jueves, 12 de abril de 2012

Etapa 30 (146) Playa de San Julián-Málaga

Etapa 30 (146) 18 de julio de 2008, viernes. Día del alzamiento nacional (1936).
Playa de San Julián-Málaga.


Arranque en playa San Julián
A pesar de que al inicio de la noche hubo mucha movida en la playa, creo que he dormido las horas suficientes como para levantarme descansado. La salida de aviones ha continuado hasta tarde y empezarán temprano. Corre cierto airecillo. El tractor que va cribando y alisando la arena, me despierta a las 6:30 h. Cuando lo oigo y veo, aún no ha llegado a la zona nudista, pero luego veré que ya está la marca de cuatro o cinco pasadas y yo ni me he enterado. Por eso digo que creo que he descansado lo suficiente. Me levanto a las siete y orino; a la vez, llega un chico que hace el montaje de medio iglú y se tumba a dormir cerca de la orilla. Levantado, espero a bañarme a que pase el tractor de la limpieza con sus dos empleados; el conductor me saluda al pasar y los otros dos hacen como que no me han visto. Cuando recogen la basura del siguiente contenedor, yo ya estoy en el agua. Apenas hay piedras a la entrada y la ola se ha suavizado. Un bañito grato y saludable ¡qué rico! Y salgo con buena temperatura exterior. El vecino sorna. Antes he visto a un hombre con camiseta que, parece, se ha bañado y se va. Con el durmiente dormido y los limpiadores alejados, toda la playa es mía.

En busca del Albergue juvenil
Cargo mis mochilas y me voy hacia la casa que ayer dibujé. Cuando llego, un chico me informa de al Guadalhorce lo dividieron en dos y una de las salidas, la primera, se choca contra la arena de la playa y, la segunda, sabiendo por dónde, él la ha visto cruzar con agua hasta la cintura. Yo desconociendo el lugar idóneo para pasar el río, no me arriesgo, ¿qué diría Emilio, el sociólogo? Me encuentro con dos mujeres: Ana y Juani; son hermanas. Ana también pinta y le gustan mucho mis dibujos; también valora el trabajo de ama de casa de su hermana. Les encanta mi viaje. Ana quiere sacar una foto con barco (sólo hay uno), para que su hija pinte un cuadro; saca varias fotos. No conocen bien la zona y no saben por dónde puedo coger el camino pero, nada más despedirme de ellas, veo un sendero que sale del final de la playa. 
 
Enseguida veo un regato y el río que finaliza en la playa y que me supongo será el primer brazo del Guadalhorce. Un ciclista me asegura que el siguiente es más profundo, pero que se puede vadear; le hago el mismo caso que al informante anterior y, sin arriesgarme, sigo hacia la carretera. El camino es de tierra y piedrecillas, magnífico para caminar. Llego a un puente peatonal y otro ciclista me dice que me lleva al observatorio de aves, que se puede cruzar el río descalzo, pero que está sucio. Continúo por debajo de la autovía y entro en la general, pero por pasillo peatonal. Una mujer me indica que suba por la carretera y pase el puente; otro hombre me orientará por el barrio Torcal, donde hay casas altas de ladrillo. Tardaré pero, preguntando, llegaré. Hija, dueña de perro, que va con su madre, que lleva el perro (al final los padres se cargan con el capricho de los hijos), me acompañan durante un rato. Subo una calle, me escoro hacia la derecha, llego a la iglesia y las calles con nombre de vírgenes y llego al Albergue Juvenil.

