jueves, 12 de abril de 2012

Etapa 34 (150) Nerja-Cala del Pino

Etapa 34 (150) 22 de julio de 2008
Nerja-(Frigiliana-Nerja)-Barranco de Maro-Maro-Cala del Pino.
Amanecer en la playa de Nerja.
A pesar de la buena perspectiva, me ha costado dormir. Para cuando han vuelto los trogloditas, ya se ha ido todo el mundo. Como está tan oscuro, no he conseguido ver cómo se lo montan para trepar por la cuerda hacia su habitáculo, la cueva tras el cañaveral; sólo veo dos sombras que ascienden por la cuerda, pero no distingo si son personas o el equipaje que transportan. Han podido subir el equipaje y quedarse ellos a dormir en la arena, puesto que, cuando despierto a las seis de la mañana, veo a dos o tres personas durmiendo en la playa con saco. Durante la noche he tenido que sacar los brazos varias veces del saco, como consecuencia del calor. He sudado. El saco estaba húmedo, no sé si por el rocío de ayer o por que he tenido algo de fiebre. Poco antes de levantarme, llega un perro que me mira y pasa de largo, pero se lo piensa mejor y regresa a saludarme; se acerca y temo que intente echarme la meadica para marcar mi territorio y apropiárselo como suyo, pero consigo tocarle el morro, chasqueo la lengua y se va. Antes de darme el baño paseo y, el perro, al ver mi silueta lejana, empieza a ladrar. No sé si el perro es de los durmientes, tampoco si ellos son los trogloditas o si los trogloditas están durmiendo en su cueva; en cualquier caso, a los del perro no los he oído llegar, lo que me hace pensar que algún rato habré dormido profundamente, aunque hoy, mi deseo de dormir se enfrentaba al del de curiosidad. Pensándolo mejor, es poco probable que los trogloditas tengan perro, pues creo imposible que un perro sea escalador y pueda subir por una cuerda, aunque cosas más raras ya se han visto. El baño de las 6:00 h ha sido fantástico por las dos temperaturas: la del agua y la del ambiente. ¡Lastima de sol! pero, ¡qué gusto poderme bañar temprano, por fin, en una playa sin piedras!
 
Buscando autobús para ir a Frigiliana.
Recojo todo y para las 6:30 h ya estoy preguntando a un hombre, que realiza tarea de limpieza de playas, dónde está la estación de autobuses. Me da la referencia del luminoso del Parador. Al llegar allí, otro hombre me indica que siga por la derecha, hasta el final y baje a la izquierda. Un barrendero me confirma el lugar. Uno que espera en la parada me dice el horario y, como tengo tiempo, decido ir a desayunar al Bar La Fuente: dos tostadas con mantequilla y mermelada y un manchaíto; todo por 2 €. Me siento a repasar las cuentas que ayer hice en la semioscuridad. Una competente chica,  que está detrás de la barra, me agradece que ponga sobre el mostrador los utensilios del desayuno; también su jefe, compañero o marido, que la acompaña. Conversaciones distendidas de los clientes ante el televisor. ¡Todavía a vueltas con la teta de la Jackson! Un ejemplo de la doble moralidad americana; expertos en uso de armas, de potenciar la violencia a grados increíbles y se escandalizan por ver un pecho de mujer al descubierto. Cojo los bártulos y hago cola para sacar el billete; es en vano, ya que se coge en el propio autobús, que ya ha llegado. Es el verde, me confirman. El conductor dice que es barato: 0,93 € (el mismo precio que pagaré el regreso). Vamos seis hombres y yo, y nos vamos bajando en distintas paradas, que voy reteniendo para la vuelta, y me fijo más en la última que será, probablemente, la que elegiré. Al bajar del bus confirmo el horario para el regreso.
Frigiliana, joya de la Axarquía.
Frigiliana es un pueblo muy encalado y limpio, que está en la cima de una montaña, y que exige tranquilidad para ascenderlo. Cuando lo conocí, la mayoría de las casas eran bajitas, pero ahora ya han construido algunas altas y van afeando el pueblo. Algo similar a lo ocurrido en Mojacar, en Almería, como tendré ocasión de comprobar en agosto. Dos pueblos preciosos, que acabarán perdiendo su encanto, afeados por el afán especulador y el encarecimiento del suelo. Voy subiendo por una cuesta y saco una foto de la calle desde arriba. Llego al Peñón de La Sabina y disfruto de la panorámica, la fotografío y dibujo. Sabina era el nombre de mi madre pero, en este caso, creo que se refiere al árbol. Al llegar, todavía no se ha disipado la neblina matutina. Se produce un bonito contraluz cuando el sol lucha por romper la niebla. En el Peñón de La Sabina no hay ningún banco, ni asiento convencional, y escribo sentado en el pretil de ladrillo que se me incrusta en el culo. 
