Playa de Camposoto (San Fernando)-Sancti Petri-La Barrosa (Chiclana)-Cabo de Roche-Playa del Tío Juan.
Día de San Marcial
Hoy es San Marcial la gran fiesta en Irun. Tres años consecutivos sin ver el Alarde y esto tiene visos de continuar. Me despierto a las seis y media, pero no me levantaré hasta las siete.
Hago un dibujo minimalista del Castillo y la rada de la isla de Sancti Petri; es un dibujo inhabitual en mí, ya que es como una línea lejana que no se presta al detalle, pero será de los que más me gusten; posiblemente, por el recuerdo de una noche mágica y apacible. Luego haré otro dibujo mas del estilo que va siendo habitual en mí: mi bunker dormitorio. A las ocho me doy el primer baño del día. Cuando me estoy secando al aire, paseando por la orilla, veo a lo lejos que se acerca un señor madrugador, de esos que les gusta darse el paseo mañareo a primera hora del día, cuando todavía no hay gente en la playa. Posiblemente sea la hora en que la esposa todavía duerme o se dedica a hacer las labores de la casa sin nadie que le estorbe, pero dejemos la elucubraciones para otro momento, pues el caballero ya se está acercando.
Le saludo y él responde al saludo sin mirarme; pero no le puedo dejar pasar de largo, pues quiero saber el resultado del partido de futbol de ayer noche. Cuando se lo pregunto, me mira con cara de extrañeza, como diciendo "¿acaso eres un extraterrestre?, ¿no te has enterado que somos campeones de Europa?" y me da el resultado: 1-0 España jugó bien y el gol lo metió el niño Torres, por velocidad y pasando el balón por encima del portero. Una magnífica y merecida victoria de la que salí indemne. Ya acabados los dos dibujos de la mañana, dado el primer baño y seco y con conocimiento del acontecimiento deportivo fundamental para la vida mundial de la víspera, vuelvo a mi bunker, recojo todo y salo en marcha en bolas con las mochilas.
¿Tendré suerte para pasar la desembocadura de la marisma o deberé retroceder hasta San Fernando?
Teniendo en cuenta lo que ayer me dijo Sheila, voy bordeando el litoral. Van viniendo por la orilla varias personas que llegan a la curva de la playa y regresan por donde han venido, otras se dan algún baño y se quedan un rato por la zona.
Yo sigo caminando, he dado la curva, empiezo a ver barquitos de recreo varados en el otro lado de la salida de la marisma y me doy el segundo baño, antes de penetrar en la misma, con la incertidumbre de si tendré suerte y algún barquito me podrá pasar, si hay algún puente que me lo permita o si tendré que retroceder a San Fernando, rodear toda la marisma, regresar por Chiclana y situarme, después de tanta vuelta, a cien metros de donde estoy ahora. Por lo que pueda ocurrir, tras el último baño, me visto y continúo por el borde del río-mar.
Los barcos que están enfrente, guardan una línea desordenada, desde mi perspectiva. Busco contenedor para echar la botella de té Hacendado, ya vacía, que me dio Sheila y, de paso, recojo otra grande vacía de Coca-cola y las echo en el contenedor amarillo.
Jesús me salvará
Al pasar he visto a Jesús en un yate, parece que está haciendo tareas de conservación, pero está muy lejos y creo que, con el ruido del motor que tiene en marcha, no me va a oír, así que no digo nada y sigo adelante.
El borde de la orilla va progresivamente pasando de ser la arena fina por la que venía a convertirse en una especie de fango que me va hundiendo, como si estuviera penetrando en una ciénaga. Un esqueleto de barco me da mala espina, aunque estéticamente me gusta; opto por alejarme de la orilla y caminar por más arriba, cerca de los contenedores, donde la tierra es más firme, y seguir espectante. Observo que Jesús para el motor del yate que estaba poniendo a punto, coge un pequeño chinchorro y se traslada a otro, al que sube. Desciendo de nuevo a la orilla y le grito: "¿Podré pasar al otro lado?" y su respuesta es: "Poder, puedes, lo único que no podrás es volver". Le respondo: "No quiero volver. Yo sigo hacia Conil". "Espera un momento", será lo último que me dirá. Jesús está en un yate más pequeño que el anterior, termina lo que tiene que hacer en él y baja de nuevo al chichorro direccionándolo hacia mí.
Entiendo que viene para cogerme y pasar al otro lado, así que me adentro por la orilla hasta una altura prudencial como para no mojarme los pantalones. Así acorto distancia y evito que el chinchorro, al llegar, pegue contra el fondo; sobre todo por la hélice. Subo las mochilas y me ayuda a subir, tratando de buscar un equilibrio que estabilice la endeble embarcación. Él va en la proa y yo en la popa y casi ni nos movemos. Son las 9:15 y ya estoy en tierra firme, en el puerto, al otro lado de la marisma. No creo en Dios, pero sí en Jesús, que hoy me ha salvado. Le digo que me ha hecho un gran favor y él me responde que no le ha costado nada porque, tras hacer los primeros trabajos de la mañana, iba a volver para comprar tabaco y desayunar en su casa. El bar del puerto está cerrado, así que no le puedo invitar y nos despedimos, yo agradecido, ¡Hasta siempre!
Buscando sitio para desayunar
Me acerco a otro sitio, pero no han abierto y me dicen que vaya por el interior de la ría, que Chiclana está a ocho kilómetros. Como no tengo ningún interés en meterme en ría interior, me voy hacia la playa y, al bajar, encuentro a Paco que da clases de deportes marinos. Es trabajo para el verano, así que se ha sacado el título de piloto comercial, que le permitirá buscar un trabajo para el invierno. Su experiencia se limita a vuelos en avioneta y prevé dificultades para encontrar ese trabajo que le permita cierta estabilidad laboral. Le veo confiado y le deseo suerte.
