jueves, 12 de abril de 2012

Etapa 32 (148) Málaga-Almayate

Etapa 32 (148) 20 de julio de 2008, domingo.
Málaga-Cala del Moral-Rincón de la Victoria-Playa Almayate.

Me levanto a las 7:10 h.


Dibujando la iglesia
Como ayer ya elegí el sitio idóneo para dibujar la iglesia de San José Obrero, hoy voy derecho al grano. Mientras estoy dibujando, llega un borracho crítico que, además, es poeta y el representante “tonto del pueblo” que ayer ya conocí y que se va enseguida. Son dos personajes asumidos por la comunidad de vecinos y que no faltan en barrios y pueblos. 



Como en otras ocasiones, me falla la perspectiva; ahora será la cima del campanario la que quede chunga pero, una vez cometido el error, es casi imposible subsanarlo. Cuando termino el dibujo, entro a desayunar.

Últimos minutos en el Albergue Juvenil
Se pone enfrente el catalán del curso de Baloncesto y me recomienda que, cuando llegue a Cataluña, coja la ruta del GR-92. Subo a mi habitación, recojo todo, pero ninguno de los dos catalanes da señales de vida. Por segunda vez hago una deposición ligera, pero no preocupante. Me voy, dejando la llave en la mesa. Saco la tarjeta para cambiarla por el carnet de alberguista y me despido de los baloncetistas que han desayunado conmigo y, así, vean mi equipaje para dos meses. Me despido del recepcionista y se me olvida pedir sello para mi credencial. Al salir del albergue, encuentro en la calle a cuatro portugueses trajeados que se acaban de levantar porque han dormido en el carro.

 


Sorolla en Málaga. Una bendición. Obdulia
Salgo hacia Correos, para echar las últimas postales escritas ayer y el recorrido ya está “chupau”. Bajo al río Guadalmedina y paseo por la parte seca esperando que abran el Museo de Arte Contemporáneo, donde hay una exposición impresentable y otra magnífica de Sorolla. Aunque la entrada es gratuita y estamos cuatro monos, hay que hacer cola; cola fuera y cola dentro pero, algo que disgusta tanto a la gente, a mí me resulta gratificante; casi siempre hay algo que comentar con el de delante o con la de atrás. Donde más disfruto de las colas es en Festival de Cine de Donostia-San Sebastián, donde da pena que abran las puertas, porque trunca conversaciones muy entretenidas y que te da puntos de vista críticos o complacientes de películas que has visto, y que puedes dar tu opinión, o que vas a ver y tienes en cuenta, aunque sin fiarte demasiado. En esta ocasión, tengo el privilegio de tener como compañera de cola a Obdulia, una mujer exquisita y con un aura de cultura que trasciende su figura y con la que hablaré antes y durante la visita a la exposición. Tras dejar mis mochilas, me dicen que las dejarán en la puerta de salida, entramos en las salas en que se expone la obra de Sorolla. Cualquier lugar es bueno para disfrutar del colorismo, de la luz y de la pincelada suelta del maestro, pero el lugar no permite ver con la suficiente distancia La bendición de los panes. Esta exposición itinerante, meses después se exhibirá en Bilbao donde, lo último