jueves, 12 de abril de 2012

Etapa 53 (169) Calarreona-Cala del Siscal

Etapa 53 (169) 10 de agosto de 2008
Calarreona-Águilas-Calabardina-Cabo Cope-Cala del Siscal.

Unos baños en Calarreona,
antes de desayunar
Hoy es mi 38º aniversario de boda, día de San Lorenzo, noche de estrellas fugaces, ¿las veré? Me levanto antes de las siete de la mañana y, cuando estoy saliendo del albergue, la encargada acaba de abrir la puerta de acceso a la playa. Voy al centro de la playa de Calarreona, me desnudo y me doy este primer baño del día; hay demasiadas algas que no favorecen nada para poder nadar. Estar aquí desnudo es una forma simbólica de desquitarme de las noticias y prohibiciones de que me informaron los socorristas ayer tarde. Y también, por no haberme bañado en la playa de La Carolina, nudista oficial, pero atestada de textiles. Hoy domingo me supongo que todavía irán más. Recojo mi ropa y me voy desnudo hasta la siguiente cala, con la esperanza de que allí haya menos algas. Pero, al llegar, veo ya familia que tiene su toldo y, recogiendo, otra familia de sudamericanos que, luego, veré pescando y hablando por móvil. Hablar por teléfono es el sino de los que saltan el charco, añoran todo lo que han dejado allí, encuentran dificultades para el empleo o consiguen los que nadie quiere y mal pagados, pero engordan a Telefónica. Llego a una playita de rocas donde hay un hombre desnudo pero que no parece un nudista convencido, puesto que tiene el bañador recogido en la mano y se tapa con él sus partes pudendas; al inicio contesta con monosílabos pero aunque va cogiendo cierta fluidez la conversación, ni siquiera le pregunto el nombre y, como la playa no me gusta, me doy un corto baño, me seco al aire y me voy; creo que ni me despido del nudista contradictorio. Llego a La Carolina, me descalzo y bajo por las escaleras del puesto de socorristas. En el centro me quito el pantalón y me doy el segundo baño matutino. Ya sé que alguien está mirando, pero me da igual. Aunque no cubre mucho, voy y vuelvo dando unas brazadas y aquí, al menos, no hay algas; me secaré paseando por la orilla, mientras la cribadora, que me parece que no criba y se limita a alisar la arena, da sus pasadas por la playa. Llega una mujer a la que le ha picado una medusa y se acerca al puesto de Socorro. Tiene la marca del latigazo en la parte anterior del brazo izquierdo, pero como no tienen amoniaco, ni tan siquiera una crema para aliviar el dolor, le ofrecen la posibilidad de que le venga una ambulancia. Ella misma hace una evaluación, considera que el dolor no justifica semejante movilización de un servicio que está instituido para cosas más graves y decide avisar al marido que, como está pescando, ni se ha enterado de las peripecias acaecidas a su mujer. Finalmente le proponen la solución: “que vaya a una farmacia”, le dicen, “y que le den una crema para que le alivie el dolor”. La propia afectada, y sin decir nada al marido, se dirige a la farmacia. Los socorristas anotan el hecho ya que, si se reproduce, con un número determinado de casos similares, el protocolo les indica que deben poner bandera amarilla. Otro hombre que aparece por allí, también dice que le ha picado una medusa, pero yo no veo que le haya dejado marca alguna. Cuando se va, le pido al socorrista que me cure la ampolla. Primero me cortan el pellejo que ya estaba bastante suelto; tengo mi pie apoyado en su pierna y me pide que sujete la gasa, para pegar encima el parche pero, como no llego, pide ayuda a otro compañero. A pesar de la colaboración, el parche se le pega en la gasa y se forma un pequeño pliegue. Así quedará. Me da la sensación de que me lo ha pegado demasiado bajo y preveo que, con el movimiento de la sandalia al andar, se me irá despegando, que es lo que ocurrirá demasiado pronto. También me hace la cura de la pequeña heridita del dedo gordo, que me desinfecta con Betadine, al igual que ha hecho con la ampolla, pero ahora sin cubrirlo. Hasta la noche no descubriré que junto a la uña me ha salido un pequeño hematoma. Una vez curado, regreso al albergue.

