Playa de El Muerto-Almuñecar-Salobreña-Motril.
Amanecer en El Muerto. Dibujo, baño y despedida.
Hoy es día de Santiago. Ni me acordaba. Necesito dinero y tendré problemas pues es fiesta en el País Vasco. Me despierto antes de las 6:30 h y me incorporo apoyando mi espalda en la mochila que he colocado contra la roca. Desde mi observatorio particular, veo cómo el sol ilumina la bruma matinal lejana, tras Almuñecar. Saco foto y sigo con mi contemplación, remiso a levantarme. Veo cerca a un dormido y me doy cuenta de que es el de ayer que estaba con los hippies, aunque por libre y sin desnudarse. Me calzo y paseo por la orilla y me acerco al grupo donde, salvo los perros, los únicos que duermen en sus sacos son Ole y Adam. Los perros se me acercan y, el pequeño, el de Adam, hace una cagada ligera, ¿quién será el que la recoja? Vuelvo a mi sitio y decido no bañarme hasta que salga el sol.
Cojo el material de dibujo y hago un apunte con el chiringuito y la zona en que duermen, bajo un árbol acogedor, los alemanes Ole y Adam y sus perros ¿también alemanes? Andrés, que es el nombre del tercero del grupo hippie, y Adam me ven dibujando, pero cuando me vaya, Ole todavía seguirá durmiendo. Saco una foto del lugar, sin permiso, para el recuerdo. En esta playa continuará transcurriendo una parte de su vida que, probablemente será significativa, subsistiendo con lo mínimo, haciendo un ejercicio de “no es más rico quien más tiene, sino el que menos necesita”. El resultado del dibujo, me hace pensar en que es mejorable. El sol comienza a darme de frente, y cambio de posición, lo que me obliga a hacer cierta distorsión de la realidad, que voy resolviendo sobre la marcha. Tengo todo recogido en las mochilas, así que, cuando acabo de dibujar, me doy un baño. ¡Qué delicia! Y me seco al aire paseando, aunque calzado, casi hasta el final de la playa.
Durante la mañana han ido llegando paseantes; muchos se han vuelto a marchar; un hombre se ha instalado en la orilla, pero luego retrocede hacia mi aprisco, más al fondo y discreto, donde hace ejercicios gimnásticos. Otro, también se baña. Y me marcho desnudo, cargado con las mochilas, en dirección a la otra playa, por donde llegué ayer.
Al llegar a la mitad, saco foto con salpicón de ola, casi por casualidad. Me visto y saludo a un pescador que está hablando con el limpiador de la playa, que quita la suciedad más visible que hay sobre las piedras y se lleva la bolsa de basura donde yo he depositado las dos botellas de litro y medio: una la que me dieron Carmela y Salvador y la otra la que encontré vacía en el aprisco ocupado. Me ha visto mientras dibujaba y le ha gustado el dibujo. Ahora le digo el adiós definitivo.
Cojo el material de dibujo y hago un apunte con el chiringuito y la zona en que duermen, bajo un árbol acogedor, los alemanes Ole y Adam y sus perros ¿también alemanes? Andrés, que es el nombre del tercero del grupo hippie, y Adam me ven dibujando, pero cuando me vaya, Ole todavía seguirá durmiendo. Saco una foto del lugar, sin permiso, para el recuerdo. En esta playa continuará transcurriendo una parte de su vida que, probablemente será significativa, subsistiendo con lo mínimo, haciendo un ejercicio de “no es más rico quien más tiene, sino el que menos necesita”. El resultado del dibujo, me hace pensar en que es mejorable. El sol comienza a darme de frente, y cambio de posición, lo que me obliga a hacer cierta distorsión de la realidad, que voy resolviendo sobre la marcha. Tengo todo recogido en las mochilas, así que, cuando acabo de dibujar, me doy un baño. ¡Qué delicia! Y me seco al aire paseando, aunque calzado, casi hasta el final de la playa.
Durante la mañana han ido llegando paseantes; muchos se han vuelto a marchar; un hombre se ha instalado en la orilla, pero luego retrocede hacia mi aprisco, más al fondo y discreto, donde hace ejercicios gimnásticos. Otro, también se baña. Y me marcho desnudo, cargado con las mochilas, en dirección a la otra playa, por donde llegué ayer.
