Playa Camarinal-Bolonia-Ruinas de Baleo Claudia-Baños de Claudia-Punta Paloma.
Despertar con los
noctámbulos
Me despierto a las siete y espero,
adormilado, a que aparezca el sol e ilumine la arena de la playa. Veo cómo se
va encendiendo primero el faro, luego, la montañita que lo soporta y finalmente
el cabo Camarinal; cuando los rayos solares llegan a la arena de la playa, me
levanto y me doy el primer baño de la mañana ¡Es genial poder empezar así la
jornada!; no siempre se dan las condiciones climáticas y personales para
hacerlo así que, cuando todas las coordenadas confluyen, no hay que
desperdiciar la ocasión. Todo el grupo de noctámbulos, ahora, duerme.
Cuando
salgo del agua, Alex se levanta y, después, lo hará Felipe. Hablaré un rato con
ellos de mi viaje; aunque estoy desnudo, ninguno me imita, ni se baña. Felipe
se muda y echa una meada potente con su picha descomunal. Estudia en la
Universidad de Navarra, pero no lo han pillado para defender la causa de
Escrivá de Balaguer; se vuelve esta tarde a Sevilla, mientras que los otros se
piensan quedar un día más. El día está nublado y no despejará hasta que entre a
ver las ruinas romanas de Baelo Claudia en Bolonia.
Un grupo de tres chavales
pasa hacia Bolonia y dicen que, si sigues el camino, se llega sin dificultad;
pero no me fijo en la ruta que cogen y tendré más dificultades que lo que ellos
vaticinaban. Un hombre se viste junto a una barca; chavales y chavalas duermen
diseminados por las dunas. Voy a mi sitio, recojo mis cosas y salgo al camino.
A por la fortaleza
militar
En el camino, duerme otro miembro del grupo y
tengo que pasar por encima de su cadáver. Me encuentro con más alambradas; hago
y deshago caminos pero, al final, acabo llegando a la verja del recinto militar
y no me atrevo a seguir. En una bifurcación, donde he dudado, decido cambiar de
sentido y dirección y, por allí, llegaré a carretera. Llegaré por ella hasta un
lugar cercano a la costa, pero que coge dirección noroeste y, como no me
conviene, pues me lleva de nuevo a la zona con construcciones militares, decido
atravesar la alambrada y tirar hacia el sudeste.
Tras pasar más vicisitudes,
hacer avances y más retrocesos, y un montón de arañazos, acabaré saliendo al
acantilado, con sendero y, finalmente a zona de rocas y arena. Ya va quedando atrás todo lo militar.
He encontrado
unas rocas y el acantilado no me deja seguir a ras del agua. Tengo que subir a un camino que va por arriba. Al fondo se ve ya una larga playa que, por la orientación me hace pensar que puede ser la nudista de Bolonia que busco; aunque el día está gris y parece que algo amenazante, espero que por la tarde se vaya despejando, que estamos en fin de semana.
En el acantilado, he fotografiado a una
gaviota, he visto arrancar vuelo a tres perdices, y correr a un conejo.
Bolonia: Baelo
Claudia
Empiezo a ver una playa que, de lejos, podría
ser la que busco; pero no veo su duna característica; hasta que no me acerque
más, tampoco puedo ver las ruinas romanas.
Me llevo desilusión, porque me había
hecho a la idea de un lugar inaccesible, semidesértico, con su duna y sus
ruinas y, enseguida de llegar, veo un gran aparcamiento y muchos coches.
Empiezo a ver la duna cuando doblo el acantilado, pero es una duna en la que
sólo se aprecia el lado de bajada al mar; gran parte de ella se haya sujeta y
oculta por la propia montaña y, como no subo a ella, tampoco sé cómo se
conforma por el lado contrario al mar.
Después de ver las de Merzouga, en
Marruecos, en verano del 2000 y las del sur de Argelia, hacia el Teneré, en
invierno de 2004-2005, esta no me llama la atención; me pareció más interesante
la duna móvil de Corrubedo.
Cuando, por fin, llego a la playa, me doy un baño,
me seco y voy hacia las ruinas romanas. Hace poco tiempo que inauguraron el
museo. Un chico corre por la orilla de la playa y le “obligo” a parar para
preguntarle (será en tres momentos diferentes) y me dará claves interesantes:
dónde está la zona nudista, cómo pasar a las ruinas romanas y al museo, y cómo
llegar a Punta Paloma.