He sacado foto desde el puerto y creo que esas casas que aparecen es lo que se denomina Sancti Petri que, al igual que La Barrosa, es zona correspondiente a Chiclana de la Frontera. Entre esta zona portuaria y La Barrosa, me encontraré con una urbanización que también recibirá el nombre de Nuevo Sancti Petri. Cuando he salido a la playa saco las dos últimas fotos de la bahía con la isla al fondo.
Fotos que son de despedida, con algo de pena, de un lugar donde he pasado una noche placentera pero, a la vez, con el contento de haber superado una duda, el paso de Camposoto a Sancti Petri.
A esta última foto le llamo la de las tres boyas: verde, amarilla y roja. Las dos primeras son las que delimitan la bocana de salida de la marisma para las embarcaciones de recreo y, supongo, que también para los pescadores que, supongo, los habrá en la zona y que saldrán a faenar al mar y, previsiblemente, volverán con sus capturas para la venta en Chiclana.
Furnas naturales
Paco me dice que, como la marea está bajando, podré ir caminando por la orilla, sin necesidad de subir a las rocas. Pero compruebo que la marea debiera estar más baja para conseguirlo.
Cuando no me queda más remedio que subir a rocas, lo hago descalzo, ¡craso error! y acabaré calzándome las sandalias, pues son rocas de amalgama, con puntas muy cortantes, con conchas de vieira incrustadas y formando unas preciosas furnas que son tan perfectas que, más que naturales, parecen obra de los humanos, y me recuerdan los castros celtas que ya vi en Galicia y en Portugal. Las furnas también las vi en Portugal, en Peniche, en Ericeira y me traen buenos recuerdos. ¿Se inspirarían los celtas en las furnas para construir sus castros? Consigo bajar a la arena, pues encuentro una especie de pequeño golfo y me decido a dar el tercer baño. Observo a lo lejos que ya se va viendo gente y recibo la impresión de que tendré más dificultades para bañarme desnudo. Mientras me estoy secando, llega una alemana con un chaval y hablamos con naturalidad, mi desnudez no es obstáculo para intercambios en relación a mi viaje. Con ayuda de mi rudimentario inglés y dibujando con un palo en la arena el mapa peninsular, consigo hacerme entender. Son de Frankfoort le Main y están de vacaciones. Cuando se van, me pongo el calzoncillo y les alcanzo. Les enseño los dos dibujos de esta mañana, una primicia, y los anteriores. He ido sacando fotos del recorrido hasta llegar a las furnas, pero la última saco antes de perder de vista, por última vez, el bunker de la dormida. Para las furnas, he tenido que poner ya el siguiente rollo de dispositivas.
Desayuno en La Barrosa, que pertenece a Chiclana
Cuando llego a La Barrosa, zona costera que pertenece a Chiclana de la Forntera, cuyo interior, definitivamente, no visitaré, empiezo a sentir sensaciones de estar llegando a zona conocida. Ya no estoy lejos del cabo Roche y Conil, donde tanto disfruté en las primeras vacaciones de prejubilado en primavera de 2006, dos meses antes de comenzar este viaje que os estoy narrando. Cuando llego a la playa de La Barrosa, me limpio los pies en una fuente apropiada con reposapies y, ya arriba, me pongo las sandalias. Subiendo la cuesta, me hacen una encuesta; en realidad, la encuesta, no es más que una excusa para que firme una reivindicación; lo que solicitan es que pongan duchas en una zona donde se concentran chavales que aprenden a hacer surf. Los encuestadores son Oscar y Ricardo y hablamos de cosas diversas, de nudismo, de la moda de enseñar el calzoncillo, de los tangas mínimos de las damas y los enormes bañadores de los machos. Les digo que, si trabajan con jóvenes, les refuercen en la aceptación de su propio cuerpo y que sean menos receptivos al bombardeo de las modas, en definitiva, que refuercen su personalidad en formación. Me dicen que ellos están de acuerdo con la libertad del nudismo. Nos despedimos y me desean buen viaje, agradecidos por mi firma. ¿Conseguirían las duchas? Una señora joven me informa de dos lugares apropiados para desayunar. Uno en el que hacen tostadas, arriba, en el paseo, y otro de bollería, que está a la vuelta de la esquina; como este segundo está cerrado, regreso al primero y me siento en terraza exterior, en mesa de madera, que calzo, puesto que se tambalea y, como tengo intención de estar un rato escribiendo, es operación necesaria. Por la posición del sol, el propio edificio hace sombra y colaboran los árboles del paseo. Se está muy bien, pero tiene el inconveniente de estar muy próxima a la carretera. En la Taberna del Arte, desayuno un tubo de Cola-cao, puesto que no funciona la cafetera, tostada de pan entero, con mantequilla y mermelada (3,20 €). Será cuando esté acabando de poner al día el diario, cuando me entere de que estoy en La Barrosa. A las 12:15 h, pasa una madre con sus hijos, chico y chica, y me comenta que suele ir a la playa más temprano y, ahora, va de compras.
