jueves, 12 de abril de 2012

Etapa 36 (152) Cantarriján-Playa de El Muerto

Etapa 36 (152) 24 de julio de 2008
Playa de Cantarriján-La Herradura-Almuñecar-Playa de El Muerto.


Cantarriján se despierta para una nueva jornada playera.
A las siete de la mañana, los mosquitos zumban pero no pican. La temperatura es excelente y el baño matutino más. Me seco al aire. El andaluz del grupo de los forajidos piratas se levanta y da un paseo por la parte trasera de la playa intermedia, en la que se levanta un muro para proteger del viento frío que suele penetrar de poniente. Al regreso, el andaluz me dirá que están de vacaciones y que ayer se mamaron. No hace falta que lo jure. Una vez seco, recojo los bártulos, cargo las mochilas, con la grande a mi espalda y voy a saludar a Pilar y Héctor, quienes me dirán que, finalmente, con las primeras gotas y que se levantó el viento frío, decidieron montar la tienda. Ya están pensando en la movida del coche, ¡qué movida!, pues antes de que empiece el control, deberán tener el coche ya aparcado arriba. Están colocando las sombrillas cerca de la orilla para ellos y para sus amigos que están de vacaciones en La Herradura y que, al llegar allí, veré y les contaré. Luego saludo a los jovencitos que han dormido en la roca separadora y cuyos perruchos me ladrarán al acercarme. 

Ascensión de acantilado. Animales y un español que ha dejado perder el castellano.
Inicio la subida de la empinada carretera de la derecha, no por la que bajé ayer, y encuentro a un ave negra herida en un ala; también veo un animal oscuro que, de primeras, me parece una raposa pero que muy bien podría ser un gato montés o una jineta. Todo ha sido visto y no visto. Ayer no vi jabalíes ni jabatos y, sólo al anochecer, una cabra de las muchas que me dijeron que había; pero ahora, en el ascenso, asusto a un cervatillo que, en su afán de huir, casi se despeña. Intento una foto con su cara de susto pero dudo de que salga. 

Continúo el ascenso y llego a carretera con casas. Pregunto a un niño que está en una terraza, pero parece que no entiende castellano; asoma su madre, que también es extranjera y tampoco lo entiende y me dice que espere un poco, que sale su marido; parece que sale algo adormilado y me disculpo por molestarle. Ella me ha dicho que es español, pero me sorprende su acento de extranjero. Al menos entiendo lo que me dice, que siguiendo la carretera de la urbanización no hay salida y que debo retornar a la carretera que he dejado. Agradezco la información y retrocedo pensando en que si el que me habló era un español hijo de emigrantes ¿cómo pudo perder el idioma y no lo enseñó a sus hijos?, ¿fueron sus padres emigrantes quienes no lo consideraron oportuno? Me recuerda a mi amiga María José Gaztambide, cuyo marido alemán, Werner, se negó a que ella les hablara en castellano. Todos salieron perdiendo pues, incluso ella, de no practicarlo, le cuesta gran esfuerzo hablarlo.

Cerro Gordo.
La carretera que me lleva a la cima, no me saca a carretera general hasta mucho más tarde y, sólo a 100 m. para coger por Las Palomas, como me ha informado un observador de dos cabras montesas. Pero antes he llegado a Cerro Gordo, donde saco dos diapositivas con la playa de Cantarriján a lo lejos, con las sombrillas de Héctor y Pilar ya instaladas. La carretera hace un itinerario relajado y tranquilo; sólo pasan por ella dos coches y un ciclista. Llego a un restaurante que sólo abre por las noches, así que no podré desayunar y, de su entorno, parte un camino que lleva hacia la Torre de Cerro Gordo, que tenía la función de todas las anteriores, emitir señales de humo y fuego. 
 


Llego a la torre por camino sinuoso y bonito y la sobrepaso, aunque voy perdiendo altura y logro sacar foto más completa de la costa de Cantarriján. Hacia el otro lado, ya puedo ver La Herrera, a la que saco con barquitos y reflejos de sol en el mar. 

 

Con la información que me ha dado el observador de las cabras montesas, me he evitado tener que pasar por un túnel de carretera que, aunque no sufro de claustrofobia, no suele resultar un lugar muy grato para caminar.

