Playa de Los Muertos-Carboneras-Playa de los Algarrobicos-Castillo de Macenas-Playa del Sombrerico.
Aunque en el mapa aparecen en orden inverso, tuve que pasar el acantilado de la Mesa de Roldán para poder llegar a la Playa de Los Muertos.
Amanecer en la playa de los Muertos
Regreso al circo, me visto y me voy. Hoy toca iniciar el día por zona urbana, aunque industrial, hasta llegar a Carboneras que, aunque se ve, me resulta más lejana que lo que había supuesto.
Llega un coche y me acerco con intención de hacer una pregunta, relativa a la distancia a Carboneras, al conductor que baja y que lo ha aparcado con intención de hacer un recorrido corriendo, como entrenamiento (luego me lo volveré a encontrar en Carboneras); también le pregunto por la Mesa de Roldán y su significado, pero no me aclara demasiado: cree que se llama así a la zona del castillo y a todo el conjunto, pero no sabe la razón del nombre. Con la bicicleta pasó muchos peligros y ahora, cuando corre, lleva siempre un chaleco reflectante.
Carboneras:
Mercado, zapatero, dinero, sello y desayuno
Amanecer en la playa de los Muertos
Me levanto a las 6:45 h, orino, recojo saco y esterilla y, como me entra el apretón, voy corriendo hacia la orilla, levanto unas piedras y luego tapo con ellas mi deposición; como las piedras son cantos redondeados, me sirven de papel higiénico, que no he tenido la precaución de reponer. Casi siempre llevo algo en el bolsillo o en la mochilita, para una emergencia pero, en esta ocasión, no lo llevo.
Lo del canto redondeado se lo vi hacer a un marroquí, cagando en un pedregal cerca de Erfoud. Lo curioso es que yo utilizaba aquellas mismas piedras para cascar nueces. Después de ver la operación ya fui más cuidadoso a la hora de elegir la piedra que me iba a servir de cascanueces. Todo está listo para cuando me llega la hora del baño de las siete. Todavía está el barco esperando que le den vía libre para entrar en el puerto. Más cercano otro, con luces, se ve que faena en labores de pesca. En la foto se puede ver a barco y a la roca característica que sirve para reconocer el lugar, pero es muy temprano y la poca luz del día que todavía nio ha llegado no me permitirá mostrarlo mejor.
Cuando estoy saliendo del agua, uno del grupo se despierta y nos saludamos con la mano. Lo mismo ocurrirá al salir del recinto, ya que saludo al que meditaba o a su compañero que, en la penumbra nocturna, no pude distinguir. Ya, con intención de secarme en zona menos umbría, salgo hacia la playa de arena, en el momento en que uno de los extranjeros asoma por la apertura de su tienda. También nos saludamos.
Regreso al circo, me visto y me voy. Hoy toca iniciar el día por zona urbana, aunque industrial, hasta llegar a Carboneras que, aunque se ve, me resulta más lejana que lo que había supuesto.
De los Muertos a Carboneras
Después de sacar fotos y con sol naciente, me dirijo al camino intermedio, no el que traje, sino que creo el que cogería la familia de Francisco al marchar. Por él, llego al aparcamiento que, hoy, está prácticamente vacío, si lo comparamos con la maraña de coches que había ayer.
Llega un coche y me acerco con intención de hacer una pregunta, relativa a la distancia a Carboneras, al conductor que baja y que lo ha aparcado con intención de hacer un recorrido corriendo, como entrenamiento (luego me lo volveré a encontrar en Carboneras); también le pregunto por la Mesa de Roldán y su significado, pero no me aclara demasiado: cree que se llama así a la zona del castillo y a todo el conjunto, pero no sabe la razón del nombre. Con la bicicleta pasó muchos peligros y ahora, cuando corre, lleva siempre un chaleco reflectante.