Se ha levantado un airecillo muy grato, entro al bar para coger agua, cago, me afeito, me despido y bajo a la playa, ahora por las escaleras (antes había subido por la rampa) y llego a la orilla con ganas de descalzarme. Todos los arranques son malos y, en esta ocasión, la parte del talón de la planta del pie izquierdo me hace cojear, al inicio, pero el toque del agua me alivia; el meñique izquierdo, me sigue dando guerra, pero todo el pie derecho se está comportando aceptablemente. La playa de La Barrosa es muy larga y acaba en el Cabo Roche. Unos socorristas de Cruz Roja me confirman que, hasta no llegar allí, no podré hacer nudismo ¡Eso dicen ellos! ¡Ya se verá! Sancti Petri va quedando lejos, pero diluido en el conjunto de la costa, todavía se verá desde cabo Roche. Estoy algo asfixiado y, en zona poco habitada, encuentro a dos chicas, una de ellas está desnuda; también hay un chico en bañador. Paso un poco de este grupo y, a prudente distancia del siguiente de textiles, me doy un baño; me seco, me tumbo y ya se va acercando la hora de comer, aunque ya casi he enlazado desayuno con comida; todavía no tengo ganas. Antes de llegar a Cabo Roche, empiezo a preguntar y, en un chiringuito, aunque caro, decido probar las ortiguillas, que tienen en la carta y mejillones al vapor; pero como me dicen que no habrá ortiguillas hasta el jueves o viernes, me voy. En el siguiente, sólo hay sandwiches.
Hacia las playas del Cabo Roche
Me despido del asturiano, bajo a la playa y, por la orilla, llego al Cabo Roche. Al llegar, aunque ya sé que las playas que vengan a continuación, se practica el nudismo, lo pregunto a unos jóvenes, por ver su respuesta y me dicen que, ni allí, ni en las calas que vienen a continuación, nunca han visto a nadie desnudo. "Irían con gafas de madera", pienso para mis adentros. Subo por una escalera verde y saco una foto con la playa de La Barrosa y la última costa que se me ha ido quedando atrás. Por el lado más al este, bajo a la primera de las calas que, en mi lista de playas nudistas, aparece como Calas de Poniente. Si son de poniente, quiere decir que ya pertenecen a Conil de la Frontera, que está a levante y a donde llegaré mañana. Como ya es habitual, compruebo que en esa playa no hay nadie desnudo y me dirijo hacia las rocas del fondo.
Cuando estoy pasando entre las rocas, pasa una pareja, ella en topless y muy guapa, y me dice que se puede hacer nudismo en todas las calas desde tiempo inmemorial y que nadie se va a sorprender si me baño desnudo. A pesar de todo, tomo mis precauciones. Paso a la segunda cala, donde se produce la misma historia, nadie desnudo; me voy de nuevo hasta el fondo y allí, cerca de las rocas pero con acceso al agua por arena y sin riesgo, me doy el bañito. Mientras me seco, paseo por la orilla, entre rocas y me daré un segundo baño. Se está muy bien.
Para estar más cómodo, pongo la camiseta amarilla en el borde cortado de la arena, que forma el mar al subir la marea, me siento y la arena se hunde y deja a mi espalda un respaldo muy cómodo, como si estuviera sentado en un sillón. Tras estar un rato sentado, recojo mis pertenencias y sigo hacia la siguiente cala, la tercera, denominada Cala del Frailecillo. Desde el acantilado, veo a un hombre desnudo en la primera parte, a poniente; bajo por las escaleras, le saludo, me saluda, y me pongo a distancia prudencial y no intercambiaremos palabra alguna hasta el adiós final. Me desnudo y me baño en zona sin rocas. Entre las rocas hay una pareja textil dormida; ella tiene su mano metida en el bañador de él y me pregunto, ¿qué es más erótico, una persona desnuda, o la imagen textil que estoy viendo? Llega un grupo de tres chicos y dos chicas, que son las primeras que se meten en el agua, pero en zona de rocas. Les digo que en la zona en que me estoy bañando no hay rocas en el fondo y, mientras yo salgo de allí, ellas entran a la zona donde yo estaba. Después llegarán otras dos parejas; uno de los chicos se desnuda y prepara porrito; no se bañará, al menos, durante el tiempo en que yo esté allí. Durante el tiempo en que estoy allí, me doy varios baños y haré un dibujo, el tercero del día.
Sainza, Marta y Roberto
Subo por las escaleras y me asomo a la siguiente cala, la cuarta: La Cala del Pato. ¡Por fin veo nudistas! Saco una foto desde el acantilado. La única que se está bañando es Sainza, una niña de siete años, gallega, con la que luego charlaré. Hay nudistas al inicio de la playa, hacia la mitad y hacia las rocas del fondo. A lo mejor me animo a dormir en esta playa. Marta y Roberto están hacia la mitad, en la parte alta, con arena seca y algunas grandes rocas que les aíslan; para no molestar a la parejita, intuyendo lo que luego me contará Sainza, la hija de Marta, me traslado hacia el grupo de las rocas, donde hay dos hombres, una mujer y una niña desnudos. Una de las rocas tiene forma de pato.
Como por las rocas no veo una salida al mar para darme el baño, les pregunto dónde se suelen bañar y me responden que en el medio de la playa; así que, hacia allí me dirijo. Sólo volveré a ver a este grupo de las rocas cuando vaya a recoger mis mochilas para trasladarlas a donde está el grupo de las gallegas. Todo surgió de la siguiente manera: Cuando entro en el agua, se me acerca una niña muy sonriente. Sainza, que me dice que tiene siete años, es una niña muy extrovertida, que me da una idea de cómo puede ser la persona que me voy a encontrar después, su madre. Me dice que su papá se marchó y que su mamá se enamoró y que se encaprichó de ese muchacho, Roberto, y que están viviendo los tres en Conil; que a su papá no le ve casi nunca y que ella lloró el día de su cumpleaños porque, a pesar de que se lo prometió, no le felicitó. Tampoco su tía. Quito hierro al asunto, pero creo que sin conseguir disipar su disgusto; al menos, contándolo, se lo va sacando de encima. Me dice que le gustaría estar con sus amigas, pero que ellas no van a este tipo de playas.