 

Una mañana en La Herradura.
Desayuno, Información, Biblioteca y comida.
Para entrar en La Herradura hay que pasar por unas urbanizaciones; siendo una de ellas Las Palomas. Allí me encuentro a Joan, una holandesa con la que me entiendo en francés, mezclado con palabras en inglés y el idioma universal de los gestos. Me abandona porque va a comprar pan y me espera, más abajo, en la carretera. Le gusta mi viaje y los primeros dibujos que ve, y me desea suerte para terminarlo bien. Joan es una mujer muy agradable y ahora va hacia la playa, cuya arena gris penetra en la carretera y que casi se confunde con el asfalto. Busco información turística, pero no abren hasta las diez; no me doy cuenta de que hay cambio de oficina, pues no me fijo en los letreros indicadores y me dirijo a la biblioteca que están en un centro cívico con muchas dependencias y pregunto al bibliotecario si puedo hacer uso de Internet. Me dice que sí, siempre que esté libre. Le digo que voy a desayunar y que volveré. Voy a El Chorrillo, donde me ponen un café con leche de tamaño adecuado, aunque muy cargado de café y una tostada con dos porciones de mantequilla y dos de mermelada. Llevo el café a la mesa y la camarera me trae la tostada. Me limito a apuntar el gasto (2,50 €) y no escribo. La camarera discute con su compañera (quizás su hermana) por algo que no llego a entender y no le hace gracia que yo escuche la discusión que, parece, debiera quedar en un ámbito privado. 

Cojo los bártulos y me voy hacia Información. Un hombre me ayuda a encontrar la nueva oficina, en la que atiende una chica, que me orienta y le encanta mi viaje. Esta oficina será inaugurada hoy y destaca, como nueva que es, su limpieza y, en especial, la de su patio interior; tiene una especie de piscina con plantas y la sorpresa de la limpieza del agua es mayor, ya que suele ser el lugar idóneo de acumulación de desperdicios, plásticos que lleva el viento volandero, etc… pero demos tiempo al tiempo. La encargada me quiere dar mapas parciales de las distintas zonas de Granada, pero yo, como sé que la costa granaína es corta, prefiero un plano en que esté toda la costa, pues no creo que me lleve más de 4 o 5 días recorrerla. Con el nuevo mapa, intento situar Río Torio, que figura como playa nudista, en la zona de Vegacervera, pero la búsqueda será tan infructuosa como ocurrió con Río Chillar en Nerja. Ya con el mapa en mi poder, le pido tijeras y me lo adapto a mis intereses. Será mi GPS para estos días próximos. Al volver hacia la biblioteca, veo a los amigos de Pilar y Héctor, que se han levantado tarde y ahora van a desayunar y les digo que ya he visto, desde Cerro Gordo, sus sombrillas en primera línea de playa. Les digo que acabaron montando la tienda y que sus amigos adivinen quién se lo ha podido decir. Cuando doblo hacia la biblioteca, cinco chicos pasan en furgoneta y uno me dice que llevo la mochila al revés. Él no había visto la grande y todo da pie a que les cuente mi viaje. Los jóvenes alucinan todavía más que los mayores; uno de ellos, el más cercano a mí, pone mucho interés, se ve que le he impactado. Los dos ascensores para subir a la biblioteca son Orona, y me traen el recuerdo de Juanjo Zubillaga y familia que, junto a la familia de mi amigo Eugenio Jiménez, compartimos estancia en el Hotel Villa Flamenca de Nerja. El ascensor habla: “cerrando puertas, tercera planta” y lo mismo al bajar: “cerrando puertas primera planta”. Saludo de lejos al bibliotecario y me siento en el único ordenador que está libre. El ratón roza muy mal sobre la mesa y la bola rueda pésimamente, por falta de posa-ratones y me veo en la necesidad de poner una revista para que el dial se posicione bien. Borro correo no deseado y El Aleph, ya que no tengo tiempo ni ganas de visitar sus espectaculares fotografías. No consigo abrir el anexo que me envía Sergio Nunes y lo dejo para mejor ocasión. Contesto a Ismael y escribo a su exnovia. Escribo a Sara y Vera para que sepan dónde estoy y me meto con la lista de los conocidos en este viaje. Todo va bien pero, cuando voy a mandar el último a Zubeldia, empiezan los problemas. Pido ayuda a Pepe, que necesita el ordenador, y a una amiga, Elena, pero el problema es general y no me permitirá el envío a Jon Zubeldia y familia. Tendré que acordarme para la próxima ocasión. Vera me había mandado un SMS en el que me decía que mi nieto Gari ya había hecho caca sin ayuda; tiene problemas con algún componente de la lactosa que no logra regular el tránsito intestinal. También me dice que van a Altsasu el próximo fin de semana. Antes de salir de la biblioteca, donde he terminado de escribir el día de ayer en el diario, pregunto al bibliotecario por un restaurante con menú del día, y me recomienda El Salón; resultará un menú suficiente para el poco esfuerzo, con poco camino, de los dos últimos días (ayer y hoy). Como una ensalada, algo escasa; lomo con patatas, algo sequito; y el tiramisú de tarrina (con Mascarpone, porque lo leo), rico; y un vaso grande de tinto de verano. Todo por 8 €. Por ese precio, no hay razón para queja. Sigo el diario, narrando el día de hoy, y me pongo al día. Hago uso de WC y pido agua para no llegar muerto a El Muerto. Salgo de nuevo al paseo marítimo y veo anuncio del Rte. La Barraca, el otro de Cantarriján, que aquí anuncian en doble panel y en el suelo, a pie de calle. Paso por Información turística y está vacío; se ve que la inauguración será por la tarde.