Para llegar al museo debo dar toda la vuelta, ascender
la carretera y entrar por el lado contrario. Los que vienen en coche, tienen la
entrada mucho antes de llegar al aparcamiento de la playa.
El museo es
gratuito, al menos para los pensionistas, y me gusta cómo lo presentan; no está
muy recargado, no tiene demasiadas cosas y me viene muy bien, porque tampoco
quiero dedicarle mucho tiempo.
Un capitel corintio y una columna reconstruida,
cuyo capitel no logro detectar si es dórico o jónico. Salgo al exterior; me
intereso por el sistema de conducción de aguas, pero no logro el punto idóneo
para plasmarlo en foto.
Me acerco al Foro, con sus columnas y la copia de la
estatua de Trajano. Baelo Claudia se explica en la entrada con maqueta y
sonido.
Paso por el Capitolio y el Templo de Isis y me acerco al Teatro, donde
hablo con un chico de Sevilla, probable descendiente del emperador Trajano que,
hace poco tiempo, pasó por Irun camino de Burdeos y que me desea buen viaje; su
chica no habla, parece extranjera.
Al regreso hacia la salida, hablo con dos
guardesas que me dicen: “si estás haciendo toda esa caminata, no te quejes por
haber dado tanta vuelta para entrar por el museo”. Tienen razón. Salgo por el aparcamiento atestado de coches ¡y yo que me creía que iba a estar en una playa desértica! Al fondo de la foto, se ve la gran duna, que dobla la montaña.
Ayer no cené, hoy
no he desayunado,
como y escribo
como y escribo
Me acerco a un bar restaurante y que ofrece
habitaciones; me piden 30 € por dormir y pido la carta que está en el comedor.
Me parece cara. El precio de la habitación es adecuado, pero me parece pronto
para quedarme aquí y si sigo hacia la playa nudista, luego me va a dar pereza
retroceder. Entro en el bar de al lado del Restaurante Nueva Bolonia y pido dos
tapas de ensaladilla (una de pulpo y la otra rusa) y una caña (3,70 €); me
pongo a escribir y compro diez postales (4 €); a las 13:30 h pido huevo con
jamón y patatas fritas, arroz con leche y descafeinado (12 €). Cuando estoy
escribiendo el diario, llega a la terraza una pareja que discute a través del
móvil con el alquilador de una casa cercana a la duna, porque durante la noche
les han acribillado los mosquitos; son Mª Ángeles, de Granada y Álvaro, de
Madrid; son muy majos y se interesan por mis dibujos y mi viaje. Pago, acabo de
escribir el diario y empiezo a escribir las postales. El móvil ya me lo han
cargado bajo la televisión, pues se me había quedado sin batería. Lleno de agua
fresquita la botella, me la llenan del grifo que sale junto al de la cerveza.
Hablo con dos andaluces que están con una italiana en la mesa de al lado; les
doy envidia con mi viaje y mis dibujos. Una de las postales va para el Foro
Ciudadano Irunés, por asociación con el Foro Romano; “¿Quién fuera romano y
pasear comentando por el foro las mejoras a introducir en la ciudad y hacerla
más participativa?”, pienso.
Caminando hacia la
playa nudista. Cruz Roja medicalizada
Dejo de escribir, y me voy hacia la playa
nudista. En el camino me encuentro con una unidad de Cruz Roja medicalizada, me
atiende la enfermera Pepi y me dice que el pinchazo que noto en la planta del
pie, de la que anteayer quitaron un trozo de piel para ver qué era en Caños de
Meca, puede ser un papiloma, pero lo que le parece más preocupante es el dedo
pequeño que, le parece, se me puede infectar. Le digo claramente a Pepi que no
voy a dejar de andar, ni de bañarme, que el pliegue en los dedos pequeños es
algo que me pasa todos los años y que, durante el resto del año, vuelve a la
normalidad y que ya sé lo que es un papiloma plantar, puesto que ya tuve otro hace
tiempo y ahora no puedo dedicar todo el tiempo que le dediqué entonces para
extraerlo más fácilmente. Pepi lo entiende, me desinfecta con Betadine y me
pone un líquido calmante en una gasa y me lo cubre con venda elástica, poco
prieta para que no me oprima al andar. Lástima que cuando llego a la zona
nudista y me baño se me suelta. Una vez en la arena, me la quito del todo y la
pongo a secar sobre una planta con pinchos.