Ya con mapa, me oriento mejor. Desayuno en el Albergue Juvenil
Cuando entro en el albergue, la encargada me da dos mapas y me los quedo para decidir cuál es el que más y mejor me ilustra el camino; también me deja para mirar unas rutas de GR, que ojeo pero apenas retengo; ya veré, llegado el momento, si me conviene coger alguno de esos caminos cuando vea las señales, pero me temo que muchos me lleven hacia el interior, que es precisamente lo que no quiero. Tras hacer un repaso, devuelvo a la encargada las rutas del GR. Desayuno con el vecino de habitación, quien me asegura que él no ha sido el que me ha llamado la atención, pegando en la pared con los nudillos, por roncar; ¿quién habrá sido?, ¿del otro piso?, ¿del otro lado? El otro adulto que desayuna, se va. Escribo el diario, cojo agua, pago lo que no pude pagar ayer y le enseño los dibujos a la encargada, mientras le dejo la ropa de cama usada. Con la rozadura en el pie derecho, he manchado de sangre la parte baja de la sábana bajera. Son las once de la mañana cuando salgo del albergue. 

De nuevo hacia Águilas
Salgo por camino conocido y llego hasta donde ayer hablé con Luis y Gladys. Hay una bonita vista de Águilas, mejor que la de ayer en el ocaso del día, y calculo que, como ya me he dado los dos baños de la mañana, y después me he duchado, y con los pies ya curados, preveo que me abstendré de baño durante las próximas horas.


Me topo con el primer erizo despanzurrado del camino (creo que es el último que veré este verano); está con las tripas fuera, pero la parte de las púas está en perfecto estado. Ya en la carretera veo un GGW (con esta última letra W es imposible construir una palabra en castellano). Águilas ofrece unas islas que le dan carácter y majestuosidad.



Voy entrando por la playa de Poniente que, aunque es amplia, no le veo nada de particular. Paso a la de Levante que, es más pequeña y estrecha y, con la marea alta, acaba reducida a la mínima expresión. Como la bahía es bonita, hago una fotografía de la parte que va hacia el norte y otra de la que va hacia el sur.

El paseo marítimo está muy bien y encuentro a muchas personas que están subidas en el murete que lo soporta. El paseo se topa con una gran roca y el tómbolo está cubierto de casas, algo similar a lo que ocurre con la Parte Vieja donostiarra.

Al meterme entre calles, me veo obligado a preguntar cómo salir al otro lado. Un señor que se sorprende con mi viaje, me orienta hacia el puerto. Salgo a otro paseo marítimo que va hacia el gran peñasco del fondo y pregunto por dónde salir hacia Calabardina. Dos mujeres me mandan hacia un puente y la carretera y no entienden que primero quiera visitar el peñón. Luego, un policía local, que hace una valoración positiva de mi viaje, me dice que si quiero admirar el paisaje costero, es mejor que vaya en dirección a Eroski y que me asome a un antiguo cargadero. Tengo duda de si lo que me proponían las mujeres era ir por un puente o por un túnel, pero ya no lo puedo constatar después de la orientación del municipal. Asciendo un poco la rampa que va hacia el peñón y saco una foto del farallón más próximo, así como de Águilas desde el lado norte-levante. Al fondo se contempla la Isla del Fraile.



Me voy acercando al cargadero y tanteo la posibilidad de ir por los raíles que guiaban a las vagonetas que llevaban el material para cargar en los barcos, pero observo que van en dirección ascendente y con pocas posibilidades de que sea viable lo que pretendo, así que desisto. Bajo después de haber pasado acantilado, con dificultad media-alta, entre casas y un camino que se desmorona. Bajo de las vías y paso túnel (¿será este el puente que me decían las mujeres?) y salgo al centro comercial Águilas-Arena, el edificio en que está ubicado Eroski.

Por carretera hacia Calabardina
Ya se va acercando la hora de comer y lo haré en el primer lugar en que encuentre una oferta razonable. Yendo por la carretera encuentro una especie de mezquita que parece haber quedado abandonada. No parece que sea una construcción antigua, pero ahora está destartalada y llena de grafittis.

Saco dos instantáneas para el recuerdo. Si uno no se acerca mucho, resulta hasta algo exótico en un paisaje no demasiado interesante pero, si te acercas, parece un basurero que pide sea derruido por la autoridad competente. ¿Será propiedad de Alá y no entra dentro de nuestra jurisdicción? Ya me voy acercando a una playa, donde a esta hora hay pocos bañistas. Como la hora de comer apremia, yo tampoco me baño. Al fondo de la playa ya veo Calabardina y la mole que se orienta al mar a dos vertientes se ve que es el Cabo Cope.