Al llegar a la mitad, saco foto con salpicón de ola, casi por casualidad. Me visto y saludo a un pescador que está hablando con el limpiador de la playa, que quita la suciedad más visible que hay sobre las piedras y se lleva la bolsa de basura donde yo he depositado las dos botellas de litro y medio: una la que me dieron Carmela y Salvador y la otra la que encontré vacía en el aprisco ocupado. Me ha visto mientras dibujaba y le ha gustado el dibujo. Ahora le digo el adiós definitivo.
Salgo por la playa al paseo marítimo y voy pensando en buscar un banco. Un señor me dirá dónde está la zona en que éstos se agrupan. Paso por el lugar que mis amigos me recomendaron para comer espetos de sardinas, paso el hotel en que trabaja Carmela y llego, no recuerdo bien, si a Cajasol o a Cajamar. En ambos me dicen que no tiene All-Cash. Me dicen que Bancaja está después de la plaza de Madrid. Cuando encuentro Bancaja, busco teléfono para hacer la llamada a mi sucursal en Irun, sin acordarme de que, siendo Santiago, se hace fiesta en mi comunidad. Hago dos llamadas y no me cogen y, en las dos, no me devuelve la primera moneda, que se la traga: en el primer intento, una de 5 cms y, en el segundo, otra de 20 cms (menos mal que encuentro una de 10 cms en el suelo). En vista del éxito y que sin que mi sucursal me sitúe el dinero, no puedo hacer uso del sistema All-Cash, entro en Caja Rural (no recuerdo si era de Granada) y me dicen que tienen convenio con Caja Laboral y que me pueden hacer la operación, pero tiene el mismo éxito que yo con la llamada pues, si es fiesta para mí, también lo es para él. Entonces nos damos cuenta que es Santiago. Así que tendré que economizar hasta el lunes. Agradezco la buena disposición del empleado y me voy.
Será un desayuno de 2,50 € en El Desván y, siendo las doce del mediodía, aún sigo escribiendo mi diario. He hecho mi consistente deposición, tan consistente como estos últimos días y, como he visto secador de manos, he vuelto al baño con idea de afeitarme, pero el enchufe no funciona. Pregunto qué hay de interés para ver en Almuñecar y me orientan hacia la subida al castillo. Sus calles son estrechas, pero les falta el encanto de las de la parte antigua de Marbella. La iglesia tiene buen aspecto en su parte exterior, pero por dentro no despierta mi interés; son gratos los sonidos de un armonium, que toca un señor. Voy hacia la Casa de Cultura, que parece que está cerrada pero, al dar vuelta al edificio, veo la entrada y me mandan al primer piso. El bibliotecario me pide carnet de Bibliotecas Andaluzas. Le explico que voy de paso y me dice que dispongo de media hora, pero cuando termine uno de los dos usuarios. Para hacer tiempo, busco un libro de Carmen Martín Gaite; sólo encuentro Caperucita en Manhattan y otra, que la tienen “repe”, de Entre visillos. El bibliotecario me informa que ya puedo entrar en Internet; me lo posiciona en Google y ya lo puedo usar. Contesto correo de Sara Volpe, pero no me deja enviar, ¡empezamos bien! Tomo nota de su cambio de domicilio (de nuevo se ha vuelto de Chapela a Vigo). Ahora pongo uno a los Zubeldia, los de Irun que me invitaron a comer en playa de Málaga, y otro a los que vi por dos veces, la primera en Benalnatura y la segunda en Almayate. También a los de Iruña, con el show de la playa de Maro. Casi he consumido la media hora, agradezco y me voy.