Todo el descenso lo hago por carretera y entro en la zona de pabellones industriales. Paso la fábrica HOCIM que creo es una cementera y, después, Endesa, productora de energía eléctrica. El puerto queda al otro lado y, en el camino para peatones, hablo con dos hombres que, como están allí pasando las vacaciones, no me pueden dar mucha información y menos sobre el zapatero remendón por el que pregunto. Luego pregunto a un empleado municipal de limpieza y me indicará el lugar de Ramón, que está cerca del Ayuntamiento.
Carboneras:
Mercado, zapatero, dinero, sello y desayuno
En Carboneras hoy es día de mercado y los mercaderes montan sus tenderetes. Está todo lleno de gente. Veo Castillo y Conservatorio de Música, pero el Ayuntamiento no abre hasta las nueve, así que me voy en busca del zapatero. El zapatero no está, me dice la mujer que me atiende, pero ella tiene criterio y es capaz de hacer un diagnóstico sobre la posibilidad de pegar la zona plantar que se ha separado de la suela de mis sandalias. Me dice que no es posible pegarlo ya que la capa de goma-espuma no actúa de la misma manera con que ellos emplean sus colas especiales para pegar goma.
Con esta información, me tendré que arreglar con el par que compre en Decathlon, en Los Barros, quizás de Guadalcorte, pero que creo pertenece a Algeciras, y que me estaban haciendo rozadura y, “donde no hay más, contigo Tomás”. No será hasta llegar a Cartagena donde, en otro Decathlon al que me llevará mi amigo Jose Martin Banegas, otro de los conocimientos del camino del año pasado que, junto a su novia, hoy su esposa, Geli, me encontré en Carrapateira, en Portugal.
Entro en Caja-Mar y saco 300 € sin ningún problema y, al salir, tras hacer la operación de llenar mis arcas de dinero y distribuirlo en distintos puntos de mi bagaje, coloco las sandalias en la barandilla de Caja-Mar y las fotografío para el recuerdo. A continuación las tiro a la basura: ¡Un peso menos para unos cuantos días! El contenedor está en la zona donde llega un ramal del mercadillo. Luego voy al Ayuntamiento, que ya está abierto, y me ponen sello en mi inusitada credencial. En Cultura, pregunto por la Biblioteca y me dan la referencia del Foro Centro Abierto, pero primero voy a desayunar al Felipe, donde un camarero, más activo que Felipe (nieto del primer Felipe), que también lo es; pero es que el camarero se desvive por atender rápido y bien. Se le ve trajinar por la terraza: coger la comanda, servir, recoger, limpiar… no hay un momento en que no se le vea activo. Un buen profesional que me supongo bien pagado, por el interés que pone en hacerlo todo bien. Cuando he llegado he sacado foto entre palmeras, desde la playa, a la isla de San Andrés y ahora, más cercana, la vuelvo a fotografiar. Desayuno media tostada con tomate, sal y aceite, croissant con mantequilla y mermelada y cafelito; hay que tener en cuenta que ayer tampoco cené; todo por 3 €.
Comunicaciones por teléfono e Internet
No me quedo a escribir porque quiero tratar de buscar algún sitio para comunicarme por Internet. Compro en la farmacia aloe-vera (9 €), pues ya se me ha acabado el que llevaba y hablo por teléfono con Vera (0,55 €) para decirle dónde estoy, saber cómo están y si han recibido mi paquete de Adra. Con mi llamada la he despertado, tanto a ella como a Gari; ¡lo siento!
