viernes, 13 de abril de 2012

Etapa 55 (171) Playa Cueva de los Lobos-Campillo de Adentro

Etapa 55 (171) 12 de agosto de 2008, martes.
Playa Cueva de los Lobos-Mazarrón-Isla Plana-La Azoía-Campillo de Adentro.

Comidita “pa” los peces
A pesar de que el lugar era idóneo para pasar buena noche, en el transcurso de ella, me vendrán arcadas que no me dejarán dormir más que a pequeñas ráfagas. Será una noche sandunguera. Pero algo he dormido, pues ni me he dado cuenta de que en el otro aprisco se han instalado vecinos que duermen en saco y tienen nevera. Les veo cuando me levanto, una sola vez en toda la noche, para orinar. Cuando me he dado el aloe-vera, se confirma que es granoso porque él mismo conlleva unas partículas que son las que producen el masaje al esparcir el gel por la superficie de los pies. El sarpullido de los brazos, que traigo desde el inicio de Almeria, no acaba de desaparecer. Me levanto a las siete, recojo y me voy hacia la orilla, a la vez que el vecino se levanta, se quita el calzón y se pone el bañador superlargo. Mientras yo me doy el baño, él sube hacia el aparcamiento de coches. Aunque comparte mi gusto por el baño matutino, me dice, él no se bañará. Cuando estoy secándome al aire, baja de nuevo, se vuelve a quitar el bañador, se pone de nuevo el calzón y se mete otra vez en el saco ¡Cuánto cambio para estar en una playa casi solitaria! Todo mi malestar nocturno se va a resolver en  breves momentos; primero con una cagada que deposito dentro de un hoyo que he hecho y que luego he tapado con la propia arena, estando ya en el agua, con cuatro, cinco o seis vomitonas que han ido directamente a la superficie del agua. “¡Comidita pa los peces!”, me digo. Creo que la cerveza y el moscatel me han sacado toda la comida que metí a mediodía en el bar Mercedes, y más. Tengo la espalda molida. Ya fuera del agua y seco, recojo mis mochilas y me voy. Cuando paso junto al aprisco, veo a mis vecinos que siguen, o se hacen, los dormidos y no les haré saludo de despedida. "¡Felices sueños!" 

Caminando hacia Bolnuevo
Salgo por el gran camino, donde acaba de llegar un hombre en bañador. Le digo que no estará solo, ya que hay una parejita durmiendo. Me pregunta a ver si han follado y yo, que no tengo ni idea, ni me preocupa lo que hayan podido hacer, le respondo que no creo, a juzgar por lo tarde que han llegado y que están durmiendo en saco individual ¿pero? “Ya les verás”, le digo y me responde que a él ese tema tampoco le preocupa y que no va a estar pendiente de ellos. “¡Tú mismo!”, le respondo. Cuando estoy más arriba, le veo que llega al agua, se quita el bañador y se echa al mar. Sigo por el camino ancho y vuelven a pasar coches, aunque en esta ocasión a poca velocidad; “¿será porque está la Guardia Civil?”, pienso, pero me desdigo, ya que la prohibición de acampar en las playas ni se molestan en hacerla cumplir. Cuando llego a Bolnuevo, me alegro de no haber elegido para dormir la cala recomendada por Javi e Irune, pues hay mucha gente, además de los que transitan en bici o corriendo. Pregunto por un sitio para desayunar y me remiten hacia abajo, hacia la playa de levante.

Desayuno y escribo en el bar Café del Mar
Pido zumo de naranja natural, con intención de que me asiente o me ayude a acabar de potar, y luego tostadas con mantequilla y mermelada de melocotón y café con leche (4,50 €). Estoy con poco apetito. Pongo el móvil a cargar y lo recojo a las 12:15 h. Escribo postales a amigos: Bebevientos, Félix y Jokin. Recibo mensaje de Jose Martin en el que me dice que mañana lleva a Geli al ginecólogo, así que no nos podremos ver hasta que llegue a San Pedro del Pinatar; así que el proyecto primero se ha ido al traste. Me dice que no me pierda Calbranque. Si llego a Cartagena en día de labor, Jose Martin me dice que está en el Hospital del Rosell de 9:00 a 13:00 horas. Otra duda queda así solventada con este mensaje. Si antes he potado en el mar, ahora repongo fuerzas en el Mar. La chica que me atiende muy bien en el Café del Mar se llama Paqui y, además de llenarme de agua la botella, me trae un vaso con un hielo y, luego, otro. Lleno de agua la botella en el retrete y cago de nuevo antes de salir. Creo que entre lo que he echado por arriba y por abajo, sólo me quedará dentro el desayuno.
Caminando hacia Mazarrón,
paso el puerto sin enterarme
Sin hacerlo por escrito, ¿cómo distinguirán los franceses Mazarrón y Mazagón? Creo que ellos lo pronunciarán igual o muy parecido, aunque geográficamente son inconfundibles, puesto que éste está en Murcia y a Mazagón lo dejé atrás hace más de un mes, en Huelva. Me pongo en marcha hacia el interior, pero acabo saliendo hacia el paseo marítimo. Cuando éste se termina, sigo por carretera próxima a la playa y, poco antes de empezar los edificios altos de Mazarrón puerto, bajo a playa con intención de darme un baño, puesto que he visto un hueco entre toldos que parece me lo va a permitir pero, al llegar, veo a una mujer que está en zona intermedia, la playa es de piedras y no me quiero arriesgar.