Bajo la cuesta y subo hacia el castillo y veo La Corrala con un menú de 9 € más la bebida: Gazpacho, plato alpujarreño (huevo, chorizo, morcilla, pimientos de Padrón –que unos pican y otros non-, patatas fritas) y, de postre, picotas. Decido comer allí cuando baje de la visita. He sacado foto de la iglesia de San Miguel, según subía por la calle, y del Castillo, desde el exterior, y no lo visito porque sólo queda media hora para el cierre y tiene un museo para ver. Me dicen que el museo merece la pena y en media hora no me va a dar tiempo. Atisbo la posibilidad de que me dejen visitar al menos el castillo y, por el poco tiempo que queda, gratis, y más siendo pensionista; pero mi intención no coincide con la realidad. Van a dar las 14:30 h cuando retorno a La Corrala. El chaval que me sirve me invita a pasar por un pueblo de la costa, donde vive su madre y me dice que la visite y me dará alojamiento y comida. Agradezco la buena intención. También me recomienda la Alpujarra y que no deje de visitar alguno de sus pueblos. Una vez comido y visto que no me puedo afeitar, escribo. La factura asciende a 10,50 €, la pago y salgo agradecido por la comida y las atenciones del camarero.
Bajo la cuesta y subo hacia el castillo y veo La Corrala con un menú de 9 € más la bebida: Gazpacho, plato alpujarreño (huevo, chorizo, morcilla, pimientos de Padrón –que unos pican y otros non-, patatas fritas) y, de postre, picotas. Decido comer allí cuando baje de la visita. He sacado foto de la iglesia de San Miguel, según subía por la calle, y del Castillo, desde el exterior, y no lo visito porque sólo queda media hora para el cierre y tiene un museo para ver. Me dicen que el museo merece la pena y en media hora no me va a dar tiempo. Atisbo la posibilidad de que me dejen visitar al menos el castillo y, por el poco tiempo que queda, gratis, y más siendo pensionista; pero mi intención no coincide con la realidad. Van a dar las 14:30 h cuando retorno a La Corrala. El chaval que me sirve me invita a pasar por un pueblo de la costa, donde vive su madre y me dice que la visite y me dará alojamiento y comida. Agradezco la buena intención. También me recomienda la Alpujarra y que no deje de visitar alguno de sus pueblos. Una vez comido y visto que no me puedo afeitar, escribo. La factura asciende a 10,50 €, la pago y salgo agradecido por la comida y las atenciones del camarero.
Voy bajando hacia la playa y llego al paseo marítimo, pero está en obras, así que entro y salgo. El viento de poniente está calentito y me empuja. Un río, con muy poco agua, consigue desembocar en el mar. Un señor de 85 años, que anda muy encorvado, y que encuentro sentado en un pretil, me dice que podré llegar por caminos a Salobreña o, al menos, a alguna playa próxima. Le pregunto el dicho local y, aunque no rima, me dice lo siguiente: Motril en un llano, Salobreña en una peña y Almuñecar en un barranco. El que yo conocía, hacía rimar a Almuñecar con algo que no recuerdo, Salobreña en una peña y Motril en un cantil. Me pregunta la edad y, al responderle, me dirá: “¡Eres un niño!” y, pienso, que no le falta razón. Se acaba la playa y los únicos espacios libres son los de entrada de las embarcaciones, y eso teniendo en cuenta que el viento ha echado a mucha gente de la playa. La gente está muy apiñada en una zona de piscinas y toboganes con agua que corre, así que me voy alejando hacia la Torre del Tesorillo. Cuando llego, saco una foto para el recuerdo. Es bonita y tiene una zona cubierta por la vegetación y bajo a las rocas, donde me baño desnudo. Piso algo que me parece un erizo, pero me miro bien el pie y no encuentro nada anómalo ¡falsa alarma! El agua está excelente y me seco al aire. Una vez seco, me visto y bordeo todo el cabo y salgo por la puerta principal. Al llegar, me había colado de refilón por un sendero.
Acantilado abrupto hacia Salobreña.
Tras salir de la zona de la Torre del Tesorillo, empiezo a caminar por senderos que suben y bajan a playas, hasta que llego a una en que la torre almenara está en la cima de una pared muy vertical. Después se pierde el camino y no se vislumbra ni un atisbo del mismo que indique por dónde seguir. Unos chavales me dicen que se puede seguir bordeando el mar, pero que ahora no lo podré hacer por la ola. Entiendo que las olas de la marea alta no me van a dejar continuar. Me recomiendan que suba unas escaleras que llevan a una urbanización, aunque el principio no me da buenas sensaciones, ya que exige ascensión por rocas. Cojo la primera escalera que encuentro; es de una finca particular y me choco con una verja cerrada por dos cerraduras. Me asomo al balconcillo, les digo la circunstancia a los chavales y bajo. Será la escalera siguiente la que me llevará a carreteras interiores de la urbanización que, a pesar de que trato de evitarla, me acabarán llevando a la carretera general. Ahora la costa es un acantilado abrupto pero, aunque veo playa que permitiría estar desnudo y, probablemente ya tenga algún nudista, no acabo de animarme a bajar por lo duro de la bajada y, aún más, de la subida.
