miércoles, 11 de abril de 2012

Etapa 07 (123) Matalascañas-Sanlucar de Barrameda

Etapa 07 (123) 25 de junio de 2008, miércoles.
Matalascañas-Coto de Doñana-Sanlucar de Barrameda.



He pasado algo de frío por el viento que se ha levantado en distintos momentos de la noche y, aunque he estado muy tranquilo, la almohada no me ha salido muy cómoda y se me iba ladeando y escapando. Me despierto y levanto a las 7:30 h. Meo y me voy hacia un pescador que hace una pesca caminando y lanzando aparejo y cebo y recogiendo, un estilo de pesca que me recuerda al de mi padre cuando iba a pescar truchas con cucharilla. Las cucharillas eran verdaderas obras de arte y ¡tan variadas! Me vienen también a la mente los aguarines para la pesca del chipirón que hacía mi amigo y excompañero de trabajo, Ignacio. Pero volvamos a la playa. Cuando el pescador se va, me doy un baño; antes podría haber sido una imprudencia. Titulares en la prensa local: “Caminante pescado en Matalascañas”. Para las ocho ya estoy con los bártulos recogidos y listo para salir hacia Doñana. Despierto a José Manuel; no me parecía correcto marcharme sin despedirme y agradecerle su compañía. Yo me voy y él sigue durmiendo.

Caminando por zona conocida
Al poco rato de andar, ya empiezo a reconocer la zona, pues además de cuando estuve con mi familia y amigos en 1978, en un tiempo en que no había construcciones y sólo estaban las casetas de la playa, a las que venían familias completas de onubenses y sevillanos a pasar todo el verano; entonces estuvimos viviendo en el Seminario de Huelva capital. 

Años después, volvimos a casa de la organización OVAC en el propio Matalascañas y aquello se había convertido en algo impensable en 1978. El reconocimiento es debido a que en enero de este mismo año, 2008, estuve con el Imserso en el Hotel El Flamero, que también hoy visitaré. 

 





Aprovecho esta ocasión para incluir algunos dibujos de la zona que hice en invierno, con buena temperatura y con baños de mar casi todos los días; razón por la cual ahora, aunque dicen que el agua está fría, yo la considere buenísima.


Se ve que este invierno pasado el mar ha azotado mucho y ha producido cambios ostensibles en la pared protectora norte; en algunos lugares se ha desmoronado, han tenido que hacer una escalera nueva que antes no había para descender a la playa y ascenderla al regreso. 


El Club Náutico también ha sufrido desperfectos y una zona de su parte alta está en el aire, con mucho peligro, ha perdido una viga de sujeción y otra la tienen “tente mientras cobro”, como se suele decir. En esas condiciones no se podrán asomar al mirador. Cuando saco las últimas fotos, se me acaba el rollo. No volveré a poner nuevo rollo hasta el inicio del Coto de Doñana. Como ya hice en enero muchos dibujos, hoy no haré ninguno. Veo que los palos que dibujé, que delimitaban con alambre la campa superior ante el precipicio, han desaparecido y también en la zona en que salía un tubo, gran parte de la pared se ha desmoronado. 
 
 Había dos casas protegidas con rocas y telas gruesas para que el mar no se llevara los endebles cimientos; veo que la más adelantada se ha caído con parte de sus habitaciones semiderruídas a la vista y la otra está al borde del abismo, con el suelo que hacía de paseo delantero, ya casi destrozado. Los dos pozos han quedado fuera de su entorno, como si fueran dos columnas (se supone que huecas), una de ellas ya muy torcida. Lo único que me alegra es que, al no poder estar las casas habitadas, no me sale el perro que tenían suelto y que tanto me molestó en enero; no sólo cuidaba la casa, sino que no dejaba pasar ni por la orilla del mar. Denuncié su acoso. Hoy pasaré sin ladridos. 
 

He visto una cigüeña en la playa y la fotografío, pero la tengo que desechar; me ha salido muy borrosa. Me entretengo en observar el chiringuito que está sobre una especie de palafito, que en marea baja permite pasar por la orilla, pero con alta hay que pasar entre los postes que lo soportan; el mar penetra casi hasta el fondo. Hoy me tocará pasar por detrás; que es el lugar que han habilitado para que pueda pasar el camión de la basura.


Un desayuno, que será también comida, en El Flamero
Me encuentro con Serafín, de Salamanca; va con dos perrazos que juguetean entre sí y a mí no me importunan. Hablamos de todos estos cambios, me da alguna información y nos despedimos y me desea buen viaje. Me recuerda el nombre del hotel donde estuve con el Imserso: El Flamero. 