Un buen momento para
hacer un análisis corporal, mental y material
(Estoy escribiendo al día siguiente, desde la
terraza del camping donde desayuno. Es la segunda vez en que me he puesto el
jersey. Son las 7:30 y, a la sombra, se está fresquito con este viento de
poniente). Mi pie izquierdo sufre la herida de la exploración plantar, hacia el
talón, cuyo último diagnóstico apunta a papiloma; me duele al pisar pero, si
cojo marchita, y si voy por la orilla del agua descalzo, me duele menos. No me
agrada, pero tampoco es invalidante para seguir andando. El dedo pequeño sólo
me duele si me lo toco o en algún mal apoyo; tiene además una pequeña incisión
debajo. El dedo gordo tiene alguna ampolla y pérdida de piel, pero está en su
fase de adaptación, aunque ya llevo más de dos semanas caminando, y no me
duele. El pie derecho, en su dedo gordo, sufre algo similar a su contrario; la
uña del siguiente sigue negra y acabará cayéndose, será una constante en mis
caminos; y el pequeño tiene una pequeña raja en la unión de sus falanges (como
el izquierdo) y también se está formando repliegue debajo, aunque no me da
ninguna guerra. Las heridas que me hice en la mano izquierda al resbalarme en
la cuneta de la carretera de Rota al restaurante Las Marismas, hacia El Puerto
de Santa María, están así: la más próxima a la muñeca ya ha cicatrizado y está
curada; la de la punta del dedo corazón, también está cerrada pero, cuando la toco,
la noto sensible, aunque no da la impresión de que esté cerrada en falso; y la
de la primera falange del meñique, que ayer todavía me dolía, hoy ya no me
duele nada. Además de pies y manos, la zona del pecho entre las tetillas,
debajo del esternón, donde tengo propensión a que se produzcan hongos en otoño
e invierno, con la exposición al sol, que en esta época y en esta caminada es
casi continua, va curando mi enfermedad; de vez en cuando, le doy protección
solar; es para lo que la uso y, también, para los días en que estoy mucho
tiempo parado al sol, como en Caños de Meca; no me excedo con la crema, ya que
quiero que mi cuerpo no olvide que debe producir su propia protección de
melanina. En cuanto al material, compruebo que la sandalia derecha, cuya suela,
en la parte del talón, me arregló O Zapateiro de Noia, se me está rompiendo por
la zona cosida de la derecha. Tiene las horas contadas y pasando un riachuelo
entre Tarifa y Algeciras, se me acabará de romper. Las más nuevas, las que me
compré el pasado año en Decathlon, llevan el mismo camino, aunque aguantarán
hasta Carboneras, como ya comprobaréis. También la mochila se me ha empezado a
descoser en el inicio superior del cincho del hombro derecho ¡A ver si aguanta
hasta el final! Y se me acabará de romper al subir al autobús, justo al
finalizar el camino, en Alicante.
La playa nudista
de Bolonia
Echo este paréntesis, vuelvo a Bolonia y a la
planta pinchosa donde he puesto a secar la venda que me ha puesto Pepi en la
unidad medicalizada. Estoy en zona con niños, en la parte de arena seca, un
poco hacia la duna, porque la marea está en su momento álgido y tenemos que
estar todos bastante concentrados. Dejo las dos mochilas y la venda secando y
me voy paseando hacia la punta más sur de la playa que, después, continúa, y
sigo hasta la punta de la siguiente que empieza con demasiadas rocas y me
vuelvo sin llegar a ver las bañeras naturales de Claudia. Las veré al
atardecer. Todavía queda mucho trecho hasta Punta Paloma. Regresando del paseo,
delicioso, sin más peso que el del propio cuerpo, me encuentro a Mª Ángeles y
Álvaro quienes, como tantos por allí, toman el sol desnudos ¡qué gusto!, ¡con
qué naturalidad! También hay textiles conviviendo de forma natural,
respetándose ambas opciones. Ellos son los que me dicen que, más adelante, hay
una especie de piscinas naturales, buen barro para suavizar la piel y, entrando
un poco hacia el monte, una fuente con chorrito de agua potable. Algo de lo que
me dicen veré más tarde. (Escribiendo se me acaba el segundo Boli y empiezo con
el tercero).