El paseo urbano, que está antes del puerto (que no veré) me permite disfrutar de la visión de sus playas y sus roquedales que tienen un cierto parecido, aunque sin la espectacularidad de Águilas. Donde ni me acordé de Paco Rabal, ni de su milana bonita. Paso por el Peñón del Cuervo, el Peñón del Águila, una isla y su playa, que está a tope.

Saco foto de lo que queda del lugar por donde entraba el agua del mar hacia las salinas y por donde la vaciaban, se supone. Tontamente, me iré metiendo hacia el interior, así que me pierdo el gran puerto de Mazarrón y me costará recuperar la dirección del mar. Cojo una carretera que me lleva hacia la autopista, pero un sudamericano me reorienta. Paso junto a un puesto de fruta hindú o pakistaní y compro dos briñones y cuatro plátanos que estaban en oferta (1,25 €). Como un briñón, que está exquisito y dos plátanos. Mi cuerpo no está nada saludable y prefiero no parar a comer.

Por fin salgo a la costa y me doy cuenta de que el puerto me lo he pasado. Al llegar al final de la playa, pregunto a dos chicos que cuidan piraguas y me dicen que podré continuar por la orilla del mar hasta el tercer pueblo, La Azohía, y que de allí tendré que coger carretera hasta Cartagena. La información que me dan hasta La Azohía es correcta, pero la segunda no, puesto que antes de llegar a La Azohía, me internaré hacia Campillo de Adentro, donde pasaré la noche y a Cartagena no llegaré hasta pasados dos días, previa dormida en El Portús.

Isla Plana. Si no se tiene exprimidor, calentar los limones en el microondas
Llegado a las primeras rocas, me doy un baño y, ya fresquito, continúo hacia Isla Plana, pueblecito que está en fiestas.

En el local de la Asociación de Vecinos pido dos tónicas y el jugo de dos limones. Como no tienen exprimidor, la señora que atiende el bar lo mete en el microondas que, según ella, es la mejor forma para sacarles el máximo de zumo, y me lo sirve caliente en una taza llena de pepitas. Yo mismo me distribuyo el zumo en las dos tónicas y pago (2 €). Está algo ácido, pero como hoy no me apetece nada sólido, me lo bebo con gusto. Dibujo lo que veo tras la puerta de entrada al local: la terraza con gente y la sombra que hacen los banderines festivos en dos tiritas que transitan del edificio principal a la terraza con palmeras (trazo su reflejo en el suelo). Estaré un buen rato hasta que termino el dibujo y observo el ir y venir de gente en hora de modorra, apropiada para siesta, tras el trasnoche de la fiesta.




Cuando salgo, quiero fotografiar la ermita que está al otro lado y la calita, pero los jóvenes que están por allí quieren salir en la foto y mato dos pájaros de un tiro. Todos contentos y en la foto aparecen el grupo, la ermita y la calita.


Paseo por el borde del mar y, tras una roca, me parece ver gente y alguien que se baña desnudo. Como con que haya uno desnudo me basta, bajo a bañarme, pero se vuelve a producir el caso tantas veces señalado; las cuatro mujeres que están allí, llevan bikinis tan mínimos que, en la distancia, parecen desnudas, pero que no lo están en la realidad.

De la Azohía a Campillo de Adentro y la cañada que me evita rodear los cabos Falcón y Tiñoso
Sigo por el paseo y me meto por un camino a la siguiente playa. Allí se baña en terreno de piedras un joven gitano, muy moreno, de unos 25 años, que busca algo más que baño y que lo acabará encontrando. Me baño y me hago un corte en la mano derecha con una de las piedras del fondo, que afloran. Voy adelante y, a lo tonto, a lo tonto, llego a La Azohía. No me he dado cuenta y me he pasado el hotel que me habían indicado y que era el lugar en que arrancaba la carretera hacia Cartagena. Un señor me da la solución al problema; me recomienda un buen camino que se inicia por la cañada que pasa por Campillo de Adentro.

La playa de La Azohía está atestada de gente y veo que no ofrece buenas posibilidades para dormir ni en un extremo, ni en el otro. Me acerco al puesto de Protección Civil, para ver si me pueden reventar la ampolla del dedo gordo del pie derecho y curarme la herida. No está la chica que me tendría que hacer la cura, pero la otra me dice que no están autorizados para usar bisturí. Esa misma chica me hace la cura con mucho mimo, pero es tan delicada, no apretando el vendaje, que no me durará ni hasta llegar la noche. Me recomienda que llegue a la cima donde dice que veré una instalación militar muy curiosa. Me dice también que en Campillo veré fotos de interés.