Voy a la Biblioteca y sólo tienen cuatro ordenadores y que los tienen para sus usuarios habituales; me recomienda que vaya al Foro, que está pasando Mercadona y, cuando estoy llegando, me encuentro con el matrimonio al que tanto le gustó mi dibujo, en Cala Arena, ayer y que se mostraban tan liberales; son catalanes y dicen que suelen ir a San Pau, donde me dicen que hay dos zonas muy bien diferenciadas, una para textiles y otra para nudistas. “Y que no se mezclen, ¡por favor!”, añado yo. Ya la veré en 2009, cuando llegue; si llego. Se quejan de que mientras estaban comiendo, no les resultaba grato que el chico desnudo que estaba allí cuando llegué paseara su pene bamboleante por allí. Si no hacía más que pasearlo, no veo el problema; si estaba jugando con su pareja, y eso les creaba tensión, ese será su problema. En verdad que no sé que decirles, pero me parecen liberales de pacotilla. Y terminan diciendo: “Ya te diste cuenta de que fuimos respetuosos contigo, aunque no era playa nudista”. Utilizo mis argumentos de siempre pero, con personas como éstas, ya me cansa repetirlos. Busco el Foro y me cuesta encontrarlo. Una señora me dará la definitiva orientación. El Foro Centro Abierto, es un magnífico edificio, en el que sólo veo cinco ordenadores. Algunos niños aparecen por allí como si fueran a una ludoteca, pero no les dejan andar en los ordenadores. Lleno de agua la botellita en un grifito del que sale agua refrigerada, pero se acaba. Leo, escribo y contesto correo y me solidarizo contra la ejecución de dos turcos, que me manda Alex y le mando buenos deseos para el Foro Ciudadano Irunés, desde el Foro Centro Abierto. Veo fotos de Gari y de Lander que, al estar tan morenito, me cuesta reconocer ¡Que guapos están mis tres nietos! Estoy en mi jornada 50 y escribo el diario en mi libreta.
Vuelvo a comer al Felipe
Ya se ha hecho la hora de comer y decido volver al mismo sitio en que he desayunado, para coger fuerzas para seguir hacia el Algarrobico, lugar donde ya se acaba el Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar, pues no sé dónde dormiré esta noche aunque, muy probablemente, sea otra noche más sin cena. Carboneras es un islote extraño dentro del parque natural. No recuerdo lo que como en el Felipe, pero si que la comida me costó 12 €.
Salgo por paseo marítimo hacia la general, dirección Mojacar. La carretera tiene suficiente arcén y, sin contratiempos, llegaré al hotel de la discordia. ¿De quién fue la responsabilidad de dejar construir un hotel en un parque natural? Ahora me informan que hay orden judicial para que sea demolido, pero parece ser que, una vez construido, son los propios carbonerenses los que quieren que se le dé licencia para que produzca riqueza en el entorno. Otros hablan de que, mientras no se destruya el edificio, se camufle con toldos verdes, para que el impacto visual sea menor. Otros, ¡que desaparezca ya!
Ahora es una construcción en la que predomina el blanco y destaca mucho. Si estuviera en otro lugar, habría que decir que es un edificio desigual, con formas en equilibrio inestable y grato a la vista. Por tanto, opino que el edificio es bonito pero impropio de un parque natural. Cuando llego, veo una playa pequeña, sin ningún nudista, ni en la arena, ni en el agua. También veo un coche con matrícula BI, así que oteo el horizonte, me subo a la roca y, de los que veo, elijo a quien preguntar y lo hago a una pareja que está con una perra: “¿Zein da bilbotarrak?” (¿quiénes son los bilbaínos?). Y me responden que ellos. Son Goizargi y Jorge, que están de vacaciones con su perra Lola. A mi paso por Torre del Mar ya os hablé de ella cuando me encontré a Pilar Mora, camino de Algarrobo y hacía mención a la casi coincidencia del nombre y que ellas fueran amigas entre sí y compañeras de fatigas en tareas educativas en distintas ikastolas de Bizkaia. De todo esto ni hablamos; ¡qué iba yo a saber que Pilar y Goizargi se conocían!; habría sido demasiada casualidad que de la conversación hubiera salido el tema. Jorge está desnudo y yo también me desnudo y me doy un baño. No les importa que me quede un rato con ellos. Lola está asfixiada, bien protegida