jueves, 12 de abril de 2012

Etapa 54 (170) Cala Siscal-Cala de la Cueva de los Lobos

Etapa 54 (170) 11 de agosto de 2008
Cala del Siscal-Calnegre-Cala de la Cueva de los Lobos.

Amanecer en calas de la costa lorqueña.
Hoy recibiré la mejor noticia del viaje
Al despertar, veo que hay montada una tienda con un toldo que de seis patas, que avanza, pero no sé si estaba montada cuando llegué y se quedaron o llegaron ya anochecido y yo ni me enteré. No queda ningún pescador por la orilla. Me levanto a las 6:45 h y recojo mi cama. Hago un nudo con mi calzoncillo húmedo y lo amarro al asa de mi mochila para que se vaya secando mientras camino. El saco lo guardo dentro húmedo con arena terrosa gris difícil de quitar y con intención de abrirlo y extenderlo en la próxima playa en que caliente bien el sol. A las siete me doy el baño matinal y me tumbo sobre la superficie del agua, haciendo la plancha. Nadie respira en la playa, así que no tengo problemas para pasearme mientras me seco al aire por la orilla, aunque como todavía no calienta, me acabo de secar con la toalla.


Caminos polvorientos
Para las 7:15 h ya estoy en marcha por el camino que, ya en el último tramo se había ensanchado y ahora continúa ampliándose. La desventaja es que ya no es camino para caminantes, sino carretera sin asfaltar para compartir con vehículos. Siendo un GR me pesa el ensanchamiento por el polvo que me veré obligado a tragar y que sufrirán mis ojos a lo largo del día. Me encontraré con conductores poco sensibles a las consecuencias de su correr para el que camina y otros claramente agresivos y prepotentes que ponen a prueba sus motores como si estuvieran en una competición automovilística. Y no sólo es problema de jóvenes, puesto que será un conductor mayor, al menos de mi edad, el que me obligará a mascar más polvo. Si esto ya me ocurrió en lugares en que se limitaba la velocidad a 20 km/h, como en San José-Cabo de Gata, qué no va a ocurrir aquí en que ni siquiera aparecen estas señales limitadoras disuasorias. También hay enamorados que pretenden demostrar a sus chicas el poderío de sus motores como un preludio de las maravillas que serán capaces de hacer en la cama con ellas. Y lo peor no son los coches, puesto que las motos proyectan el mismo polvo y con la contaminación acústica añadida.

La próxima cala que veré se llama El Baño de las Mujeres, donde hay dos tiendas montadas y de una de ellas asoma Miriam. En broma, le pido permiso para entrar en la playa, ya que soy hombre y el nombre hace mención a  discriminación de sexo y género, y hablaremos un ratito. José Ramón duerme dentro de la tienda. Son de Murcia y, más tarde, encontraré al dormido desayunando en Calnegre. Pregunto a Miriam si allí no se persigue la prohibición de montar tiendas en la playa y me responde que llevan muchos años montando allí la tienda y nunca se lo ha prohibido ni la guardia civil, ni la policía local, y eso que pasan por el camino-carretera a menudo. "La playa es agradable y muy acogedora pero, con pocas familias, enseguida se llena", me dice Miriam.

Luego pasaré por la playa de Calnegre, a la que se puede acceder por dos lugares; es algo más grande y con chiringuito, del que no veré más que la techumbre. Saco foto de los dos lados y, enseguida, empezaré a ver otro mar de plástico, en el que hay crecidas unas plantas muy altas que, luego, sabré que son tomateras. Aquí el plástico se ha transformado en un entramado de malla. Desde el exterior se ven las plantas altas, pero no se ven los tomates.

Veo que el camino ofrece un atajo que lleva a carretera asfaltada, pero no lo cojo y prefiero seguir hasta la confluencia natural. De esta forma me enteraré que el camino que llega algo más adelante que Cala Siscal están trabajando para que llegue hasta Cala Honda y que hay proyecto de que continúe algo más. El cartel que lo anuncia oficialmente presenta un error, o al menos yo lo interpreto como erróneo, ya que la línea continua de lo realizado, está señalada de forma discontinua.