Un bonito dibujo de Salobreña.
En el mar se ven unos círculos, como piscinas, y un chaval me dice que son piscifactorías: allí se reproducen lubinas y “jardillos” (así es como yo entiendo el nombre que me dice), que es un pez parecido a la dorada. Por fin llego al hotel Salambina que ofrece bar, pero que está cerrado hasta las 19:00 h. ¡Mi gozo en un pozo!; ya me he bebido toda el agua. Me da más pena, porque hay una preciosa vista desde el comedor. ¿Y el gin tonic que pretendía tomar mientras dibujaba?
Doy un vistazo a los alrededores y encuentro un lugar en que la visión de Salobreña y su peña es similar a la que se vería de la terraza del hotel y, desde fuera, haré uno de los dibujos de los que estoy más satisfecho, y que será el último de mi cuadernillo Moleskine. Previamente he entrado en recepción del hotel y he cogido agua del lavabo y he telefoneado a Montse y Juanjo. Hemos quedado citados mañana en la plaza de la iglesia de Torrenueva. El dibujo me supone más trabajo que muchos de los anteriores, es más minucioso, quizás por ser final de la libreta, pero también porque el paisaje me inspira. Será mi felicitación del año 2013.
Acabado el dibujo, aunque ya han abierto el bar, no tiene sentido tomarme el gin tonic; la gracia estaba en beberlo mientras dibujaba. Me lo tomaré ya en Salobreña, en el bar La Bodega, y rebajaré el volumen de alcohol añadiendo una segunda tónica al brebaje, por lo que me costará 5,50 €; un exceso, teniendo en cuenta el poco dinero de que dispongo.
Van a dar las 20:15 cuando estoy escribiendo mi diario y acabando mi gin tonic. De los frutos secos que me han sacado, sólo como los cacahuetes (dejo maíces, garbanzos y otros que desconozco y son como los maíces; rompen como el cristal). Para llegar a Motril, un camarero me ha dibujado un plano en una servilleta, para evitarme la carretera general. ¡Veremos si acierto! Antes de salir, pido agua a la chica de la barra y le enseño el dibujo que acabo de hacer. Me dice que la próxima vez que pase por allí, le haga uno y se lo regale. Será difícil.
Doy un vistazo a los alrededores y encuentro un lugar en que la visión de Salobreña y su peña es similar a la que se vería de la terraza del hotel y, desde fuera, haré uno de los dibujos de los que estoy más satisfecho, y que será el último de mi cuadernillo Moleskine. Previamente he entrado en recepción del hotel y he cogido agua del lavabo y he telefoneado a Montse y Juanjo. Hemos quedado citados mañana en la plaza de la iglesia de Torrenueva. El dibujo me supone más trabajo que muchos de los anteriores, es más minucioso, quizás por ser final de la libreta, pero también porque el paisaje me inspira. Será mi felicitación del año 2013.
Acabado el dibujo, aunque ya han abierto el bar, no tiene sentido tomarme el gin tonic; la gracia estaba en beberlo mientras dibujaba. Me lo tomaré ya en Salobreña, en el bar La Bodega, y rebajaré el volumen de alcohol añadiendo una segunda tónica al brebaje, por lo que me costará 5,50 €; un exceso, teniendo en cuenta el poco dinero de que dispongo.
Van a dar las 20:15 cuando estoy escribiendo mi diario y acabando mi gin tonic. De los frutos secos que me han sacado, sólo como los cacahuetes (dejo maíces, garbanzos y otros que desconozco y son como los maíces; rompen como el cristal). Para llegar a Motril, un camarero me ha dibujado un plano en una servilleta, para evitarme la carretera general. ¡Veremos si acierto! Antes de salir, pido agua a la chica de la barra y le enseño el dibujo que acabo de hacer. Me dice que la próxima vez que pase por allí, le haga uno y se lo regale. Será difícil.