en la sombra que produce una roca; de vez en cuando sale y se vuelve a esconder. Les cuento cosas de mi viaje y se les ve a gusto escuchándome y me informan de lo que me queda por ver en mi continuación hacia el norte almeriense, hacia la provincia de Murcia. Son de Galdakao y mañana se van; se les acaban las vacaciones andaluzas. Se preparan para marchar, ya que tienen que hacer compras, liquidar el hotel y alguna cosa más y se ofrecen a traerme agua. Declino la oferta ya que, con la que llevo, creo tener suficiente, y voy con casi la certeza de que, una vez acabado el parque natural, los baretos volverán a aparecer por la carretera; como así ocurrirá. Nos damos el último baño y nos despedimos: “agur, beste egun arte” (adiós, hasta otro día). Cuando proyecté las diapositivas en el Amaia de Irun, les avisé y Jorge me mandó un e-mail diciendo que como estaba de fiesta, trataría de venir a verla. Como ya sabía el lugar, me despreocupé, ya que ese día estaría haciendo pruebas con el proyector y con el sonido, y pensando que ya nos saludaríamos en la sala. Se produjo un malentendido con la sala y estuvo esperando fuera hasta que vio que la sala grande no la abrían y, cuando bajó a la pequeña, que era donde se hacía la proyección, ya estaba llena y no pudieron entrar. Si, al menos, me hubieran avisado que estaban, a lo mejor hubiéramos hecho un apaño. ¡Lástima que no les pude ver, ni ofrecer que se quedaran en Irun aquella noche!
Ahora es una construcción en la que predomina el blanco y destaca mucho. Si estuviera en otro lugar, habría que decir que es un edificio desigual, con formas en equilibrio inestable y grato a la vista. Por tanto, opino que el edificio es bonito pero impropio de un parque natural. Cuando llego, veo una playa pequeña, sin ningún nudista, ni en la arena, ni en el agua. También veo un coche con matrícula BI, así que oteo el horizonte, me subo a la roca y, de los que veo, elijo a quien preguntar y lo hago a una pareja que está con una perra: “¿Zein da bilbotarrak?” (¿quiénes son los bilbaínos?). Y me responden que ellos. Son Goizargi y Jorge, que están de vacaciones con su perra Lola. A mi paso por Torre del Mar ya os hablé de ella cuando me encontré a Pilar Mora, camino de Algarrobo y hacía mención a la casi coincidencia del nombre y que ellas fueran amigas entre sí y compañeras de fatigas en tareas educativas en distintas ikastolas de Bizkaia. De todo esto ni hablamos; ¡qué iba yo a saber que Pilar y Goizargi se conocían!; habría sido demasiada casualidad que de la conversación hubiera salido el tema. Jorge está desnudo y yo también me desnudo y me doy un baño. No les importa que me quede un rato con ellos. Lola está asfixiada, bien protegida en la sombra que produce una roca; de vez en cuando sale y se vuelve a esconder. Les cuento cosas de mi viaje y se les ve a gusto escuchándome y me informan de lo que me queda por ver en mi continuación hacia el norte almeriense, hacia la provincia de Murcia. Son de Galdakao y mañana se van; se les acaban las vacaciones andaluzas. Se preparan para marchar, ya que tienen que hacer compras, liquidar el hotel y alguna cosa más y se ofrecen a traerme agua. Declino la oferta ya que, con la que llevo, creo tener suficiente, y voy con casi la certeza de que, una vez acabado el parque natural, los baretos volverán a aparecer por la carretera; como así ocurrirá. Nos damos el último baño y nos despedimos: “agur, beste egun arte” (adiós, hasta otro día). Cuando proyecté las diapositivas en el Amaia de Irun, les avisé y Jorge me mandó un e-mail diciendo que como estaba de fiesta, trataría de venir a verla. Como ya sabía el lugar, me despreocupé, ya que ese día estaría haciendo pruebas con el proyector y con el sonido, y pensando que ya nos saludaríamos en la sala. Se produjo un malentendido con la sala y estuvo esperando fuera hasta que vio que la sala grande no la abrían y, cuando bajó a la pequeña, que era donde se hacía la proyección, ya estaba llena y no pudieron entrar. Si, al menos, me hubieran avisado que estaban, a lo mejor hubiéramos hecho un apaño. ¡Lástima que no les pude ver, ni ofrecer que se quedaran en Irun aquella noche!
