Salinas y Arenales de San Pedro-San Pedro del Pinatar-La Horadada-El Pilar de La Horadada-Calas de Campoamor (Orihuela).
Última etapa.
Entrando en la provincia de Alicante
Mi última noche del verano al aire libre, duermo bastante bien. Oculto mi cara de la luna con las mochilas cuanto puedo, pero resulta difícil escapar de su luminosidad. A primera hora las había colocado de forma que me protegieran la cara del aire para que no me entrara la fina arena, pero luego las he tenido que cambiar de posición para que me protegieran de la luz lunar; este pequeño trasiego ha evitado que durmiera todo lo bien que hubiera deseado.
Baño flotante en poza salina
Me levanto a las siete, y trato de quitar la arena que se me ha quedado incrustada en el saco; y sale con mucha dificultad. Guardo todo dentro de la mochila y me voy desnudo hacia las pozas de la salina. Cuando llego a la más próxima, que ya había visto ayer en mi paseo, me doy un baño flotante. El exceso de salinidad, hace que la mayor parte de mi cuerpo aflore por encima del agua, en proporción a como ocurre en un iceberg, 2/3 sumergido y 1/3 al exterior. Resulta una sensación muy grata. Se produce un equilibrio inestable de calor, frío, calor y, en la parte que medos cubre, de nuevo, frío. Es una sensación placentera, pero rara, quizás debida a estos altibajos de temperatura. A lo mejor es debido a la hora tempranera, pero ya no puedo comprobarlo a otra hora.
Despedida de playa La Llana
Cuando vuelvo a la playa, acaba de llegar Guillermo en bici y se está metiendo desnudo al agua. Para quitarme de la piel la sal de la poza, yo también me baño y charlamos en el agua de mi viaje y de la sensación de libertad que da practicar nudismo. Me despido de él, me visto y camino descalzo por la orilla, deshaciendo el paseo que hice ayer cuando salí del Gorbea. Al llegar al paseo-aparcamiento, hablo con un pescador que ha estado pescando un par de horas. Me dice que está reglamentado que sólo pueden pescar en la playa de 20:00 h a ocho de la mañana.
Playa de Torre Derribada y El Mojón
Cruzo la carretera y paso a la playa de Torre Derribada y me descalzo de nuevo. Un pescador me dice que, al final de la playa, encontraré el mojón de El Mojón, que delimita las dos provincias. Saco una foto de la playa más larga de San Pedro del Pinatar, que es ésta de Torre Derribada y sigo caminando por la orilla. Al fondo se ve el lugar en que el canal delimitador del parque natural se acerca más al mar.
Continuando por la orilla, como estaba previsto, llego a El Mojón y allí fotografío el mojón anunciado. Se ve que la playa está dominada en esta zona por la posidonia, pero esto no es nada, al final del verano, con lo que veré el próximo año cuando pase por allí el 30 de mayo de 2009; ni se podrá ver el mojón, por estar las posidonias enseñoreadas del lugar. Ya lo veréis, si seguís mostrando interés por mi relato. Pasado el mojón, ya estoy en la provincia de Alicante. El objetivo del viaje ya se ha cumplido y hoy es el día 62 desde que salí de Portugal y el 178 desde mi inicio en Saint Palais-Donapaleu.
Hacia La Horadada
Ya en paseo marítimo, me encuentro con Pepe, quien trabajó muchos años en San Sebastián e Irun, me dice; transportaba fruta de aquí y allí cargaba malta de cerveza para Kutz. Tiene un recuerdo imborrable de las sabrosas verduras navarras y riojanas. Después de aquellos tiempos, no ha vuelto por Donostia.
Hablamos algo de política y economía pero, como tanto él como yo no somos unos expertos, la conversación languidece y nos despedimos. Según me voy acercando a La Horadada, voy sacando varias fotos con el espigón donde esta La Torre y cuando llego a La Torre de la Horadada, me siento a desayunar en el Hostal Horadada. Tostada con tomate y aceite y tostada con mantequilla y mermelada, acompañada de café con leche (3,50 €). Pago y me pongo a escribir.
Entro al retrete y mi deposición es una demostración de que mi cuerpo ya se va regularizando, volviendo a la normalidad. Una mujer canta a su niño: “¿Papá?, ¿qué?, Pepito me quiere pegar, ¿por qué?, por ná… por un pimiento, por un tomate…” Yo recuerdo cómo la cantábamos de pequeños y le digo que continuábamos para la rima con “ná”, “por una cosita que no vale ná”. ¡Recuerdos de niñez para finalizar el viaje! Cojo agua del grifo. Una camarera rumana se acerca para ver si mi mapa de la comunidad valenciana llegaba hasta su país. Se volverá de vacaciones a Rumania, en octubre, pero allí ya no le queda nadie de su familia y se volverá de nuevo a España; ya lleva seis años aquí.
Salgo hacia el Pilar de la Horadada y voy combinando paseos marítimos con playas. El paseo por la orilla es magnífico, ya que la arena es compacta y fina y no se hunde al pisar. Unos vigilantes de playa me hablan de unas playas nudistas antes de llegar al Cabo Roig, pero las que veo desde arriba del acantilado no son playas de arena, sino de rocas y con acceso complicado visto desde arriba. Desde el elevado paseo marítimo no se ve a ningún nudista y no me animo a intentar la bajada.
Siguiendo el paseo marítimo, me topo con una urbanización que asoma al acantilado, lo que obliga a que el paseo se interrumpa bruscamente, sin ninguna posibilidad de continuar por él.
No sólo no deja paso e impide continuar por el acantilado, sino que añade toda clase de obstáculos, pinchos y planta plantas pinchosas para que ningún osado se atreva a adentrarse por sus dominios. “Estas terrazas son de mi vivienda y las he pagado yo con mi dinero, así que yo soy el único que puede disfrutar del lugar y que nadie ose quitarme las vistas”, parece decir la urbanización.
Calas de Campoamor (Orihuela). Final brusco de paseo, final brusco de mi camino
Una señalización me informa que estoy en las Calas de Campoamor, que es la parte de costa del municipio de Orihuela, que está mucho más al interior. El final tan brusco del paseo por encima del acantilado, me ha obligado a meterme por el interior de urbanización. No llegaré al cabo Roig, que había podido reconocer cuando iba por el paseo, así como también se volvía reconocible Torrevieja, porque al llegar a un pequeño edificio que pone Ayuntamiento de Orihuela, que lo veo desde este lado de la carretera, observo que hay un autobús. Venía pensando en comer en Torrevieja y llegar andando hasta Santa Pola que, como allí mis amigos tienen una vivienda, podría ser un buen lugar también para reiniciar el camino el próximo año; de allí coger autobús a Alicante y mañana coger un tren a Irun. Pero, una cosa son las ideas y otra lo que el camino va demandando y ese final brusco de paseo marítimo truncado, me ha sentado como un tiro y ese autobús que se me pone a huevo, hará cambiar mi plan. Pregunto al conductor y me responde que, en breve, sale para Alicante y, al poner el pie en el primer peldaño de acceso al autobús, mi viaje se acaba. ¡Fin!, por este año. Pago el billete, 4,49 € y me voy a la capital de la provincia.
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