Son las 8:20 h y todavía no sé qué zona elegir para dibujar, me aburren los paisajes urbanos y, en especial, dibujar las casas, pero aquí no me va a quedar otro remedio. Miro el folleto en inglés que me dieron en Información de Nerja, que me vendrá bien para llegar a Maro. En Frigiliana destaca su casco urbano morisco-mudéjar. Oigo cerca voces de hombres y me acerco; un grupo está haciendo un camino muy bonito de cantos rodados blanquecinos que, cuando sean pisados, se oscurecerán. El sistema que emplean es el siguiente: echan una capa de cemento en polvo y van colocando las piedras algo enterradas; luego echan el agua, que hace fraguar al cemento, y ya se quedan fijas, aunque dan la sensación de quedar sueltas. Para verificar la eficacia del trabajo habrá que pasar y pisar dentro de unos meses. Les digo que están haciendo un bonito trabajo y me invitan a pasar; se creen que soy otra persona pero, al contarles que vengo andando desde Portugal y dando la vuelta a la península, aprovechan la ocasión para más preguntas y, puestos a preguntar, me hacen la siguiente: “¿Cuánto ganas de jubilación?” y cuando se lo digo, me responden: “Mucho más que nosotros trabajando”. Por lo que me dicen, ganan 1.100 € al mes. Todos me parecen mayores que yo, pero el mayor sólo tiene 60 años. 
Son las 8:40 h y todavía no he iniciado el dibujo. Mientras dibujo, pasará hacia arriba María Cecilia, pero no hablaré con ella hasta que baje. Se trata de una venezolana de nacimiento, que se crió y vivió en Uruguay, por lo que se siente más uruguaya; pero ahora ya es ciudadana andaluza con todos los derechos; cuando se va, termino el dibujo desciendo del Peñón de La Sabina y entro en una bodega con degustación de vinos de la tierra. Digo al chico que controla el local que no tengo intención de comprar nada, pues un litro es un kilo más a mis espaldas, pero me da a probar tres culines de seco, dulce y semi; me gustan todos y le pido agua; me manda al lavabo, donde lleno la botella. 
Al bajar a la plaza, veo que la Policía Local está cerrada y me dicen que vaya a teléfonos; pero un chico que está en la plaza, me dice que es primo del policía y que en este momento está en el banco y que se llama Antonio… Entro en el banco y me dirijo al policía local con nombre y apellido. Me dice que me espere, pero le digo que se me va a ir el autobús; así que, sin hacer la gestión bancaria, sale del banco, abre la oficina, me echa el sello del Ayuntamiento de Frigiliana (Málaga) Policía Local, en la credencial y me despido agradecido. Antonio regresa al banco. Subo al vehículo, pago el billete del bus y me siento en tierra de nadie. Adiós Frigiliana. ¿Cuándo te volveré a ver?
Hotel Villa Flamenca.
Enseño el dibujo al conductor, creo recordar que era el mismo de la venida, y me coloco de forma que el aire no vaya directo a mi coco. 
 
Llegamos a Nerja y enfilo la N-340 hacia Maro, pero al doblar una calle, veo un cartel que me enciende la memoria: Hotel Villa Flamenca, el hotel de mis vacaciones familiares en Nerja de hace un porrón de años ¡Cuántos buenos recuerdos! Me dirijo hacia allí, cuando veo buzón de correos en supermercado y la cajera me dice que tiene 10 de 0,31 € y me llevo los 10 (3,10 €). Luego entro en el Villa Flamenca. Lo reconozco enseguida por la fuente con chorrito que tiene en el patio y las balconadas con arcos de medio punto en blanco y con dos o tres pisos, además del patio. El señor que está en recepción sólo lleva 9 años y no sabe nada de épocas anteriores. El cocinero, que es el que compró el hotel a los dos anteriores propietarios, ahora vive en Jaén; habría sido el interlocutor ideal para hablar del tema Ovac, que fue el colofón de la Hermandad de Trabajadores de Sevilla. El recepcionista nunca ha oído que fuera un hotel contratado por Ovac para vacaciones y yo también he perdido datos para recordar el año en que pasamos allí las vacaciones de aquel verano.
Sara aprueba las oposiciones a Educación.
A la alegría de recordar buenos tiempos familiares se suma la llamada de mi hija Sara con la buena noticia de que ha aprobado la oposición a Educación y cree que con la puntuación suficiente como para poder coger plaza fija ¡Qué emoción!, ¡qué alegría más llorona! Cualquiera que me vea pensará que tengo un gran disgusto y es todo lo contrario, lloro de felicidad. Un amigo comentaba que la mejor inversión de futuro que podíamos hacer para los hijos, era gastarnos el dinero en educación y formación. Y los padres nos seguimos alegrando de los éxitos de nuestros hijos. Sara no se atreve a echar las campanas al vuelo, pero ya está pensando en celebrarlo. El resultado final, una vez sabido, lo celebraremos el próximo dos de abril; ¡bien que lo celebraremos! Dejando rienda suelta a la emoción, sigo caminando, sin importarme lo que piensen los demás.