Málaga: Albergue Juvenil
Un grupo de jóvenes, con maletas, parece salir del albergue; es buena señal pues, al marcharse, dejarán sitio. Les pregunto “¿albergue?”, pero dan muestras de no entender. Dentro del albergue, en la zona de recepción, hay más grupo juvenil y dudo si llegan o se van; pregunto, y me dicen que se van. ¡Mejor! La chica, andaluza, que me atiende, me dice que tengo sitio para esta noche, pero que para mañana no; dejo el carnet de alberguista y, como ya se ha pasado la hora de los desayunos, voy enfrente, a El Cordobés, y como un bocadillo de jamón con aceite y manchaíto (2,50 €). Vuelvo al albergue para pagar la noche e instalarme y pregunto si tendré alguna posibilidad de que también pudiera dormir la siguiente; me dan bastantes esperanzas, pero todavía no me pueden dar la habitación porque está el equipo de limpieza en marcha. Vuelvo a El Cordobés, hablo con los dueños y con un cliente que, al marcharse, me dará la mano y me deseará un buen viaje. El reloj lo llevo retrasado diez minutos, no sé desde cuando, y lo pongo en hora, tras dar las doce en el reloj de la iglesia que, mañana, dibujaré. Voy al retrete, cago, me dan agua y la voy bebiendo mientras escribo. Son las 12:30 h. He llamado a mi hermana Sagrario y, ni me responde, ni me llama y vuelvo al albergue. Ahora no me atiende la recepcionista rubia andaluza, sino su compañera morena y búlgara. Me explica bien las normas; pago los 40 € por las dos noches y me dan la llave y la tarjeta que me permitirá pedirla. La habitación es la 135, por tanto, en el primer piso. Para saber cuál es la cama, pregunto a una mujer que está haciendo habitaciones, que me acompaña y me indica cómo lo pone en la mesilla de noche. A mí me corresponde la alta de la derecha. La baja de la izquierda está sin hacer, pero ocupada. La mesilla está con charquito por el goteo de una prenda puesta a secar; la mujer separa la mesilla para que el agua vaya al suelo; sobre la mesilla hay pastillas redondas de jabón de lavar y una moneda de 10 céntimos y otra de 50, sobre la cama del vecino, al que veré después de media noche, pero ni sabré cómo se llama. Hago una predicción de él, pues veo mucho desorden, ocupa más espacio del que debiera, no es cuidadoso con sus cosas, ni con las ajenas (el agua chorreando sobre la mesilla, es un ejemplo) y, para colofón de males, cuando vuelva yo por la noche, encontraré un calzoncillo tirado en el suelo, junto a la taza del retrete. Se empeña en poner una peineta verde sobre el grifo de la ducha y yo insisto en quitarla de allí. Bueno, dejemos en paz al otro. Subo a los servicios, lavo el equipo completo de tres prendas (esta vez si lavaré el pantalón); me ducho con agua fría (que no lo está en exceso), reorganizo mi mochilita y del espacio grande salen infinidad de hormigas que, al verlas, procuro caigan todas al lavabo y no se desparramen por el suelo de los servicios. Haría flaco servicio al albergue si lo llenara de semejante fauna. El agua corriente se las lleva por las cañerías de desagüe. Ya preparado, me dispongo a recorrer la ciudad. Me he informado de que los autobuses que debo coger para ir y volver son los números 14 y 31, pues me lo han dicho en el bar. No haré uso de ellos, ni hoy, ni mañana.

Preparando viaje a El Chorro
En el albergue me han confirmado el lugar de la parada y, cuando llego allí, una señora que espera al bus, que le gusta andar pero no puede, me disuade y recomienda que vaya andando, siguiendo la avenida de Andalucía. Luego comprobaré que la señora llevaba razón. Antes de pasar el puente, pregunto y me recomiendan que primero vaya a la Estación de Autobuses y, después, a Renfe. Haré al revés de lo que me han dicho. En Renfe, la señora que me atiende, me dice que, para ir a El Chorro, sólo tengo tren por la tarde, y no me da más explicaciones. Voy a Autobuses y, en información, me remiten a la taquilla de Los Amarillos y, allí, sólo tengo la referencia de Álora: salida a las 9:30 h y llegada a Álora a las 10:30 y, para regresar, a las 18:00. El problema está en que es sábado (tampoco los domingos); si hubiera sido cualquier otro día de la semana, podría haber ido en autobús desde Álora hasta El Chorro.