Hacia Playa Granada, donde veraneaban los reyes belgas.
Trato de seguir las explicaciones del camarero en su rústico plano y recibo una sensación de ir retrocediendo. Antes de llegar a la playa, veo una calle ancha que intuyo me va a llevar a la costa; me lo confirma una cuadrilla que conversa en terraza de bar. Una pareja va en la misma dirección, y aceptan mi invitación a ir conversando. Les cuento algo de mi viaje y les enseño mi último dibujo.
Ellos se quedan en Salobreña y yo llego a un puente moderno, que el camarero de La Bodega me ha señalado como referencia en su mapa dibujado; el puente tiene gracia, pero el camino me va llevando hacia la general y me mosquea.
Pregunto a un señor, que me dará muchas y buenas explicaciones y me dirá que abandone la carretera y que coja un camino hacia la derecha, hacia la urbanización Playa Granada.
La primera parte de esta carretera es bonita, con cañaverales a derecha e izquierda; después, con caballo incluido, las cañas pasan a ser juncos. En el bar Pablo me dicen que lo que llamo juncales (Nuestra Señora del Juncal es la patrona de la ciudad donde vivo, Irun) son, en realidad aneales; y con la anea se hace el fondo y respaldo de los asientos (los culos de silla) y que echan una flor que vuela muy ligera cuando sopla el viento (da lo mismo que sea de levante que de poniente). Se termina el camino y salgo a carretera de la urbanización. Pregunto a un corredor que está entrenando; viene de Playa Granada y me reorienta. Me dice que si voy a Motril es mejor ir por la carretera general, que son 3 km, mientras que si lo hago por donde iba, serían 7 o más. El error está en mi misma pregunta, ya que no es lo mismo decir que voy a Motril, que está en interior, a decir que voy a Motril costa, con su playa y su puerto. Cuando esto se aclara, él me dice que siga hasta la urbanización y que de allí volveré a salir a la costa. Esta conversación la hemos tenido adaptándonos cada uno al ritmo del otro, pero ha sido inevitable que haya tenido él que bajar el pistón; y me disculpo por que hemos perdido más el tiempo por no haber formulado bien mi pregunta. Agradezco y me despido.
Cuando llego a la urbanización Playa Granada, dejo la carretera, que me va alejando más, y me veo obligado a saltar una valla metálica. Me he metido entre rejas y dudo si podré salir. Una pareja, que ha sacado a su perro a pasear, me dice que podré seguir, aunque sin salir a la playa, pero la realidad será muy distinta, ya que no encontraré salida alguna y deberé retroceder y seguir la carretera que me lleva directamente a la playa.
La pareja con perro me dirá que saldré sin problemas, aunque ya no me da mucha fiabilidad, tras su mala información anterior. Salgo a playa con chiringuito y veo un lugar bastante solitario y protegido del viento y dudo en darme un baño, pero hay carretera próxima por la que viene un grupo y, con él, dos chicos: uno grandón, en bañador, y otro de mi estatura, en calzoncillos (bonitos, con rayas en tonos grises y marcando paquete) y, aunque el viento hace que la ola rompa con fuerza, se meten decididos en el agua; el pequeño sale enseguida, pero ya no seguiré observando, ya que está oscureciendo y quiero llegar a un lugar más tranquilo para dormir en la playa y ésta no me da garantías: por ser muy urbana, próxima a carretera, cuyos coches, más veloces que lo adecuado para el lugar, levantan mucho polvo y con mucho viento. Los conductores ni se preocupan de los viandantes. Además, cada poco tramo, hay un chiringuito que prepara su fiesta del viernes noche. Una pareja me recomienda para dormir el lado más occidental de Playa Granada; pero no estoy dispuesto a retroceder. Me dicen que cuanto más avance hacia Motril, la situación para dormir empeorará. No les faltará razón, como luego veréis. A pesar de que no les hago caso, agradeceré su información y sigo adelante.
Llego a un camino más consolidado y un paseo marítimo atestado de paseantes. Me calzo para entrar en un puente inadecuado con circulación de vehículos en las dos direcciones. Comento con la pareja y me dicen que siempre hay un trasiego de coches similar. No sé en que momento me he enterado que era aquí, en Playa Granada, donde venían de vacaciones los reyes Balduino y Fabiola.