Tanto su madre como ella son gallegas, vivían en Santiago y me cuenta muchas más cosas que no he podido retener. Sainza es un encanto de criatura y me enrollo muy bien con ella. Salgo a la orilla a pasear para secarme y volver a mi sitio, a las rocas, pero en ese momento, Roberto baja a bañarse y me acerco a Marta y le digo que su hija es encantadora, aunque me ha contado vida y milagros; "sí, es una niña muy extrovertida", me dice y ya nos ponemos a charlar. Hablamos de mi camino, me dice que Roberto hizo el Camino de Santiago y que fue allí donde se conocieron y que, como ella estaba separada, iniciaron su vida juntos. O sea, que el Camino de Santiago los unió.
Creo que me dice que, antes, ella trabajaba como guía de viajes. Roberto se había cogido dos años sabáticos y decidieron bajar al sur. Primero se asentaron en Cádiz, pero Conil les gustó más y viven en piso de alquiler, que les da mayores posibilidades de movilidad. Los dos se dedican a la hostelería y él, con la experiencia adquirida, va obteniendo puestos bien remunerados. Ahora está en el Hotel de la Urbanización de Cabo Roche y ella trabaja en Conil y consiguen combinar muy bien los horarios de entrada y salida del colegio de Sainza (que es el nombre de una Virgen de Ourense. Roberto es de Erandio y le canto "¡Aupa el Erandio que es de Erandio, aupa el Kaiku que es de Sestao..." y hablamos de su Camino de Santiago y lo comparo con el mío. Roberto se considera un hombre serio, aunque también le gusta la broma. A mi me parece serio pero afable. "No me gustan especialmente los niños", me dice, pero está a bien con Sainza; tampoco Marta desea tener más hijos, así que en el terreno de los niños, hay coincidencia. Les hablo de mis amigos y excompañeros Miren y Luisma que, igual que ellos, a ella le bastaba con el hijo que había tenido de su primer matrimonio pero, ahora, a Luisma le apetecía tener un hijo propio y tras muchs años de haber tenido al primero, ella se había vuelto a animar a ser madre de nuevo y le había dado un hijo a su pareja; pero el caso de Luisma no es el de Roberto, ya que éste tiene claro que no quiere más niños. Marta dice que, cuando Sainza tenga 18 años, ella tendrá cuarenta y, él, poco más; una edad en la que todavía van a tener tiempo de disfrutar de la vida.
Marta tiene unos ojos muy expresivos, negros, de los que dan confianza, cariño y dulzura; en algo, me recuerdan a mi amiga psicóloga Cristina Ruiz.A última hora de la tarde, tras disfrutar de varios baños, Marta se decide a darse uno. Luego me invita a un trozo de pizza hecha por ella, incluso la base, que está exquisita, unas pipas de girasol y un traguito de cerveza. Antes de recoger sus bártulos, me darán el agua sobrante; relleno mi botella, me bebo el agua sobrante y así no tendré que llevar mañana el botellón vacío. Para dormir, me recomiendan hacerlo en dos playas más arriba, ya que hoy se espera que suba mucho la marea; la alta será muy alta y Roberto lo confirma mirando en un librito que lleva, el mismo que ha mirado el camarero asturiano de La Luna. El viernes será el último de marea tan alta. Nos vestimos, subimos al acantilado y caminamos por el magnífico camino que une el conjunto de playas desde La Barrosa hasta el Faro de Conil. Cuando llegamos a la altura de la siguiente playa, la que cuando sube la marea llega hasta las rocas del acantilado, y allí nos despedimos, ya que siguiendo camino perpendicular, tienen aparcado el coche. Nos despedimos, agradeciendo la bonita tarde que me han hecho pasar, la pizza, la cerveza, el agua y la compañía; y me dirijo hacia la playa recomendada, la del Tío Juan, que será la sexta, si no he contado mal. De la intermedia no puedo saber el nombre, ya que, aunque están el arco de entrada con un ancla, el nombre está todo machacado. ¡Adiós trío! ¡Hasta que la vida nos vuelva a reencontrar!
Durmiendo en el Tío Juan
Al inicio de la playa del Tío Juan, hay una pareja sentada en sillas plegables, una chica al fondo y un hombre en la mitad con dos perros lobo. Bajo a la arena y pregunto al hombre de los perros si se va a quedar mucho tiempo. Me dice que se irá pronto y me pregunta si soy pescador. Le digo que no, y que lo que quiero es dormir en esta playa. Cuandop estoy organizando mi sitio de dormida en el lugar elegido, en medio de la playa, la chica del fondo también se va y la pareja de las plegables se acerca a fumar a las rocas de poniente. Son las 22:30 h y trato de dormir. No hay mosquitos en el aire, pero sí pequeños insectos en la arena que se dirigen hacia el mar y que, aunque yo les pillo de paso, pasan y no me molestan en toda la noche. La Osa Mayor está donde estos últimos días y unas rocas me tapan la vista noroeste. No veo la luna, no sé si porque no me coincide en el espacio aéreo o porque ya estamos en la fase de Luna Nueva. Hace calor y saco los brazos fuera del saco, pero ya me ha advertido el hombre de los perros que que viene poniente y que me abrigue. Notaré algo de airecillo durante la noche, pero muy suave. El único temor, que el acantilado desprenda alguno de sus pedruscos.