que disfruté fue, este año de 2012, de otra exposición memorable, la de Antonio López. Pero volvamos a Sorolla y a Obdulia. Los cuadros que se nos presentan son los de la Spanish Society de New York; todos son muy grandes pero, sobre todo, el mencionado de La bendición de los panes. Tal como está en la sala y la poca distanciación que permite la pared del fondo, es imposible verlo en toda su magnificencia; necesitaríamos ojos que nos permitieran el juego del gran angular de las lentes fotográficas. Otra opción sería que lo presentaran de forma semicircular pero, ni aún así, creo que fuera factible una visión totalizadora. Así que, o lo vas viendo por partes; troceando el cuadro, como si vieras muchos cuadros en uno, pero perdiendo la visión de conjunto, que es a lo que invita el autor, a participar de esa fiesta tan esperada, de la cual, la bendición de los panes no es más que una parte en el ritual, necesario en el conjunto, pero prescindible para lo festivo; pero no se bendice cualquier cosa, sino el pan, símbolo del alimento primigenio, al que tanto ateos como creyentes en Dios, difícilmente se sustraigan. Como mi deseo es apreciar el conjunto, con todas las limitaciones señaladas, lo veo desde los dos extremos, con la distancia que me permiten los dos ángulos o rincones de la pared frontal al cuadro. Me gusta más visto desde el lado derecho, aunque los personajes más estudiados y, hacia donde se dirige la atención, es la de las tres o cuatro damas que llevan los panes para ser bendecidos y que se encuentran en el extremo izquierdo. La obra es grandiosa y se enriquece con lo participativo, con lo coral. Quizás sea un cuadro para estar horas, observando a todos en conjunto y a cada uno de los personajes en particular. Pero no dispongo de tanto tiempo y tampoco volveré a visitar la exposición aunque, si viviera en Málaga, haría más de una visita al Museo de Arte Contemporáneo. En otros cuadros, también enormes pero que, tras ver el primero, resultan pequeños, se presentan escenas variadas de los distintos pueblos de España, en los que por los vestuarios o algunos elementos del paisaje, resultan reconocibles Andalucía, Navarra, Gipuzkoa, Elche, Valencia, Sevilla y, en todos, ¡cómo no!, destaca el tratamiento de la luz. También la procesión de La Macarena es grandiosa ¡Qué pena que no la viera Roberto, el mexicano! Pero creo que ayer por la mañana no estaba todavía inaugurada. En las salas de los cuadros menos grandes, vuelvo a hablar con Obdulia; una conversación sobre nuestra percepción del arte, la necesidad o no de Dios, de la representación de la luna y sus reflejos acuáticos en Munch, de El grito, del robo, de la plasmación de la luz natural en la obra pictórica; que la altera y hace variar nuestra percepción. Una conversación muy intimista y compartida. Obdulia se tiene que marchar, pues le esperan a las once y yo también voy a recuperar mi equipaje. Nos despedimos con la conciencia de no haber perdido el tiempo, de haber disfrutado en esta primera hora de la mañana.