Roberto Guadarrama, mexicano que estudia en Cambridge
Cuando pasé por Huelva, la atravesé de soslayo, justamente comí en un centro comercial, pero la capital provincial no me atraía mucho y, menos, en este tipo de viaje. Huelva capital ya la conocí bastante a fondo, cuando pasamos las vacaciones familiares hospedados en el Seminario, en el año de la cachimba y, el pasado año, 2007, también la pateé con mi amigo Fernando, antes de costear Portugal, saliendo de la costa onubense y llegando a pie hasta Pontevedra. Este año, tras conocer a Aarón, también me di un pequeño garbeo por ella, acompañado de mi amiga Viki; así que, al pasar andando, me “olvidé” de visitarla. Lo mismo me ocurría con la capital de Cádiz que, al pasarla por el puente Carranza, se me perdió en la lejanía. No me importaba, ya que en el primer trimestre de 2006, como ya conté al pasar, estuve una semana de vacaciones en el Hotel Flamenco de Conil y aproveché para visitar Cádiz capital, de la que guardo un bonito recuerdo. Ahora, al visitar la ciudad de Málaga, demás de la razón técnica de encontrar la forma de llegar a El Chorro, me apetecía recuperar la capital, de la que tenía un grato recuerdo; así que, sin la carga de la mochila, la ciudad resulta mucho más amable. Hoy que no la necesito, he visto, sin buscarla, la Caja Rural del Sur; luego me penará no haber entrado, para que me informaran si hay sucursales en las costas granadina y almeriense. Cuando estoy caminando hacia el centro, me encuentro con un chico que lleva elementos muy similares a los míos: una mochilita en el pecho y una mochila más grande en la espalda y, aunque yo hoy voy más liviano, le paro y le pregunto si está haciendo alguna caminata a pie. Me dice que no, que son sus últimas horas en Málaga y que, por la tarde, volará a Alemania. Está aprovechando sus vacaciones para recorrer Europa pues, el próximo curso, tiene una beca para estudiar en la Universidad de Cambridge. Roberto Guadarrama, hace unos años que se independizó de sus padres y todo lo que hace lo paga con el fruto de su esfuerzo. Le propongo acompañarnos mutuamente el rato malagueño que le queda, accede y nos vamos a la oficina de Información: allí con el nombre Andalucía, en verde, me ponen el sello de la Oficina de Turismo. 
Allí nos dan planos mejores, que manejará Roberto, y yo iré despreocupado, dejándome llevar “¡Qué felicidad!” y se lo digo. Nos recomienda en la Oficina un bar de menú. Comemos en el bar Málaga: ensalada malagueña (tomate, cebolla, patata, pimiento y bonito; similar a la ibicenca), merluza (casi invisible) con patatas fritas y cuajada (8,50 €) y cada uno se paga lo suyo. Cuando estamos comiendo, pasan los de Turismo, volvemos a la oficina y es ahora cuando me ponen el sello en mi credencial particular. La idea, al volver, era dejar la mochila de Roberto allí, pero nos dicen que no es necesario, ya que en el museo Picasso, que es lo que queremos visitar, hay guardería de equipajes.

Roberto me da su Hotmail, para que tengamos comunicación y le envíe la foto que nos sacarán con mi máquina. La entrada al museo cuesta 6 € y no hacen descuento a los pensionistas (quizás su hubiera cumplido los 65…). Compro también 4 postales (4 €) y, luego, en la calle, compraré 14 más (7 €). La obra que se presenta en el museo es bastante escasa; poco de la época azul y, salvo una mujer en marrón y algunos grabados y dibujos, poco me despierta interés.
Por favor, no comparéis estas maravillas de Picasso con mis dibujos.
La azafata de la sala grande de fotografías
Ya saliendo de lo que es la obra del malagueño insigne, en la sala más grande se exponen fotografías de Pablo Ruiz y sus amigos, que me interesan menos y aprovecho para hablar con la azafata encargada de vigilar la sala y contestar a preguntas, si se las hacen, y si sabe responder. Hago un juego con las palabras “vuelva y Huelva”; al decirme ella: “…cuando vuelva…” y responderle yo: “ya no vuelvo a Vuelva”; tontería tal que da pie a que le hable del viaje que estoy haciendo. Ella se entusiasma con lo que le estoy contando y me dice: “yo también tendría que hacer algo así”. Le he brindado la ocasión para desahogarse y soltar el problema que le oprime el corazón. Me cuenta lo incomprensible que es que alguien, después de siete años, le haya dejado, diciéndole que no le llena. Me retrotraigo a doce años atrás, comparto con emoción su sufrimiento, le animo a que haga buen uso de la libertad recobrada y que aproveche para hacer cosas que le gusten y que había dejado de hacer. ¡Ánimo!, le digo, y subo con Roberto al piso de arriba. Subimos en ascensor y no veo nada destacable; en el sótano, en la tienda, es donde compro las 4 postales.

Casa natal de Pablo Ruiz Picasso 
y última hora con Roberto
Salimos a la calle y Roberto, que es mi guía y lleva el mapa de la ciudad, nos orienta hacia la casa natal del pintor. Allí la entrada cuesta un euro. También me parece flojita, ya que no se ve cómo era su vida familiar, pero me sirve para saber que también su padre dibujaba y pintaba. Llegamos a la Alcazaba, al pie, cerca del Teatro romano, y pedimos que nos saquen una foto para el recuerdo. 
 
Pasamos cerca de la Catedral. En la plaza se celebra la fiesta del marisco gallego (como en Porto el año pasado) y, como no queremos comer, pedimos una cerveza. Nos dicen que ya está cerrado hasta la tarde-noche. Le acompaño a una sala de Internet, pues está esperando que su amigo, que está en Alemania y le espera a media noche, le confirme la hora. Mientras, aprovecho para comprar postales. Roberto contacta con el amigo y le acompaño  al autobús que le llevará al aeropuerto. Me da su plano y nos despedimos. Tendrá noticias mías. Un abrazo y nos despedimos. ¡Suerte!