Regreso hacia el lugar donde he dejado abandonado mi equipaje y me voy dando baños periódicos. Ya en mi lugar me siento, apoyando la espalda en mi mochila y empiezo a dibujar, aunque algo deformado, mi entorno y con la duna al fondo y que queda desajustada en la medida y en la distancia, en relación con las piedras del primer término. Intento corregirlo, pero sale lo que sale y no tiene remedio ¡Lo intenté! Delante hay unas familias con niños. Hay uno mayorcito, de unos ocho años, que está rabioso y hace trastadas sólo para fastidiar; da la sensación de que no se siente querido por sus padres; recibe de la madre amenazas o indiferencia y él lo que parece reclamar es amor; del padre lo único que recibe es algún cachete ¡Qué pena de niño y de padres! A mi lado hay un matrimonio joven con niño de dos años, que está ansioso por destruir el puente de arena hecho por los niños vecinos; lo mira y lo remira pero sus padres no le sueltan para que no haga la fechoría. Al padre se le endereza el cilindrín y ella se lo amansa con disimulo ¡qué bonito, qué tierno! Yo, como si no hubiera visto nada; soy estatua de sal. No hablo con ellos hasta un rato antes de marchar y les enseño el dibujo recién terminado, los anteriores y les hablo de mi viaje. Les encanta, me despido y me voy. Me pongo la venda, un poco más prieta que me la puso Pepi, para que dure y, cuando empiezo a andar, siento alivio. Miro al pasar, pero ya no están ni la granadina, ni el madrileño. Empiezo a ber nudistas que pasean mientras se les va secando el barro.
Regreso hacia el lugar donde he dejado abandonado mi equipaje y me voy dando baños periódicos. Ya en mi lugar me siento, apoyando la espalda en mi mochila y empiezo a dibujar, aunque algo deformado, mi entorno y con la duna al fondo y que queda desajustada en la medida y en la distancia, en relación con las piedras del primer término. Intento corregirlo, pero sale lo que sale y no tiene remedio ¡Lo intenté! Delante hay unas familias con niños. Hay uno mayorcito, de unos ocho años, que está rabioso y hace trastadas sólo para fastidiar; da la sensación de que no se siente querido por sus padres; recibe de la madre amenazas o indiferencia y él lo que parece reclamar es amor; del padre lo único que recibe es algún cachete ¡Qué pena de niño y de padres! A mi lado hay un matrimonio joven con niño de dos años, que está ansioso por destruir el puente de arena hecho por los niños vecinos; lo mira y lo remira pero sus padres no le sueltan para que no haga la fechoría. Al padre se le endereza el cilindrín y ella se lo amansa con disimulo ¡qué bonito, qué tierno! Yo, como si no hubiera visto nada; soy estatua de sal. No hablo con ellos hasta un rato antes de marchar y les enseño el dibujo recién terminado, los anteriores y les hablo de mi viaje. Les encanta, me despido y me voy. Me pongo la venda, un poco más prieta que me la puso Pepi, para que dure y, cuando empiezo a andar, siento alivio. Miro al pasar, pero ya no están ni la granadina, ni el madrileño. Empiezo a ber nudistas que pasean mientras se les va secando el barro.
Las piscinas
naturales de Claudia
Llegando a las piscinas naturales, me pasan
tres caballistas al trote. Los caballos van desnudos, pero los jinetes no van a
pelo. Los únicos que se desnudan son los bañistas que se dan barros para, luego, quitárselo en las piscinas naturales de Claudia. Los jinetes han llegado a este ancho espacio y se han bajado del caballo y descansan. Espero a que se vuelvan a montar y, de regreso, les saco la foto. Lo hacen al paso y, ni a la ida, ni a la vuelta, al galope. Hago coincidir el paso con los dos nudistas que se están dando barro. Foto bonita y discreta, con la que confío nadie se escandalice.