Hacia la playa nudista del Barranco de Maro. Ya he salido de Nerja en dirección a Maro y encuentro una conducción de agua; pregunto a un chico y me dice que el agua viene del acueducto del Águila y que lo que estoy viendo es la acequia. Por una carretera, que está muy bien indicada en la documentación que me dieron, en inglés, en Información de Nerja ayer; estuve a punto de tirarlo y menos mal que no lo hice, ya que hoy me está viniendo muy bien. Intuyo que me voy acercando al Barranco de Maro.   Me encuentro a un paseante, Pepe Nerja, de 76 años; le gusta andar y su apariencia es de más joven que la edad que me ha dicho que tiene. Me desea buen camino. Sigo adelante y veo un árbol de aguacates y, a continuación, llego al km 294, abandono la N-340 y me meto por camino a la derecha. Tras encontrar un puente que no llegaré a pasar, veo el Acueducto con cuatro pisos de arcos, que ocupa toda la uve de las dos paredes laterales del barranco y desciendo por su lecho seco que, en su zona media, dispone de pequeños terrenos de humedal, que se extienden hacia la zona marina. 
El Acueducto ha sido una sorpresa; no esperaba ver algo tan bonito y bien equilibrado, sin producir estridencias en el paisaje. Lo fotografiaré de la visión frontal al regreso. En el descenso del barranco, observo que el terreno está cultivado y que, algunas casas, están como colgadas en sus paredes verticales, como si fueran viviendas de trogloditas, hermanos o primos de los que escalaban cuerdas esta noche en la playa de Nerja..
 
Ela y Lila
Más abajo se empiezan a ver como bancales, en los que se plantan y siembran cultivos ecológicos. Me encuentro con Ela y Lila, madre e hija, que todavía no ha cumplido 3 años y que ya va a la escuela, aunque ahora está de vacaciones veraniegas. Ela tiene otra hija mayor, de 12 años, y que está en Bilbao. Ela se dedica a la agricultura y a la niña y otra gente se encarga de la distribución y venta de los productos que recogen. Ela me regala un tomate y dos aguacates, es su contribución, su dádiva, al caminante “¡Ningún caminante se debe ir con las manos vacías!”, dice. No opongo resistencia; no quiero ser descortés. Aunque no llevo los utensilios necesarios, ni sal, ya llegará el momento propicio para comérmelos. Lila intenta participar de la conversación, ser protagonista, y me pregunta si, al regreso del baño, pasaré por su casa. No sé qué decir. Ela me dice que luego van a bajar también a la playa. Como no es habitual que una mujer joven y una niña tan pequeña estén en este lugar tan, a primera vista, aislado del mundo, quizás haya hecho alguna pregunta o afirmación prejuiciosa. 
 
Ela me dice que no está aislada de la civilización, que su niña va al colegio, que mantiene una buena relación con sus vecinos. Estudió artes escénicas con intención de dedicarse a hacer teatro de calle. Ha estado integrada en grupos y hecho actuaciones con ellos pero, por su situación familiar y laboral, puesto que el teatro de calle no da dinero como para vivir ella y mantener a su hija (la que está en Bilbao no sabré quien la mantiene), ahora suele tener actuaciones en solitario; a veces en el País Vasco. Estando con ellas, a llegado un vecino, y me lo presenta. Me despido de Ela y Lila y continúo bajando el barranco.
Nudismo en la Cala del Barranco de Maro.
El camino a la playa es variado, con zonas áridas y húmedas, en las que crecen plantas de marisma: cañaverales, juncos, carrizos etc. y va bajando un riachuelo que, para cruzarlo, han echado hermosas piedras. Hay dos tubitos que llegan y derraman el agua reconducida pero, al regreso, se me olvidará coger agua. Aunque me han dicho que esta playa es nudista, cuando llego a la orilla del mar encuentro a dos chicas y un chico que están con bañador; tienen aspecto de hippies, pero sus atuendos no concuerdan con la filosofía que creó aquel movimiento, ansioso de libertad y de comunión con la naturaleza; parezco más hippy yo que ellos. Me acerco a la orilla por la parte más occidental ya que veo que tiene un acceso más fácil y, además, sin adentrarse mucho, enseguida cubre y cuesta poco echarse a nadar. No hay grandes rocas, el agua está riquísima, y apetece, aunque el sol esté oculto y salga a intervalos. Llega el vecino que he conocido antes, coge una caña y se pierde en la espesura; ha dejado una bolsa con un letrero. Llegan dos chicos y dos chicas y suben, primero, por las rocas y luego se dirigen hacia el cañaveral donde vive Santiago, que luego os presentaré. Según me dirá Santiago, el padre de las criaturas les está esperando arriba. Llega un grupo de tres chicos y dos chicas, que tampoco se desnudarán; ¿realmente es un grupo?, me pregunto; la mayor parte del tiempo las dos chicas están solas y sólo, de vez en cuando, hablan con uno de los chicos. El hippy aparece y desaparece; quizás esté buscando un lugar discreto para hacer sus necesidades fisiológicas; otras veces para proveerse de material (cañas y otros productos varios) para hacerse una chabola rústica.
