Sabinillas-Casares-Bahía Dorada-Costa Natura-Estepona.
Hoy la geografía me llevará hacia el noreste. He dormido bien, me levanto una vez a orinar y escribo algo de lo acontecido la tarde anterior, para que no se me acumule. Seguiré escribiendo en El Castel, que es donde comeré, en Bahía Dorada, después de unos baños con Loredan. Pero no vamos a adelantar acontecimientos.
Despedida de Carol, Csaba y Zdravko
Escribo hasta que me viene a llamar Csaba. Me afeito, lavo, cago y bajo a desayunar. Caliento leche en el microondas y hecho café, que ya tiene preparado Csaba. Van apareciendo todos, porque Carol entra a trabajar a las diez.
Hoy Carol tiene algo mejor los ojos, pero sigue con la infección y los sigue teniendo irritados; Csaba tiene los ojos claros y Zdravko (?) Como galletas (0 €) y bajo la cámara para hacer una foto de recuerdo. La tengo sin carrete, pues ayer acabé la última diapositiva en el puerto de La Duquesa, y le pongo nuevo rollo. Será una foto informal, porque a Csaba no le gusta salir en las fotos y menos posar con sonrisa esterotipada. Posan Carol y Zdravko.
Acabado el desayuno, montamos los cuatro en el coche y, para las diez, estamos en el lugar de trabajo de Carol, muy cerca del Pantalán, donde ayer les esperé a que me vinieran a recoger. Agradecimiento, besos y abrazos y cada cual a su tarea. Con Csaba mantengo comunicación a través del correo electrónico. Terminó su relación de pareja con Carol aunque, posiblemente, no la de amistad y de Zdavko no he vuelto a saber nada. Por el apellido, volverá a salir a colación cuando llegue a Marbella.
Caminando hacia Casares
Empiezo a andar hacia el dique norte del puerto y me acuerdo de que no tengo mapa y me conviene buscar información. Siempre que cambio de provincia lo hago. Retrocedo al bar de Carol y su jefe me dice que allí no hay oficina de Información.
Llego al dique y saco dos fotos del puerto y cojo el paseo que va por encima de la playa; cuando se acaba, por el camino que he cogido no se marcha muy bien, así que decido bajar a la playa. Encuentro a un padre con sillita y dos niños; el mayorcito dice "cacaculopedopis" y yo me hago el asustado por lo que ha dicho y digo, "¡Oh!" y los niños se ríen.
Las montañas que estoy viendo al frente son de la Serranía de Ronda, en el Sistema Penibético y que si seguimos una línea imaginaria por el mar, acaban uniéndose al Atlas; esta información me la da un señor que pasea por la orilla y que me desea buen viaje.
Siguiendo por la orilla, voy alternando descalzo y con sandalias, en función de que el piso sea de arena o de piedrecillas o rocas. Llego donde una familia con cuatro criaturas y les pregunto por el nombre de la playa: "Marina de Casares", me dicen y, al fondo, veo un torreón,esta vez, cuadrado.
El hombre de la familia es policía y trabaja en Rabat, como agregado de la Embajada es, por tanto, del Cuerpo Diplomático. Sus tres niños estudian en Rabat, en el Liceo Francés, saben español, francés y árabe y, ahora, están aquí de vacaciones. Él estuvo destinado en Pamplona, y guarda gratos recuerdos del lugar y de la época y se apena de que el conflicto vasco siga sin resolverse. Despedido de esta familia hispanoafricana y vuelvo a subir al paseo y, cuando estoy llegando a la torre de Casares, vuelvo a bajar a la orilla, donde un hombre me habla de Aragón, concretamente de Huesca, y es el que me dice el nombre de la torre.
Doblada la torre, veo a lo lejos una roca que casi es isla y hacia allí me dirijo, con idea de darme un chapuzón, secarme y seguir.
