116.2 Prolegómenos
17 de junio de 2008, martes. Irun-Madrid-Huelva (en tren).
Cuando vayas a Madrid ch...
Salgo de casa con las dos mochilas que llevé el año pasado; la pequeña, con las cremalleras arregladas por DUCK, gratis; fui a la tienda con la mochila regalo de Visa en Atenas-2004, con idea de comprar otra similar, que me diera el mismo juego, y la dueña se brindó a reparármela; habilidosa, con dos apretones de tenaza y gran agradecimiento por mi parte. Una buena política de captación de clientes. Básicamente llevo lo mismo que el año pasado y con el peso previsto: la mochila grande pesa 5,5 y la pequeña 1,5 kg. Aparte llevo otra bolsa de plástico con comida y cena y que, en Huelva, se reducirá. Como por la mañana hace fresco, llevo una camisa a cuadros a la que quité el cuello, pero que me conviene porque lleva un pequeño bolsillo y la cazadora azul que tiene un pequeño roto, porque en Hernani me arrancaron el lazo azul que llevaba por la petición de la liberación de Aldaia (¿1995?); precisamente el domingo había visto por dos veces a quien fue portavoz de los trabajadores en aquel proceso. Ambas prendas, camisa y cazadora las dejaré abandonadas en el Albergue Juvenil de Huelva. Como a Huelva llegaré muy tarde, hice una reserva de cama, mi primera experiencia por Internet, y me resultó más sencillo de lo que pensaba. No tuve más que seguir los pasos del protocolo.
Un libro de lectura para el tren que me acompañará hasta Puerto Real
El tren a Madrid está preparado para salir y paso el servicio de control de equipajes. Me acomodo en mi asiento y, la única novedad, voy leyendo Los Topos, de Jesús Torbado y Manuel Leguineche, Argos-Vergara. Barcelona 1980. Lo terminaré y abandonaré en Puerto Real el 29 de junio, día de San Pedro. Lo llevo, porque algunos de los personajes que se escondieron cuando acabó la guerra, “los topos”, viven en pueblos por los que pasaré en mi periplo andaluz: Alhaurin, Mijas (Málaga), Moguer, Arcos, San Fernando (Cádiz), Cartagena (Murcia). Uno decía: “he sacado felicidad de la amargura” (284). Otro: “La cultura hace cobardes a los hombres” (287). Otro cuenta: “Me escabullí en dirección al coto de don José Flores, donde se encuentran las playas de Mazagón (…) llevaba yo una escopeta de 12 mm fabricada en Eibar.” (249). (Pasé por Mazagón, en Huelva, pero ni me enteré de dónde podía estar el coto de don José Flores). Sobre la quema de conventos de que se acusa a los republicanos, otro dice: “En mi pueblo, Bobadilla, no hay conventos, en mi pueblo, no se quemó la iglesia, en mi pueblo lo que se hizo para que nadie quemara los santos fue sacarlos de sus hornacinas y entregárselos en custodia al alcalde de Antequera, García Prieto. El alcalde los guardó en el Ayuntamiento, porque en estos casos siempre surge gente exaltada que puede prenderlos fuego. A mí los santos se me dan una higa, pero tampoco me gusta que los incendien, hay gente que cree[n] en ellos y eso basta.” (341). De uno a quien buscaban, dice otro: “…desapareció misteriosamente antes de que pudieran echarle mano. Se llamaba don Juan, y Dios, si es que existe, lo tenga en su gloria.” (344). Uno, más pragmático, cuenta: “El estallido de la rebelión de Franco me cogió en el campo. Por cierto, que todavía me deben los jornales de aquella semana.” (345). (¡Qué humor!, me digo para mi coleto). Un comentario casual: “Tenía un amigo farmacéutico, dos o tres años más joven que yo, Felipe Fernández, Fernández, el de las tres efes, que luego puso un laboratorio, el de las pastillas Koki…” (380) (¿No es casualidad que llevo pastillas Koki?). Hablan de uno y dicen: “…el escultor Benlliure lo utilizó como modelo…” (391). Alguien se queja de los que utilizan a Dios para mangonear: “Cristo es un fantasmón para provecho de muchos, que nos hacían creer para tenernos bien amarrados en la oscuridad y con la cabeza gacha –sentencia Protasio- Cristo sí como hombre, pero se acabó, nada de divino” (397). Esta es parte de la selección que hice y que recogí en mi diario.