Buscando la playa nudista de El Muerto, en Almuñecar.
Empiezo a subir por la carretera y, en la primera ocasión, me meto hacia la derecha, pero no tendré más remedio que retroceder para continuar por la carretera que tanto deseo tenía de abandonar. Hay escaleras entre los edificios de urbanizaciones, pero temo que no me lleven a la costa y no me arriesgo. Siempre me quedará la duda de si habría sido o no una buena elección. Poco después me encuentro con un chico que se ve tentado a reorientarme hacia la carretera general y me termina diciendo que siga hacia arriba y que no me desvíe hacia la derecha, porque entraré en una urbanización de la que será imposible salir. 
 
Así llego a una encrucijada con dos opciones: o Málaga o Granada. Me da la sensación que ninguna de las dos me interesa y, cuando estoy dilucidando que decisión tomar, por carretera lateral sube un camión y el joven conductor me orientará hacia la que pone Málaga y que, a un kilómetro y 200 metros, coja la primera bajada hacia la derecha. Me sale perfecto y ya estoy enfilando hacia Almuñecar. En un momento determinado ha pasado muy cerca un parapente a motor, que he fotografiado entre árboles, ¿conseguís verlo entre las hojas? y, ahora, la carretera baja muy pronunciada. 
 
Desde la carretera veo terrazas de casas y, abajo, una playa que no se si será la que busco, pues parece muy concurrida. Paro a un motorista joven, que acaba de arrancar, y le pregunto por la playa de El Muerto; hace un gesto como de no tener ni idea pero, al decirle nudista, me invita a subir a la moto para llevarme; le agradezco pero me niego a subir (mis papás me dicen que no hable ni suba a vehículos de desconocidos, suelen decir los niños) y le explico mis razones. “¡Nos vemos abajo!”, me dirá, pero luego no nos veremos. Al llegar a la costa, un señor me dirá que es la última siguiendo hacia poniente. En la primera son todos textiles pero, nada más iniciar la segunda, ya veo una parejita jugando a pelota y pala, aunque se ven pocos más desnudos.

Tarde nudista en El Muerto. Con Salvador y Carmela.
Será en la tercera playa, como me había dicho el informador, donde el nudismo es ya más generalizado. Hay algunos textiles y, como luego me dirán hay, al principio de la playa, algún hippie y, al fondo, algún gitano. El chiringuito está cerrado cautelarmente por orden de la autoridad competente, según me dirán luego Carmela y Salvador, una pareja que vive en casa de renta, que no tienen intención de comprarla e hipotecarse de por vida. Él, en este momento, no tiene más que un trabajito mínimo, llevando la contabilidad de una empresa y ella lleva poco tiempo trabajando en un hotel, que veo y dibujaré desde la playa; es uno de tonos rojizos. He recorrido la playa hasta el final, por si están aquí Montse y Juanjo, los granadinos de El Pino, pero no he visto a nadie conocido. 