Un rato con Loredan
Cuando me estoy acercando por la orilla al islote, fijándome en si el acceso al agua es de arena o piedras, me encuentro con Loredan que, desde el paseo y desde donde yo voy, queda oculto por una pequeña vaguada que hace la arena. Al llegar, le digo que yo tenía intención de darme un baño desnudo, como él y no parece que le incomode. Estaremos bañándonos y charlando, en el entorno de la roca-isla, durante más de dos horas; en eso se ha convertido el baño rápido que yo había previsto pero, se está tan bien. Estamos en Bahía Dorada. Es una hora buena de la mañana y empieza a acercarse gente por la zona. Llegan niños con madre y el padre desaparece; una pareja con niño; ella saluda al pasar; él no se baña y paseará poco; permanecerá mucho tiempo vestido, con pantalón y camiseta. No le veo mucho sentido venir a la playa para estar así y me da la impresión de que pasa cierta envidia al vernos tan naturales. Hablo sobre nudismo con Loredan y de algunas playas nudistas. Loredan es italiano y tiene un problema: no soporta que le miren cuando está desnudo. "¡Yo, paso!", le digo, me importa un comino de lo que piensen los que me ven, mientras no me recriminen; le pongo el ejemplo de la Zurriola, donde se convive con las dos opciones, nudista y textil.
Hablamos del sector Inmobiliario. Desconoce qué es el Euribor, pero es algo que afecta a más a la primera vivienda y, generalmente, el mercado en el que él trabaja suele ser de la vivienda de vacaciones. El "bum" inmobiliario ya ha empezado a resquebrajarse y me dice, "se construye mucho y se vende poco". Algunos niños, al pasar, miran curiosos. Loredan es muy alto y tiene un tatuaje en la parte superior del pubis y que recorre la parte superior del pene, un detalle gracioso para la intimidad pero, a la vez es algo en que fijarse en espacios públicos que, de alguna forma, contrasta con su disgusto por que le miren desnudo. Lleva gafas de sol muy oscuras, porque tiene los ojos clarísimos. Tiene una conversación interesante y ser italiano no es obstáculo, pues domina el castellano. Hablamos de Portugal y me dice que le gustan mucho las mujeres. Se casó con una mujer guapísima; parecía una modelo; se hicieron el tatuaje al unísono; era sumamente celosa y, a los siete años, tuvieron que separarse. Siendo él mujeriego, no sorprenden sus celos. Después él anduvo con cinco o seis mujeres "¡Ah, las brasileñas!", dice. Finalmente se ha casado con otra, también muy guapa y que trabaja, como él, en el Mercado Inmobiliario; así que, con distintas misiones y funciones, comparten profesión. Tienen un sueldo fijo insuficiente, pero participan en beneficios en función de las ventas que consiguen. Tras darnos cinco o seis baños nos vestimos y nos vamos. Antes de despedirnos, le saco una foto para el recuerdo. A las dos, ya en el paseo, él se van en dirección suroeste y yo hacia el noreste. Me voy con la impresión de que hemos disfrutado los dos con los baños y con la charla. Subo a la autopista y voy, por el hueco, hasta llegar a El Castel, que pertenece ya a Estepona, aunque todavía sin salir de Bahía Dorada.
Comida en El Castel
Entro en el restaurante y una empleada me dice que, al ser sábado, no hay menú; pero interviene la dueña, viuda de un belga, y me propone: gazpacho, chuleta de cerdo con patatas fritas, flan y cerveza por 11,50 €. La cerveza sale con trocitos de hielo en la espuma "¿especialidad o fallo?", me pregunto. Me había parecido que la cerveza es de presión, pero resulta ser de botellín, que está muy fría. Me lo dirá cuando me saque la segunda. Al final, con el tomate que también acompaña la chuletas, me haré una riquísima ensalada, sólo con el aceite de la fritura y un poco de sal. Pago lo estipulado, que incluye las dos cervezas, y me pongo a escribir. A las 16:15 h pongo al día mi diario y hablo con la señora viuda del belga; es una señora que habla con mucha finura y elegancia que me resulta grata. Le hablo de mi viaje por Andalucía. Ella me explica la razón de El Castel y que proviene del referente, en el conjunto de castillos, el castelete para la servidumbre. Voy al servicio, cago y cojo agua y, la señora, con porte muy elegante, de gran señora pero, a la vez, muy amable, me indicará el camino que debo seguir para volver a la playa. Lo sigo, me equivoco y, por fin, salgo al mar.