Desayuno en Calnegre
Llego al Albergue, que pertenece y depende del ayuntamiento de Lorca y, al preguntar a una mujer que entra, me responde que ella es usuaria y que el desayuno no lo sirven hasta las nueve y media; en vista de lo cual, decido desayunar en el pueblo. La mujer me advierte que ha visto en el pueblo todo cerrado. Tras andar unos metros, llego a la gran playa y la fotografío con la costa, a la que llegaré por la tarde, al fondo. En el bar de Mercedes no hay nadie en la terraza, pero ya está abierto. Aquí ya no debo pedir manchaíto como en la costa andaluza, porque el manchaíto de aquí lo hacen con leche condensada. Pido un café con leche, largo de leche y tostadas con mantequilla y mermelada; “que no sea de fresa, por favor”, pero sólo tienen mermelada de fresa; “¡qué se la va a hacer!”, pienso, pero me traerán una porción de fresa y otra de melocotón (3,50 €). Pido permiso para cargar el móvil, ya que se me descarga la batería con mucha facilidad y hoy espero llamada de Jose Martin. Intento mandar a Sara un mensaje y no lo consigo; parece que no hubiera cobertura, pero tras una hora me dirá que no está operativo. Veo que me ha llamado mi amigo murciano pero, al no cogerle, me ha dejado un mensaje. Escribo el diario.

Un proyecto polémico en Calnegre
Comento con un chico de protección civil, que está hablando con una chica a la que cuelgan los tirantes del bañador y le sobresalen de los del vestido; al salir ya lo habrá corregido y va más coqueta. Ambos están encargados de poner carteles por el pueblo para la reunión que se va a celebrar esta tarde a las 7:30 h; se trata de una charla con  dos concejales de Lorca para hablar del proyecto de destrucción de unas casas que incumplen la ley de costas, pero que proponen otro en el que irá paseo marítimo y urbanización. Parece que la construcción (que no está claro que sí cumpla la normativa) de la nueva urbanización, costeará el paseo marítimo para conseguir otro más uniforme que el actual; pero algunos opinan que el que tienen ya está lo suficientemente bien. Llega una pareja de novios, ambos maduritos, en moto; él muy individualista y peleón, sin ver ni estudiar la propuesta nueva, enseguida se posiciona en contra del nuevo proyecto y su discurso se orienta a criticar la cantidad de terrenos que tiene el alcalde de Lorca. Mercedes y la otra señora lo defienden y justifican, aunque no recuerdo los argumentos; el peleón recula y se va por los cerros de Úbeda; dice: “Y a De Juana Chaos le sale la condena a seis meses por muerto, ¡eso es justicia!”. Nadie dice nada y tampoco yo entro al trapo. No estaré en la reunión, y tampoco me apetece mucho, pero se presenta polémica. No me gustaría estar en el pellejo de los que defienden el proyecto. Me dicen los de protección civil que tendré posibilidad de visitar algunos invernaderos. Si en Granada y Almería no fue posible, o estaban vacíos de contenido, veremos lo que ocurre por aquí. También me informan de que tengo calas muy guapas de aquí a Mazarrón, en especial la de Percheles.