 
Cuando llego al final de la playa me encuentro con un grupo de jóvenes; las tres chicas están con su monokini mínimo ya habitual, con el que ellas se consideran ya suficientemente desnudas; cuatro chicos juegan al balón, tres de ellos desnudos y el cuarto, que es hermano de una de las chicas, con bañador. Subo a las rocas, pero no se ve al otro lado playa alguna, así que retrocedo y me pongo cerca de Carmela y Salvador, que están dentro del agua, pero en ese estadio entre que si me meto o me salgo. Me desnudo, entro en el agua y nado un poco; como ellos todavía mantienen el torso seco, ya tengo tema para iniciar la conversación. Les digo que no merece la pena entrar al agua sufriendo y que es mejor (mejor para mí) entrar sin tanto aspaviento. Ya fuera del agua, les cuento algo de mi viaje y me darán información sobre ésta y otras playas; datos que me vendrán bien para los próximos días. Como Carmela hace un rato que ha salido de su trabajo en el hotel, comen un sándwich. Me quieren dar agua, pero les digo que beban todo lo que quieran y que, si les sobra, que me la den al marchar. Es lo que harán. Nos bañaremos varias veces a lo largo de la tarde, pero hablaré más con Salvador porque Carmela se va a hablar con el dueño del chiringuito clausurado, después de tenerlo ya repleto de snacks y abastecido de bebidas para unos cuantos días, para consumir algo y animarle un poco en su disgusto; le han hecho una gran faena. Como él no puede vender, le ayuda Carmela al trapicheo de bebida fría. Me invita ella a un traguito de cerveza y me sabe a gloria. Hay un chico en la playa que parece tener ganas de ligar, pero le he salido rana, al liarme con la pareja. Ahora me entran dudas si pudiera ser el motorista que me ha invitado a bajar a la playa en su moto que, al verlo sin casco y desnudo, no lo he reconocido. Es tarde para preguntar. Cuando se va, lo comento con Salvador, pero él ni se ha dado cuenta. Salvador suele venir a la playa muchas veces solo; observa cómo le suelen echar miradas de deseo y que, a veces, le resulta halagador sentirse deseado por alguien. Pero, me dice, “corren el riesgo de encontrarse con alguien que tiene el rol de muy macho y pueden salir a hostias.” Como son habituales en la playa, se conocen todos y siempre hay algo que decirse, un comentario, un chascarrillo. Carmela ha salido muy temprano de casa y está a deseo de estar tranquila en su pisito de alquiler; así que la pareja se despide de mí y de los amigos más próximos y se van.

Un dibujo de El Muerto para el recuerdo.
Los tres amigos de la pareja se quedan en la playa de piedrecillas y los incorporo a mi dibujo; está cayendo la tarde y sus cuerpos, en sombra, reciben el sol vespertino por la parte que no veo. Almuñecar y su costa, y el hotel en que trabaja Carmela, ocupan la zona central. Veo al trío con intención de marcharse, así que, sin terminar el dibujo me acerco a ellos para enseñárselo. Se ve que Carmela o Salvador ya les ha comentado que vengo a pie desde Portugal. Aunque sin terminar, piden permiso para sacar foto del dibujo con el móvil de los hombres; y lo hacen. Se lo enseñarán mañana a Salvador y Carmela. Nos agradecemos mutuamente, ellos por permitir la foto, yo por el posado gratuito. Lo terminaré después de que se vayan. Luego me pongo a buscar un sitio adecuado para pasar la noche y elijo uno equidistante de la zona en que dicen que andan los gitanos (por la mañana sólo veré por allí a un hombre) y la de los hippies. Dudo entre una roca, que me puede proteger del viento de poniente, y una especie de aprisco de piedras poco elevado y en semicírculo, pero no cumple función protectora, por su poca elevación, pero sí delimitadora del espacio; como tiene piedras planas y arena, será el lugar que consideraré más adecuado. Por el interior, dentro del espacio de playa, pero más a poniente, hay montada una pequeña tienda amarilla y, aunque los vecinos me han dicho que han visto al ocupante masturbándose, yo no veré a nadie por allí, así que no sabré quien la ocupa. Me doy el último baño de la tarde; el agua sigue estando deliciosa y la temperatura exterior sigue siendo buena.

