jueves, 12 de abril de 2012

Etapa 39 (155) Torrenueva-La Mamola

Etapa 39 (155) 27 de julio de 2008
Torrenueva-Calahonda-Castell de Ferro-Castillo de Baños-La Mamola.

La casa duerme.
Tras un día familiar, tan intenso, me levanto a las siete, cago y me pongo a escribir el diario; no puedo demorarlo, ya que las historias se me acumulan y aprovecho este rato en que la casa duerme. Cuando salgo para afeitarme, veo que las camas de la habitación de Pepe y Carmen ya están deshechas, pero ellos no están; más tarde veré, desde el balcón, cómo Pepe elimina la arena de los pies en la ducha que hay a la salida de la playa, y que coincide a la altura del balcón. ¡Qué chollo de casa! ¡Ducha junto al portal! Y un balcón para atender y ver pasar la vida de este pueblo perfecto para unas vacaciones estivales.

Torta de porras e higos chumbos.
Aparece Juanjo y nos vamos a comprar una rueda de porras (churros) que pagará él (3 €); ya no insisto en pagar; sigo siendo el agradecido invitado. Juanjo me quiere dar dinero para que vaya más tranquilo hasta que no encuentre banco para sacar, pero no se lo cojo, en la confianza de encontrar Caja Rural (de Granada o no), en La Rábita. Aunque me queda poco dinero, estoy tranquilo. Al salir de la churrería, Juanjo me invita a dos higos chumbos que son pelados por el vendedor y me los como en el momento; Juanjo compra otros dos, uno para su madre y otro para su tía; está seguro que apreciarán el regalo. Regresamos a casa, donde encontramos a la tía algo pachucha y quejosa. Como Pepe ya ha desayunado antes, ahora lo hacemos los demás; menos Loreto, que no aparece. La torta está hecha con el mismo tipo de masa que la de los churros, que se va dejando caer sobre el aceite hirviendo y que al girar el depósito que contiene la masa, va depositándose de forma muy imperfecta, de tal manera que queda más acumulada en las uniones; son estos nódulos los que, en su imperfección, más atraen a Carmen; son como un amasijo gordote y deforme que saborea y disfruta.