Voy buscando el chorrito de agua, pero no lo encontraré; ya me habían dicho que había que adentrarse un poco en el bosque. Lo que menos me anima en la búsqueda de la fuente es que veo alguna gente de la tribu de los miserables, de los "tiraos", que parecen no tener nada para la supervivencia, sucios y desarrapados. Están en un recinto de piedras y material para dormir, todo muy sucio. Dos personas tipo hippy entre los pinos y poco me apetece quedarme allí con ellos; paso como si no los hubiera visto, pero uno me saluda y correspondo, pero sigo adelante. Aunque hubiese estado allí el chorrito de agua, no me importa habérmelo perdido. Por el camino baja una pareja que viene de Punta Paloma, miran en el móvil y me dicen que me queda una media hora. Me costará algo más. El sendero va cambiando de altura, unas veces va por arriba y, otras, baja a las rocas, sale al mar y vuelve a adentrarase hacia el interior.
Más adelante veré a dos chicos pescando en las rocas y, a un tercero que estaba con ellos y viene hacia mí. Le pregunto por Punta Paloma y me dice que ya está cerca.
La playa de Punta Paloma
Cuando llego a la playa, observo que la marea sube muy arriba y me planteo la posibilidad de alisar en forma de plataforma, la parte de arriba de una duna; pero encontraré otro lugar más adelante. Hay pescadores y uno, muy amable, me dice que me acerque hasta la parte de atrás de las cañas y que allí me podré proteger del viento de poniente. Cuando me acerco al lugar indicado, veo en un entrante, que casi parece una cueva, a un hombre con neopreno y una tienda de campaña montada; pareciera que las botas estuvieran incorporadas al traje de neopreno, todo de un verde muy oscuro. Hay más pescadores. Otro grupo se va de la playa. Veo delante a tres chicos que parecen estar buscando lugar apropiado para quedarse; me adelanto para que no me quiten algún buen sitio, pero luego no los volveré a ver; probablemente era un trío que también se iba de la playa.
Cena con María Luisa y Jonatan
Elijo una duna protegida por un cañaveral y que tiene una roca inclinada donde la arena, finísima, se acumula. Cuando estoy formando una plataforma horizontal con la arena alta inclinada, aparecen Mª Luisa y Jonatan, que vienen a pasar el finde semana con su tienda de campaña. Me preguntan por los barros y les digo que a una media hora por las rocas. Montan la tienda y, cuando se instalan, me invitan a cenar. Les ha parado la Guardia Civil y requisado dos chinas de haschis; él les ha dicho que era para consumir por la noche, no para traficar, pero ha desistido por si le buscaban las cosquillas y le echaban una multa por cualquier anomalía en la documentación del coche. Les cuento lo que estoy haciendo y me sacan foto con su móvil sofisticado. Yo no veo imagen y salgo al tun-tun, con bastante buen resultado. Mañana lo mirará ella, porque no es normal que no ves la imagen de lo que sacas. ¿Será que he tocado algún botón indebidamente? Como ya es bastante tarde yo ni intento sacar foto con mi cámara. Yo ya tengo ganas de cenar, pero ellos lo van demorando. He dejado prepardos esterilla y saco extendido, sólo me falta hacer la almohada con la ropa que llevo puesta y el jersey que me he puesto porque ya empieza a refrescar. Me dice Mª Luisa si quiero ver el reportaje de fotos de su viaje con Jonatan en avión a Barcelona y, aunque me resisto, no me quedará otro remedio que verlo. El reportaje tiene escaso interés pues, como ella misma dice, cosa que ve cosa que fotografía; como una japonesa video-fotómana más, una más de tantas. Parece que intuían que me iban a encontrar, puesto que habían hecho tres hamburguesas. Como la que me dan y repartimos el pan a medias entre Jonatan y yo. Al ser algo inesperado, me sabe exquisita. Luego se me olvida beber el agua que me dieron en Bolonia. Hablamos de temas varios, del consumo, de la libertad "uno es más libre en tanto tiene menos necesidades", digo y la sociedad del consumo no favorece esa actitud. Se considera más al que más tiene. Ellos comparten mis ideas, pero su actitud es consumista. Mª Luisa se da cuenta de que se ha dejado los vasos en el coche y "¿dónde van a tomar el ron con limón?", dice. Han traido hasta hielos. Se plantean la posibilidad de tomar el ron en la latita de aceitunas que han abierto. Otra opción, es tirar media botellita de limón para hacer allí la mezcla. ¡Qué pena! ¡Tirar el limón! A pesar de que me encanta el daikiri, agradezco su hospitalidad y me voy a acostar. ¡Hasta mañana o hasta siempre!