Al llegar a la zona de playa, donde ya empiezan las construcciones, subo al paseo marítimo, localizo el hotel, me acerco a recepción y pregunto por Sandra, con la que había tenido alguna conversación sobre los servicios del hotel en mi estancia de enero; le había prometido que, si pasaba andando en verano, la visitaría. No ha habido suerte; Sandra está de baja. ¡Espero que se recupere!, digo a la recepcionista, quien me indica que, si quiero desayunar, pregunte por el señor Julián, que está de encargado del comedor. Hago una seña a Bárbara y me indica quien es el señor Julián. 
 
 Le explico lo que deseo y me dice que el desayuno cuesta 7 €. Como ya conozco el tipo de buffet que es, el precio me parece razonable, y más hoy en que el programa me obliga a hacer los 33 kilómetros y medio de playa de un tirón, donde no hay ningún sitio donde poder comer y yo no quiero llevar carga adicional de comida. Voy con el señor Julián a la entrada del comedor y me hace el ticket. Dejo allí las mochilas, le doy veinte euros y me voy a organizar mi desayuno tardío y que será mi comida tempranera; luego me buscará en el comedor para darme las vueltas del cambio. 
 
Antes de entrar en el comedor, voy al servicio a lavarme manos y cara y no cago ¡buena señal! Quiere decir que mi ligereza de ayer no tendrá consecuencias. Bebo cuatro copas de zumo, fiambre con pan, huevo + tres salchichas, paté, tostada, tres sobados, una magdalena, pan de molde con mantequilla y mermelada de naranja, un capuchino descafeinado y un descafeinado con leche. Al salir cojo mi botella de plástico para llenarla de agua, pero Bárbara me saca una botella de agua mineral del frigorífico y me la llena. Está trabajando aquí para pagarle la carrera universitaria a su hija y tiene intención de que, el año próximo, se volverá a Polonia. ¡Los estragos que hace la necesidad! Vemos aquí a una madre y a una hija separadas por un porrón de kilómetros. Si la hija aprovecha, al menos, los sacrificios que la madre hace por ella, no serán distancia y tiempo perdidos. Hago un repaso de los lugares de Polonia que conozco y, al hablarle de la mina de sal que vi en las proximidades de Cracovia, me dice que Santa Bárbara es la patrona de los mineros. Le deseo suerte y ella a mí lo mismo. Vuelvo a salir satisfecho del buen trato en El Flamero y, ya bien alimentado, reinicio la caminada.


Hacia el Coto de Doñana
Como van a ser muchas horas descalzo por la arena, inicio el camino por el paseo marítimo. En mi misma dirección, van madre e hijo; él acaba de volver de México, donde ha estado seis meses. Les digo que sigo adelante, porque se tendrán mucho que contar; pero la madre dice que ya se siente contenta y satisfecha por tenerlo ya aquí. El hijo fue para coger experiencia para su trabajo y conocer, de paso, el país. Luego me encontraré con otra pareja, pero no recuerdo nada de la conversación. Antes de bajar a la playa, voy por las dunas y me acerco hacia el lugar en que el guarda controla la entrada de vehículos que pasan a Doñana. Aquí también hice un dibujo en enero: 

 Como es un Parque Natural Protegido, el control es exhaustivo y sólo pasan los autorizados. Pero hoy, el guarda es guardesa: Rocío de Andrés; me dice: “apunta el apellido, porque Rocíos hay muchas”. “Pero Rocíos guardesas de Doñana, ¿no habrá tantas?”, le contesto, en broma; y ella me responde: “¡también, también!” 

Rocío me confirma los treinta y tres kilómetros hasta el embarcadero (supongo que medio quilómetro más es hasta que finaliza la playa, antes de comenzar la marisma), me añade que voy a tener suerte, porque está bajando la marea, algo muy importante, porque podré caminar descalzo pisando suelo firme de arena húmeda, que facilita el paseo y, antes de despedirnos, me echa el sello de la Delegación de Turismo, donde pone el número de Registro de entrada (en mi caso, este número no aparecerá). Y a las 10:30 h entro en la playa de Doñana. 


Mañana y tarde por la playa del Coto de Doñana
Bajo a la orilla, donde se observa que la marea está empezando a bajar. ¡Qué bien para mis pies! Saludo y sobrepaso a una pareja que, luego, pasará delante cuando yo me estoy secando al sol, tras darme el segundo baño del día. Ahora no me saludan. Cuando les vuelva a pasar, desnudo y con mochilas, tampoco les saludaré; respetando su pudor, o su disgusto, nunca lo sabré. ¡Qué más natural que estar natural en un parque natural! La pena es no poder desprenderme de las mochilas, que son mi única vestimenta. 