Comida enRestaurante Calabardina
Debía haber pedido gambas a la gabardina. El problema de ir sólo es que tengo algunos platos vedados: la consabida paella (sólo la puedo comer cuando está incluida en el menú del día y hoy es domingo) y, la novedad, sólo preparan ensalada para dos o más. Tampoco puedo comer en el comedor principal, ni en la terraza, a su misma altura; las mesas libres, me dicen, están reservadas. Así que me toca comer en el subsuelo, esto es, en la misma playa. Para que me salga mejor de precio, el camarero me propone un menú de tapas; es un joven muy atento que, además, me regalará una botella de agua de litro y medio. Al final opto por las siguientes tapas: calamares encebollados, que están más ricos que el aspecto que presentan; pulpo a la gallega, que nada tiene que ver con el pulpo a la gallega con cachelos de Galicia, ni del Mariño irunés, ni de la Maruxa donostiarra; ni el pulpo, ni la gallega; boquerones en vinagre que, aunque tienen aceitillo por encima, saben demasiado avinagrados; y una ración de mejillones al vapor, que me sirven entre templados y fríos. En definitiva, una comida para olvidar, que la salva la jarra de tinto de verano con limón. Todo me costará 16 € y si hubiera sido todo tan rico como los calamares encebollados, habría sido una comida barata, pero no ha sido así. No puedo quejarme después del regalo del agua.

Exprimo el limón de los mejillones en mi botella y la relleno con el agua regalada, que me la iré bebiendo mientras dibujo una playa en que la gente ha ido desapareciendo, dejando allí las sombrillas y toldos, en un paisaje semidesértico. Dos chavales hacen limpieza de las mesas de la zona playera del restaurante que me resulta bastante guarrada ya que, todos los desperdicios que quedan sobre las mesas, acaban cayendo sobre la arena. Lo comento y los chicos me dicen que, de vez en cuando, la criban. ¡Así será!, pero da la sensación de que lo hacen, aunque muy de cuando en cuando. Acabado el dibujo, hago uso del servicio, toilette o retrete, expresión esta última que me gusta más, y no me puedo despedir del atento camarero porque no lo encuentro; joven al que, cuando le he hecho una pregunta a cerca de las calas que en mi camino vienen a continuación, me ha remitido a su tío, pero le he dicho que no hace falta que le moleste para eso; se ve que el chaval no conoce bien la zona; habrá venido aquí para ayudar a su tío en el comedor y sacarse algunas pelillas para disfrutar del verano.

Hacia Cabo Cope
Salgo a la carretera y me voy acercando hacia el cabo Cope, pero ahora visto desde el lado norte, puesto que Calabardina nos lo ofrece hacia el fondo, hacia el mar. Estoy tentado de ascender hacia una casa desde la que intuyo se domina una playa, a juzgar por algunas cabezas que veo salir del agua en el mar; también se ve a algunos entrando en bañador; pero, cuando voy a comprobar si es de arena o piedra, aparecen Andoni de Bilbao y Sergio de Cantabria. Están en camping, creo recordar que en Calnegre y están buscando playa de despelote. Me dicen que entre Calnegre y Bolnuevo hay unas calas muy bonitas, con nudismo, pero ellos se vuelven hacia San José-Cabo de Gata que es donde están las playas que más les han gustado de toda la zona Almería-Murcia. No sé cual es su relación o si no son más que amigos. Sergio habla de Astillero y me acuerdo de los astilleros de Bilbao, pero luego me viene a la memoria el nombre de la trainera cántabra. 
Ambos tienen una conversación agradable y nos podríamos quedar charlando todo el tiempo del mundo. Andoni es vasco y, no sé si por la voz o por su apariencia física, me recuerda a mi amigo Pedro Zubillaga, el marido de Espe, con los que acabo de estar de vacaciones de Imserso en Lanzarote (enero 2013), compartiendo habitación con el hermano de Espe, Joaquín). También Sergio me resulta grato y constato que es una pareja con capacidad de convivir, prestarse una buena compañía durante unas vacaciones y pasárselo bien. Me llama la atención como contraste con mi “soledad” y, aunque mi ir solo es por voluntad y tiene muchas ventajas, en este caso, también me produce algo de envidia. Añado, envidia sana, que es el adjetivo que se suele añadir, puesto que la envidia es un pecado que nos enseñaron  había que erradicar. Lo que no tengo claro si estos dos hombres están viajando solos o han dejado a sus mujeres disfrutando solas en el camping de Calnegre. Dudas que no podré resolver porque será difícil que nos volvamos a encontrar. 