Dormida en Punta Paloma y discusión nocturna
Al llegar al saco, compruebo que está empapado con el relente de la noche. Me desnudo y, con la ropa, monto la almohada; no puedo evitar que entre arena en el saco ¡menos mal que es finísima! Dormiré bastante bien aunque, durante la noche, me saltarán pulgas de mar y eso que estoy en lo alto y en arena seca. Con el calor de mi propio cuerpo consigo quitar la humedad del saco. Los pescadores pescan en la playa. Al más próximo con sus tres cañas y sus puntas verde fosforito, le veré durante la noche de caña en caña. La luna está un poco más visible que ayer y la Osa Mayor más hacia poniente y cayendo. Mis vecinos de la tienda están a unos quince metros, pero, de madrugada, les oiré discutir. Después de conocerles, me resulta bastante desagradable. ¡Vaya fin de semana les espera! No puedo decir cual es la razón de la disputa, pero puden ser varias: Una, el mes. Dice María Luisa: "¡deja ya el mes, el mes!"; dos, el ron con limón, ¿qué pasó, cómo lo resolvieron?; tres, las chinas incautadas por la Guardia Civil ¿síndrome de abstinencia? ¿La necesidad de un consumo que de ser ejercicio de libertad ha pasado a ser necesario; similar al tabaquismo? Sigo a vueltas con el tema de la libertad y el consumo que nos hace menos libres. Con estos pensamientos me mezo en el sueño de Morfeo.
El arranque de la mañana ha estado bastante bien, pero no así el paso por el terreno militar. Bolonia me ha defraudado, pero las ruinas romanas de Baelo Claudia me han gustado. También la playa nudista con su extensión de piscinas naturales y la suerte de encontrar quien te obsequie con una hamburguesa; lástima que los donantes tuvieran tantos problemas.
Voy buscando el chorrito de agua, pero no lo encontraré; ya me habían dicho que había que adentrarse un poco en el bosque. Lo que menos me anima en la búsqueda de la fuente es que veo alguna gente de la tribu de los miserables, de los "tiraos", que parecen no tener nada para la supervivencia, sucios y desarrapados. Están en un recinto de piedras y material para dormir, todo muy sucio. Dos personas tipo hippy entre los pinos y poco me apetece quedarme allí con ellos; paso como si no los hubiera visto, pero uno me saluda y correspondo, pero sigo adelante. Aunque hubiese estado allí el chorrito de agua, no me importa habérmelo perdido. Por el camino baja una pareja que viene de Punta Paloma, miran en el móvil y me dicen que me queda una media hora. Me costará algo más. El sendero va cambiando de altura, unas veces va por arriba y, otras, baja a las rocas, sale al mar y vuelve a adentrarase hacia el interior.
Más adelante veré a dos chicos pescando en las rocas y, a un tercero que estaba con ellos y viene hacia mí. Le pregunto por Punta Paloma y me dice que ya está cerca.
La playa de Punta Paloma
Cuando llego a la playa, observo que la marea sube muy arriba y me planteo la posibilidad de alisar en forma de plataforma, la parte de arriba de una duna; pero encontraré otro lugar más adelante. Hay pescadores y uno, muy amable, me dice que me acerque hasta la parte de atrás de las cañas y que allí me podré proteger del viento de poniente. Cuando me acerco al lugar indicado, veo en un entrante, que casi parece una cueva, a un hombre con neopreno y una tienda de campaña montada; pareciera que las botas estuvieran incorporadas al traje de neopreno, todo de un verde muy oscuro. Hay más pescadores. Otro grupo se va de la playa. Veo delante a tres chicos que parecen estar buscando lugar apropiado para quedarse; me adelanto para que no me quiten algún buen sitio, pero luego no los volveré a ver; probablemente era un trío que también se iba de la playa.