Últimos momentos en El Algarrobico
Me voy hacia las rocas y voy bien con las sandalias, que ya no me dan problemas, y bajo a la playa. Quiero tener seguridad de si la playa nudista de las Granatillas está antes o después del puerto de montaña. Hablo con una pareja, de la que sólo él está desnudo, pero no sabe darme una respuesta. Sigo adelante, y llego donde otra pareja, estos sí, los dos nudistas, que me darán algún detalle más para poder llegar a la playa de las Granatillas. Pero me dicen que es de piedras. ¡Me lo pensaré dos veces! Me doy el último baño antes de subir el puerto que tiene una apariencia de ser bastante duro. En muy poco espacio y con vueltas y revueltas, asciende mucha altura. Será una vista preciosa la que observaré cuando llegue arriba. Aunque la playa del Algarrobico, donde estoy, frente al hotel, es de arena, la entrada al agua es de piedrilla, poco grata para pisar y, en el fondo marino hay rocas que, gracias a la altura de la marea, permiten nadar en superficie. Salgo bien, empujado por la ola. Los nudistas me informan también que una carreterita pasa por delante del hotel y enlaza por arriba con la general de la costa, así que me despido de ellos y voy hacia allí evitándome retroceder. Según voy hacia allí, veo que al fondo hay más gente desnuda, así que antes de ascender el temido penoso puerto, me daré el último y refrescante baño de la tarde. Hay un matrimonio. Dos franceses se desplazan porque donde están ya se ha apoderado de la arena la sombra de la montaña. Y un gasteiztarra con silla plegable y otra vacía, probablemente de la mujer muy concentrada que hacía sudokus, sopa de letras, o similares. Cuando estoy saliendo de la playa, veo a un hombre que asciende hacia su coche por un camino poco convencional. Así que le imito y así salgo enseguida a la carretera que buscaba.
Un duro puerto de montaña para llegar a la cima.
Hay vida en el bar Sopalmo. Están en fiestas
Hay vida en el bar Sopalmo. Están en fiestas
En carretera con muy poco arcén, la ascensión se va haciendo lenta. Voy alternando los dos lados, pues no me quiero perder las vistas más interesantes de la costa que iré dejando y me irá llevando hacia interior. En los primeros tramos, se ven pequeñas playitas, sin gente, y posiblemente, accesibles desde la orilla; es decir, que se podría ir hacia ellas continuando hacia el norte por la playa de El Algarrobico pero, como no di el paseo hasta el final, no lo puedo asegurar. Pasa en sentido ascendente un coche rojo con matrícula NA y no reacciono a tiempo para gritar “¡Ooooosasuna!”. Tras dar muchas revueltas, llego a observar un camino, como si fuera una antigua torrentera, que se dirige hacia el lado de costa norte y pienso que pueda ir hacia la playa de las Granatillas. Cuando llego arriba, un indicador me lo confirma, pero me informan de que no sólo es de piedras, sino que está muy desprotegida del viento y se ha empezado a levantar bastante aire, así que con esos datos, decidiré no bajar. Además es como bajar hasta el mar los mismos kilómetros del puerto ascendido y, como la costa no tiene continuidad, mañana lo tendría que volver a subir. Creo que la decisión que he tomado es la correcta, aunque siempre me quedará la duda de si la playa de las Granatillas es tan mala como dicen. Un hombre en la cima hace fotografías de tan hermoso paisaje, mientras su mujer y su hijo se niegan a salir del coche. Se aprecia bien el paisaje hasta la playa de Los Muertos, donde el circo ya está en sombra. Entro en el bar Sopalmo y pido una caña (1,30 €), por el tubo