Hablamos de literatura y de separatismo.
Pepe está feliz conmigo, pues puede compartir sus conocimientos de literatura. Tiene una colección de Premios Novel y ayer pudimos hablar de Hemingway, El viejo y el mar, de Masance Van der Merch, del valenciano Vicente Blasco Ibáñez y Cañas y barro, de La Odisea y sus dioses, de Ulises, Aquiles y Patroclo. Yo le hablo de Ana Karenina, de Tolstoi y no tengo ocasión, oportunidad, para recomendarle la trilogía de Agota Kristof, Claus y Lucas, que comienza con su magnífica primera parte: El gran cuaderno. Pasamos a otro tema que le enfurece, el del separatismo vasco; él, desde su óptica de la unidad de España, y la buena convivencia entre los distintos pueblos que la forman, no entiende ese deseo y, menos, cuando ve en la televisión, cómo otras personas mayores defienden a los etarras. Yo le digo que los que pertenecen a Eta y sus familias, son rehenes de su ideología y que, sus convicciones, obedecen más a religión que a razón. Trato de explicar su calidad de víctimas y victimarios, que no supieron adaptarse a la democracia, tras la muerte del dictador, y a los que nadie pidió perdón por el salvaje atentado, durante la dictadura, a su lengua e instituciones. La actual democracia está asentada sobre una base falsa, no cerrada, que viene de la dictadura; lo que posibilita que Eta no pida perdón de sus asesinatos, porque al País Vasco no se le pidió perdón de lo mal que le trató la dictadura. Muchos de los dirigentes actuales provienen del franquismo y eso enfurece a los etarras. Hay demasiado dolor para que se pueda llegar a una solución del conflicto, pero es más necesaria que nunca la desaparición de Eta para que se puedan dar los primeros pasos. Por otro lado, o por el mismo, cuando se habla del nacionalismo vasco o del catalán, a menudo tan próximo al separatismo que, en muchas ocasiones, no deja de ser un problema ecónomico, de gestión del dinero generado en cada autonomía, se suele olvidar el nacionalismo español, que es tan nefasto como cualquiera de los otros nacionalismos. Como Pepe se encoleriza, Juanjo trata de protegerlo pero, al verme a mí sereno, seguimos con el tema. Juanjo también está muy atento al desarrollo de argumentos de las dos partes; es un hombre sabio que trata de captar todo lo que le ofrece su entorno; la condición indispensable es tener ese deseo de aprender. ¡Qué hombre más interesante y generoso! Espero que aporte mucho a la sociedad.
Despedida de Torrenueva y de los Villen.
Ven cómo recojo mi equipaje y guardo la ropa ya lavada, seca y plegada por Carmen; no me queda libre ni un hueco en la mochila. Quedará algo menos pesada cuando descargue en Correos el material obsoleto, ¿será en La Rápita o en Adra?: el cuaderno de dibujos finalizado, los rollos de diapositivas utilizados, las dos primeras libretas de diario, los mapas de las cinco provincias… Previamente he vaciado los restos de arena de la mochila, desde el balcón, y mirando que no cayera sobre nadie. No sé todavía qué compraré para mis nietos. Antes de salir, hago mi segunda deposición consistente del día, ¡qué importante para el caminante que el aparato intestinal funcione adecuadamente! La tía se ha acostado porque, después de desayunar, parece que la rosca no le ha sentado muy bien; tuvo un infarto y ahora está recuperándose. Va bien, pero sin muchas alegrías; el que disfruta como un enano en estas vacaciones de dos meses es Pepe; pero este año las podrán alargar muy poco, porque el 7 de setiembre tiene que pasar revisión la tía. El dueño de la casa es un navarro, ¿Ripalda?, que vive en Francia y se desentiende bastante del piso. Juanjo lo suele acondicionar, pintando las habitaciones, pero la casa requiere un mantenimiento más profundo y que no se le hace, para que fuera más cómoda y acogedora. Pepe se volverá en setiembre a Granada a su piso en Margarita Xirgu (actriz principal en muchas de las giras culturales de la Barraca que dirigía Federico García Lorca). Juanjo me da sus señas y, cuando escribo Huetor-Vega, recuerdo que era también en Huetor donde vivía un matrimonio con el que entablé amistad en Noruega, aunque no cuajó. Juanjo me dirá que hay tres Huetor en Granada y, posteriormente, sabré que el Huetor de los Villen nada tiene que ver con el de los noruegos. Me despido con besos de los tres que quedan, pues Juanjo me acompañará durante un tramo del camino. Saludos a la tía, que descansa, y a Loreto, que duerme. Uno de estos días, esperan que llegue Abel, el hijo mayor. Lloro en la despedida, emocionado por el buen trato recibido, y me voy con Juanjo. Vamos caminando y charlando hasta el Faro Sacratif, donde sacamos una foto de despedida, y Juanjo me recomienda que pase por un túnel, que está antes de coger la carretera vieja. Procuro que la despedida no sea lacrimógena y, tras un apretado abrazo, lo deshacemos para no alargar ese momento de deseos contradictorios: el de seguir mi andadura y el de quedarme agasajado a perpetuidad abrazado a Juanjo. ¿Cuándo nos volveremos a ver?

Hacia Calahonda.
El túnel dispone de acera a ambos lados y lo paso con celeridad. Me da la sensación de que el papiloma plantar del pie izquierdo se me va desplazando hacia el lateral. Con el paso de los años, acabará alojado en el dedo más pequeño, pero esta será otra historia. El paisaje me empieza a ofrecer mares blanquecinos, son los primeros invernaderos; nos estamos acercando a Almería; un hombre está reforzándolos subido sobre su techumbre blanca y el entramado es lo suficientemente fuerte como para soportar su peso sin peligro de caída ni derrumbe. Intento bajar a playa, pero el acantilado es abrupto y me lo impide. 