Santiago, un vecino incómodo.
Aparece Santiago, que va vestido con un pantalón liviano de fondillos, de moda proveniente de los países árabes, o que puede ser reminiscencia de los árabes hispanos o de los moriscos que habitaron el sur en tiempo inmemorial. Se desnuda y se baña entrando al agua aún más a la derecha de por donde he entrado yo. Luego le imito, ya que me parece que ha elegido el sitio más adecuado para el baño. Cuando sale del agua, nos pondremos a charlar. Le cuento que vengo de Portugal andando y me dice: “¿pero, solo?”; tras mi respuesta, me dice: “yo no podría hacer un viaje así, en solitario”. Explico cómo es mi viaje y por qué solo. Él vive de una pensión, aunque sólo tiene 33 años; no me explicará por qué razones recibe esa pensión. Me dice que él viaja cuando consigue ahorrar dos sueldos y con la paga extra. Tal como me lo cuenta, puedo pensar que esos viajes son pura fantasía. En estos momentos está viviendo, aislado, sobre un cañaveral que me lo señala arriba, en la ladera de la montaña, con el dedo índice. Allí tiene su refugio y sus cañas (no sé si las utilizará para alimentarse con lo que pesque con ellas). Padece de cierta misoginia y me dice que necesita de tres mujeres que le defiendan de las malas mujeres; parece que hay varias que están en contra suya. “Todas son unas putas”, me dice, y le han hecho muchas putadas. Tiene mala relación con los vecinos que cultivan el barranco, pues le acusan de que destroza y roba sus cosechas. Tiene intención de ir al Cabo de Gata y le digo, “a ver si nos vemos allí”. Cuando estoy charlando con él, llegan Ela y Lila con otra vecina y el niño de los hippies que estaban al llegar. Lila trae en la cabeza una corona de princesa, que se deberá quitar para que el mar no se la estropee, aunque ella hubiera querido bañarse con ella. Los cuatro se bañan desnudos y yo también bajo al agua para darme el tercero y último chapuzón de la mañana, pues se va acercando la hora de comer. Antes me despido de Santiago que “me estoy poniendo malo”, me dice; con Ela no se lleva mal, pero a la otra no la puede ni ver (parece que forma parte del grupo de las enemigas). Aunque le veo desde mi sitio, Santiago se ha alejado del lugar, para evitar enfrentamiento. Me despido de Ela, de la vecina y de los niños y saludo de lejos a Santiago, que no responde a mi saludo.
Dificultades para encontrar un comedor a mi gusto.
Ya vestido, y entrando en el camino, anoto los nombres para que no se me olviden. Casi me topo con el hippy, que ahora está en bolas y se presenta con la marca blanca (que no es de Eroski, ni de Hacendado) del bañador, lo que confirma que no es nudista. Ahora se lo está poniendo, lo que me hace pensar que algo estaba haciendo con su compañera, en la espesura; a lo mejor soy un mal pensado y sólo estaba lavándose. Las chicharras cantan sin parar. Si en la playa apenas corría aire, pero se estaba bien por estar cerca del mar, aquí la falta de aire es más sofocante; será durante poco tiempo mientras, subiendo el barranco, voy cogiendo algo más de altura. Oigo voces de los trogloditas comunicándose y cojo el camino para salir a la carretera. Tengo duda de qué dirección me conviene más para llegar a restaurante y pregunto a un hombre que camina por allí, con el resultado ya habitual de que es uno de los ingleses que no han aprendido ni a decir “playa”, ni a saludar. Sin embargo luego, una pareja, también inglesa (para que no se diga que todos son iguales), me reorienta bien hacia Maro. Doy dos vueltas al pueblo, pero no consigo recordar el nombre del establecimiento que me ha recomendado Ela. Acabaré comiendo en Los Pinos, pero será más caro de lo que me hubiera gustado gastar y no demasiado justificado el precio. Una pareja joven come en la mesa de al lado, pero el camarero (quizás también dueño), no consigue retener a Isa, Juancar y a su hijo, que han mirado la carta y se han marchado sin tomar nada (ya sabréis por qué sé sus nombres). El camarero se queja de que los veraneantes vienen con poco dinero para pasar las vacaciones y que se va reduciendo el número de turistas, que el negocio, "y todo", va mal. No entro al trapo; se ve que es de los pesimistas. Como una rica ensalada de tomate, aunque la sal apenas sala, tortilla de patata y un crocanti, todo acompañado de dos jarras de cerveza que, a lo mejor, ha sido lo más caro de la comida y pago en metálico (¡qué remedio si mi Visa está en Paseo de Colón de Irun!) la cuenta (17,10 €).