cobra algo más. Le pido agua del grifito y me recomienda una fuente de agua muy rica que está muy cerca, al otro lado de la carretera, al inicio del descenso. Llegan conocidos del encargado de la barra y para coger los vasos helados del congelador, tiene que salir de la barra y molestar a los clientes. Le preguntan por su mujer y él les dice que está de vacaciones en Oviedo. Le pregunto, pero no conocen la playa de Guilpiyuri. Llega más gente, dos extranjeros y dos hombres y un chaval que hablan alemán. Entra una mujer invitándonos a salir para que veamos su pescado fresco, recién pescado. Lo trae metido en agua y con un aspecto menos presentable que en las pescaderías. El barrio está en fiestas, con banderitas en largos haces y colgadas en lo alto. Habrá alguna actuación gratuita el día nueve. Pero yo ya no estaré aquí. Una mujer dice a la pescatera que ya ha comprado pescado esta mañana; lo puedes congelar, le responderá y aunque le hayan dicho que era fresco, “estate segura que todo era congelado”, añade. No sé qué éxito tendrá en la venta, porque me voy. Me encuentro con una chica y me dice que donde no voy a encontrar ninguna protección del viento va a ser en las siguientes playas de Mojacar y que la mejor es la de las Granatillas que, aunque de piedras (se confirma), tiene una cueva que me pude proteger de los vientos; así que con esta nueva información ¿¡con quién me quedo!? Entre tanta información contradictoria y el show de la pescatera, me olvido de coger agua en la fuente.
Descenso hacia el Castillo de Macenas
Empiezo a descender y la sandalia me empieza ya a hacer rozadura bajo el tobillo interior derecho ¡Qué contratiempo! Y ya sin sandalias alternativas. Y cuando llevo bajando un rato, me acuerdo de que me he olvidado de coger el agua. La chica del puerto me ha dicho que en Macenas están haciendo un complejo hotelero con Spa, para gente Vip, con golf y otras instalaciones complementarias. En el camino me topo con El Molino. Una mujer guarda su perro tras una puerta. Le explico lo que me ha pasado con el agua y, a palo seco, no me apetece meter al coleto otra cerveza y se lo digo y ella me llena la botella con su agua y se lo agradezco ¡Ha sido un detallazo! Consumo en la competencia y ella es generosa sin nada a cambio. ¡Gracias! Continúo la carretera y llego a un pequeño poblado que se llama Agua… (de algo) y pregunto a un padre joven que pasea con su criatura. Los perros vecinos ladran tanto que no nos dejan hablar ni entendernos, pero me señala una capilla y me dice que arriba hay una fuente; como ya llevo agua, no subo. El padre ha dejado a su criatura en el suelo y los perros siguen ladrando. Una señora le llama la atención, le recrimina sobre algo y él se disculpa y se va. No sé las razones, ¿porque ladran los perros?, ¿porque ha dejado a su criatura en el suelo? Creo recordar que, a duras penas, este padre joven me ha logrado transmitir que una de las playas más bonitas del lugar y a la que no debo dejar de ir es la del Sombrerico, pero ya me la he pasado, pues debía de haber cogido un camino hacia la derecha; que cuando baje al Castillo de Macenas, aunque suponga retroceder hacia el otro lado de la playa de las Granatillas, merecerá la pena. Le hago caso. Veo una casa caprichosa: La Rosa de los Vientos y me voy acercando al campo de Golf que está en los terrenos donde se está construyendo el hotel con Spa. En la foto se ve el campo de golf y el hotel con Spa en construcción. Cuando volví a Mojacar en enero de 2011, con el Imserso, todo el proyecto se había parado, no