El notición del día
Me llama Sara y me da la mejor noticia del día. Está embarazada de su tercer hijo, que será mi cuarto nieto. Si el verano pasado, estando yo en Peniche (Portugal), Vera me anunció la venida de su primer hijo, Gari, que nació el 10 de marzo de este año, este será también chico y nacerá el 2 de abril del próximo, 2009. Habían barajado la posibilidad de adoptar una chinita, pero han preferido arriesgarse al tercer varón, como así será. Aunque durante varios meses le fuimos llamando Alain, finalmente será Jokin. Escribo en el diario: “La verdad es que, como sea de la misma pasta que los dos mayores, no me importaría nada que fuera también chico”. Parece que acabado el proceso de las oposiciones se han animado a formar la familia numerosa. Este mes el cumpleaños de la madre y del mayor, con el nuevo acontecimiento, lo celebraremos el 24 de agosto; confío en que esa fecha no sea coincidente con el Curso de Verano al que estoy inscrito en Arantzazu con Baketik. Lo veré al llegar y después gestionar como llegar a Oñati. Lo ideal sería que tuviera algún día intermedio libre. Sigo escribiendo.

Haciendo planes para los próximos días
Ya ha aparecido José Ramón, el que dormía dentro de la tienda en la cala El Baño de las Mujeres: “¿Entonces eras tú el que ha estado hablando con mi mujer?”, me dice. Aprovecho para pedirle el nombre de su mujer, "Miriam", me dice, le enseño los dibujos y se va, tras darnos un apretón de manos de despedida. He llenado de agua la botellita y casi me la he bebido. Son las doce y media y sigo escribiendo, ¡con tanto acontecimiento! No tengo cobertura para llamar a Jose Martin. Me llama él y tengo que salir a la calle para oírle, pero vuelvo al bar para coger el mapa y de nuevo salgo. Me llama del trabajo y me ofrece dos alternativas; la primera sería vernos en Cartagena, que es donde él trabaja, y luego irnos a una playa nudista que no es El Portús y que no me suena cuando leo las que están en mi lista; es una suerte que a ellos también sean del mismo gusto que yo. Para poder quedar de acuerdo le tengo que llamar de víspera y así Geli cogería lo que necesitamos cuando va al trabajo en el coche y vendría ella directamente a Cartagena sin tener que pasar por su casa en Puente Tocinos (Bacon Bridge), próximo a la capital. Creo que les llamaré mañana o el siguiente día y quedaremos para el jueves, pues el  viernes se van a la sierra. La otra alternativa, que podrían ser ambas, sería vernos la próxima semana en San Pedro del Pinatar, donde sus padres tienen una casa y así aprovecharía para lavar la ropa. La opción de visitar su casa depende de lo que hagamos en San Pedro del Pinatar. La playa que no recuerdo el nombre (podría ser Calblanque) que visitaríamos en la opción Cartagena, incluiría la visita al Cabo de Palos; pero sería con retorno a Cartagena, para que no me quede un hueco en el camino sin patear. Esto último forma parte de las condiciones que pone el caminante. Ciertamente, el programa es muy atractivo, y alargaría mi estancia en la costa murciana.

Comida en el mismo sitio en que desayuno. El Bar Mercedes
Son las 12:45 h y no acabo de escribir mi diario y, en vez de ir a buscar las bonitas calas anunciadas, decido quedarme a comer allí mismo. Mañana lo vomitaré todo pero por circunstancias ajenas a la comida. Pido un plato combinado completo y una ensalada que como muy a gusto y pido de postre Pan de Calatrava al que no encuentro nada de especial. Todo por 14,60 € y no recuerdo qué tomé para beber. Aparecen por el bar unos franceses que alucinan con mi viaje.

Los invernaderos llegan a la costa
Acabo de comer y salgo a las dos con intención de llegar a Bolnuevo, pero me quedaré muy cerca, en la playa Cueva de los Lobos. Inicialmente, salgo por carretera para intentar ver algún invernadero pero, cuando llego a los primeros, me dicen que hable con el encargado que está al fondo de un pasillo entre entoldados, donde rezuma el calor y como, tras la prevista calorina, no me aseguran que me vaya a dejar pasar, decido olvidarme de la experiencia y continuar mi camino sin verlo. Además las plantas de tomate que antes veía crecidas, ahora son plantitas muy bajas, probablemente, sin tomate alguno; eso es lo que puedo ver en la opacidad del plástico que ahora es más tupido. Decidido que no habrá foto de invernadero tomatero, me encuentro con Onofre, que se queja de las condiciones en que están los trabajadores, casi todos sudamericanos, y a los que dejan tirados en el borde de la carretera y así ahorrarse el pago de habitación para poder mandar más dinero a sus familias. Le hago ver, en contraste, lo que se gastan en móvil y critico su falta de imaginación porque, en vez de comer en el borde de la carretera, podrían asomarse al borde del mar y hacer una comida más grata y fresquita. Con eso no quiero quitarle la razón a Onofre, ya que es probable que les exijan mucho trabajo por poco precio. Onofre es un hombre de la zona que conoce muy bien este entorno.