Continúo hasta una desviación bien señalizada en la carretera y la indicación de Playa Carchuna. La playa va paralela a la carretera y con zona de arena planteada como camino, pero muy irregular. Un corredor de fondo me adelanta en su entrenamiento por la playa. Veo a un hombre de 75 años que circula con zapatillas de agua, con suela de goma, pero lo suficientemente gruesa como para caminar bien; como la tela del calzado la tiene mojada, está esperando a que se le sequen para hacer el regreso a Calahonda andando. Cuando llego a Calahonda, me encuentro con un joven padre que intenta dormir a su niño en la sillita, pero el niño expulsa el chupete sin visos de querer dormirse; me dice que, al fondo, tengo un acantilado imposible de superar por el mar y que, por la izquierda, tire hacia la general. Pregunto a unos señores, que están sentados en una sombrita, y me reafirman lo dicho por el joven papá; hablando de mi viaje, alguno de los señores duda de que pueda venir andando desde Portugal. La carretera dispone de un amplio espacio lateral, donde orino previamente, y abordo el siguiente tramo con poco arcén, ¡qué poco cuidan a los caminantes en lugares donde la alternativa a la carretera no existe! 

Como el arcén casi es inexistente, me animo a salir a un hueco hecho en el muro sustentador de cemento y paso por el quitamiedos, ese al que tanto temen los motoristas (para ellos, son vallas asesinas). El paseo obliga a ir muy atento si no quiero caer al precipicio. No sé cual de las dos opciones es más peligrosa. El hueco elegido, llega un momento en que desaparece y ahora pasa a ser más peligroso que el arcén, así que vuelvo a la carretera. He sacado fotos de barquitos bien alineados, que ya han quedado, tras el ascenso, muy por debajo y, superado el obstáculo de la costa, la carretera vuelve a descender y llego a una playa que ofrece muy buen aspecto y que sabré que se llama La Rifana porque me lo dirá una parejita que regresa; ella es de Nerja y él de Málaga. 

A pesar de que la playa me gusta, no me animo a bajar, aunque después me doy cuenta de que, si lo hubiera hecho al principio, habría encontrado lugar adecuado para hacer nudismo al otro lado de la roca, con torre a medias, pero ahora no tengo ganas de retroceder. Un chico de Almuñecar me dice que le acaban de preguntar por La Joya y que no ha sabido responder; ¡lástima!, pues ayer me bañé allí y les podría haber dado buena información del lugar; yo, un foráneo, mejor informante que un autóctono. Al hablarle de mi viaje, me quiere dar agua, también su número de teléfono, por si vuelvo alguna vez a Almuñecar; se lo agradezco, aunque no se lo cojo y continúo. Bordeo el túnel de La Rifana y saco foto de acantilados con Calahonda a lo lejos. En la parte central de la playa hay algunos tenderetes. Veo un coche con matrícula GGL y me viene “Google”. También pasa una furgoneta verde con matrícula SS y su oveja latxa y grito “erreala”, pero creo que el conductor no me ha oído.

A comer a Castell de Ferro.
Empiezo a descender hacia Castell de Ferro y tiro en dirección a la gasolinera, donde en el área de servicio está la cafetería bp. Me atiende Allina, rumana; a partir de esta hora, oiré hablar mucho en rumano, que me sonará como una mezcla de italiano y ruso. Por la tarde serán Claudia y Elena. También he hablado con los dueños de la cafetería; él estuvo trabajando en Alemania en los años setenta, aprendió mucho y es sensible a la realidad de la emigración; José respeta a los inmigrantes pero, a la vez, es exigente con ellos. Como un platazo de garbanzos con callos y dos pinchos, de carne de cerdo, uno y de alitas de pollo, el otro; con patatas. Incluyendo bebida y un gin-tonic de Beefeater (es la primera vez que me sacan la botella y puedo escribirlo bien), me costará 21,50 € y, eso que debo moderarme porque me queda poco dinero. Allina, José y su mujer han estando negociando horarios y distribución de jornadas de trabajo de sus operarios. Entran al bar muchos clientes rumanos; se ve que las chicas han sabido hacer atractivo el lugar a sus compatriotas. Al principio, cuando ha llegado, he confundido al jefe con uno más de sus clientes. José no se limitó a Alemania, sino que conoció también otras naciones del mundo. Este conocimiento le hace ser un buen patrón, al menos es lo que parece al viajero. 