Ellos se quedan en Salobreña y yo llego a un puente moderno, que el camarero de La Bodega me ha señalado como referencia en su mapa dibujado; el puente tiene gracia, pero el camino me va llevando hacia la general y me mosquea.
Pregunto a un señor, que me dará muchas y buenas explicaciones y me dirá que abandone la carretera y que coja un camino hacia la derecha, hacia la urbanización Playa Granada.
La primera parte de esta carretera es bonita, con cañaverales a derecha e izquierda; después, con caballo incluido, las cañas pasan a ser juncos. En el bar Pablo me dicen que lo que llamo juncales (Nuestra Señora del Juncal es la patrona de la ciudad donde vivo, Irun) son, en realidad aneales; y con la anea se hace el fondo y respaldo de los asientos (los culos de silla) y que echan una flor que vuela muy ligera cuando sopla el viento (da lo mismo que sea de levante que de poniente). Se termina el camino y salgo a carretera de la urbanización. Pregunto a un corredor que está entrenando; viene de Playa Granada y me reorienta. Me dice que si voy a Motril es mejor ir por la carretera general, que son 3 km, mientras que si lo hago por donde iba, serían 7 o más. El error está en mi misma pregunta, ya que no es lo mismo decir que voy a Motril, que está en interior, a decir que voy a Motril costa, con su playa y su puerto. Cuando esto se aclara, él me dice que siga hasta la urbanización y que de allí volveré a salir a la costa. Esta conversación la hemos tenido adaptándonos cada uno al ritmo del otro, pero ha sido inevitable que haya tenido él que bajar el pistón; y me disculpo por que hemos perdido más el tiempo por no haber formulado bien mi pregunta. Agradezco y me despido.
Cuando llego a la urbanización Playa Granada, dejo la carretera, que me va alejando más, y me veo obligado a saltar una valla metálica. Me he metido entre rejas y dudo si podré salir. Una pareja, que ha sacado a su perro a pasear, me dice que podré seguir, aunque sin salir a la playa, pero la realidad será muy distinta, ya que no encontraré salida alguna y deberé retroceder y seguir la carretera que me lleva directamente a la playa.
La pareja con perro me dirá que saldré sin problemas, aunque ya no me da mucha fiabilidad, tras su mala información anterior. Salgo a playa con chiringuito y veo un lugar bastante solitario y protegido del viento y dudo en darme un baño, pero hay carretera próxima por la que viene un grupo y, con él, dos chicos: uno grandón, en bañador, y otro de mi estatura, en calzoncillos (bonitos, con rayas en tonos grises y marcando paquete) y, aunque el viento hace que la ola rompa con fuerza, se meten decididos en el agua; el pequeño sale enseguida, pero ya no seguiré observando, ya que está oscureciendo y quiero llegar a un lugar más tranquilo para dormir en la playa y ésta no me da garantías: por ser muy urbana, próxima a carretera, cuyos coches, más veloces que lo adecuado para el lugar, levantan mucho polvo y con mucho viento. Los conductores ni se preocupan de los viandantes. Además, cada poco tramo, hay un chiringuito que prepara su fiesta del viernes noche. Una pareja me recomienda para dormir el lado más occidental de Playa Granada; pero no estoy dispuesto a retroceder. Me dicen que cuanto más avance hacia Motril, la situación para dormir empeorará. No les faltará razón, como luego veréis. A pesar de que no les hago caso, agradeceré su información y sigo adelante.
Llego a un camino más consolidado y un paseo marítimo atestado de paseantes. Me calzo para entrar en un puente inadecuado con circulación de vehículos en las dos direcciones. Comento con la pareja y me dicen que siempre hay un trasiego de coches similar. No sé en que momento me he enterado que era aquí, en Playa Granada, donde venían de vacaciones los reyes Balduino y Fabiola.