Segunda gestión para El Chorro
Entre el plano y un hombre que me acompaña, llego, de nuevo a la estación y allí, con la referencia de otro lugar que no recuerdo, me dirá el señor que me atiende que hace 20 años que allí, a El Chorro (la estación se llamaba Gobantes), no va ningún tren, pero me da horario de trenes para Álora. Luego voy a la Estación de Autobuses, no hay apenas distancia entre estación de Renfe y la de Autobuses, allí me confirman que mañana sólo tendré autobús hasta Álora. Mañana decidiré pero, casi seguro, iré en tren, que me gusta más que el autobús. La mejor opción la habría tenido entre lunes y viernes, pero ya no tiene remedio. Resuelto el tema del transporte de mañana, subo a Gibralfaro.

Gibralfaro: la parte árabe de la ciudad
La entrada para los pensionistas cuesta 60 céntimos. La parte romana queda abajo y voy subiendo la cuesta; me encuentro a Patricia, francesa, hija de emigrantes españoles y que emigraron en el 56 y con Silvana, italiana, que suben charlando conmigo hasta el mirador que queda encima de la plaza de toros; también se ve bien, hacia el otro lado, la Catedral y la primera parte de la Alcazaba. La conversación arranca metiéndome con la suela de los zapatos de Patricia; son muy adecuados para subir, ya que tienen mucho tacón y ancho, pero serán imposibles para bajar, por la misma razón. Cuando sube, el pie queda casi horizontal, así que, al bajar, se colocará en posición de 45º, lo que la obligará a ir echada hacia delante. No lo veré, porque se quedan en el mirador. 
 
Dicen que yo voy demasiado deprisa. Puede que tengan razón, pues estoy casi flotando, al faltarme el peso de la mochila. En el mirador, ya les enseño mis dibujos, lo que indica que ya hemos hablado del calzado, de la emigración y de mi viaje. Silvana es de Sicilia y Patricia de Ex-en-Provence. Luego nos veremos cuando estoy dibujando y, más tarde, en la parte final de la bajada. Les he dejado en el mirador, como decía y he llegado a la parte alta, donde he pagado como jubilado y no me han pedido el carnet. Al que me cobra, le digo que voy a hacer un dibujo de lo que me dé tiempo y que, luego, se lo enseñaré a la salida.

Concierto por Palestina
Se oyen unos acordes de cantautor con melodía grata y contenido discutible. Se está preparando un concierto de los amigos malagueños a favor de la causa palestina. Es escenario es amplio y las sillas blancas vacías, hacen presagiar que vendrá mucha gente. La música de fondo, en todo el camino, sigue siendo grata. 
 




Paso por las almenas al lugar que considero más interesante para dibujar y hago un refrito con catedral y alcazaba, metiendo en medio más árboles tipo ciprés que los que había en la realidad, evitándome así, tener que dibujar muchas casas intermedias. ¡Licencia del artista! La vegetación separa lo divino de lo divino, lo divino de Dios y lo divino de Alá, evitando lo profano. Va pasando mucha gente, pero las únicas que se paran a mirar lo que estoy dibujando, serán la francesa y la italiana. Hay moscas pesadas y alguna especie de pulgas que me obligarán a dejar sin terminar el dibujo. Lo culminaré mañana en el tren. 
 





Saco alguna foto de Gibralfaro y de la costa que veré el domingo, sin saber que lo que veo es El Rincón de la Victoria y Torre del Mar; también veo playas artificiales con espigones. 
 

Enseño mi dibujo a la chica que controla la entrada, como le había prometido. Unos extranjeros quieren entrar y les dice que sólo quedan diez minutos para cerrar, y si quieren entrar, tendrán que hacer una visión rápida de la ciudad desde la altura. 





Está entrando bastante gente al concierto solidario con Palestina; en la explanada hay más gente y siguen llegando coches, pues allí se llega por carretera. Bajando, fotografío el Coso Taurino, que está siendo renovado de arena, 

 


y el Ayuntamiento, con la sala Capitular y el puerto. Llega una pareja que pretende comparar la vista de un lado, que ya conocen, con la del otro; para lo cual se asoman al balconcillo. Más abajo me encuentro con mis dos amigas, la de Ex-en-Provence y la siciliana y me iré, tras despedirme.