Todos se van marchando del bar y yo escribo mi diario. Como estaré mucho rato, tomaré tres tónicas más (x 1,60 = 4,80 €). Tracy Chapman canta en la pantalla una canción favorita de mis hijas en su adolescencia, "My name is Luka", y me emociono. Me acuerdo de ellas y lloro; posiblemente el gin-tonic me ha vuelto más vulnerable. No creo que mi sensibilidad sea derivada de una mala alimentación, ya que estos días estoy siendo muy cuidadoso para que esto no ocurra y los Villen me han tratado muy bien. Llega una pareja que habla del Tour de Francia y me entero de que ayer, en la contrarreloj, Carlos Sastre desplazó del liderato a un australiano y hoy se confirmará como ganador del Tour-2008. ¡Qué racha de los españoles, tres años seguidos! Quienes hablan de ciclismo son un chico y una médico y, al hablar con ellos y comentarles sobre mi viaje, me invitan a acercarme a su puesto y que les visite, ya que están de guardia y se tienen que ir. Siguen llegando rumanos. Son las 17:45 h y he cagado por tercera vez y bien. Cojo agua, me despido de Claudia, que me desea buen viaje, y me voy del bp de Castell de Ferro. Espero que las cuatro tónicas no me impidan dormir bien esta noche.

Visita a los de guardia del ambulatorio y bañito junto a rocas.
Salgo del bp y, sin entrar en la general, llego al ambulatorio. En recepción está el chico que llegó al bar con la médico. Hablo con él porque ella ha salido a una urgencia y, por esa razón, he perdido una oportunidad para que me hiciera una revisión de los pies. Al llegar a la carretera veo un GGN, pero no me viene la inspiración de ningún nombre con esas tres consonantes. Bajo a la playa, con intención de darme un baño. 
 
Aunque la playa es muy familiar, veo al fondo a un buceador de fondos marinos que me parece está desnudo, pero cuando me acerco lo que veo es un bañador rosa-palo con cinturilla blanca; como ya me he hecho a la idea del baño, continúo hacia las rocas, me desnudo y elijo una buena entrada al mar. El agua está muy buena y, como veo venir una mujer con un grupo de niños, me meto un poco más adentro y luego me dejo mecer por las olas que me tiran y bambolean; ¡genial! Pasan dos jóvenes que me ven secándome sobre roca caliente y, luego una pareja, aunque sólo me saludará él. Y, tras el segundo baño, me seco, me visto y sigo adelante.

Tarde con más playas.
Miguel será el encuentro de la siguiente playa; es un señor mayor que, al subirse tanto el bañador, asoman sus testículos enfundados en la malla de su braga; me dice que puedo continuar por caminos entre invernaderos. Como no encuentro el camino, unos chicos me dicen que, para ascender tendré que andar dos o tres kilómetros, hasta las siguientes casas, pero me parece algo arriesgado. En la siguiente playa, encuentro a una pareja, pero sólo está él desnudo. Les digo: “¡qué lujo, la playa para vosotros solos!”, pero no me quedo con ellos, para no molestar, y me doy otro baño un poco más adelante. Me seco y me voy. 