Campillo de Adentro en fiesta infantil
En media hora estoy en este pueblecito de casas dispersas. Un hombre que coge higos, me dice que están en fiestas y cree que en la capilla, que cumple también funciones de Asociación de Vecinos, me darán algo. Un coche baja por camino de tierra a gran velocidad y me planto en medio para que frene y no me embadurne de polvo. El conductor muestra gesto de desagrado por mi acción. Me acerco a las higueras; los pocos higos que quedan están muy secos, se ve que faltos de agua de lluvia, pero como cuatro y están riquísimos; me viene el sabor de los higos secos de saco que vendíamos en el Mareo, nuestro bar de Alsasua, otro sabor que me trae cierta nostalgia de la niñez.

Un grupo de hombres echa la partida delante de la Asociación de Vecino y alguno mira. A uno de los mirones le digo que voy a pasar la noche allí y le pregunto si sabe algún sitio bajo cubierta; todo su afán será darme argumentos para no ofrecerme ninguna alternativa y tomo la decisión de, cuando se vayan todos, dormir en el patio interior que forma el edificio y que da al otro lado de la carretera. Abandono el lugar para que, antes de que anochezca, ver cómo va el camino que va por la cañada. Por la carretera baja un ciclista que viene de las instalaciones militares recomendadas por la curandera, así que ya sé que por allí no debo subir. Llego hasta una casa roja con puertas y contraventanas azules (quizás lilas); allí un joven no me sabe dar indicaciones y el adulto que está dentro y sale, me dice que los caminos están malos y peligrosos. Retrocedo a la ermita y allí conozco a Oscar y María Ángeles que son más receptivos y también los que más me ayudan para el plan de mañana. Aunque son murcianos, él apegado, su niña se llama Leire. Leire es el nombre de una virgen de Navarra. Le pusieron ese nombre porque les gustó cuando visitaron el Monasterio y porque es muy musical. La niña está con su vestido de andaluza y están esperando a que vengan más niños con sus disfraces para comenzar la fiesta que han organizado para los peques. Oscar, a pesar de que rechazo un libro de un viaje espiritual que me ofrece, con argumentos de peso que entiende, me da su e-mail, que anoto en la libreta-diario. La fiesta se está celebrando de una forma bastante deslavazada, con poca preparación y para niños de muy distintas edades; los mayores se aburren y se muestran poco participativos. A los hombres parece que no les va la fiesta y continúan con sus partidas de dominó en dos mesas. Un hombre al que le he preguntado antes si la carretera enlaza con la general y me ha respondido afirmativamente, ahora trae la música. Las mujeres son las que se encargan del grupo de los niños y del reparto de premios; algunos niños muestran su descontento con el premio recibido. Terminada la parte de los niños, algunas mujeres inician su partida de parchís; partida que deberán alargar para que todas participen. De esa forma se amplían las participantes iniciales. La tarde declina. Los hombres ya han terminado sus partidas de dominó. He comprado agua (0,60 €) para la noche y arrancar mañana. Oscar me ofrece algo, pero lo que hay es cerveza y leche merengada, que agradezco y rechazo. Mi cuerpo está inapetente. Mientras empiezan a recoger y meter mesas y sillas dentro de la Asociación de Vecinos, lo que es lo mismo, dentro de la ermita, yo como el plátano y el briñón que me quedaban, pues será lo único que cenaré y dejo un plátano para desayunar mañana. María Ángeles me dice que continúe el camino que he iniciado, que ella, cuando hacía más deporte que ahora, hizo hace seis años. No sé si entonces María Ángeles ya estaba grávida pero al cabo de los meses les nacerá Erica. Compartimos el gusto por la crianza de los hijos y creen que deben hacer su contribución para mejorar la sociedad en la que vivimos. Termino de comer las pipas de calabaza que me quedaban y guardo en el Tuperware la piedra que cogí en la Alcazaba almeriense. Como ya se ha despejado el patio interior, preparo allí mi cama, mientras se despide toda la comitiva. Ya solo, me acuesto y duermo bien. Ni siquiera me tengo que levantar a orinar. Por la noche llega una moto que frena y para y una voz de mujer dice: “¿pero estaba operada o no?”

Quizás éste, el del atardecer, ha podido ser el encuentro más significativo del día y que ha tenido continuidad en el tiempo. Oscar, que es el que siempre me ha escrito, me parece  un hombre muy espiritual. En Isla Plana he aprendido algo más sobre limones y la recuperación del sabor de los higos de mi niñez también llena mi cuerpo y mi espíritu. En cuanto al camino, hoy no ha sido especialmente bonito.

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