Costa Natura. Playa con alojamiento nudista
En este tramo de la orilla, el camino es variado: arena, piedras, paseo, etcétera y, al poco tiempo observo que vienen paseando hacia mí dos mujeres desnudas. Pregunto "¿Es Arroyo Vaquero?" y no saben responderme, son extranjeras, y me dicen "si, nudismo, aquí". Pregunto a un chico si hay entrada al agua sin piedrillas y me dice que toda la playa es así ¡Qué le vamos a hacer! No me apetece estar tan aislado en la zona en que está el chico solitario y me acerco más a zona donde poder estar más integrado. Llego a la zona de playa del Hotel Costa Natura, descargo las mochilas, extiendo la toalla y me doy un baño muy agradable, aunque hace airecillo. Cuando estoy en el agua, el viento me volará la visera y, uno de los chicos cercano, el calvo, que juega a pala con un amigo, me la recoge y la coloca entre mis dos mochilas. Me doy varios baños y paseo de cabo a rabo por la playa. Observo que hay de todo: grupos, parejas hetero, parejas homo, amigos mixtos, solitarias y solitarios. Para entrar al agua es necesario pasar por una franja de piedrilla fina que, bajando, se va volviendo gruesa y que pronto se vuelve arena en el lugar del baño, donde cubre pronto; así que sólo hay que tener precaución al salir del agua. La salida la hago casi tumbado o de rodillas, con el fin de pisar lo mínimo sobre piedras y piedrillas. Estoy pensando en dibujar, pero no acabo de sacar el material. Por la zona alta, en duna consolidada, se pasean algunos homosexuales, exhibiéndose y haciendo poses. Cerca, un señor mayor, se la menea de vez en cuando, con poco ésxito; de vez en cuando mira con los prismáticos. La gente empieza a desaparecer de la playa, hacia sus casas o hacia el hotel y observo como continúan desnudos dentro de sus instalaciones. Me tumbo para aprovechar el sol, ya que pronto se va a ocultar por la loma. Al poco de llegar, he hablado con un chico, que estaba indeciso para bañarse, de mi viaje; me dice que está con un grupo de amigos, pero a los que no veré.
Alicia, José Mari y Dani
El chico ha vuelto con sus amigos y me tumbo y veo que pasan por la orilla desnudos, Cristobal's fámily, o sea, José Mari, que es el vocal de la Organización Nudista del País Vasco, su mujer, Alicia y su hijo Dani. Su hija no ha venido de vacaciones con ellos. Me agrada que Dani, habiendo ya superado la pubertad, continúe practicando nudismo, aunque en Donostia se abstenga. Me levanto y me acerco al trío y, por detrás, con la connivencia de Alicia y su hijo, tapo los ojos a José Mari. "¡Qué casualidad!", dirán. Llevan tres días en el hotel y tienen intención de quedarse una semana. Pensaban ir a Italia, pero su hija no iba a poder ir y lo han pospuesto para el año que viene. A Dani le falta un año para finalizar la ESO, en Intxaurrondo; Alicia sigue trabajando en Eroski, ahora se están planteando si hacer o no socios cooperativos a los empleados de otras comunidades. Peligra la paga de participación en beneficios. De momento, ella sólo sabe los resultados de Garbera, pero no entramos en detalles. Paseamos por la orilla. A José Mari no le han dejado presentarse a las oposiciones, como otros años, y su futuro laboral sigue incierto; tiene que seguir cuidándose el corazón; tiene que tomar precauciones para entrar al agua, pues para él está muy fría y debe entrar con mucha suavidad, sin brusquedades. Como tengo una deuda de gratitud con ellos, pues me ayudaron a recoger la noche de proyección de diapositivas, en Irun, y por gusto de hacerlo, les invito a tomar algo en el chiringuito que mira a dos vertientes: a la de playa, para clientes del hotel y foráneos, y al interior, sólo y exclusivo para clientes del hotel. Al pasar por la zona donde tengo mis ropas, habíamos dicho de sacar una foto para el recuerdo, nos la habría sacado Dani; como somos nudistas convencidos, ninguno de los tres habríamos tenido ningún problema en posar desnudos; pero en el calor de la conversación, se nos olvida y pasamos de largo. Tomamos dos cervezas, una 00 y una Coca-cola; con los datos que os he dado, posiblemente adivinéis qué es lo que bebe cada uno. Hemos llegado justo a tiempo, ya que al poco rato de estar allí bebiendo y charlando, se disponen a cerrar el chiringuito. Alicia se va a bañar en el agua caldorra de la piscina y, allí, nos despedimos. Hasta que nos veamos en Donostia. Vuelvo a mi sitio, me doy otro baño y me quedo hasta que me seco. Dos chicos leen mirando en la misma dirección, uno más adelantado que el otro; el de atrás le toca el culete con la punta del pie, suavecito. ¡Qué tierno! Me visto y marcho hacia Estepona.