Cuando estoy secándome , también pasa un “viejo” que me mira con cara recriminatoria preocupado por que, por atrás, vienen madre e hija; pareciera que le cabrea que me pueda ver la niña; tremendo pecado: ¡Escandalizar a los pequeñuelos! Pero eso es lo que nos enseñaron y, algunos, con el paso del tiempo, no han desaprendido. Luego le adelanto y pasaré a la par de él sin darle opción a que me diga nada. Quizás todo sea fruto de mis paranoias y el hombre se habría desnudado a gusto si no viniera con las dos féminas.

Alejándome de Matalascañas. Jovenes visitantes del Coto de Doñana
Al llegar a la primera torre, saco foto. La urbe de Matalascañas ya va quedando pequeñita. Gaviotas, algas, arena y mar a un lado y dunas al otro; éste será mi paisaje para las próximas horas.
 
Pasan seis u ocho todoterrenos de gran tamaño, son como autobuses adaptados, vuelven de la visita al Coto; la mayoría son niños; me saludan entre sorprendidos y divertidos; van muy eufóricos en esta excursión, una vez finalizado el curso escolar. Los todoterrenos circulan de dos en dos. Al pasar alguno de ellos, oiré la palabra "guarro". Uno de los conductores pone cara de contratiempo; pienso que por la misma razón ya comentada del escándalo; por los niños. Pero me puedo hacer la película que me dé la gana. Después de pasados todos los visitantes, voy solo, cómodo y sintiéndome el rey del paraíso.

Ciclistas y huellas de jabalíes
Bueno, solo no voy, pues dos ciclistas de Córdoba van en la misma dirección, están haciendo un recorrido por Huelva y pasarán a Cádiz. Veré sus bicis en la misma pensión de Sanlucar de Barrameda.
 
  Tras estos comentarios, continúan camino hacia el transbordador. Sigo adelante; para hacer variaciones en el tipo de pisada, algunas veces, camino hacia atrás. No tengo cuidado de encontrarme con obstáculo alguno.


Entre las 14 y 14:30 h. me doy, de nuevo, un baño.Todavía faltarán más de diez kilómetros. Veo unas huellas que bajan de las dunas a la orilla; por lo que me dijo ayer José Manuel, algunos jabalíes bajan a beber agua salada por las noches; saco fotos de cagadas y huellas y del recorrido hasta la duna. En el mar, un barco recoge las redes. En la orilla, más algas.

Asustando a un pez
A las 14:45 h. en un momento en que voy andando hacia atrás, oigo un torbellino ruidoso de algo que se remueve en la orilla; para cuando me vuelvo, no logro ver más que una sombra blanquecima, que me hace recordar a un pez, que estuviera a gusto en una poza de aguas cálidas que, la propia configuración de la marea, a formado en la arena. Si hubiera ido andando hacia adelante ¿habría podido disfrutar más del espectáculo gratuito? Supongo que habré pegado un gran susto a un pez que se las prometía felices, en un terreno propio, generalmente, no frecuentado por el humano. Podía ser un congrio, un marrajo o ¿sería el pez guitarra que veré pescar en Valdelagrana? Podría ser, ya que ha salido raudo, hacia las aguas más frescas, hacia alta mar.

Mi cuerpo me pide un baile ancestral
Hacia las 15:30 h. me doy un nuevo baño; el cuarto del día. Me encuentro un poco justito de fuerzas, pero aún me quedan ganas de gastar energías extra. Cuendo empecé las clases de tai-chi, soñaba con ponerlo en práctica en este tipo de paraísos naturales, hacer esos ejercicios suaves de equilibrio, desnudo, en la naturaleza. Nada más lejos de la realidad; el cuerpo me pide danzas guerreras, con fuertes pisadas en la arena lisa y dura. No conozco las danzas rituales de los navajos, pero ésa es la imagen que viene a mi mente. Esa danza, y la necesidad de gritar, voceando, mi propia música repetitiva y monótona. Me agrada sentirme primitivo; siento como un deseo de olvido de la civilización; me gusta percivirme así, puesto que soy consciente de que soy muy urbanita.
 

A las 16:20 h. me doy el último baño, ya que me voy dando cuenta de que, a medida de que me voy acercando a la desembocadura del Guadalquivir, las aguas se van volviendo más turbias. Un chico se despide de dos chicas que van hacia el transbordador. Le pregunto dónde se coge el barco y me dice: "sigue a las chicas". Es un extranjero que también va en bolas. En esta zona veo, al cabo de los años, aquellas almejas grandes y blancas que vi por primera vez en Matalascañas y El Rompido, en los años en que estaban sin urbanizar. Casi todas estas almejas están abiertas o muertas.
 