Sacan a pasear a la Virgen del Carmen
Voy hacia la Catedral, entro en ella, pero debo esperar a que saquen a la virgen del Carmen a pasear; primero abren las dos grandes portadas para que pueda pasar la imagen y sus portadores, para que se vaya formando la procesión en el exterior y, poco a poco, vayamos saliendo del recinto. Parafernalia con boato, misión, visión y valores. ¡Cómo lo plasmaría en explosión de luz Sorolla! Como en su gran cuadro, recién visto, destaca el contraste entre la expresión seria y adusta de los personajes que tienen introyectada su visión religiosa del tema y las de otros, que sólo expresan jolgorio, regocijo y ganas de fiesta. También están los que participan de ambas, pero que aquí vienen a exhibirse, a ser objeto de las miradas de los demás, a estrenar su vestido, su traje nuevos. Cuando la imagen sale al exterior, se oye una explosión de gritos y tracas y, dentro, con tantos distractores, ha comenzado una misa bastante distorsionada.
 







Último paseo hacia el levante de Málaga. Kamil
Ya en el exterior y abandonada la procesión, la iglesia de Santiago no me llama la atención y ni me molesto en entrar, quizás algo saturado de religiosidad: la bendición, el Carmen, la Catedral...









 
El Museo Picasso está ubicado en el Palacio de los Condes de Buenavista y salgo a la Plaza de la Merced, donde disfruté anteayer del marisco con propina. Ladeo el Museo de Málaga, que empieza junto a la Alcazaba y paso a los Jardines de la Concepción, donde el puerto queda al fondo. Luego llego al Ayuntamiento, a la Casa Capitular y, por allí, saldré a la playa de la Malagueta. El día está nublado, pero a ratos, las nubes se abren y se cierran, dejando paso a algunos rayos solares. Quizás cualquier día pasaría lo mismo pero, hoy domingo, resulta difícil encontrar un espacio para bañarme desnudo; así que me resigno a ir por el paseo marítimo. Pasadas unas rocas, sobrepaso a un chico que va delante; se trata de Kamil, polaco, que está buscando un trabajo de camarero, para sustentarse mientras perfecciona su castellano. Tiene grata conversación y nos enrollamos fácilmente. Paseamos por El Palo, todavía barrio de Málaga, todavía vendrá La Araña. Kamil me dice que es de una ciudad muy importante, que está a la altura de Berlin y le hablo de lo que conozco “¡conoces mucho!”, me dice. Le hablo de que me gustó mucho la mina de sal, cerca de Krakovia, ¿Vielizka?, dudo al escribir; Kamil me ha recordado el nombre, pero no lo he anotado. Me despido de él porque va de regreso a Málaga, ofertándose. “¡Que tengas suerte y te cojan!”, le deseo.

Hacia El Rincón de la Victoria. Espetos de sardinas
Hay unas buganvillas muy bonitas, en tres o cuatro tonalidades, pero hay tantos coches aparcados que no me dejan sacar una foto medianamente decente, así que desisto; quedarán para el recuerdo las que saqué ayer llegando a Álora. 



 



Llego a la playa del Cuervo y una familia me dice que la cementera, que ya empiezo a ver, está al otro lado de la autopista; 



 



cuando ya estoy en la playa de La Araña compruebo, con desagrado, que la cementera está encima y sigo adelante. 



 

 
Hay un paseo muy bonito, el de los Canadienses; es de madera y va subiendo la altura que le exige la roca con un entramado precioso que, de tan bien construido, parece que no cuesta subir las escaleras. Cuando ya estoy sobre las rocas, veo a una pareja de edad añosa, con perro, y otra de madura y joven, que están en hamacas y decido bajar y bañarme en bolas en el extremo a levante. Me desnudo, doy un baño y seco entre rocas. Ya vestido, salgo al camino a la vez que lo hace un hombre que me recomienda el primer bar y me dice que estamos en la Cala del Moral, que ya pertenece a El Rincón de la Victoria. ¡Gracias Paco! Me siento en el Restaurante Los Gabrieles y como un espeto de siete sardinas pequeñas, las más jugosas que jamás había comido hasta ahora, ¡riquísimas! Y una ensalada de tomate, ajo y aceitunas aliñadas. Pago 12 € y me obsequian con un chupito de licor de miel con nata y canela que, me recomiendan, lo beba de trago. ¡Muy rico, también! La forma de asar las sardinas, ya la comenté al llegar a la playa de Estepona; una vez ensartadas las sardinas en un pincho, las colocan hincadas, en vertical, en tierra, con el fuego en el centro, de tal forma que, el calor que les llega alcanza a la escama, la calienta, la cristaliza y salta, dejando la piel finísima, grasienta y jugosa; una piel que, cuando se asan a la brasa, se quema o desaparece perdida en la rejilla metálica. Recomiendo que, cuando las veáis asar así, las pidáis y comprobéis que lo que digo es cierto ¡Pedir espeto de sardina! Supongo que esta forma de asar es recomendable para cualquier tipo de pescado que no tenga excesivo tamaño. Los expertos lo dirán. 

Lechos secos de ríos habitados
Ya más cerca de la parte urbana de El Rincón de la Victoria, pasaré por El Guajiro y Río Grandillo (?) que están dentro del lecho de las rieras secas; un gran peligro si le da por llover y se revitaliza el río que hizo el lecho. No sé lo que dirá la experiencia del lugar, pero me parece una imprudencia que se construyan zonas habitables en lechos que fueron de ríos; si un día llueve copiosamente, es una forma de exponerse y enfrentarse a la naturaleza que, entonces, decimos que es despiadada. Por motivos similares han ocurrido catástrofes como la de Biescas y otras que, en este momento, no puedo acordarme. ¡Espero que no le dé por llover a mares!