Estepona. Por primera vez veo asar en vertical espetos de sardinas
Adiós Costa Natura. Voy combinando arena, piedras y camino. Entrando a Estepona, fotografío un conjunto de casas que van a quedar a la izquierda y que, siendo de muchas viviendas, me parece que forman un conjunto armónico. Luego tiraré hacia instalaciones aledañas a la playa y, viendo un Club Náutico, posiblemente también sean portuarias. Fotografío lo más bonito que veo, con tonos txuri-urdin (blanco y azul), aunque ya anocheciendo, mi máquina ya empieza a perder nitidez en el resultado de sus imágenes. Son las nueve y tampoco favorecen las nubes de cúmulos que se han ido imponiendo por encima de la costa. Algunos cúmulos se van volviendo estratos y espero que no sean señal que amenace lluvia. Voy entre edificios propios de mar buscando paseo marítimo y, cuando salga a la playa, me dirán que he pasado el puerto sin verlo. La playa es de arena gris, muy lisa y monótona, toda igual, durante más de dos kilómetros.
Unas familias van a cenar en la playa, están asando los espetos de sardinas, que los pinchan verticales sobre la arena acumulada en una barca que dejó de cumplir su función navegadora.
La primera familia me invita a cerveza (con las dos de la comida y la de Costa Natura, ya sería la cuarta de esta tarde), lástima que las sardinas no estén todavía a punto; ésas seguro que no las habría rechazado. Lo que ahora me urge es buscar un sitio adecuado para pasar la noche y en una zona tan superpoblada no me apetece quedarme.
Buscando un sitio para dormir
Busco lugar a la abrigada de poniente. Pregunto en un sitio de Protección Civil, al que digo que no me apetece dormir en esa playa, a ver cómo es la zona que se ve a la salida de Estepona, con rocas y arbolado y me reconoce que él nunca la ha visitado. Al menos no me hace ninguna recomendación ni amago de disuasión, lo cual, me da tranquilidad.
Veo a una señora de Madrid, Pastora, que lleva un gran ramo de buganvillas; tiene un pisito en Estepona. Le digo que el ramo que lleva es precioso; ella desconoce el nombre de la planta y flor y yo se lo digo. Me lo agradece, le fotografío, le cuento lo que estoy haciendo y me despido. Ni se le ocurre invitarme a cenar o a dormir en su casa ¡Ella se lo pierde! Me despido de Pastora y sigo mi camino. Pregunto a un grupito de jóvenes ecuatorianos, una chica y un dos chicos, si conocen las playas del otro lado; sólo saben que hay camino y, al final, unas gradas; asimilo grada a escalera y les digo que, con ellos, estoy aprendiendo. Caminamos juntos hasta que ellos tiran hacia la izquierda. Hablo con un matrimonio, y él me asegura que por la costa puedo seguir hasta Marbella, que está a 20 km por ruta, me dice. Llego al final del paseo, que es terraza de un restaurante. Pregunto en una mesa de extranjeros y no me entienden pero, uno de ellos, me deriva por un callejón que me da dos opciones: una es seguir las gradas que me ha dicho la niña ecuatoriana o un camino embaldosado que me bajará a la playa. Se trata de playitas estrechas, de piedra y está subiendo la marea. Al pie de unas escaleras, una parejita engulle una pizza y, a lo lejos, viene una mujer sola que, al pasar, saluda. Siguiendo adelante y por no descalzarme, por lo incierto del lugar, retrocedo a un muro de grandes bloques de piedras que, por arriba, llevan una pasamanería de madera. Por detrás hay una separación de malla que me hace pensar que pueda haber un paseo marítimo intermedio; probablemente el que venía a partir de las gradas donde he dejado a los ecuatorianos. Como por la costa no voy bien, ni veo que vaya a encontrar lugar adecuado para dormir, decido escalar y me resulta bastante bien. Lo pero es la parte final, cuando me subo al barandado estrecho y alto, momento en que, al pasar la pierna para descender por el otro lado, me restriego los testículos pero, por suerte, no me hago daño. Después de tanto esfuerzo para llegar al que intuía un paseo y haber acertado, éste