Cuatro chicos han llegado en barca y tratan de subir encima de un bunker. Sólo uno lo consigue. Ya vestido, me voy de la zona donde están los cuatro amigos, y doy alcance a Arantxa y Charo, que están de vacaciones en Sanlucar y han venido a pasar el día a la playa de Doñana. Vemos el ferry que nos va a pasar al otro lado y cuya vuelta ellas ya han pagado al venir, aunque no les han dado el ticket. Yo me hago el tonto, pero no cuela, se ve que el controlador controla (4 €); me parece caro para el escaso tramo que es, sobre todo, si comparamos con los 1,45 € del paso del Guadiana.

Cádiz: Sanlucar de Barrameda
Arantxa y Charo me orientan hacia el centro. Un chico me ha recomendado la pensión Blanca Paloma, en plaza de San Roque. Una pareja me acompaña a Información, pero se ve que esta oficina la abren sólo por las mañanas.
 

Llego a otra oficina y la chica de información me da el mapa con el que me manejaré por las costas de Cádiz; también me da plano de la ciudad, donde me sitúa las pensiones más baratas y su precio. Voy a la pensión Blanca Paloma y me cobran 18 € por la habitación nº 4. Organizo mis mochilas, lavo ropa, lleno la media bañera, me relajo un rato, ducho, visto y bajo. Mientras toman nota del DNI, hablo con la mujer sobre mi viaje y sobre sitios para visitar y comer. Hoy tengo las piernas resentidas, quizás por los más de treinta y cinco kilómetros descalzo, así que me quedo cerca, en la plaza de al lado de la Blanca Paloma. Aunque he desayunado bien, como no he comido, tengo hambre canina.
Además del mapa de la provincia, incorporo la relación de playas nudistas de la provincia de Cádiz.



En un bar amplio y que dispone de gran terraza en la plaza, Casa Balbino, pido una tapa de pulpo, otra de ensaladilla de marisco y un tubo. A las ocho, cuando abren la cocina, pruebo la tortilla de camarones que, en realidad, son quisquillas rebozadas en tempura y que resultan crugientes y ricas; al ser crugientes se comen sin quitar el caparazón; me bebo el segundo tubo. Estoy escribiendo el diario. He sido el primer comensal que ha iniciado con los pinchos fríos a las 19:30, pero son las 22:30 h y la terraza y el bar están a tope. El camarero me cobra 9,40 € y me dice que me quede tranquilo hasta que termine. Muy agradecido y satisfecho con el trato recibido, me voy a descansar. Antes hablo por teléfono con Sara, que me dice que todavía tiene examen el martes y que, aunque el día se había presentado incierto,  hoy ha sido su primer día de playa con sus dos hijos, mis nietos, Julen y Lander; ¡cuánto les recuerdo! Luego Vera me dirá que han hecho bien el regreso de vacaciones, las primeras con mi tercer nieto, Gari, que nació el diez de marzo y que, el día de la boda de sus padres, se portó tan bien e hizo salir a la Juez del protocolo. Han estado en dos sitios y en ambos se lo han pasado bien y el niño también ha mostrado contento. Este nieto me fue anunciado en Peniche, como ya conté al narrar mi viaje portugués de 2007. Las dos llamadas me han costado 1,10 €. Compro un helado de tiramisú en Toni  (1,30 €) y me acerco a la pensión. Son las once de la noche de un día cansado e intenso y con la satisfacción de haber terminado de recorrer la costa de la primera provincia andaluza. En la pensión está el marido, quien me informa de que, en el último minuto, ha metido un gol Alemania y ha ganado 3-2 a Turquía. "Los turcos han hecho méritos para ganar", me dice.  También me informa de que el agua de mar que a mi me parece embarrada por el agua del Guadalquivir es mucho más saludable que la del mar, aunque parezca sucia; lo turbio se debe a un barro que soltaron hace ocho meses en Sevilla. Le deseo buena noche y, cuando llego a mi habitación, oigo un poco alto el sonido de alguna de las otras habitaciones. Cada cuarto tiene una ventanita alta que da a un patio central; como hace calor, la mayoría de las ventanas están abiertas. Como quiero dormir tranquilo y el calor tiene remedio, cierro la ventana, quito la colcha y, desnudo, cubro mi tripita con la sábana. Felices sueños.

El día ha sido tranquilo, el desayuno potente y me ha hecho recuperar las buenas vibraciones de El Flamero, mi  hotel en el primer viaje del Imserso; el paseo por la playa, relajante e instructivo. Muy contento también con mi primera tarde noche en la provincia de Cádiz. Intentaré repetir la misma historia cuando pase por Conil de la Frontera y entre en el hotel Flamenco, donde estuve una semana invitado por mis compañeros de trabajo en 2006, el año en que me prejubilé. Todavía en Málaga visitaré el hotel Villa Flamenca, donde pasé unas vacaciones familiares, cuando mis hijas aún eran pequeñas, en Nerja. Casualmente los nombres se parecen: Flamero, Flamenco, Flamenca (flama/llama).

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