termino la pata y el ala, que es lo que más me gusta del pollo. Cuando termino de comer el pollo con las manos, pido lavabo y me dejan el suyo privado; parece ser que es un servicio para llevar y que no tienen obligación de tener infraestructura hostelera. Un padre con su hijo, espera a su mujer, quien prefiere comer el pollo en casa, más fresquitos. Acabada la comida, tomo una tónica en el café Manga Norte (1,80 €). En la tele, parece que Nadal ha ganado a Djokovich. "Aseguraremos cuatro medallas", creo que dicen. Esta mañana ha habido balonmano, remo, waterpolo pero no he sabido quiénes jugaban, ni quién ha ganado. El de baloncesto USA-España, con Gasol, se juega hoy. Voy hacia el puerto, y me veo obligado a retroceder, para pasar el puente móvil de El Estacio. Veo coches con matrícula hispana, pero con el volante a la derecha, “¿serán para alquilar a anglo-sajones?”, me pregunto.

Playa Ensenada del Esparto
Por fin, tras mucho preguntar y obtener respuestas variopintas, llego a la playa Ensenada del Esparto. Una pareja no me sabe decir cuál es la parte nudista; tampoco los socorristas que, además de no saber, parece que tampoco tienen medios para informarse. Sigo por la orilla de la playa hacia el norte, ya con poca fe, y al llegar al final de la parte construida, pregunto a un chico que viene paseando también por el borde del mar y me dice que antes ésta, en la que estamos, era la zona nudista pero que, al construir estas casas, se ha convertido en una playa urbana.

No hay mucha gente en la playa y la poca que hay está muy desperdigada. Elijo uno de estos espacios entre dos grupos de bañistas y me doy el baño que resulta placentero, con muy buena entrada de arena al mar y sin piedras en el fondo, y me seco paseando por la orilla en el poco espacio que me permito. Luego me tumbo hacia la mitad de la playa. Pasan dos parejas y ni me inmuto. Llega una familia de extranjeros que se pone en espacio intermedio, relativamente cerca de mi sitio. Los hijos están entre la adolescencia y la primera juventud. Las dos hijas y la madre se tumban a tomar el sol, mientras el hijo hace montañas de arena en la orilla y el padre saca fotos a todos y se baña; cuando el hombre sale de nadar y yo ya me he secado del segundo baño, me visto y me voy. Ésta ha sido el agua que me ha resultado más caliente de todo el viaje, y eso que estoy en el mar exterior, ¿cómo estará la del interior del Mar Menor? Es curioso porque, ayer en Calblanque, me pareció una de las aguas más frías. ¿Será que hoy viene el viento de poniente?
Regreso hacia
el Mar de la Tranquilidad
Salgo hacia la parada de los autobuses, pero veo que voy con tiempo para coger el que sale a menos cuarto de La Veneciola, que es el punto final de esta Manga del Mar Menor y, efectivamente, lo consigo tras una espera de cinco minutos. Pago 1,05 €, como a la venida, y como no es la misma carretera, ya que esta va más próxima a las playas interiores, y nadie me sabe decir donde me conviene parar, pido al conductor que me abra la puerta para bajar, aunque ya estamos fuera de la zona de parada; si me descuido, me lleva de nuevo al cabo de Palos. Ha sido un ramalazo de iluminación el haber pedido al chofer que me parara allí. Me parece que el lugar pertenece a Los Belones, cerca del bar donde desayuné ayer.

Paso por Salinas y, llegando a Playa Paraíso, vuelvo a encontrar otra construcción que ha quedado parada en cimientos y tres alturas, probablemente, por incumplir la ley de costas. Quien lo autorizó ya ha dejado impronta de su mal hacer en política; será un elemento feo del paisaje que ¿cuántos años tardará en desaparecer? Entro en Honda en el supermercado Hondamar y compro dos plátanos y dos briñones (1,39 €); el primer briñón está exquisito, jugoso y dulce. Encuentro a tres chicas y un chico. Una de ellas me hace algunas preguntas sobre mi viaje, pero apenas presta atención a mis respuestas; a pesar de estar poco atenta, repetir preguntas que ya he contestado y que no ha retenido, estoy con ellos hasta que termine el briñón y coma un plátano. Les enseño mis dibujos y, otra, que también pinta, ve con claridad cómo los he hecho, la técnica que he empleado, y aprecia el resultado final.