¿Qué me ha aportado el día? Ha sido otro día intenso; sobre todo el buen fin de las dudas de la mañana, con el paso de la salida de la marisma en el chichorro de Jesús. Una ayuda preciosa a añadir a un inicio con la victoria de España sobre Alemania, los dos dibujos matutinos. Un paseo por las furnas, el desayuno de La Barrosa, la reivindicación de duchas para niños de surf, la comida en La Luna y las mágníficas calas de Poniente del Cabo Roche, con el precioso encuentro con las gallegas y el vasco a los que el Camino de Santiago les unió. Un día feliz.
Teniendo en cuenta lo que ayer me dijo Sheila, voy bordeando el litoral. Van viniendo por la orilla varias personas que llegan a la curva de la playa y regresan por donde han venido, otras se dan algún baño y se quedan un rato por la zona.
Yo sigo caminando, he dado la curva, empiezo a ver barquitos de recreo varados en el otro lado de la salida de la marisma y me doy el segundo baño, antes de penetrar en la misma, con la incertidumbre de si tendré suerte y algún barquito me podrá pasar, si hay algún puente que me lo permita o si tendré que retroceder a San Fernando, rodear toda la marisma, regresar por Chiclana y situarme, después de tanta vuelta, a cien metros de donde estoy ahora. Por lo que pueda ocurrir, tras el último baño, me visto y continúo por el borde del río-mar.
Los barcos que están enfrente, guardan una línea desordenada, desde mi perspectiva. Busco contenedor para echar la botella de té Hacendado, ya vacía, que me dio Sheila y, de paso, recojo otra grande vacía de Coca-cola y las echo en el contenedor amarillo.
Jesús me salvará
Al pasar he visto a Jesús en un yate, parece que está haciendo tareas de conservación, pero está muy lejos y creo que, con el ruido del motor que tiene en marcha, no me va a oír, así que no digo nada y sigo adelante.
El borde de la orilla va progresivamente pasando de ser la arena fina por la que venía a convertirse en una especie de fango que me va hundiendo, como si estuviera penetrando en una ciénaga. Un esqueleto de barco me da mala espina, aunque estéticamente me gusta; opto por alejarme de la orilla y caminar por más arriba, cerca de los contenedores, donde la tierra es más firme, y seguir espectante. Observo que Jesús para el motor del yate que estaba poniendo a punto, coge un pequeño chinchorro y se traslada a otro, al que sube. Desciendo de nuevo a la orilla y le grito: "¿Podré pasar al otro lado?" y su respuesta es: "Poder, puedes, lo único que no podrás es volver". Le respondo: "No quiero volver. Yo sigo hacia Conil". "Espera un momento", será lo último que me dirá. Jesús está en un yate más pequeño que el anterior, termina lo que tiene que hacer en él y baja de nuevo al chichorro direccionándolo hacia mí.
Entiendo que viene para cogerme y pasar al otro lado, así que me adentro por la orilla hasta una altura prudencial como para no mojarme los pantalones. Así acorto distancia y evito que el chinchorro, al llegar, pegue contra el fondo; sobre todo por la hélice. Subo las mochilas y me ayuda a subir, tratando de buscar un equilibrio que estabilice la endeble embarcación. Él va en la proa y yo en la popa y casi ni nos movemos. Son las 9:15 y ya estoy en tierra firme, en el puerto, al otro lado de la marisma. No creo en Dios, pero sí en Jesús, que hoy me ha salvado. Le digo que me ha hecho un gran favor y él me responde que no le ha costado nada porque, tras hacer los primeros trabajos de la mañana, iba a volver para comprar tabaco y desayunar en su casa. El bar del puerto está cerrado, así que no le puedo invitar y nos despedimos, yo agradecido, ¡Hasta siempre!
Buscando sitio para desayunar
Me acerco a otro sitio, pero no han abierto y me dicen que vaya por el interior de la ría, que Chiclana está a ocho kilómetros. Como no tengo ningún interés en meterme en ría interior, me voy hacia la playa y, al bajar, encuentro a Paco que da clases de deportes marinos. Es trabajo para el verano, así que se ha sacado el título de piloto comercial, que le permitirá buscar un trabajo para el invierno. Su experiencia se limita a vuelos en avioneta y prevé dificultades para encontrar ese trabajo que le permita cierta estabilidad laboral. Le veo confiado y le deseo suerte.
He sacado foto desde el puerto y creo que esas casas que aparecen es lo que se denomina Sancti Petri que, al igual que La Barrosa, es zona correspondiente a Chiclana de la Frontera. Entre esta zona portuaria y La Barrosa, me encontraré con una urbanización que también recibirá el nombre de Nuevo Sancti Petri. Cuando he salido a la playa saco las dos últimas fotos de la bahía con la isla al fondo.
Fotos que son de despedida, con algo de pena, de un lugar donde he pasado una noche placentera pero, a la vez, con el contento de haber superado una duda, el paso de Camposoto a Sancti Petri.
A esta última foto le llamo la de las tres boyas: verde, amarilla y roja. Las dos primeras son las que delimitan la bocana de salida de la marisma para las embarcaciones de recreo y, supongo, que también para los pescadores que, supongo, los habrá en la zona y que saldrán a faenar al mar y, previsiblemente, volverán con sus capturas para la venta en Chiclana.
Furnas naturales
Paco me dice que, como la marea está bajando, podré ir caminando por la orilla, sin necesidad de subir a las rocas. Pero compruebo que la marea debiera estar más baja para conseguirlo.