Bajada a la playa de Maro.
Me encamino hacia el manantial, que me han dicho que está a unos cien metros, pero paso más de 300 y no lo encuentro; finalmente cojo el canal junto a la carretera, sin poder acercarme al lugar de donde mana y que, presupongo, está más hacia el interior y que por aquí llega el agua incontaminada. Al fondo del canal se observan pequeños puntitos negros que pudieran ser huevas de renacuajos que darán origen a lo que nosotros llamamos zalpaburu (cabezones), cuando a la rana no le han salido todavía las patas. El agua está menos fresquita de lo que pensaba. Como ya he ido avanzando por la carretera hacia Cantarriján, ya en Granada, dudo si continuar o bajar a la playa de Maro. Ela ya me ha dicho que es textil, que la única nudista de la zona es la del Barranco, donde ya me he bañado esta mañana; pero decido probar a hacer nudismo en la siguiente, puesto que en mi lista todavía tengo una que, entre Nerja y Maro, aparece con el nombre de Cala del Pino y, como no consigo que nadie me diga dónde está, pienso que pueda ser ésta. ¡En buena hora decido bajar! No será nada grato pero tendrá dos alicientes: conocer a uno de mi pueblo y que todavía hay jóvenes anclados en el pasado, que creen que Franco todavía está vivo, que no tenemos Constitución que defienda los derechos humanos y que no han hecho una reflexión crítica sobre lo que enseña su Santa Madre Iglesia..
Playa de Maro. Nudismo problemático. Con Isa, Juancar y su hijo.
Sigo el camino, según indicaciones de mi mapita en inglés, donde se lee: “From the road it is a distance of 2 kilometres” (se refiere a La Caleta Beach) y, al llegar al aparcamiento de coches, bajan del suyo el matrimonio con hijo que he conocido en Los Pinos, donde el camarero había hecho un comentario peyorativo: “¡cómo se puede andar por ahí, a esas horas, con un niño y sin presupuesto!”; comentario gratuito, hecho sin información, y al que yo no había entrado al trapo. Esta circunstancia es la base inicial para el diálogo y bajaré con ellos a la playa. Juancar va a ponerse el bañador, pero al decirle que yo pienso hacer nudismo, decide bajarlo a la playa, donde se lo pondrá si es necesario. Me dicen que han comido muy bien en otro sitio que era más económico. A lo mejor, el recomendado por Ela. Hacemos el camino hablando y les voy contando mi viaje por las costas andaluzas y, cuando nos asomamos a la playa, a Isa le parece ver nudistas, pero a mi no me parece. Bajamos por la parte más a poniente y voy comentando cómo las mujeres cada vez llevan tangas más mínimos y los hombres calzones enormes, por debajo de las rodillas, asomando por arriba el Calvin Klein, lo que me suele servir de motivo para un comentario jocoso, cuando alguno de ellos me recrimina por ir desnudo; les digo, estadísticamente, si hacemos la media, dos prendas tuyas y ninguna mía, hacen que todos vamos con bañador y pico. Si nos metemos en el tema de la propaganda gratuita de marcas, hay un seguidismo de los consumidores, dictado por la moda y la imitación. El atuendo de muchas mujeres es el que lleva a la confusión, ya que vistas a lo lejos, parecen nudistas; aunque algunos hombres, pocos, llevan tanga, es necesario ver de lejos algún hombre desnudo para tener la certeza de que la playa es nudista. Defiendo el nudismo porque es mi opción, me parece que al no soportar humedades mi cuerpo está más sano y me encuentro natural en la naturaleza; si a esto añado la falta de necesidad de compra del bañador de moda impuesto por la sociedad de consumo, encaja con mi filosofía de que no es más rico quien más tiene, sino el que menos necesita. En esta playa de Maro, tal opción no se observa pero, tras ver la zona de poniente, nos dirigimos a levante por si hay más suerte. En vista de que no hay nadie desnudo y para no obligar a los recientes amigos a hacer algo que no es habitual en ellos, me adelanto a la zona final, antes de que empiecen las rocas y, aunque la entrada en al mar hay que ir sorteando algunas, con incomodidad y con peligro