 


Mi amiga azafata del Museo Picasso
Ya fuera del ámbito de lo árabe y al ras de lo que queda del mundo romano, me encuentro con la azafata de la sala grande del museo, con la que he estado hablando de que su novio le había dejado después de 7 años de noviazgo; han terminado la jornada laboral y se esperan unas a otras. Se han puesto guapas, son muy agradables y tienen ganas de juerga sana. Le digo a la azafata conocida que le estaba esperando para ver si quería tomar algo y seguir charlando del tema que le preocupa; pero ha quedado con unas amigas y tienen intención de ir al cine. Me intereso por las pelis que echan, pero no me apetece ninguna; en realidad, lo que no me apetece es meterme en el cine y como veo que ella está muy bien, las amigas le apoyan y está alegre, pienso que yo allí no pinto nada. Parece que ya le está dando la vuelta a su problema.

 
Dos nécoras y una coja de propina
Dudo si sentarme en una terraza para escribir postales, con un gin-tonic, pero llego a la plaza en que he estado con Roberto y no nos han querido servir la cerveza a media tarde y se me antojan dos nécoras y dos cervezas. El sistema es el mismo que en Porto, pago los tickets, voy a la zona de la cerveza y la cojo y, luego, a la del marisco y el chico me da tres nécoras, porque a una le falta una muela. ¡Qué bien! Las tres están buenísimas y, cuando voy por la tercera, iré por la segunda cerveza. Cuando voy por ella, un señor de la organización me cuida el sitio y la nécora, poniendo mi mochilita encima de la mesa. Los dos nos vamos y pareciera que la ponía a huevo para que se la llevaran. He tenido suerte eligiendo ese momento porque, al cabo de un rato, se forman colas interminables (Lo que sigue lo estoy escribiendo al día siguiente en el tren). A las 22:30 termino la última nécora y voy a llamar a Sara, pero me saldrá el contestador automático y dejo mensaje que queda cortito porque sale el pitido.

Regreso al Albergue Juvenil. Un cordobés que trabaja en Alsasua
Como ahora ya es de noche y el mapa no me orienta, porque no veo, pregunto por la avenida de Andalucía y, enseguida, salgo a zona conocida, por la Alcazaba, con las murallas iluminadas, que fotografío, pero que será fallida. No me he fijado por donde he llegado allí y ahora no sé por dónde ir para salir a Carranque; una me da la referencia a partir de un luminoso de MoviStar de un alto edificio. Sigo adelante y veo a una pareja que cruza en rojo y yo digo en voz alta: “si los de aquí pueden pasar el semáforo en rojo, también los de fuera”, una tontería más para provocar la conversación; ellos dicen que también son de fuera, de Córdoba y que se han acercado a la costa huyendo del calorcito y yo les digo que soy de Irun, pero navarro. Él dice que trabaja en Navarra, “¿dónde?”, le pregunto; “en Alsasua”, es su respuesta. Le enseño el DNI. ¡Qué casualidad!, ¡ni queriendo! Y, además, están en el mismo albergue que yo; así que vamos juntos y ya, despreocupado. Me llevan.

Dormitorio calentito
Pido la llave de la habitación y me despido de los cordobeses. ¡Qué caliente está el dormitorio! Recojo mis ropas ya secas y las cuelgo en mi barra; me ducho y me acuesto desnudo con la sabanita encima de la tripita. El calzoncillo del vecino sigue estando en el suelo y continúa el mismo desorden. Pongo a cargar el móvil, me doy aloe-vera en los pies y a intentar dormir. Dejo cerrado, pero sin poner la llave y, al rato, vendrá Freddy, el colombiano; charlamos el mínimo y, como mañana piensa desayunar con sus amigas a las 8:30 h, le digo que si estoy dormido que me despierte, aunque creo que no será necesario. Después de las doce vendrá el otro y, más tarde llegará un negro llamando a la puerta porque alguien ajeno, en la calle, quiere entrar. No creo que tenga nada que ver con nuestra habitación. El negro sólo se expresa con gestos y el vocabulario que utiliza es mínimo. ¡A dormir! He colocado el reloj en la parte alta de la cabecera, por encima de la almohada. El calor es excesivo, pero descansaré y dormiré.

Balance del día: Lo mejor, el encuentro con Roberto Guadarrama; decepcionante Picasso, ¡Cuánto mejor lo que hay de él en Barcelona! Bonito el paseo por la Alcazaba y riquísimas las nécoras galegas. Bonitos encuentros con la azafata del museo Picasso. Curioso el encuentro con la francesa hija de emigrantes españoles. Demasiado calor en el albergue juvenil.


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