Cuando no me queda más remedio que subir a rocas, lo hago descalzo, ¡craso error! y acabaré calzándome las sandalias, pues son rocas de amalgama, con puntas muy cortantes, con conchas de vieira incrustadas y formando unas preciosas furnas que son tan perfectas que, más que naturales, parecen obra de los humanos, y me recuerdan los castros celtas que ya vi en Galicia y en Portugal. Las furnas también las vi en Portugal, en Peniche, en Ericeira y me traen buenos recuerdos. ¿Se inspirarían los celtas en las furnas para construir sus castros? Consigo bajar a la arena, pues encuentro una especie de pequeño golfo y me decido a dar el tercer baño. Observo a lo lejos que ya se va viendo gente y recibo la impresión de que tendré más dificultades para bañarme desnudo. Mientras me estoy secando, llega una alemana con un chaval y hablamos con naturalidad, mi desnudez no es obstáculo para intercambios en relación a mi viaje. Con ayuda de mi rudimentario inglés y dibujando con un palo en la arena el mapa peninsular, consigo hacerme entender. Son de Frankfoort le Main y están de vacaciones. Cuando se van, me pongo el calzoncillo y les alcanzo. Les enseño los dos dibujos de esta mañana, una primicia, y los anteriores. He ido sacando fotos del recorrido hasta llegar a las furnas, pero la última saco antes de perder de vista, por última vez, el bunker de la dormida. Para las furnas, he tenido que poner ya el siguiente rollo de dispositivas.
Desayuno en La Barrosa, que pertenece a Chiclana
Cuando llego a La Barrosa, zona costera que pertenece a Chiclana de la Forntera, cuyo interior, definitivamente, no visitaré, empiezo a sentir sensaciones de estar llegando a zona conocida. Ya no estoy lejos del cabo Roche y Conil, donde tanto disfruté en las primeras vacaciones de prejubilado en primavera de 2006, dos meses antes de comenzar este viaje que os estoy narrando. Cuando llego a la playa de La Barrosa, me limpio los pies en una fuente apropiada con reposapies y, ya arriba, me pongo las sandalias. Subiendo la cuesta, me hacen una encuesta; en realidad, la encuesta, no es más que una excusa para que firme una reivindicación; lo que solicitan es que pongan duchas en una zona donde se concentran chavales que aprenden a hacer surf. Los encuestadores son Oscar y Ricardo y hablamos de cosas diversas, de nudismo, de la moda de enseñar el calzoncillo, de los tangas mínimos de las damas y los enormes bañadores de los machos. Les digo que, si trabajan con jóvenes, les refuercen en la aceptación de su propio cuerpo y que sean menos receptivos al bombardeo de las modas, en definitiva, que refuercen su personalidad en formación. Me dicen que ellos están de acuerdo con la libertad del nudismo. Nos despedimos y me desean buen viaje, agradecidos por mi firma. ¿Conseguirían las duchas? Una señora joven me informa de dos lugares apropiados para desayunar. Uno en el que hacen tostadas, arriba, en el paseo, y otro de bollería, que está a la vuelta de la esquina; como este segundo está cerrado, regreso al primero y me siento en terraza exterior, en mesa de madera, que calzo, puesto que se tambalea y, como tengo intención de estar un rato escribiendo, es operación necesaria. Por la posición del sol, el propio edificio hace sombra y colaboran los árboles del paseo. Se está muy bien, pero tiene el inconveniente de estar muy próxima a la carretera. En la Taberna del Arte, desayuno un tubo de Cola-cao, puesto que no funciona la cafetera, tostada de pan entero, con mantequilla y mermelada (3,20 €). Será cuando esté acabando de poner al día el diario, cuando me entere de que estoy en La Barrosa. A las 12:15 h, pasa una madre con sus hijos, chico y chica, y me comenta que suele ir a la playa más temprano y, ahora, va de compras.
Se ha levantado un airecillo muy grato, entro al bar para coger agua, cago, me afeito, me despido y bajo a la playa, ahora por las escaleras (antes había subido por la rampa) y llego a la orilla con ganas de descalzarme. Todos los arranques son malos y, en esta ocasión, la parte del talón de la planta del pie izquierdo me hace cojear, al inicio, pero el toque del agua me alivia; el meñique izquierdo, me sigue dando guerra, pero todo el pie derecho se está comportando aceptablemente. La playa de La Barrosa es muy larga y acaba en el Cabo Roche. Unos socorristas de Cruz Roja me confirman que, hasta no llegar allí, no podré hacer nudismo ¡Eso dicen ellos! ¡Ya se verá! Sancti Petri va quedando lejos, pero diluido en el conjunto de la costa, todavía se verá desde cabo Roche. Estoy algo asfixiado y, en zona poco habitada, encuentro a dos chicas, una de ellas está desnuda; también hay un chico en bañador. Paso un poco de este grupo y, a prudente distancia del siguiente de textiles, me doy un baño; me seco, me tumbo y ya se va acercando la hora de comer, aunque ya casi he enlazado desayuno con comida; todavía no tengo ganas. Antes de llegar a Cabo Roche, empiezo a preguntar y, en un chiringuito, aunque caro, decido probar las ortiguillas, que tienen en la carta y mejillones al vapor; pero como me dicen que no habrá ortiguillas hasta el jueves o viernes, me voy. En el siguiente, sólo hay sandwiches.