sé si por razones de quiebra o por ser unas instalaciones demasiado cercanas a la costa. El sol lleva ya tiempo desaparecido al otro lado de las montañas. Llego al Castillo de Macenas y en la parte alta de la playa hay varias rulotes con gente vestida. Sólo un hombre que se acaba de bañar, no sé si desnudo o no, ahora se está poniendo un bañador seco. Es una playa con placa de rocas en la entrada al agua, en la orilla, y no me agrada, probablemente tenga una entrada franca, pero no me animo a investigar. Al fondo, hacia el sur, hay un chiringuito. Tres coches llegan de la carretera por camino de tierra y dejan un reguero polvoriento y considero que ese final de playa no es el adecuado para dormir. La carretera continúa y cuando voy a preguntar a dos mujeres, llegan tres ciclistas que van en aquella dirección. Me dicen que al final de la carretera me encontraré con la playa del Sombrerico y que antes pasaré por la torre del Pirulico. Tanto “ico” me sorprende y luego sabré que estamos cerca de Murcia, tierra que fue conquistada por los mañicos, dejando muestra así de su peculiar manera de hablar. Los ciclistas siguen y les cruzaré a su regreso. Yendo por el camino, un coche por detrás viene sacando mucho polvo y le hago gestos para que baje el pistón. Se para, y resulta ser el dueño del chiringuito que acabo de pasar, el de la playa de Macenas y me ofrece la posibilidad de dormir dentro antes de que eche el cierre. Le agradezco la oferta y le respondo que si no encuentro sitio adecuado para dormir, regresaré y me pondré a dormir en una de las partes que considere más protegidas de su chiringuito, en la parte que quede sin cerrar. Más sabiendo que tengo su autorización. Pero no habrá lugar a ello. Quiere que suba al coche y que vaya a tomar una cerveza que me invita en su chiringuito, pero le digo que me basta con la que he tomado y que tengo agua suficiente como para pasar la noche y arrancar el nuevo día. No sé si lo entiende mucho. Me desea buena suerte en lo que me queda de camino, le agradezco sus ofertas y me despido. Avanza un poco más con su coche y, en cuanto tiene oportunidad de virar, vuelve a pasar por delante de mí y me saluda. “¡Adiós, hasta la vista!”.
De Castillo de Macenas a la playa del Sombrerico. La torre del Pirulico
Sigo adelante y ya se ve la Torre del Pirulico. La veo, pero no tengo intención de subir; además ya hay una pareja arriba. La torre está en proceso claro de destrucción, pero la restauración que harán, dará al traste con la belleza de la torre. Una cosa es restaurarla para que no se siga cayendo y manteniéndola con autenticidad y otra muy distinta reconstruirla de tal forma que parece totalmente nueva y falsa. Para mí, ha sido un error garrafal el que se ha producido con la restauración de la Torre del Pirulico; ha perdido todo su encanto. ¿Quién será el responsable de semejante desaguisado? Más adelante alguien se ha hecho una casa caprichosa en la cima de una montaña. Tiene preciosas vistas al mar. Me recuerdan a la idea que tuvieron los monjes de Meteora, en Grecia, cuando construyeron en sus rocas redondeadas; aquellas son de más difícil acceso, con escaleras muy estrechas; a esta casa de aquí se puede acceder en coche y por carretera. Parece que es de un francés caprichoso. Es un lujo pero quizás ahora resulte anacrónico. Pasan algunos coches que me espolvorean; los ciclistas me confirman que voy bien. Llego a una playa sobre la que hay varias autocaravanas, sin nudistas, en playa abierta y con poco atractivo. Está oscureciendo y no saco fotos.