Caminando hacia Los Nietos
Continúo el camino y encuentro a un hombre con un niño; me parece que es el abuelo, pero resulta ser el padre y me dicen que hicieron "marcha atrás" hasta San Javier. Esta información me facilita el dato de que hay camino hasta el final del Mar Menor. Un pescador saca con su caña un mujol y yo le digo: “una lisa” y él asiente. Cuando lo ha soltado del anzuelo, se le resbala de la mano, “el muy cabrón”, dice, pero lo vuelve a recoger y lo guarda a buen recaudo.
No sé si porque el pescador al entrar en el agua ha removido los fondos de fango, pero el mar se presenta por esta zona sucio y huele mal, como si estuviéramos en una ciénaga. Entro en un bar para tomar una tónica, pero veo poco fundamento y me salgo. Llegando a Mar de Cristal, entro en el café Arena y le pido a una polaca medio limón, que exprimo, y una tónica (1,60 €). Escribo mi diario y, a las ocho, sigo adelante. Terminado el paseo, llego al puerto deportivo y ya estoy en Islas Menores.

Casi toda esta zona la atravieso por el interior, ya que me da la impresión de que las calles desembocan en la playa y que no hay paseo marítimo; pero no lo puedo asegurar, porque yo no lo haya visto, y, aunque veo palmeras, no veo farolas. Sin salir a ver el mar, sigo por la zona urbanizada y salgo de nuevo, por buen camino, hacia Los Nietos. Cuando llego allí, la luz del atardecer propicia un precioso paisaje que mi cámara no está tan perfeccionada como para recoger en toda su belleza. La luz es perfecta. Todo contribuye a crear un ambiente de calma, que se complementa con la tranquilidad de un agua lisa, con olitas mínimas que casi ni rompen al llegar a la orilla. Los bañistas van entrando lentamente en el agua, avanzan y avanzan sin que las piernas desaparezcan y, de repente, sólo se les ve las cabezas. Como es un mar con poco fondo, lo que hacen, para no aburrirse caminando por el agua sin conseguir que les cubra, es que, al llegar al lugar deseado, se ponen de rodillas, se sientan o se acuclillan. Nadie nada nada. Escrita esta frase, que el ordenador me subraya en rojo para que la corrija (pero que no me da la gana hacerlo), me viene la imagen de Pipi Calzaslargas, cuando sus amigos Tomy y Anika, que se están bañando, le preguntan: “¿usted, no nada nada?” y Pipi les responde (todo en la versión en castellano): “No; no traje traje”. (El segundo nada y el segundo traje, también me aparece en rojo para que los corrija). La arena es grisácea, pero parece que el agua está limpia y que, en este precioso atardecer, les refresca. Esta imagen de un agua tan lisa con cabezas diseminadas o en tertulia, me hace calificar al Mar Menor como el mar de la tranquilidad.
Hago este comentario a una pareja, y me responden que es por la hora; en horas diurnas la gente salta y nada como en cualquier playa. El sol, en su ocaso, forma entre las nubes zonas de colores plateados y dorados. Saco fotos con palmeras y el Club Náutico de Los Nietos. La misma pareja con la que comento me dice que, entre Los Nietos y Los Urrutias es zona de marisma  que, sin viento, saldrán todos los mosquitos sedientos de sangre y me recomiendan para dormir continuar todo el paseo marítimo y que me quede cuando el pueblo se acaba. Ahora mismo, el paseo marítimo está precioso con luz de ocaso. Me dicen que en agosto es casi imposible que encuentre una habitación libre en el pueblo. La perspectiva de los mosquitos no me atemoriza y camino hasta el final del paseo.