Cena con María Luisa y Jonatan
Elijo una duna protegida por un cañaveral y que tiene una roca inclinada donde la arena, finísima, se acumula. Cuando estoy formando una plataforma horizontal con la arena alta inclinada, aparecen Mª Luisa y Jonatan, que vienen a pasar el finde semana con su tienda de campaña. Me preguntan por los barros y les digo que a una media hora por las rocas. Montan la tienda y, cuando se instalan, me invitan a cenar. Les ha parado la Guardia Civil y requisado dos chinas de haschis; él les ha dicho que era para consumir por la noche, no para traficar, pero ha desistido por si le buscaban las cosquillas y le echaban una multa por cualquier anomalía en la documentación del coche. Les cuento lo que estoy haciendo y me sacan foto con su móvil sofisticado. Yo no veo imagen y salgo al tun-tun, con bastante buen resultado. Mañana lo mirará ella, porque no es normal que no ves la imagen de lo que sacas. ¿Será que he tocado algún botón indebidamente? Como ya es bastante tarde yo ni intento sacar foto con mi cámara. Yo ya tengo ganas de cenar, pero ellos lo van demorando. He dejado prepardos esterilla y saco extendido, sólo me falta hacer la almohada con la ropa que llevo puesta y el jersey que me he puesto porque ya empieza a refrescar. Me dice Mª Luisa si quiero ver el reportaje de fotos de su viaje con Jonatan en avión a Barcelona y, aunque me resisto, no me quedará otro remedio que verlo. El reportaje tiene escaso interés pues, como ella misma dice, cosa que ve cosa que fotografía; como una japonesa video-fotómana más, una más de tantas. Parece que intuían que me iban a encontrar, puesto que habían hecho tres hamburguesas. Como la que me dan y repartimos el pan a medias entre Jonatan y yo. Al ser algo inesperado, me sabe exquisita. Luego se me olvida beber el agua que me dieron en Bolonia. Hablamos de temas varios, del consumo, de la libertad "uno es más libre en tanto tiene menos necesidades", digo y la sociedad del consumo no favorece esa actitud. Se considera más al que más tiene. Ellos comparten mis ideas, pero su actitud es consumista. Mª Luisa se da cuenta de que se ha dejado los vasos en el coche y "¿dónde van a tomar el ron con limón?", dice. Han traido hasta hielos. Se plantean la posibilidad de tomar el ron en la latita de aceitunas que han abierto. Otra opción, es tirar media botellita de limón para hacer allí la mezcla. ¡Qué pena! ¡Tirar el limón! A pesar de que me encanta el daikiri, agradezco su hospitalidad y me voy a acostar. ¡Hasta mañana o hasta siempre!
Dormida en Punta Paloma y discusión nocturna
Al llegar al saco, compruebo que está empapado con el relente de la noche. Me desnudo y, con la ropa, monto la almohada; no puedo evitar que entre arena en el saco ¡menos mal que es finísima! Dormiré bastante bien aunque, durante la noche, me saltarán pulgas de mar y eso que estoy en lo alto y en arena seca. Con el calor de mi propio cuerpo consigo quitar la humedad del saco. Los pescadores pescan en la playa. Al más próximo con sus tres cañas y sus puntas verde fosforito, le veré durante la noche de caña en caña. La luna está un poco más visible que ayer y la Osa Mayor más hacia poniente y cayendo. Mis vecinos de la tienda están a unos quince metros, pero, de madrugada, les oiré discutir. Después de conocerles, me resulta bastante desagradable. ¡Vaya fin de semana les espera! No puedo decir cual es la razón de la disputa, pero puden ser varias: Una, el mes. Dice María Luisa: "¡deja ya el mes, el mes!"; dos, el ron con limón, ¿qué pasó, cómo lo resolvieron?; tres, las chinas incautadas por la Guardia Civil ¿síndrome de abstinencia? ¿La necesidad de un consumo que de ser ejercicio de libertad ha pasado a ser necesario; similar al tabaquismo? Sigo a vueltas con el tema de la libertad y el consumo que nos hace menos libres. Con estos pensamientos me mezo en el sueño de Morfeo.
El arranque de la mañana ha estado bastante bien, pero no así el paso por el terreno militar. Bolonia me ha defraudado, pero las ruinas romanas de Baelo Claudia me han gustado. También la playa nudista con su extensión de piscinas naturales y la suerte de encontrar quien te obsequie con una hamburguesa; lástima que los donantes tuvieran tantos problemas.
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