El siguiente bar será el chiringuito La Luna, donde comeré salmorejo, que me lo sacan en cazuelita de barro, con un trocito de bonito en aceite; la ración es excasa, pero está muy rico; el guiso del día será hoy carne con patatas y, aunque vuelve a ser exigua la ración, demoro machacando las patatas con el tenedor, chupo las dos hojitas de laurel y troceo al mínimo los trozos de carne guisada y me lo como gustoso y con más pan de lo que acostumbro; todo acompañado por una jarra de cerveza y de postre comeré un crocanti que, aunque no suele ser algo que pido habitualmente porque da más sed, hoy lo hago por meter un poco más de alimento. Pago 17,90 €, algo más que lo que habría sido justo, y hablo con el camarero, que es asturiano. Le hablo de las playas de Torimbia, Celorio, Guilpiyuri (que no conoce); me atiende bien y escucha en la medida en que el cumplimiento de su tarea se lo permite.
Hacia las playas del Cabo Roche
Me despido del asturiano, bajo a la playa y, por la orilla, llego al Cabo Roche. Al llegar, aunque ya sé que las playas que vengan a continuación, se practica el nudismo, lo pregunto a unos jóvenes, por ver su respuesta y me dicen que, ni allí, ni en las calas que vienen a continuación, nunca han visto a nadie desnudo. "Irían con gafas de madera", pienso para mis adentros. Subo por una escalera verde y saco una foto con la playa de La Barrosa y la última costa que se me ha ido quedando atrás. Por el lado más al este, bajo a la primera de las calas que, en mi lista de playas nudistas, aparece como Calas de Poniente. Si son de poniente, quiere decir que ya pertenecen a Conil de la Frontera, que está a levante y a donde llegaré mañana. Como ya es habitual, compruebo que en esa playa no hay nadie desnudo y me dirijo hacia las rocas del fondo.
Cuando estoy pasando entre las rocas, pasa una pareja, ella en topless y muy guapa, y me dice que se puede hacer nudismo en todas las calas desde tiempo inmemorial y que nadie se va a sorprender si me baño desnudo. A pesar de todo, tomo mis precauciones. Paso a la segunda cala, donde se produce la misma historia, nadie desnudo; me voy de nuevo hasta el fondo y allí, cerca de las rocas pero con acceso al agua por arena y sin riesgo, me doy el bañito. Mientras me seco, paseo por la orilla, entre rocas y me daré un segundo baño. Se está muy bien.
Para estar más cómodo, pongo la camiseta amarilla en el borde cortado de la arena, que forma el mar al subir la marea, me siento y la arena se hunde y deja a mi espalda un respaldo muy cómodo, como si estuviera sentado en un sillón. Tras estar un rato sentado, recojo mis pertenencias y sigo hacia la siguiente cala, la tercera, denominada Cala del Frailecillo. Desde el acantilado, veo a un hombre desnudo en la primera parte, a poniente; bajo por las escaleras, le saludo, me saluda, y me pongo a distancia prudencial y no intercambiaremos palabra alguna hasta el adiós final. Me desnudo y me baño en zona sin rocas. Entre las rocas hay una pareja textil dormida; ella tiene su mano metida en el bañador de él y me pregunto, ¿qué es más erótico, una persona desnuda, o la imagen textil que estoy viendo? Llega un grupo de tres chicos y dos chicas, que son las primeras que se meten en el agua, pero en zona de rocas. Les digo que en la zona en que me estoy bañando no hay rocas en el fondo y, mientras yo salgo de allí, ellas entran a la zona donde yo estaba. Después llegarán otras dos parejas; uno de los chicos se desnuda y prepara porrito; no se bañará, al menos, durante el tiempo en que yo esté allí. Durante el tiempo en que estoy allí, me doy varios baños y haré un dibujo, el tercero del día.
Sainza, Marta y Roberto
Subo por las escaleras y me asomo a la siguiente cala, la cuarta: La Cala del Pato. ¡Por fin veo nudistas! Saco una foto desde el acantilado. La única que se está bañando es Sainza, una niña de siete años, gallega, con la que luego charlaré. Hay nudistas al inicio de la playa, hacia la mitad y hacia las rocas del fondo. A lo mejor me animo a dormir en esta playa. Marta y Roberto están hacia la mitad, en la parte alta, con arena seca y algunas grandes rocas que les aíslan; para no molestar a la parejita, intuyendo lo que luego me contará Sainza, la hija de Marta, me traslado hacia el grupo de las rocas, donde hay dos hombres, una mujer y una niña desnudos. Una de las rocas tiene forma de pato.
Como por las rocas no veo una salida al mar para darme el baño, les pregunto dónde se suelen bañar y me responden que en el medio de la playa; así que, hacia allí me dirijo. Sólo volveré a ver a este grupo de las rocas cuando vaya a recoger mis mochilas para trasladarlas a donde está el grupo de las gallegas. Todo surgió de la siguiente manera: Cuando entro en el agua, se me acerca una niña muy sonriente. Sainza, que me dice que tiene siete años, es una niña muy extrovertida, que me da una idea de cómo puede ser la persona que me voy a encontrar después, su madre. Me dice que su papá se marchó y que su mamá se enamoró y que se encaprichó de ese muchacho, Roberto, y que están viviendo los tres en Conil; que a su papá no le ve casi nunca y que ella lloró el día de su cumpleaños porque, a pesar de que se lo prometió, no le felicitó. Tampoco su tía. Quito hierro al asunto, pero creo que sin conseguir disipar su disgusto; al menos, contándolo, se lo va sacando de encima. Me dice que le gustaría estar con sus amigas, pero que ellas no van a este tipo de playas.