Nocturno en Los Nietos, pero sin los nietos
Las casas del final del paseo dan la sensación de no estar todas habitadas y me tienta probar fortuna metiéndome en una de ellas pero, estamos en fin de semana, en pleno verano, y las gentes pueden no estar ahora pero aparecer en cualquier momento de tan placentera noche y no me arriesgo. También me desanima el que estén en pleno casco urbano, muy iluminado por las farolas del paseo marítimo y expuesto al bullicio de la calle que despierta de noche de la somnolencia vespertina. Terminado el paseo, encuentro una explanada con una familia y consulto con un pescador la conveniencia de quedarme allí a dormir; me responde que la familia se irá pronto y él también. La familia me lo confirma y me aposento en el lugar que mejor me parece. Un hombre pasea acunando en brazos a un bebé de meses, que presumo, pero no me atrevo ya a asegurar, que sea su nieto. Hay dos mujeres, una de ellas la madre de la criatura, y otro pescador que, si no es el padre, es el abuelo; éste es el que echa las cañas y las atiende, pero no le veré en todo el rato sacar ningún pescado del mar. Organizo el lugar y me las prometo felices. Tras orinar y darme masaje de Aloe-Vera en los pies, echo el primer sueñecillo. El cielo se ha cubierto y no logro ver las estrellas; me han asegurado que esas nubes no son amenazantes de lluvia. Ya dormido, me despierta griterío ya que, donde estaban los pescadores y la familia con el bebé, que ya se han marchado, ha llegado otro pescador con niños de diferentes edades. Después de llevar ya un rato este nuevo grupo, que me ha desvelado, llamo la atención a un adolescente que, sin saber que yo estoy allí, ha tirado una pequeña piedra con arena. Con ellos ya no tendré problemas, pues ahora ya saben que estoy allí, y puedo despreocuparme. Otro grupo variopinto, con jóvenes, adolescentes y niños, se sitúan por el cañaveral, cerca del contenedor, que está más al fondo, alejado del mar, gritan y hacen su juerga. Dirán: “Álvaro ha salido del armario”. Llega otro grupo de jóvenes con guitarras enfundadas que organizan un escenario delimitado por antorchas que, según van colocando, van encendiendo, creando un espacio iluminado. Las van colocando estratégicamente, como si yo fuera el espectador privilegiado que va a apreciar el magnífico espectáculo que preparan; pero no tienen ni idea de que yo estoy aquí para verlo. Colocan cuatro antorchas formando un cuadrado y una central que encienden y apagan. Tienen linternas que dan luces blanca y roja y veo a uno que espolvorea algo como haciendo una línea que delimita el espacio interior del exterior. Me imagino que será algo parecido a la cal blanca que antaño utilizaban para pintar las rayas de los campos de futbol. Espero que no sea pólvora y salgamos todos por los aires. Pero el espectáculo no acaba de arrancar. El grupo se esparce, se reagrupa y comienzan a preparar las bebidas. Oigo que hablan de sandías pero, por la mañana, sólo veré melones vaciados que utilizan como cuenco para beber la sangría, repleta de licores: whisky, ginebra y ron, que han preparado. No sé en qué momento, ya exhausto, me habré dormido.

Hoy tampoco ha sido día de encuentros inolvidables, aunque he recibido informaciones útiles. Por ser mi viaje a pie, no me gusta coger autobuses, pero hoy, siendo un lugar, el de la Manga, poco apetecible y de ida y vuelta, he preferido aprovecharme del servicio público para acabar llegando casi al mismo sitio en que ayer desayuné,  Los Belones. Para elegir el lugar dormitorio, comprobaré mañana que la información sobre marisma mosquitera ha sido correcta, pero el lugar elegido ha sido mucho más movidillo que lo deseado.

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