Otras playas y la más bonita: Percheles
Me voy metiendo por playas de piedras. A lo lejos, veo un hombre que sale del agua y me parece que está desnudo; sube al coche y llegan otros dos: uno se baña en bañador y el joven se queda cuidando la ropa. Después llega el del coche y comento con el joven que, a pesar de tratarse de playas enormes y apartadas, Puntas de Calnegre, Parazuelos, Las Minas (casi seguro que la de la foto es playa Las Minas), todos son muy pudorosos y, ni siendo familiares o amigos, se atreven a bañar desnudos. El joven asiente de acuerdo con mis argumentos. Ya subiendo el acantilado y pasando un muro que, probablemente, corresponda a Las Minas, saco foto de los invernaderos que van quedando atrás. El acantilado no ofrece buenas alternativas para baño y me abstengo.


Continúo el camino y, ¡por fin!, me asomo a una preciosa playa que, en realidad, son tres. La primera, de mediano tamaño, es la Playa Percheles nudista oficial, luego una segunda, más pequeñita, y la última y más hermosa que es la textil, a la que se puede acceder con coche. Hoy lunes no hay demasiados bañistas en ninguna. La grande tiene palmeras. Puede que haya poca gente por ser la hora de la siesta, ya que hay bastantes coches en la explanada. Algunos de estos coches también pertenecerán a los nudistas que están en la primera, puesto que hay niños, que no creo hayan llegado caminando.

Veo en mi mapa Cañada de Gallego y pregunto a un hombre si es el nombre de la playa y me responde que sí. Por tanto, escribo ese nombre en mi Moleskine pero, más adelante, tras enseñar el dibujo que he hecho, me dirán que se llama playa Percheles. La considero la más bonita de la zona. El mismo hombre me ha dicho que sólo es nudista la primera parte. Me alejo de él pues tiene cara de pocos amigos y, además, intuyo que se va a quedar en bañador, como así ocurrirá. Por ello, decido colocarme entre extranjeros desnudos y familia textil, que están comiendo bajo toldo. La playa es de todos pero, ¿qué pintan allí vestidos en la única zona nudista?, ¿habrán llegado los primeros? La verdad es que no sé por qué me hago estas preguntas, cuando tienen todo su derecho a estar allí. 

Luego llega un matrimonio con dos hijos y los tíos; el pequeño se queja del mayor y el padre le regaña por quejica. El mayor disfruta con su tío, hermano de su madre, con una lancha neumática que, con las olas, a veces les da buenas “hostias”. Resulta muy grato verlos disfrutar. El padre va a bucear por las rocas. La tía se queda en la orilla con su sobrino pequeño. El matrimonio de extranjeros, que están desnudos, está con sus ¿hijos?, un matrimonio adulto y otro más joven, se bañan con bañador. Pido a los nudistas con niños una aguja para abrirme el coágulo de sangre del dedo gordo del pie derecho; pero me dicen que nadie tiene. Luego, la madre de las criaturas recuerda que tiene un pin y, tras dos pinchazos, saldrá la sangre retenida (ahora, cuando escribo y lo vuelvo a mirar, no sé si no está igual que estaba). He dejado extendido el saco para que se seque y pueda quitar mejor la arena gris del Siscal y tras dibujar la playa y enseñar mi dibujo y agradecer a la familia su colaboración para sanar mi herida, recojo todo y me voy por las otras playas para salir al acantilado del otro lado. La playa Percheles es igual de bonita por un lado que por el otro y el acantilado que viene a continuación también lo es. Aunque sin playas, el golpe de mar en la costa hace muy amena mi marcha hacia las siguientes playas.