Tanto su madre como ella son gallegas, vivían en Santiago y me cuenta muchas más cosas que no he podido retener. Sainza es un encanto de criatura y me enrollo muy bien con ella. Salgo a la orilla a pasear para secarme y volver a mi sitio, a las rocas, pero en ese momento, Roberto baja a bañarse y me acerco a Marta y le digo que su hija es encantadora, aunque me ha contado vida y milagros; "sí, es una niña muy extrovertida", me dice y ya nos ponemos a charlar. Hablamos de mi camino, me dice que Roberto hizo el Camino de Santiago y que fue allí donde se conocieron y que, como ella estaba separada, iniciaron su vida juntos. O sea, que el Camino de Santiago los unió.
Creo que me dice que, antes, ella trabajaba como guía de viajes. Roberto se había cogido dos años sabáticos y decidieron bajar al sur. Primero se asentaron en Cádiz, pero Conil les gustó más y viven en piso de alquiler, que les da mayores posibilidades de movilidad. Los dos se dedican a la hostelería y él, con la experiencia adquirida, va obteniendo puestos bien remunerados. Ahora está en el Hotel de la Urbanización de Cabo Roche y ella trabaja en Conil y consiguen combinar muy bien los horarios de entrada y salida del colegio de Sainza (que es el nombre de una Virgen de Ourense. Roberto es de Erandio y le canto "¡Aupa el Erandio que es de Erandio, aupa el Kaiku que es de Sestao..." y hablamos de su Camino de Santiago y lo comparo con el mío. Roberto se considera un hombre serio, aunque también le gusta la broma. A mi me parece serio pero afable. "No me gustan especialmente los niños", me dice, pero está a bien con Sainza; tampoco Marta desea tener más hijos, así que en el terreno de los niños, hay coincidencia. Les hablo de mis amigos y excompañeros Miren y Luisma que, igual que ellos, a ella le bastaba con el hijo que había tenido de su primer matrimonio pero, ahora, a Luisma le apetecía tener un hijo propio y tras muchs años de haber tenido al primero, ella se había vuelto a animar a ser madre de nuevo y le había dado un hijo a su pareja; pero el caso de Luisma no es el de Roberto, ya que éste tiene claro que no quiere más niños. Marta dice que, cuando Sainza tenga 18 años, ella tendrá cuarenta y, él, poco más; una edad en la que todavía van a tener tiempo de disfrutar de la vida.
Marta tiene unos ojos muy expresivos, negros, de los que dan confianza, cariño y dulzura; en algo, me recuerdan a mi amiga psicóloga Cristina Ruiz.A última hora de la tarde, tras disfrutar de varios baños, Marta se decide a darse uno. Luego me invita a un trozo de pizza hecha por ella, incluso la base, que está exquisita, unas pipas de girasol y un traguito de cerveza. Antes de recoger sus bártulos, me darán el agua sobrante; relleno mi botella, me bebo el agua sobrante y así no tendré que llevar mañana el botellón vacío. Para dormir, me recomiendan hacerlo en dos playas más arriba, ya que hoy se espera que suba mucho la marea; la alta será muy alta y Roberto lo confirma mirando en un librito que lleva, el mismo que ha mirado el camarero asturiano de La Luna. El viernes será el último de marea tan alta. Nos vestimos, subimos al acantilado y caminamos por el magnífico camino que une el conjunto de playas desde La Barrosa hasta el Faro de Conil. Cuando llegamos a la altura de la siguiente playa, la que cuando sube la marea llega hasta las rocas del acantilado, y allí nos despedimos, ya que siguiendo camino perpendicular, tienen aparcado el coche. Nos despedimos, agradeciendo la bonita tarde que me han hecho pasar, la pizza, la cerveza, el agua y la compañía; y me dirijo hacia la playa recomendada, la del Tío Juan, que será la sexta, si no he contado mal. De la intermedia no puedo saber el nombre, ya que, aunque están el arco de entrada con un ancla, el nombre está todo machacado. ¡Adiós trío! ¡Hasta que la vida nos vuelva a reencontrar!
Durmiendo en el Tío Juan
Al inicio de la playa del Tío Juan, hay una pareja sentada en sillas plegables, una chica al fondo y un hombre en la mitad con dos perros lobo. Bajo a la arena y pregunto al hombre de los perros si se va a quedar mucho tiempo. Me dice que se irá pronto y me pregunta si soy pescador. Le digo que no, y que lo que quiero es dormir en esta playa. Cuandop estoy organizando mi sitio de dormida en el lugar elegido, en medio de la playa, la chica del fondo también se va y la pareja de las plegables se acerca a fumar a las rocas de poniente. Son las 22:30 h y trato de dormir. No hay mosquitos en el aire, pero sí pequeños insectos en la arena que se dirigen hacia el mar y que, aunque yo les pillo de paso, pasan y no me molestan en toda la noche. La Osa Mayor está donde estos últimos días y unas rocas me tapan la vista noroeste. No veo la luna, no sé si porque no me coincide en el espacio aéreo o porque ya estamos en la fase de Luna Nueva. Hace calor y saco los brazos fuera del saco, pero ya me ha advertido el hombre de los perros que que viene poniente y que me abrigue. Notaré algo de airecillo durante la noche, pero muy suave. El único temor, que el acantilado desprenda alguno de sus pedruscos.
¿Qué me ha aportado el día? Ha sido otro día intenso; sobre todo el buen fin de las dudas de la mañana, con el paso de la salida de la marisma en el chichorro de Jesús. Una ayuda preciosa a añadir a un inicio con la victoria de España sobre Alemania, los dos dibujos matutinos. Un paseo por las furnas, el desayuno de La Barrosa, la reivindicación de duchas para niños de surf, la comida en La Luna y las mágníficas calas de Poniente del Cabo Roche, con el precioso encuentro con las gallegas y el vasco a los que el Camino de Santiago les unió. Un día feliz.
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