Ya en el paseo marítimo, se ven muchos puestos de venta de productos de los que suelen tener los subsaharianos, pero también hay vendedores autóctonos. Veo a un niño, aunque dudo si será niña, bebiendo agua en una fuente, y decido llenar mi botella. Tiene un sistema de apertura algo difícil de controlar y, de primeras, me saldrá un chorro tan fuerte que me caerá por encima de la cabeza; esto dará pie a unas risas de una familia de Motril, que come bocadillos en un banco y están dedicados a la venta ambulante. Cuando acabo de llenar de agua mi botella, me acerco a ellos y les digo: “cualquier motivo es bueno para hacer unas risas”. Me dicen que a 10 minutos hay una organización de acogida, que es yendo hacia Motril, hacia el casco antiguo. Por lo que me dicen, esos diez minutos pueden ser en coche y no me da mucha confianza; así que decido continuar buscando por el paseo adelante. “¡Que tengáis buena venta!”, les digo, deseándoles buena venta. La playa se está acabando. Hay una tienda de campaña montada a lo grande en mitad de la playa y con un grupo de niños y pescadores que están en la orilla. Veo otra salida de riachuelo ciego, de esos que no llegan al mar, pero que me hacen temer mosquitos.
Tengo ganas de decidir el lugar para dormir y, a pesar de ser playa urbana, de las que procuro evitar. Son más de las diez de la noche, quizás las 22:30 h y pregunto a unos pescadores; pero son granaínos, pero no de Motril, y no conocen el lugar. Me remiten a otro pescador que está con un niño; éstos sí son lugareños y el adulto me recomienda que no me acerque mucho a un muro, que es un club y, probablemente armen jaleo y haya música, y que me coloque cerca de la pasarela que enlaza con el paseo marítimo, con el fin de evitar el peligro de los camiones de limpieza de la playa. Es lo que suelo tener en cuenta. También me dicen que es un pueblo tranquilo y que, por dormir en la playa, no correré riesgos. Eso es lo que yo interpreto por “tranquilo”, que se refiere a robos y seguridad física, pero no a tranquilidad y sosiego. Cuando estoy instalado a una distancia prudencial del cubo de la basura, pasarán de regreso a casa y me saludarán. Esta noche, en la playa, hay mucho movimiento; algunos de los que pasan por la pasarela son tranquilos; otros muy ruidosos. Unos se sorprenden al verme y callan a su paso; dos perros me olisquean: el segundo, uno muy grandote, casi se me echa encima y su dueño me pide disculpas. Aquí, como en muchas otras partes, sacan por las noches a sus perros a pasear además de, como esparcimiento mutuo y una forma de ligar, para que meen y caguen en la playa. ¿Tiene algún sentido la prohibición diurna? Yo creo que no, ya que si la razón es por higiene, tan mierdosa es la caca diurna como la nocturna. Pero ediles tienen los santos municipios. Si la marea no sube a la zona ensuciada o los servicios de limpieza (cribado y alisado) no pasan después, la mierda perruna la disfrutarán los usuarios de playa del día siguiente. Si en verano se prohíbe la entrada de perros en la playa, está claro que no se cumple. Cada españolito (y no españolito) demanda un policía para que le vigile y castigue cada una de sus infracciones a la norma y sería terrible reducir el paro con la demanda de incremento del servicio policial para algo que tendríamos que controlar nosotros mismos como buenos convivientes ciudadanos. Otros dirán: “pero mira quien critica, el nudista guarro”. En una ocasión ya me llamaron “guarro” cuando me estaba duchando en la playa nudista de La Zurriola, en Donostia-San Sebastián. Pero estoy divagando.