Playas nudistas de Mazarrón que no son de arena
Probablemente las que vienen a continuación de Percheles sean las que aparecen en mi lista con los nombres de Playa Covaticas y Playa Barranco Ancho, pero no las localizo. Llego a una construcción semiderruida de la que vienen dos italianos, Marco y Elena que, como están buscando calas, les recomiendo Percheles. Pero ya hace bastante tiempo que la he dejado atrás, así que calculo que tendrán que ir andando una hora. También estos alucinan con mi viaje. Siguen adelante, pero veo que retroceden; parece que han decidido ir en coche. Como el vehículo lo tienen cerca, es lo mejor que pueden hacer. Al dejar a los italianos, oigo voces en el acantilado y veo a un chico que sale del agua con el pene contento y, cuando me ve asomado, su primera reacción es cubrírselo con las manos; le pregunto por dónde ha bajado y me lo indica, pero no lo veo claro y desisto puesto que no tengo intención de bañarme, ya que todo el acantilado está en sombra, le saludo y me voy. Poco más adelante encuentro a pareja textil con perro. El perro se dirige a mí y ella se levanta y lo sujeta. Ha sido una reacción positiva que no siempre suele ocurrir, ya que algunos se me acercaron sin hacer caso a la voz de sus amos, quienes ni siquiera se molestaron en levantarse. Siguiendo más adelante empezaré a ver hombres sueltos por el acantilado; casi todos, parece, en busca de algo y veo el cartel de Playas Nudistas Naturistas de Mazarrón, pero pasaré por toda esta parte del acantilado sin ver una sola playa de arena. Probablemente todo este espacio corresponda a las playas de Bolnuevo: Cala Desnuda, Cala Leño, La Grúa, Cala Amarilla, Cueva de los Lobos, El Rincón y Bolnuevo. Hoy llegaré sólo a la playa Cueva de los Lobos, donde tendré dos bonitos encuentros.

Demasiado trasiego, más que nudista, en estas playas de Mazarrón
Por el sendero del acantilado llego al primer coche estacionado y su dueño, un hombre afeminado, con voz aterciopelada, está oferente, su pene erecto, invitador. Le deseo suerte en su tarde de ligue y me responde: “¡a ver, a ver!”. Otros hombres se acercan y se alejan por las rocas. Otros, en los pollos de la costa, se la manosean. Por fin, veo un acceso a playa con arena y bajo. Son tres playas; una de ellas mínima, con un chico desnudo que se baña y sale rápido porque “hay muchas algas”, dice. Parece que está solo, pero veo que cerca está una pareja: ella totalmente tapada y él totalmente desnudo. “La ley de la compensación”, pienso. Pensaba quedarme a charlar con el que se ha bañado pero, por el tema de las algas, no me apetece y ni siquiera se lo propongo. Tampoco él hace mención de pedir compañía, así que me voy. Paso por entre las rocas sin problemas y la pequeña nueva playa me gusta más; pero pasearé de una a otra para hacer más larga la caminata. Esta nueva playa tiene una separación de piedras para que no entren los coches hasta la arena. La gente anda con toda naturalidad desnuda tanto por la playa como entre los coches y por los caminos. La playa es pequeñita, pero suficiente para los que estamos. Un hombre entra al agua donde yo me estoy bañando y, en vez de mirarme a la cara siguiendo la conversación que iniciamos, su mirada no hace más que dirigirse a mi pene. Yo me hago el desentendido y le enseño mis pies y mis ampollas. Presta ligero interés y le puede más mirar el programa que transcurre por el acantilado. Como es una conversación sin interlocutor, decido no contarle mi viaje; algo que me supondrá esfuerzo porque lo cuento con el mismo disfrute con que lo contaría un niño feliz. Una pareja se mete al agua en zona de muchas algas y sale rápido pero, cuando lo hace en zona sin algas, tampoco llega a bañarse. Peor para ellos, puesto que la temperatura del agua esta muy buena. Se vuelven a su sitio donde leen desnudos sobre sus hamacas.