de magulladuras, me desnudo y me meto al agua. Cuando estoy entrando en el mar, ya oigo una llamada de atención, pero continúo y completo el baño. Isa, Juancar y su hijo, se han parado un poco antes de donde yo he dejado la ropa y tienen puesto el bañador y, cuando ya estoy saliendo del agua, veo que se acerca un hombre joven para decirme que no es playa nudista y que me tengo que vestir. Su actitud demuestra intolerancia hacia otra opción que no sea la suya. Le digo que puedo estar desnudo en todas las playas de España y que la Constitución lo avala, no haciendo ninguna indicación en contra. Le recomiendo que se lea la Constitución, a sabiendas de que no va a encontrar nada al respecto. Me amenaza con ir a avisar al socorrista. Entre tanto, coloco mis mochilas formando parapeto para que no se me vea desde la playa, extiendo mi toalla y me tumbo para secarme al sol, en contra de mi costumbre de secarme al aire libre y paseando; todo para no echar más leña al fuego. Llega el socorrista y me dice que me tengo que vestir. Le respondo que me parece mal que otro bañista me llame la atención por estar desnudo, pero me parece imperdonable que lo haga alguien que representa la autoridad en la playa, que debía saber que puedo estar desnudo en cualquier playa de España y que me sorprende que no tenga instrucciones al respecto de sus superiores. Me dice que, cuando ha ocurrido un caso similar, han llamado a la policía y ésta ha obligado al nudista a que se vista. Le digo que se le puede caer el pelo al policía, por transgredir la Constitución. Me dice: “¿y por qué se señalan algunas playas como nudistas?” y le digo “para que personas recalcitrantes como éstas, que se han sentido dañadas en sus derechos, no vayan a esas playas donde la mayoría están desnudos por derecho”. Le añado: “Esto, en tiempos de Franco, era escándalo público; ahora ya no”. Entre tanto se oyen comentarios de las mujeres, madres jóvenes con niños, a los que no sé que clase de educación serán capaces de dar, si son tan irrespetuosas como sus maridos: “me estoy poniendo mala”, “esto es intolerable”, todo para azuzar a los maridos, a los gallitos de su corral, para que me echen de la playa y, ellos, por convicción propia o por la recompensa que obtendrán de sus mujercitas, al llegar a casa, harán lo posible por echarme. Entre tanto, Isa dialoga con las familias y defiende mi derecho, mientras Juancar se desentiende del tema y el hijo de ambos llora como impotente ante algo que considera agresión a alguien que acaba de conocer; me ve tranquilo, le sonrío, me sonríe. La continuidad de este matrimonio tendrá las horas contadas. De las rocas, llega un pescador que, al verme, muestra una actitud similar a la de su grupo y me promete dos hostias; llora de impotencia, de ver a un hombre de su edad tan indecente y no podérmelas dar. En vista de que el panorama se está enturbiando, el socorrista dice que va a llamar a la policía y yo no estoy nada cómodo, le digo que me voy a dar un segundo baño y, cuando me seque me iré. Me doy el baño y cuando me seco llega Isa y nos ponemos a hablar. Me cuenta lo que opinan las mujeres y lo que ella les ha argumentado. Al decirle donde vivo y de donde soy, me entero de que Juancar también nació en Alsasua, que conoce a mi familia así que, sin terminarme de secar, me visto y regreso con Isa donde Juancar y le enseño mi carnet de identidad ¡qué casualidad! Ellos viven en Iruña (Pamplona) y, desde entonces, mantenemos contacto por correo e-mail. Ahora sólo con él, ya que el matrimonio se separó algún tiempo después. Tanto Juancar como yo salimos muy jóvenes del pueblo. Me despido de los navarricos. A Isa le han encantado mis dibujos del viaje. Ya me voy, las familias quedan tranquilas, la apariencia de que el socorrista ha cumplido su función de hacerme vestir, a fin de cuentas es él quien debe convivir con los usuarios de la playa; con mi marcha la playa de Maro queda en orden.
 
Buscando la Cala del Pino.
Un perro que no me ataca, pero que será un problema.