Anochecer en El Muerto. Cierto trasiego y el abrazo de Ole.
Todavía no ha oscurecido y preparo esterilla y saco para no hacerlo entrada la noche; una vez instalado, me acerco a la zona hippie. Un chico y dos chicas se han colocado en el lado a poniente del chiringuito y, luego, montarán un tinglado cuadrado con varillas pegado a él, y allí dormirán. Antes de hacerlo, la última en llegar me saluda desde el saco y la otra se dará una vuelta por mi zona; una vez sola y otra acompañada por su compañera del tinglado; o está bebida o es algo locuela y desenfrenada. Aunque ella está en bikini, él no se quitará los pantalones cortos; aunque no sé si por la noche lo hará (mañana lo veré tal cual lo veo ahora). Un chico se acerca, se aleja y, al fin, se queda en las rocas de su zona. No se le ha visto desnudo, al menos desde que me he fijado en él, y dudo si está por libre o pertenece al grupo del tinglado. Por la mañana lo veré dormido en su saco por mi zona, más hacia el mar y en dirección a la tienda amarilla. Ahora me he acercado a él, mientras hago tiempo para acostarme, y tengo dificultades para mantener una conversación en castellano. Aparece por la playa Ole quien, como yo, está también desnudo y hablamos de mi plan para dormir en la playa y del viaje que estoy haciendo. Ole es alemán; también ha hecho el Camino de Santiago y opina que, al margen de la utilización de él que han hecho los cristianos, opina que es un camino que transmite energía. Hablamos de alguna cosa más; lleva varios meses viviendo en España, está muy moreno, se le ve feliz en este lugar y tiene un buen castellano. Le comento que me he alejado algo de su zona porque, aunque me han dicho que es un grupo majo, tienen instrumentos de cuerda y yo necesito dormir para seguir caminando mañana. Me dice que sólo se van a quedar dos o tres a dormir y que los músicos se van; no dormirán en la playa. Como se está haciendo tarde y, probablemente mañana no nos veremos, me da un abrazo inesperado de despedida; es como un intercambio de energías. Te doy mi fuerza y tú me das la tuya. Ole está en una etapa de su vida importante; está realizando su sueño de independencia, de vivir con lo mínimo, en una tierra generosa de sol y buena temperatura; libre, todo el día desnudo. Se ve que, al encontrarse con alguien que, como yo, está haciendo un viaje tan poco habitual, iniciático, el hombre se ha emocionado. Nuestra peculiar forma de entender la vida nos ha llevado a esta comunión. Ha sido un abrazo lleno de fortaleza y ternura. “Comprendo y admiro lo que estás haciendo”, nos hemos dicho sin palabras. ¡Qué momento tan bonito! ¿Dónde ponemos el límite a nuestros afectos? El abrazo nada ha tenido de sexual, pero ¿podría haber acabado en algo más?, dejemos que mi viaje y el suyo sigan su derrotero y no demos más vueltas a la noria. Son las 22:00 h y me despido también de Adam, un compañero de Ole, que comparte territorio, y su perro: el saludo lo hago levantando la mano de lejos; el perro ya estaba en mi zona pero, en realidad, es de Ole. El perro se vuelve a acercar y Ole me acompaña cerca de mi aprisco. Cuando se aleja de mi zona, me meto en el saco. Termino los frutos secos que me dio Eli y dejo unos pocos trocitos de maíz, que sitúo a cierta distancia de mi zona de dormitorio, para atraer a las hormigas y que a mí me dejen en paz por la noche. No se si lo he conseguido, pero lo cierto es que no me molestan en toda la noche. Desde mi saco puedo observar la media luna en menguante, las tres estrellas del brazo del carro de la Osa Mayor y el cielo, que estaba más estrellado antes de que apareciera la luna; también una bonita visión de Almuñecar iluminada a lo lejos. Con la roca, consigo quitar un intenso, aunque lejano, haz de luz, producido por un foco orientado hacia la playa. Durante la noche bajaré y subiré varias veces la cremallera del saco de dormir; cerrado hace calor, abierto hace frío; con este subeybaja consigo no sudar y no enfriarme.

Lo mejor del día ha sido la buena temperatura y su mantenimiento al anochecer, los baños de agua de mar, la charla con Carmela y Salvador y, en especial, el abrazo de Ole. Este abrazo será el preludio de otro en las playas de Cabo de Gata con otro Salvador, que curaba sus penas de amor en una cueva, en una experiencia vital similar a la de Ole. Ya llegará el momento de contarlo.

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