El moreno de la toalla
Me cruzo por la orilla con un hombre muy moreno que viene de playa más al norte y con toalla al hombro. Es la única prenda que lleva y lo veré luego hablar con otro chico y conmigo y caminar en la misma dirección que yo y, cuando llegue a la playa Cueva de los Lobos, allí llegará él también. No tengo ni idea dónde tiene su vestimenta, ni si la tiene, ni si vive en este espacio naturista al natural. De lo que habla con un chico deduzco su pregunta, porque también me la hará a mí “¿A ti también te gustan las mujeres?”. No sé a qué cuento viene la pregunta. Para evitar que se ponga a hablar conmigo, paso a la playa anterior y le digo al primer bañista que en la otra playa hay una zona en que no hay algas. Pasa el moreno y tiende su toalla y se coloca mirando frontal a la pareja cuya chica está totalmente tapada. No sé que morbo especial le produce. El chico de las algas no quiere cambiarse de playa ni charlar; me dice que él se baña poco, así que las algas no son su problema. No le cuento nada de la caminada que estoy haciendo y vuelvo a pasar a la segunda playa. Un hombre que tiene pinta de homosexual hace la plancha y se mira y remira el pene que, en vez de dejarlo bambolear al arrullo de las olas, le hace que parezca sobredimensionado. Con tanto miramiento hace que pierda encanto algo que podría verse como natural. Hay gente que llega y otra que se va. A unos que se van, les pido el agua sobrante y un chico me llena la botella, que me servirá para pasar la noche, y se lo agradezco. Aparece una familia de textiles, ellas en bragas y, mientras se bañan, otra llega con colchoneta y todos textiles también. Al ver la playa con tanto nudista, se ve que no les hace gracia y se van a otra. Me parece un hecho inédito que textiles renuncien a baño por haber nudistas. Creo que son los que luego veré en el lado sur de la playa Cueva de los Lobos. En un momento determinado de la tarde un chico, que estaba tumbado, se levanta con el pene semi-contento y se va hacia las rocas del norte, donde le veo hablar con el moreno de la toalla. Le estará preguntando “¿a ti también te gustan las mujeres?”. Dudo si quedarme a dormir en esa playa o seguir, pero al ver que más y más coches siguen llegando casi hasta la arena, decido buscar otra mejor para dormir sin sobresaltos. Un hombre ha extendido su toalla en el aparcamiento y allí se ha tumbado desnudo. ¡Es su opción! Tras algún baño más, recojo mis mochilas y no voy hacia la siguiente playa, ya que por allí he visto que iba el moreno de la toalla. Como ya he visto que no hay nudismo en la siguiente y tercera playa contigua, me decido a seguir por el GR principal y, ¡craso error!, me tragaré toda la arena habida y por haber. No sólo son los coches, ya que tres motos, además de levantar polvo van destrozando el camino. Un caminante y un ciclista están de acuerdo conmigo en que algo habría que hacer para erradicar vehículos de un GR, ¿pero qué? En la siguiente curva, en su furgoneta, Javi e Irune cogen la curva hacia una cala que no les gusta. Ellos a mí me recomiendan una cala cercana a Bolnuevo para dormir y yo a ellos, la que acabo de dejar. Les digo que parece que la gente se irá, que el aparcamiento lo tienen al lado de la playa y que estarán a gusto. Irune me recuerda a la mujer de Josu, el vecino de debajo de mi hija Sara. Son de Iruña y ella sabe euskera, es euskaldun berri. Nos despedimos y, al llegar a la siguiente cala, me parece adecuada para pasar allí la noche.