Ha quedado claro que la playa de Maro no era nudista, así que continúo buscando la Cala del Pino, aunque ya con pocas esperanzas puesto que Nerja y Maro ya han quedado atrás y eran las referencias de mi lista. Voy enfadado porque la sensación que se puede sacar es que es el nudista quien agrede y no respeta las normas de la decencia, normas dictadas por la cultura, la religión, la costumbre, pero no por ninguna ley escrita, ni humana ni divina; yo no les conmino a que se quiten el bañador cuando estoy desnudo, sea en playa nudista o no, mientras que al no admitir mi opción, ellos son los únicos irrespetuosos. Me voy preocupado también por si alguno no quiere dejar las cosas así y se ha quedado con ganas de darme un escarmiento para que no lo vuelva a repetir. Subo el camino que va hasta el aparcamiento y luego me desvío por otro más estrecho pero que acabará llevándome hasta el camino principal. No quiero dar facilidades y cojo otro que me lleva hacia la Torre de Maro y que creo me sacará después a la carretera, pero ese camino me va metiendo en terrenos de cultivos e invernaderos y tendré problemas para poder salir de allí. Un perro sospecha algo extraordinario, pues por aquellos parajes seguramente no ha pasado ningún turista en la vida, y me empieza a perseguir o acompañar. Consigo salir con dificultad a la carretera, y el perro siempre detrás. Es un peligro para la circulación viaria. Obliga a reducir la velocidad a un autobús con pasajeros y hago gestos al perro para que se vaya. Acabo perdiéndolo de vista, aunque luego me entran dudas al ver un perro, igual o parecido, al pasar por una casa después de conocer a Mik (un alemán que luego os presentaré). Si es el mismo perro, parece que su camino era el correcto para llegar a su hogar. La carretera tenía un trazado que ha sido renovado y hay tramos antiguos que se conservan en buen uso y que son utilizados como aparcamiento de coches y que configuran también miradores para disfrutar del paisaje costero. Algunos de esos tramos son apetecibles para el caminante ya que, aunque la carretera nueva dispone de buen arcén, éstos vuelven a salir de nuevo, evitan ir pendiente de la circulación y dejan ver mejor la costa y la visión de la playa que busco. La carretera va descendiendo pero, al ir por el lado correcto, el izquierdo, con la circulación de coches frontal, no veo los posibles caminos que me puedan llevar a la costa; y esto también es un problema.

El alemán tatuado, Mik, vende su furgoneta.
No seré yo quien la compre.
De uno de esos tramos obsoletos veo la Playa Molino de Papel y en el extremos de la carretera vieja más próximo al mar está Mik con su perro y la furgoneta que la tiene en venta; la quiere vender para comprar otra mejor. Lleva un tiempo separado de su mujer y pasa de hipotecas. No me informa de qué vive, pero debe tener recursos pues, si no, no podría abordar la compra de una nueva furgoneta. El perro me olisquea, pero no parece que detecte mi desagrado por la especie canina; al menos no me ladra tanto como a un hombre que sube de la playa y bordea por el otro lado de la valla. Mik le obliga a quedarse cerca de la furgoneta. Desde arriba, aunque algo alejada, se ve la playa y parece que hubiera algún nudista. La filosofía de Mik es curiosa, parece que estuviera haciendo su camino (aunque en furgoneta) como si fuera su Camino a Santiago particular; da la sensación de que viviera del aire, pero me faltan datos para poder llegar a conclusiones fidedignas. Le pregunto si tiene intención de bajar a darse un baño en la playa y me responde que no. Me da pena porque hubiera bajado con él y continuado tan interesante conversación. Mik, aunque alemán, lleva ya muchos años viviendo en España y habla un fluido castellano. Me da pena despedirme de él, aunque no me gusta que los hombres, ni las mujeres, lleven tatuajes; prefiero la piel al natural, pero tengo claro que cada cual tiene el derecho y la libertad a hacer de su cuerpo una obra de arte. Si hubiera bajado con Mik a la playa, es muy probable que me habría perdido el encuentro que todavía me espera al atardecer y que tendrá consecuencias para el fin de semana y el resto de mis días, espero. Me despido de Mik y sigo por el tramo de carretera vieja y salgo enfrente por el lugar intuido; desde allí saludo, pero Mik no me ve ¡A ver si la vida nos vuelve a encontrar! Este encuentro con el alemán Mik es preludio de otro en playa El Muerto de Almuñecar con otro teutón, Ole.


 La Cala del Pino.
Montse y Juanjo Villen.
Sigo adelante y fotografío la torre vigía, reducida a menos de la mitad, sobre la playa de las Alberquillas y, por fin, llego a la nudista Cala del Pino. Desde arriba del acantilado veo como Juanjo entra desnudo al agua y nada. Encuentro el inicio del camino de bajada y desciendo; es un camino pésimo, peor para bajar que para subir, como comprobaré mañana, y se me hace larguísimo. Lo comento con los que suben y, aunque son extranjeros, me hago entender. Al inicio, en el extremo oriental, se forma una miniplaya donde dos desnudos, sentados en sillas plegables, la disfrutan para ellos solos. Esta pequeña playa la forman la gran mole con torre, que mañana fotografiaré, y una roca intermedia. Un chico lee y me recuerda al encuentro con Emilio en Benalnatura, pero lo paso de largo. 