El Carmen en El Rincón de la Victoria
Hoy es domingo y el último día de las fiestas; se nota el ambiente festivo. Me encuentro a otro Paco y, también, a Adriana y su marido que están preocupados por un bebé que les han prometido y está tardando; “¡que os venga pronto ese bebé de China!”, les deseo. Se oye jarana en el interior, así que salgo de vera mar y busco sombrita; la que dan los edificios. Unos carros enjaezados con elementos coloristas, donde montan mujeres, hombres y niños, ataviados con trajes andaluces que exhibiéndose, se pasean con sus caballos, casi ocultos por el oropel; son obsequiados con sangría o tinto de verano; no es el rebujito que regalaban en el regreso del Rocío, en Huelva. Este líquido ya sale preparado y sale de grifo (como la cerveza de barril). 
 
Los carros van quedando atrás con su ambiente colorista y alcanzo una especie de polvorín: se trata de la Casa Fuerte de Bezmiliana. He ido bebiendo el agua que llevaba, por lo que entro en el bar Arias y pido una caña (1,30 €). Han consumido todos los barriles a presión y me dan un botellín de cerveza, Alhambra, que se fabrica en Granada y me dicen que es la mejor. ¡Claro, los dueños del Arias son granaínos! Sí que está rica. Y, como no hay cerveza de barril, no hay agua fresquita que salga del chorrito que va adjunto al escanciador de cerveza; en vista de lo cual, el granaíno, me la coge del grifo y, a duras penas, consigue meter algún hielito por la boca de la botella de plástico. 
 
Con esa agua, llegaré a la deseada playa de Almayate que, en cuanto a concepto de nudismo, será algo decepcionante, como ya contaré. El paseo marítimo lleva hacia las playas de Vélez Málaga, capital de la Axarquía.

A por el toro de Osborne
Una pareja va a coger una moto y les pregunto por Almayate; me dicen que siga tranquilo hasta que llegue a un peñasco, donde está enclavado un toro de Osborne, de los que han dejado como monumento del paisaje y vestigio de una época que espero no vuelva, me dicen que cuando llegue allí, ya estaré cerca de la playa nudista. Me dicen que por allí hay también un camping. Lo mismo me dirán unos de protección civil, que no me oyen lo que les digo; dudo de si hablo bajito o ellos están acostumbrados al ruido y, por eso, no me oyen bien. Me añaden más kilómetros de los que me había dicho la pareja de la moto. Sin ver el toro, llego a una playa con camping cerca y pregunto a un padre que está con su hijo. El padre me confirma que estoy en la playa de Almayate, pero, al mencionarle que no he visto ningún toro de Osborne, él también mira y se sorprende de no verlo sobre el peñasco. Lo que ocurre, como luego comprobaré, es que el hombre está en un error y creyendo que está en Almayate, se encuentra en la playa anterior. No obstante, me olvido de la referencia del toro que, en un tiempo, anunciaba coñac ¿Soberano, Veterano?, y voy caminando descalzo por la orilla; hoy ya llevo mucha panzada de asfalto y baldosa urbana. La referencia de Almayate que me ha dado el padre de la criatura se me va volviendo dudosa a medida en que voy avanzando y no veo nudista alguno, ni una muestra aislada. La orilla va alternando arena y piedrillas que se incrustan en los pies ya doloridos por los kilómetros de la jornada; he salvado alguna ola y voy llegando al final de la playa y de nudismo nada. Surgen las clásicas dudas; los domingos los nudistas se retraen. ¡Como no estén al otro lado de las rocas! 