Viajeros en el tren Irun-Madrid
En el tren, los chicos que van delante, van viendo en su portátil, películas de acción. Para variar, hablo con alguno de los pasajeros del viaje que voy a comenzar, pero con el que va de frente, no hablaré hasta el final. Ya ha oído lo que yo decía a otro y me da rabia que se haya demorado tanto, teniendo tantas cosas para comunicarme; él se va a pasar unos días de vacaciones a Almería y conoce muy bien playas por las que voy a pasar: playas de Cádiz, como Caños de Meca y Bolonia, y las del Cabo de Gata; él tampoco hace ascos al nudismo; habríamos tenido mucho tiempo para conversar en el viaje.
Durante el viaje recibo varias llamadas de Txema Elósegui, pero ni me entero, posiblemente hayan coincidido con algún túnel. Me doy cuenta ya en el paseo de la Castellana. Le llamo y me da comunicando y, al poco rato, me llama él y quedamos citados en Atocha.
En Madrid con Txema Elósegui y Carlos Iglesias
Llego a Chamartín y, como el año pasado, me voy andando hasta Atocha; no tiene sentido que, teniendo tiempo, vaya en metro o en bus, cuando voy a iniciar una caminata como la que me espera, entre Portugal y Alicante; así empiezo a entrenarme. Cuando llego a Atocha dejo el equipaje en consigna (2,40€) y me acerco al lugar de la cita con Txema. Me doy cuenta de que el lugar elegido no ha sido muy brillante, pues lo que yo creía entrada principal, no lo es, y cada uno esperamos en un sitio diferente. Con alguna llamada al móvil, lo resuelve Txema. ¡Al fin nos encontramos! Y nos damos un caluroso abrazo. Txema tiene un proyecto de filmarme mientras camino, pero Madrid no es el lugar idóneo. Ya filmó mis pies descendiendo por la cresta de una duna en el sur de Argelia, reportaje que aún no he podido ver.
Con Carlos Iglesias me había citado al otro lado de Atocha, en un bar a la altura del Ministerio de Agricultura. Nos abrazamos y presento a mis dos amigos que, personalmente, no se conocían. Empezamos a hablar de la próxima película, sobre los niños de la guerra en Rusia (entonces todavía no tenía el título que luego ha tenido: Ispansi) y Txema le dice a Carlos, que quien le puede dar informaciones interesantes es Manu Leguineche. ¿No es sorprendente que le recomiende al coautor de Los Topos, que estoy leyendo? Me dice Carlos que, la parte rusa, se rodará en Bulgaria, en enero, con la esperanza de que haya nieve; si no, se la inventarán (finalmente se filmaría en Suiza y sin los trenes auténticos). El resto se rodará en Madrid. Parece que Txema le puede ayudar en la localización de exteriores, ahora va a ir a Kamchatka y Carlos le pide que se fije en edificios, para localizar similares en Bulgaria. A Carlos le gustaría estrenar su película en Donostia, en 2009, pero alguien de la productora prefiere Berlín (todo se atrasará y no se estrenará hasta 2011).
Tomamos algo en la terraza del bar y saco la foto que veis para el recuerdo. En ella aparecen mis dos amigos conversando. No es mal inicio de viaje. Me siento feliz de poder estar con ellos.
Me acompañan a la estación y allí ya me ven con mis mochilas y se pueden hacer mejor idea de cómo iré en el camino. Nos despedimos, agradecido por su compañía, y se van mientras yo subo al tren.
Madrid-Huelva en tren y al albergue en taxi
El viaje se desarrolla con normalidad, salvo la parada en la Palma del Condado, donde antes hemos hecho la adecuación al cambio de ancho de las vías. Pero llegamos antes de la hora a Huelva; otra viajera que acaba de visitar a una de sus dos hijas, me dice que La Palma del Condado ya es un pueblo que pertenece a la provincia de Huelva y me recomienda que, para ir al albergue juvenil, coja taxi. Cuando llegamos a la parada, le quito el último taxi (4€); ya sabe que llevo prisa, y para las 22:30h ya estoy en el Albergue. Hago los trámites normales y pago la diferencia con Visa (14€), pues los cinco restantes ya los había pagado por Internet. Me informo de la hora del desayuno y ya estoy solo en la habitación. El aire acondicionado está muy fuerte y consigo apagarlo. Pongo SMS a mis hijas para que sepan que ya he llegado bien al primer destino del día y duermo como un lirón hasta las seis.
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