Una pareja textil con esterillas, Sonia y Alfredo, me hacen intuir que se quedarán a dormir en la playa; y acierto. Con Sonia hablaré mañana tempranito. Sigo cerca de rocas y me quedo en zona intermedia, entre una pareja nudista, que está más alejada hacia poniente y no llego a visualizar bien, y otra textil, aunque desde arriba he visto a él bañándose desnudo. Antes de meterme al agua, les pregunto si hay alguna roca peligrosa y me dicen que sólo hay una pero que se detecta fácilmente por ser blanquecina. Me baño a gusto en las aguas cristalinas y, aunque el inicio es de piedrillas, éstas no me dañan los pies, que ya se están curtiendo. Cuando salgo del agua me pongo a charlar con ellos. Montse y Juanjo están de vacaciones en Torrenueva, donde los padres de Juanjo tienen alquilada una vivienda para dos meses de verano. Viven en Huetor-Vega (Granada); tienen dos hijos, chico y chica, Loreto, la pequeña, también está de vacaciones con ellos en Torrenueva y a Abel lo esperan un día de estos. También pasa las vacaciones con la familia una tía. Conoceréis a la familia dentro de unos días. Les empiezo a contar de qué va mi viaje y, aunque Montse está atenta a mi relato, a Juanjo se le ve embelesado, ¡cuánta envidia sana le doy! Pero todavía es joven y tendrá que esperar para hacer algo parecido. Se hubiera quedado horas escuchando mis historias del camino, pero deben regresar para que no se les eche la noche en la carretera. Esperan leer mi libro, me dicen, pero como les digo que no tengo intención de escribirlo, al menos esperan que haga una página web o un blog.  Me dan su número de móvil para cuando pase por Torrenueva, un pueblecito que está a continuación de Motril. Si llego antes de que ellos finalicen sus vacaciones, me recibirán con mucho gusto, tanto ellos como sus padres. Me invitan a un tinto de verano que nos sirve para brindar y reforzar el encuentro. Cuando se vayan, me dejarán lo que queda de la botella de tinto de verano (que es de limón, no de gaseosa) y los hielos que les quedan. Me quieren dar una botella de vino blanco que tienen sin abrir, pero la rechazo con argumentos que entienden (sobre todo por el peso); me dan también un melocotón, un trozo de queso de cabra que, al ponerlo sobre rebanada de pan, se me caerá sobre roca limpia y recogeré inmaculado (me mancha un poco la camiseta amarilla); una latita de aceitunas rellenas que me ayudarán a terminar el pan; patatas fritas que no terminaré y mañana aparecerán repletas de hormigas (menos mal que no las olerán los jabalíes); y me quieren dar aún más cosas, ¡y yo que me había hecho a la idea de que hoy no iba a cenar!  Montse es de risa fácil, se dedica a tareas de limpieza de pisos, como ayuda a la economía familiar, pues tienen a los hijos en edad de estudiar. Juanjo trabaja en la brigada de mantenimiento del ayuntamiento del pueblo, que al estar cerca de la capital, Granada, cumple funciones de ciudad-dormitorio. Recogen sus enseres playeros que, para un día, ocupan más espacio que el equipaje que yo llevo para dos meses. Prometo llamarles antes de llegar a Torrenueva, desde Motril, y confío en que nos veremos en unos días. El matrimonio se va y yo me acomodo en la playa, en la zona que será toda para mí esta noche.
Una noche sin miedo a los jabalíes.
Cuando como el queso, las aceitunas y el pan, me acerco a Alfredo y Sonia sólo con la intención de confirmar que se van a quedar a pasar la noche, igual que yo, y conocernos. Están jugando con una maquinita cada uno, pero que pueden dejar en pausa, y es lo que hacen. Les explico el camino que estoy haciendo alrededor de la península, continúan con el juego y yo me voy a organizar el lugar donde dormir. Me llega un olor poco grato y busco su procedencia pero con poco éxito, al menos procuro que esterilla y saco no se  asienten sobre alguna caca próxima. Termino la botella de tinto de verano tras vaciar el agua sobrante de los cubos de hielo derretidos y me doy masaje de aloe-vera en los pies. En la playa del Barranco de Maro, Santiago me miraba las plantas de los pies con estupor y yo, acostumbrado a tenerlas peor veo que, con las alteraciones necesarias, van comportándose muy bien pero, ¡Qué ganas tengo de llegar a las arenas doradas de Almería!
Desde la comida del mediodía, todo lo escribo en el límite de las provincias de Málaga y Granada y hago la reflexión siguiente: la importancia que tiene el lugar de encuentro a la hora de valorar mi viaje; así si los que protestaban en Maro Beach por estar desnudo, me hubieran encontrado vestido en otro lugar, es probable que habrían hecho una lectura positiva de mi persona. Lo contrario ocurriría con gente que me ha visto vestido si me hubiera visto desnudo y no son partidarios del nudismo; harían una lectura negativa y, probablemente, también me increparían. Este riesgo no se corre en playas nudistas, ya que el textil que va a ellas, ya sabe a lo que va y lo que va a ver. Y si no acepta su cuerpo, si no se acepta a sí mismo y, por tanto, no se atreve a desnudarse, ése será su problema.


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