Atardecer en Playa Cueva de los Lobos. Manu, el murcianico, y sus amigos
Me acerco a la orilla, descargo mis mochilas y entro en el agua. La entrada es perfecta, de arenita y sin piedras. Cerca de la orilla están jugando a cartas cuatro jóvenes amigos que están de vacaciones en Bolnuevo y que se conocen de verse allí casi todos los años. Manu vive en Madrid y le cojo su e-mail para mandarle la foto que saco a los cuatro como recuerdo del encuentro. Tal como se colocan para la foto el orden, si no me equivoco, es el siguiente: Rafa, con mechas, y que se acaba de iniciar en la práctica del nudismo, Juanma, Manu, el madrileño, y Punky. Espero a que se pongan el bañador para hacerles la foto.

Me ha gustado cómo estaban con naturalidad jugando a las cartas, pero no se han levantado cuando les he saludado y les he empezado a contar mi paseo por el sur que ya es levantino; sólo se levantan para vestirse. Los cuatro comparten mi gusto por el nudismo, pero ellos tienen un plus añadido pues suele ser en la etapa de la pubertad y la juventud cuando se producen la mayor parte de las deserciones. Se ríen cuando les cuento lo del bamboleo en la orilla de Cala San Pedro y con mi invención de las pichas largas de los que llevan calzones casi hasta los tobillos, en contraste con los cada vez más mínimos bikinis de las damas. Ellos participan de la moda de grandes calzones, admiten mi crítica y, al mencionar la doble prenda, Rafa dice que su Calvin Klein es de mercadillo. Punky dice que las braguillas de los bañadores son ásperas y dañan los testículos, argumento nada nuevo para mí, y todos se ríen de sus propias contradicciones. Me ha parecido un grupo sano y con mucho respeto entre ellos. Me ofrecen lo único que les queda para dar, una lata de cerveza. La bebo con gusto y se lo agradezco. Ellos ya se habían bebido una botella de litro que habían compartido. Juanma come un bocata. Nos pondremos en contacto, me desean buena continuación del viaje y para antes de las nueve ya se van hacia Bolnuevo. Esa lata de cerveza, fría y sin comer, no me sentará nada bien, como mañana se verá. Mientras cogen las bicicletas, doy mi lata vacía a Manu para que la incorpore a su bolsa de desperdicios y que tirará al contenedor. Observo que en muchas de las playas que voy pasando no funciona bien el servicio de recogida de basuras; o bien se produce mucha basura diariamente o los camiones pasan de ciento en viento. No sólo es por la acumulación sino que, además, atraen muchas moscas y avispas.