se termina pocos metros más adelante. Justo, a la vuelta, me encuentro con un pescador y bajo de nuevo a la playa. En marea baja habría pasado sin dificultad pero, ahora, subiendo, temo que al pasar cerca de las rocas, el agua de las olas que chocan contra ellas, de regreso, me rebote y moje vestuario y mochilas. Entro en zona de casitas poco poblada y otro pescador que viene y le hago unas preguntas técnicas: "¿El lugar es apropiado para dormir?", "¿Subirá más la marea?" Me dice que él se va a quedar pescando allí; me recomienda que me quede, pues el sitio es tranquilo, y que la marea llena ya ha culminado. Le hago caso, aunque no me gusta dormir sobre piedras; pero la alternativa arena, no lo es tal, pues, en realidad, es tierra que se desmorona de las paredes que sujetan la vegetación. Elijo una pequeña plataforma que está algo inclinada, y me dedico a añadir otras piedras, más o menos como cantos rodados pero redondeadas y planas, para que quede la cama más horizontal, para que no me caiga hacia la izquierda, hacia el mar. Ya he conseguido alisar la zona donde descansará la cabeza y el tronco, pero la zona de piernas y pies queda baja, así que compenso el desnivel colocando las dos mochilas. No es la cama más cómoda de las que he disfrutado en playas anteriores, el lugar no es idílico, pero me parece suficiente como para pasar una noche tranquila. Mientras estoy haciendo el montaje, pasará una parejita en dirección este y, de madrugada, un pescador con dos jóvenes.
Tras la despedida del trio acogedor en Sabinillas, el día ha transcurrido sin mucho que destacar; el encuentro con la familia del diplomático en Rabat, el rato disfrutando con Loredan en la playa, la comida en Le Castel atendido con elegancia y, lo mejor, el encuentro con mis amigos donostiarras en Costa Natura. En la playa de Estepona, ¡Lástima que no me invitaran a espetos de sardinas! Y la ingenua Pastora, con su ramo de buganvillas, posiblemente robadas de algún lugar particular... yendo feliz con un ramo que la embellece más; será la imagen que conservaré del día.
Estepona. Por primera vez veo asar en vertical espetos de sardinas
Adiós Costa Natura. Voy combinando arena, piedras y camino. Entrando a Estepona, fotografío un conjunto de casas que van a quedar a la izquierda y que, siendo de muchas viviendas, me parece que forman un conjunto armónico. Luego tiraré hacia instalaciones aledañas a la playa y, viendo un Club Náutico, posiblemente también sean portuarias. Fotografío lo más bonito que veo, con tonos txuri-urdin (blanco y azul), aunque ya anocheciendo, mi máquina ya empieza a perder nitidez en el resultado de sus imágenes. Son las nueve y tampoco favorecen las nubes de cúmulos que se han ido imponiendo por encima de la costa. Algunos cúmulos se van volviendo estratos y espero que no sean señal que amenace lluvia. Voy entre edificios propios de mar buscando paseo marítimo y, cuando salga a la playa, me dirán que he pasado el puerto sin verlo. La playa es de arena gris, muy lisa y monótona, toda igual, durante más de dos kilómetros.
Unas familias van a cenar en la playa, están asando los espetos de sardinas, que los pinchan verticales sobre la arena acumulada en una barca que dejó de cumplir su función navegadora.
La primera familia me invita a cerveza (con las dos de la comida y la de Costa Natura, ya sería la cuarta de esta tarde), lástima que las sardinas no estén todavía a punto; ésas seguro que no las habría rechazado. Lo que ahora me urge es buscar un sitio adecuado para pasar la noche y en una zona tan superpoblada no me apetece quedarme.
Buscando un sitio para dormir
Busco lugar a la abrigada de poniente. Pregunto en un sitio de Protección Civil, al que digo que no me apetece dormir en esa playa, a ver cómo es la zona que se ve a la salida de Estepona, con rocas y arbolado y me reconoce que él nunca la ha visitado. Al menos no me hace ninguna recomendación ni amago de disuasión, lo cual, me da tranquilidad.