Encuentro un letrero con un texto que me parece muy bueno y lo fotografío para que no se me olvide lo que pone: “Llévate lo que traigas y algo más”, pero no me doy cuenta que es precisamente, donde está el letrero, donde comienza el camino que me habría subido por los invernaderos. Continúo por las rocas y me cruzo con dos jóvenes que vienen con sus neoprenos y sus fusiles de pesca submarina y veo lo que han pescado: un pulpo y pececillos ¡qué fresquitos! Van contentos por sus capturas. Me dicen que no se han fijado en el letrero al venir, pero prometen leerlo ahora. Luego me encuentro con una pareja textil. Será él, que me parece sudamericano, quien me dirá que retroceda hasta el letrero y suba el camino hacia los invernaderos: “retrocede a rocas gordas”, me dice. Es cuestión de seguir todo el camino que va a la derecha. Cuando llego al letrero, subo el camino, que es bueno y llego donde un hombre al que pido permiso para hacer una foto del interior de su invernadero, pero tengo la mala suerte de que está vacío y preparado para plantar, probablemente, tomate, pimiento, pepino o habichuelas (llaman así a las judías verdes). Al menos, de sus parras cuelgan hermosos racimos de uva. 

Le hablo del plato que, con el nombre de berza, me ofrecieron en Almuñecar y que consistía, no en col, sino en un potaje de alubias, vainas y algún otro ingrediente, que no recuerdo. En El Muerto, encontré la segunda mujer pescando a caña y, ahora, llegando a Castillo de Baños, veré a otra; me dice que en la costa granadina es bastante habitual que las mujeres pesquen. 


Llego a El Lance, que pertenece ya a La Rápita y entro en el bar Lancenor y pido una cerveza y me la sacan en “garrafa” (es la copa portuguesa) helada (que sacan del congelador) y pido agua para pasar la noche y arrancar el día de mañana. Me cobran 1,60 € (el mismo precio que cada tónica en el bp). Para continuar, debo ir por la carretera y hay que pasar un túnel escavado en la roca. 


Cuando llego a La Mamola, recibo una llamada de Juanjo, para saber dónde estoy; “buscando un lugar para dormir en la playa, en un lugar en que la carretera pasa por un túnel y me evita los ruidos de la circulación”, le digo. Pensaba ponerle un SMS cuando estuviera ya instalado. La información del túnel me la había dado un chico que estaba con un ordenador portátil al final de Castillo de Baños; “falta sólo un kilómetro”, me ha dicho. 


Una vez localizado y elegido el lugar, aliso la arena y hago una protección de piedras para que la cama no se me desmorone por la noche. Hablo con dos pescadores, que sólo han pescado unos peces pequeñines (4 o 5) y pongo SMS a la familia Villen: “Nectarina exquisita. Cama en exterior túnel, frente al mar, en La Mamola. Doy gracias por haberos conocido. Un abrazo. Javier.” 

Va oscureciendo; aparecen las primeras estrellas que, poco a poco, se irán intensificando; no hay mosquitos y me puedo meter desnudo en el saco con los pies dentro, tras darme el masaje de aloe-vera, y sin cerrar la cremallera. Espero que, por la noche, no me caigan encima las hojas gruesas de las chumberas de la montaña con torreón que horada el túnel. El túnel de la foto es el de El Lance.

Pasará algún pescador, luego, un perro negro y, más tarde, aparecen dos parejas. La primera se alumbra con la linterna, pasa más hacia la orilla, ni me ven y siguen  adelante. La segunda pareja, también con linterna, con la que van haciendo enfoques cercanos, pasan al lado de mi lecho; tampoco me ven y se paran muy cerca; titubean yendo hacia la orilla, pero acaban casi en el primer punto, a unos cinco metros de donde estoy yo. 
 
En el momento en que él va a tirar la manta al lugar elegido, les hago saber mi presencia; no me apetece oír follar y pasar envidia, puesto que ver, apenas iba a poder ver nada. Recogen la manta y continúan su camino. Así tendrán más intimidad y yo no sabré su paradero. Duermo a ráfagas. Como ya estoy en el saco y no quiero llenar mis pies de arena, tras el masaje, orinaré sentado. De madrugada por segunda vez. Hasta las 6:45 horas.

Esta foto es de Castillo de Baños. Las últimas fotos no concuerdan con el texto, ya que hubo un momento en la mañana que saqué demasiadas fotos, antes de llegar a Castell de Ferro.
Lo mejor del día ha sido la despedida de los Villen y el último abrazo a Juanjo. También he estado cómodo en el restaurante-bar con las camareras rumanas.

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