Buscando lugar adecuado para pasar la noche. Sheelagh y Ted
Ya perdidos de vista Manu, Punky, Juanma, Rafa y sus bicicletas, voy caminando por la playa hacia el norte, buscando sitio para dormir. Aparece el moreno de la toalla, el que me ha preguntado: “¿A ti también te gustan las mujeres?" En realidad era más una afirmación que una pregunta. Al fondo hay una pareja “hetero” de extranjeros, con una media tienda instalada y una especie de alfombra y toalla por delante. Como veo que junto a ellos hay esa especie de apriscos, círculo de piedras que algo protegen del viento, les pregunto si van a quedarse a dormir y si tienen intención de utilizarlos. Ella, Sheelagh, me dice que no. Es inglesa, pero de las que se a preocupado por aprender algo de castellano. Ted no habla casi nada. Me dice que una noche se quedaron a dormir, les vino la guardia civil de madrugada y se volvieron a casa. Están jubilados. Ted trabajó de mecánico en los autobuses de The Post, ¿no es casualidad que sea el trabajo que hace mi cuñado, Jon Perry, en Londres? Viven en un pueblo de las cercanías de la capital británica. Ella cuidaba de su madre hasta que murió y lleva tres años haciendo voluntariado con personas mayores. Hace seis meses que Sheelagh estuvo en el parto de su segundo nieto, el primero de su hija, al que Ted aún no conoce porque se quedó en España. Tienen una casa en Bolnuevo, de ahí el interés de ella por aprender castellano. Se lo valoro positivamente y hago la crítica de los otros turistas que vienen a urbanizaciones autosuficientes, que no aprenden ni a decir “buenos días”, ni “adiós” y que se pierden el contacto con las gentes del lugar. Se ve que los tres estamos muy a gusto charlando, sobre todo cuando les empiezo a contar mis andanzas por la periferia peninsular, para lo cual un palo y la arena sirven para dibujar mi mapa. Ya ha oscurecido y apenas nos vemos las caras, pero ellos no muestran ninguna prisa por marchar. Pienso que ella, con gafas, andará mal de noche. “Ya conocemos el camino”, dirá. Como estoy a las puertas de su hogar, les invito a visitar mi aprisco, que previamente he ocupado y él, con mucho humor, hace el simulacro de abrir la puerta y de cerrarla al salir; lo que no puede hacer con el habla lo compensa con esta mímica que me resulta tan amistosa. Resulta muy divertido y más en un hombre mayor. Se les ve felices. Sheelagh se entristece porque sus otros dos hijos están separados. Es el signo de los tiempos. Sin darnos cuenta, el relente de la noche ha humedecido el interior de mi saco y su toldo, que ahora recogen y les ayudo a plegar, aunque ellos ya tienen mejor cogido el truco. Han llegado pescadores y me dan tranquilidad, aunque están en el otro extremo, al sur de la playa. Al moreno de la toalla, por fin, lo he perdido de vista. Antes de despedirse los ingleses, me han dado el resto del moscatel que les quedaba en una botella. Han dudado si invitarme o no a ir con ellos a su casa. Lo habría aceptado si hubiera seguido por allí merodeando el moreno de la toalla pero, ahora más tranquilo el lugar y con la compañía de los pescadores, lo habría rechazado. Lo compensan con el moscatel que, junto a la cerveza de los jóvenes, contribuirá a mi malestar nocturno. La culpa la tengo yo, pues la intención de los donantes fue buena. Antes de marcharse saludan a un sudamericano muy moreno que, raramente, también está desnudo. Digo raramente porque, aún sabiendo que también hay nudistas en Sudamérica, los que suelen venir por aquí son muy puritanos ¿acaso emigran los más religiosos y púdicos? Este saludo y el que luego repetirán con los pescadores, me hace pensar que estos ingleses son muy populares en esta playa. Tras despedirse, veo que no hay peligro para ellos, pues se conocen el camino al dedillo. La luna ya ha dejado de tener forma de balón de rugby y sólo veo las tres estrellas brillantes del mango del carro de la Osa Mayor; está hacia el interior en dirección intermedia Lorca-Mazarrón. Ya tumbado en mi aprisco, al inicio de la noche, veo pasar una estrella fugaz y, como no tengo bien el cuerpo tras el último trago de moscatel, y me cuesta dormir, ya de madrugada, veré otra.

Lo más bonito del día ha sido la Playa Percheles. La mejor noticia, el embarazo de Sara. Interesante por conocer problemas del lugar, las conversaciones del Mercedes en Calnegre y los encuentros más bonitos, los dos de la playa Cueva de los Lobos, con los ingleses y con Manu y sus amigos. A Manu Robles del Toro le sigo escribiendo a su domicilio en Getafe, aunque desde que en 2009 hizo la Selectividad, supongo que por la carga de los estudios universitarios, que espero estará haciendo, no he vuelto a tener noticias suyas. Pero no cejo en el empeño para no perder la amistad y sigo comunicando mis caminos por correo electrónico.

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