Una pareja me dice que esa playa no es Almayate y que todavía me falta un rato para llegar. Subo a camino que va paralelo a la carretera y, al poco rato, veré al toro sobre la roca ¡el Osborne esperado! Y un indicador con el nombre de la playa. Por la orilla, ahora sin descalzarme, llegaré al camping donde ya se empieza a ver gente desnuda. Saco foto de una torre que, como la playa, ya pertenece a Torre del Mar, pero aún lejos del centro de población. En zona todavía textil, veo en la orilla una barca engalanada y me dicen que es para pasear al atardecer, por la orilla del mar, a la Virgen del Carmen; la montarán allí y la llevarán hacia poniente y levante.

Playa Almayate. Demasiadas prohibiciones
Al llegar, lo primero que hago es ver el menú del bar de la playa, por si antes de dormir quiero picar algo de comida, beber otra cerveza y coger agua en mi botella noruega que, por el camino, ya ha sido vaciada. Pero, sin ver nada de lo que quería, leo el cartel de prohibido entrar personas desnudas. ¡Mal empezamos! Y me abstengo de entrar vestido. Me viene el recuerdo de Benalnatura. Allí me obligaban a desnudarme para darme de beber, aquí no me dan de beber si entro desnudo ¡Mundo desquiciado!, ¡cuánto amor a las prohibiciones! Siempre queda mi opción de no entrar y beberme mi propia sed. Sigo un poco más adelante y me coloco en un lugar híbrido; hay un hombre solo en zona al norte con arena muy polvorienta, una pareja cerca de piedrillas a poniente y, a levante, tres mujeres de entre treinta y cuarenta, un hombre de 40-45, una niña y un niño. El acento del niño, que no es andaluz, me dará pie a que hable con ellos y, sobre todo, con Araceli y también, aunque menos, con su hermana Maite que, según ella, es la única no andaluza del grupo. Pero, antes de ponerme a charlar, me desnudo y me doy un bañito, hago la plancha, flotando decúbito supino aunque, al salir, las pidrecillas de la orilla me matan, produciendo dolor a mis pies deteriorados y eso que con las sandalias voy muy bien y, desde la rozadura, ya no me he vuelto a poner las nuevas. En este momento tengo ya la postilla generada por la rozadura, en perfecto estado de maduración, próxima a la caída. Para secarme, voy por la parte alta de la playa, donde la arena es gris polvo y me acerco al otro chiringuito, más al este. Antes de llegar veo que hay gente desnuda dentro, así que, sin más conocimiento, decido que será allí donde Lugo tome la cerveza y coja el agua. Pero aquí, de repente, es como retroceder a Torrequebrada, Benalnatura. Leo el letrero de que no se servirá nada en la barra a nadie vestido ¡Joder! Me cabrea la discriminación tanto en un sentido como en otro ¿Dónde está el respeto a las opciones de cada uno? Y decido no entrar en ninguno de los dos chiringuitos ¡que se joda mi sed! Como veréis, una circunstancia nueva, que ya adelanté en Benalnatura, me llevará a incumplir mi propia decisión, como luego contaré. Cuando estoy retrocediendo hacia mis mochilas, veo a una familia que se está preparando para la marcha y les pregunto si les ha sobrado agua. Me enseñan medio botellín, pero me dicen que está muy caliente; les contesto que no me importa, ya que durante la noche se me enfriará y mañana me la beberé ya fresquita y les explico las razones por las que no quiero entrar en ninguno de los dos chiringuitos; tras lo cual, sacan una botella que guardaban fría en su nevera portátil y, con ella, me rellenan el botellín que contenía la caldorra. “¡Muchas gracias!” Ellos se van y yo me voy a mi sitio, ya con el problema del agua resuelto.