Veo a una señora de Madrid, Pastora, que lleva un gran ramo de buganvillas; tiene un pisito en Estepona. Le digo que el ramo que lleva es precioso; ella desconoce el nombre de la planta y flor y yo se lo digo. Me lo agradece, le fotografío, le cuento lo que estoy haciendo y me despido. Ni se le ocurre invitarme a cenar o a dormir en su casa ¡Ella se lo pierde! Me despido de Pastora y sigo mi camino. Pregunto a un grupito de jóvenes ecuatorianos, una chica y un dos chicos, si conocen las playas del otro lado; sólo saben que hay camino y, al final, unas gradas; asimilo grada a escalera y les digo que, con ellos, estoy aprendiendo. Caminamos juntos hasta que ellos tiran hacia la izquierda. Hablo con un matrimonio, y él me asegura que por la costa puedo seguir hasta Marbella, que está a 20 km por ruta, me dice. Llego al final del paseo, que es terraza de un restaurante. Pregunto en una mesa de extranjeros y no me entienden pero, uno de ellos, me deriva por un callejón que me da dos opciones: una es seguir las gradas que me ha dicho la niña ecuatoriana o un camino embaldosado que me bajará a la playa. Se trata de playitas estrechas, de piedra y está subiendo la marea. Al pie de unas escaleras, una parejita engulle una pizza y, a lo lejos, viene una mujer sola que, al pasar, saluda. Siguiendo adelante y por no descalzarme, por lo incierto del lugar, retrocedo a un muro de grandes bloques de piedras que, por arriba, llevan una pasamanería de madera. Por detrás hay una separación de malla que me hace pensar que pueda haber un paseo marítimo intermedio; probablemente el que venía a partir de las gradas donde he dejado a los ecuatorianos. Como por la costa no voy bien, ni veo que vaya a encontrar lugar adecuado para dormir, decido escalar y me resulta bastante bien. Lo pero es la parte final, cuando me subo al barandado estrecho y alto, momento en que, al pasar la pierna para descender por el otro lado, me restriego los testículos pero, por suerte, no me hago daño. Después de tanto esfuerzo para llegar al que intuía un paseo y haber acertado, éste se termina pocos metros más adelante. Justo, a la vuelta, me encuentro con un pescador y bajo de nuevo a la playa. En marea baja habría pasado sin dificultad pero, ahora, subiendo, temo que al pasar cerca de las rocas, el agua de las olas que chocan contra ellas, de regreso, me rebote y moje vestuario y mochilas. Entro en zona de casitas poco poblada y otro pescador que viene y le hago unas preguntas técnicas: "¿El lugar es apropiado para dormir?", "¿Subirá más la marea?" Me dice que él se va a quedar pescando allí; me recomienda que me quede, pues el sitio es tranquilo, y que la marea llena ya ha culminado. Le hago caso, aunque no me gusta dormir sobre piedras; pero la alternativa arena, no lo es tal, pues, en realidad, es tierra que se desmorona de las paredes que sujetan la vegetación. Elijo una pequeña plataforma que está algo inclinada, y me dedico a añadir otras piedras, más o menos como cantos rodados pero redondeadas y planas, para que quede la cama más horizontal, para que no me caiga hacia la izquierda, hacia el mar. Ya he conseguido alisar la zona donde descansará la cabeza y el tronco, pero la zona de piernas y pies queda baja, así que compenso el desnivel colocando las dos mochilas. No es la cama más cómoda de las que he disfrutado en playas anteriores, el lugar no es idílico, pero me parece suficiente como para pasar una noche tranquila. Mientras estoy haciendo el montaje, pasará una parejita en dirección este y, de madrugada, un pescador con dos jóvenes.
Tras la despedida del trio acogedor en Sabinillas, el día ha transcurrido sin mucho que destacar; el encuentro con la familia del diplomático en Rabat, el rato disfrutando con Loredan en la playa, la comida en Le Castel atendido con elegancia y, lo mejor, el encuentro con mis amigos donostiarras en Costa Natura. En la playa de Estepona, ¡Lástima que no me invitaran a espetos de sardinas! Y la ingenua Pastora, con su ramo de buganvillas, posiblemente robadas de algún lugar particular... yendo feliz con un ramo que la embellece más; será la imagen que conservaré del día.
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