Tengo ganas de decidir el lugar para dormir y, a pesar de ser playa urbana, de las que procuro evitar. Son más de las diez de la noche, quizás las 22:30 h y pregunto a unos pescadores; pero son granaínos, pero no de Motril, y no conocen el lugar. Me remiten a otro pescador que está con un niño; éstos sí son lugareños y el adulto me recomienda que no me acerque mucho a un muro, que es un club y, probablemente armen jaleo y haya música, y que me coloque cerca de la pasarela que enlaza con el paseo marítimo, con el fin de evitar el peligro de los camiones de limpieza de la playa. Es lo que suelo tener en cuenta. También me dicen que es un pueblo tranquilo y que, por dormir en la playa, no correré riesgos. Eso es lo que yo interpreto por “tranquilo”, que se refiere a robos y seguridad física, pero no a tranquilidad y sosiego. Cuando estoy instalado a una distancia prudencial del cubo de la basura, pasarán de regreso a casa y me saludarán. Esta noche, en la playa, hay mucho movimiento; algunos de los que pasan por la pasarela son tranquilos; otros muy ruidosos. Unos se sorprenden al verme y callan a su paso; dos perros me olisquean: el segundo, uno muy grandote, casi se me echa encima y su dueño me pide disculpas. Aquí, como en muchas otras partes, sacan por las noches a sus perros a pasear además de, como esparcimiento mutuo y una forma de ligar, para que meen y caguen en la playa. ¿Tiene algún sentido la prohibición diurna? Yo creo que no, ya que si la razón es por higiene, tan mierdosa es la caca diurna como la nocturna. Pero ediles tienen los santos municipios. Si la marea no sube a la zona ensuciada o los servicios de limpieza (cribado y alisado) no pasan después, la mierda perruna la disfrutarán los usuarios de playa del día siguiente. Si en verano se prohíbe la entrada de perros en la playa, está claro que no se cumple. Cada españolito (y no españolito) demanda un policía para que le vigile y castigue cada una de sus infracciones a la norma y sería terrible reducir el paro con la demanda de incremento del servicio policial para algo que tendríamos que controlar nosotros mismos como buenos convivientes ciudadanos. Otros dirán: “pero mira quien critica, el nudista guarro”. En una ocasión ya me llamaron “guarro” cuando me estaba duchando en la playa nudista de La Zurriola, en Donostia-San Sebastián. Pero estoy divagando.
Una noche en la playa de Motril.
Ya estoy tumbado y llevo un rato con la cabeza casi tapada por el saco de dormir, mientras oigo el ruido del paso de la gente por la pasarela. Llega un grupo con varios hombres y mujeres y no se les ocurre mejor cosa que instalarse cerca, justo finalizada la pasarela y allí montan sus mesas, sillas, sombrillas, nevera, quinqué y toda la parafernalia. No parece que sean pescadores, ya que no veo cañas. Vaticino que la noche va a ser movidita así que, sin pensarlo mucho y antes de que sea demasiado tarde, cambio de lugar y me coloco más hacia el centro de la playa, en dirección al paseo marítimo, y a la misma distancia de la pasarela. Desde allí observo que algunos se duchan en una ducha que está junto al paseo marítimo, al final de la playa, y tomo nota para ducharme mañana. Entre 3:30 y 4:15 h. se produce el cribado y limpieza de playa y compruebo cómo el conductor controla su trabajo y es prudente para no llevarse por delante a los posibles durmientes; también se encarga de vaciar las bolsas de basura de los cubos echándolas en su vehículo. Para cuando llega el servicio de limpieza, veo que los pescadores granaínos ya se han marchado. La familia que me llevó a desplazarme no me creará problemas, aunque me los temía después de no haberse preocupado de dejar de vociferar al pasar por mi lado; una vez instalados, poco ruido me llega. También habían traído algún perro. La luz proveniente del paseo, la tengo controlada con mis mochilas, son ellas las que me quitan el haz de luz. La Osa Mayor la tengo más al interior y a la derecha (oeste). El viento ha amainado y no me molesta. La noche está siendo movidita, pero me permite descansar. Cuando escribo, al día siguiente, tengo conciencia de haber dormido antes y después de que llegara el servicio de limpieza. Después de la limpieza y cuando el camión ha pasado al otro lado de la pasarela, me levanto, orino y echo arena por encima (no voy a comportarme como un perro más). ¡Qué ganas tengo de coger la cama ofrecida en la casa alquilada por el padre de Juanjo!
Hoy he unido en una jornada Almuñecar, Salobreña y Motril y todavía no he conseguido saber cómo es el dicho de “Salobreña en una peña…” ¿Lo sabré algún día? En este día no ha habido encuentros espectaculares; quizás los más útiles los del camarero de La Corrala en Almuñecar, de La Bodega en Salobreña, y la información del corredor de fondo entrando en Playa Granada (que no sé si pertenece a Salobreña o a Motril). Lo que sí es cierto que es el día que más interés y más tiempo he puesto y dedicado a mis dibujos; si el de Almuñecar no es excesivamente bueno, con el de Salobreña en una peña, me he superado a mí mismo ¡Cómo se nota que no tengo abuela!
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