Playa del Sombrerico. Músicos
En la siguiente playa, que será la del Sombrerico, unos músicos recogen sus instrumentos y resto de pertenencias, porque tienen actuación esta noche, en algún lugar cercano. Volverán a dormir a la playa de madrugada. Me invitan a quedarme con ellos, pero les digo que me van a despertar a su regreso y no me conviene. Si no encuentro lugar adecuado ya sé que estoy invitado a volver. Me desean suerte y éxito y me voy. A los que veo, son dos chicos, una chica y un perro, pero no sé si hay alguna persona más. Entre árboles hay un chiringuito que parece sólido y bien montado y continúo hacia dos playitas enanas, la última más mínima aún y que será en la que decido dormir. El camino ancho se acabó donde los músicos y el último tramo ha sido de senda entrecortada pero de fácil caminar. Ya se me ha hecho ampolla en el pie y mañana tendré que ponerme tirita. Así lo preveo. Las dos últimas playas, aunque pequeñas, son muy bonitas con algunas rocas caprichosas que, al ser casi de noche, mañana fotografiaré con el amanecer. No hace nada de viento. Me baño y me seco al aire, comiendo pipas de calabaza en la orilla y con algún traguito de agua y soy generoso dándome aloe-vera, ya que quiero acabar el viejo y tirar el recipiente, aunque casi vacío apenas pesa. El nuevo, al ser traslúcido, me permitirá controlar mejor el contenido. Me doy dosis especial en la ampolla, con la esperanza de que se seque, pero no dejará de ser una ilusión que no se cumplirá y a la que tendré que intentar poner remedio en el hospital de Cartagena. También me doy en los brazos, ya que el sarpullido, que yo achaco a las sardinas, ¿fue en Adra?, aún no remite. En el hospital de Cartagena me pondrán una inyección anti-istamínica. Me meto en el saco sin cerrar la cremallera, ya que hace calor y, como no hay nadie, no importa que me vean desnudo; pero durante la noche me taparé y destaparé varias veces.
Ángeles luminosos descendentes
Entre las once y las doce, oigo pisadas, rodar de piedras y voces por encima de mi cabeza. Se trata de un grupo de jóvenes que bajan de la montaña al mar, se iluminan con el móvil y alguna linterna, van con chancletas que considero un calzado de lo más inapropiado para lo que están haciendo y corro el peligro que me caiga alguna piedra que ellos desprenden con sus pisadas. Les denomino Ángeles luminarios descendentes, con referencia a cómo han aparecido del cielo. Se piensan quedar por la zona y les ruego que se alejen un poco para que me dejen dormir; que lo necesito. Se van y ya no les veré ni oiré en toda la noche. No he visto hoy la Osa Mayor y la luna, en cuarto creciente, sólo antes de llegar.
Ángeles luminosos descendentes
Entre las once y las doce, oigo pisadas, rodar de piedras y voces por encima de mi cabeza. Se trata de un grupo de jóvenes que bajan de la montaña al mar, se iluminan con el móvil y alguna linterna, van con chancletas que considero un calzado de lo más inapropiado para lo que están haciendo y corro el peligro que me caiga alguna piedra que ellos desprenden con sus pisadas. Les denomino Ángeles luminarios descendentes, con referencia a cómo han aparecido del cielo. Se piensan quedar por la zona y les ruego que se alejen un poco para que me dejen dormir; que lo necesito. Se van y ya no les veré ni oiré en toda la noche. No he visto hoy la Osa Mayor y la luna, en cuarto creciente, sólo antes de llegar.
El día ha sido interesante. Bien aprovechado en Carboneras. El bonito encuentro con los de Galdakao. La información contradictoria sobre la playa de las Granatellas y la última sobre la playa del Sombrerico que creo ha sido un acierto, aunque haya supuesto retroceder hacia el sur. Ha sido de agradecer el agua de El Molino, la invitación del propietario a dormir en su chiringuito de la playa del Castillo de Macenas y la invitación a compartir espacio con ellos de los músicos itinerantes afincados en la playa del Sombrerico. Los chavales descendentes un inconveniente soslayado.
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