Contando mi vuelta a la península a pie (mi día 148)
Ahora es cuando hablo con Maite, que es la madre del niño y con Araceli, que es la tía. Es con la tía Araceli con la que más hablaré de mi viaje, de las anécdotas del paso por el Estrecho; del libro de dibujos pasamos a Sancti Petri y el Bunker, la charla con la chica que se quedaba, pero en realidad se iba, del señor incrédulo de que no supiera que éramos campeones de Europa en futbol, ¡ni que fuera extraterrestre! Todo en relación con los cohetes y bengalas de Rota; del chinchorro de Jesús, que me evitó dar una vuelta de muchos kilómetros. Compruebo que, en la medida en que voy perfeccionando la forma de contarlo, la gente que escucha se ríe más o menos y aprecia menos o más mi viaje que, para mí, es precioso y lo que trato es de comunicar ese gusto por lo que estoy haciendo. Araceli también se ríe y está muy atenta a la contada. ¡Cómo estoy disfrutando! De los dibujos, gusta mucho la línea minimalista de Sancti Petri y el chiringuito de Manuel y Tovita. Los cuatro adultos se fabrican sus porros, a los que me invitan, pero fuman sin entusiasmo; al menos eso es lo que percibo y me parece que se los dejan apagar con mucha facilidad; es como si fuera un acto social que ya hacen por costumbre pero que son conscientes de su prescindibilidad; un hábito bastante tonto y que cuesta dinero. 
 
 
Mientras estamos charlando y ellos fumando, se oye el sonido de sirenas de pequeñas embarcaciones y observamos que la Virgen del Carmen viene a bendecir y perdonar a los descarriados nudistas, que nos exhibimos como Dios nos trajo al mundo ¡qué vergüenza! ¿Pedirá, nuestra madre protectora, cuantas al hijo, para que pida a Dios que las siguientes generaciones vengan ya vestidas? La virgen pasa con las sirenas sonando y me levanto para sacar foto, que vean los paseantes de la Señora que no nos escondemos de ella, ni de ellos y si son unos mirones y nos fotean, peor para ellos y que pasen envidia de nuestro ejercicio de libertad. Saco la foto y, al poco, encienden antorchas y bengalas ¡qué pena! Luego volverán hacia poniente pero, como empiezo a tener frío, me vestiré. El niño, aún se dará el último baño. Había un cubo y dos palas que parecían abandonados cerca de la orilla y se han montado un juego entre niña y niño para ver quien preguntaba si podían jugar con ellos pero, una vez comprobado que no tienen dueño y que ya pueden ser suyos, la conquista de los útiles playeros deja de tener interés. Me dan dos trozos de sandía fresquitos y que me saben riquísimos y Maite me ha ofrecido también un plátano, que no debía haber rechazado ¡Potasio necesario! Ya todos se van vistiendo y pido el nombre a las hermanas para reflejarlo en el diario. Se van y les agradezco la sandía y la conversación. Como son las 9:30 h me voy hacia el camping nudista, ya que Maite me ha recomendado que me quede en el entorno, pues opina que será el sitio más tranquilo y más alejado de un río ciego donde duermen muchos mosquitos y que estarán a punto de disponer sus aguijones para hacer su cosecha sanguínea nocturna, y apartado del cañaveral que es donde suele haber trasiego homosexual.

María y Juan Carlos, de Fuengirola
Cuando estoy llegando al sitio elegido para montar mi dormitorio, cerca de la duna y a levante de la salida del camping, oigo que me llaman. Retrocedo, pero no reconozco a la pareja; tampoco cuando me dicen Torrequebrada, Benalnatura, y me cuesta recobrar a la mujer que estaba en el bar vestida, cuando el show, que me querían echar de la playa y que, luego, tras la movida, ella se desnudó, para ser consecuente con lo que me había dicho. María y Juan Carlos viven en Los Pacos, de Fuengirola y me darán su e-mail, aunque nunca tuve contestación al que les mandé al final del periplo andaluz-murciano. Se sorprenden de verme ya allí y les digo que me ha dado tiempo de estar dos días completos en Málaga capital y, cada vez que tengo la ocasión, como a ellos, les recomiendo que vean la exposición Sorolla ¡Que a gusto he estado con Obdulia! Ha sido esta misma mañana y parece que han pasado días desde entonces. ¡Cómo cambia la percepción del tiempo! ¡Es tan intenso el día, que pareciera tener muchas más de 24 horas! Como dice el cante lorquiano, si tuviera 27…, son tres las que dedico a querer y, el resto, a quererme. Volviendo a la pareja, Juan Carlos me dice que se sintió mal con el trato que me dieron en Benalnatura; máxime cuando cree que me merecía un trato de excepción por el camino que venía haciendo. “¡Tampoco es para tanto!”, le digo. Además que, de primeras, nadie sabe lo que estoy haciendo. Él pensaba que lo que yo estoy haciendo es algo que era impensable hacer y, ahora, comprueba que es posible. Si bien me está viendo que lo hago, el cree que será incapaz de hacerlo. Tiene un proyecto de hacer algo similar, pero en moto. Le digo que en eso no le podré ayudar, ya que es un viaje muy distinto al mío; también la diferencia de ir solo o en pareja: la pareja ya forma grupo y no tienes tanta necesidad de comunicarte con los demás. Le añado que el viaje es muy personal y cada uno debe elegir el que más le guste y hacerlo como más le guste y según sus intereses. Hoy he podido comprobar que las playas nudistas me funcionan como la zanahoria que ponen delante del burro para que avance, un aliciente para andar con una meta de interés. Las playas nudistas son mi zanahoria. Me invitan a tomar algo y los tres tomamos un tinto de verano (Yo que no iba a entrar en ninguno de los chiringuitos y acabo de entrar vestido en el que de día sólo se podía entrar desnudo. Se ve que “por la noche, todos los galgos son pardos”). Les encantan mis dibujos, cómo me planteo el viaje, les cuento la hora mágica de la mañana, el baño y la salida en una dirección y sin saber dónde voy a desayunar, ni comer, el manejo de la incertidumbre. Se ha hecho tarde, tendré que montar mi cama a oscuras, pues todavía no ha salido la luna; saldrá luego, de entre nubes lejanas, y compruebo que está llena, a punto de iniciar su mengua. Ya se ve el reflejo en el mar cuando intento dormir. Me he despedido de la pareja “¡tendréis noticias mías!” les digo. Como tengo su domicilio, les mandaré copia de alguno de los dibujos. María me ofrece pipas de girasol y se van a cenar. 

Mi dormitorio de Almayate
Yo comeré unos pocos frutos secos de Eli. Cuando ya me he desnudado para hacer mi almohada, llega un hombre desnudo y me pregunta si he visto a una pareja hace 15 minutos; le digo que llevo menos tiempo allí. Se va en su busca y regresa; se ducha, anda en la otra dirección por la orilla y su búsqueda vuelve a ser estéril; así que vuelve y se mete en el camping. Aparece en la oscuridad una pareja de maduritos a echar un pitillo y les hago saber que estoy allí; se desplazan para no molestar, ni ser molestados. Llega un pescador a la orilla y, luego, otro y se oyen retazos lejanos de conversación que no molestan. Me he colocado en lugar protegido por falsa duna que separa playa de palmeral tupido y que me produce la sensación de que por allí no me puede aparecer nadie. Tengo piedrecillas amontonadas detrás, cerca de mi cabeza y a diez o veinte metros de mis pies, dos cubos de basura que me protegen de la trayectoria que pueda traer un tractor cribador de arena o recolector de basura. Esta noche no habrá pase. Osa Mayor a derecha, noroeste. La noche menos preocupante para robo de mochilas y sin aviones ¡Qué bien!

El día ha comenzado urbano. ¡Qué bien con Sorolla y Obdulia! Me ha gustado constatar el fervor religioso hacia la Virgen del Carmen, con toda su parafernalia, como más tarde los carros de caballos enjaezados de El Rincón de la Victoria. Curiosa de nuevo la concepción que se tiene del nudismo en Almayate y el dispar comportamiento de los dos chiringuitos. Quizás estén de acuerdo y, con oferta para nudistas y para textiles, evitan competir deslealmente. Curioso paseo vigilante de la Virgen del Carmen hacia los pecadores desnudos. ¿Casualidad, azar, en el reencuentro con María y Juan Carlos?

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