Paseo por acantilado suave
que se irá volviendo más abrupto
Me despido de Sergio y Andoni y arranco caminando sobre las rocas que van a muy poca altura sobre el mar y que son bastante lisas y fáciles de pisar. Me voy alejando del cabo Cope. El camino es precioso, pero en las rocas hay impregnadas grandes galletas de chapapote y, supongo, hasta aquí no llegarían las del Prestige. 
Me hace suponer que o ha habido otro desastre ecológico por aquí o los responsables de los navíos campan por sus fueros y no tienen interés alguno en preservar nuestro ecosistema. Son galletas que exteriormente parecen secas pero que, por si acaso, trato de no pisar. No sé si lo estaré consiguiendo. Las rocas planas van ascendiendo y me obligan a subir a camino en un acantilado que cada vez se va poniendo más abrupto. También empiezan a aparecer algunas calas con acceso difícil desde el camino y con poco margen de arena, las que la tienen, pues en la mayoría, el mar llega hasta las rocas.

En las que hay gente, no se ve ningún nudista; unas tienen mejor acceso y se ve algún coche que ha llegado a las proximidades y, con un corto paseo, acceden a la cala. El mayor problema es que, por la orientación, para las cinco o seis de la tarde, a ninguna les da ya el sol. En la última cala de piedras veo a un chico y dos chicas, los tres textiles, bañándose en mar abierto.

Hacia la Cala del Siscal. La noche se me echa encima sin llegar a Calnegre


Llega un momento en que el acantilado obliga al camino a ascender y alejarse de la costa, parece que es el GR que me enseñaron ayer en el albergue y no me queda más remedio que seguirlo. En zonas de interior, y más si no veo el mar, empiezo a caminar más inseguro. Ya el camino por la montaña me obliga a ir en penumbra. Veo que una pareja viene por el GR y acelero para toparme con ellos.

Me orientan sobre las calas que vienen; una de ellas con chiringuito, donde creen que podría cenar, aunque hoy no es lo más importante, y otras, entre las que mencionan Calnegre, pero a la que aún me faltan seis kilómetros para llegar. Les cuento cómo es mi viaje y él me dice: “¡qué locura!”. Me despido de ellos y mi mayor sorpresa es que no me hayan dicho que el GR, que va bastante bien, se estropea dentro de nada y, en ese caso los 6 km, que yo había calculado tardar algo más de una hora, con este sube y baja continuo, requerirán de más tiempo. En algún momento el ascenso a la montaña se vuelve casi vertical. 
Tras pasar esta parte de camino tan escarpado, vuelve a aparecer el buen camino, el buen GR, pero mi sorpresa es que también ahora es apto para circulación de vehículos, con el siguiente polvo adicional. Cuando llego al alto de la loma, veo a una pareja que ha dejado su coche debajo de la cuesta y quieren descubrir a pie una cala que todavía no conocen. Yo he pasado por una zona en la que, aunque no veía la cala, había aparcados dos o tres coches y también he visto la indicación de una cala con un acceso no apto para vehículos. No me he animado a ir, después de que el sol ya se había ocultado tras la montaña. Cuando estoy bajando la cuesta me invitan a que, si lo necesito, recurra a ellos al regreso. Les agradezco el ofrecimiento y cuando esté tumbado en el saco, les veré pasar en su coche en dirección Calnegre.


Veo la playita desde la cuesta y leo: Cala del Siscal. Está muy completa, con grupos familiares pero, a pesar de ello, decido que aquí pasaré la noche. Tanto las últimas calas como ésta, pertenecen al municipio de Lorca población que, en mi recorte, he hecho desaparecer del mapa, a pesar de tener extraños recuerdos asociados a ella, tras mi visita durante mi estancia en El Portús de hace un porrón de años, con Jules, el geólogo parisino.

Tarde-noche en la Cala del Siscal
La arena es un polvillo difícil de quitar. A pesar de mi condición de nudista y viéndola tan familiar, decido bañarme en calzoncillos; ¡qué rabia! Al inicio hay algas de tipo filamentoso y elijo zona más arenosa, donde se bañan jóvenes y niños. Al salir del agua pregunto a familias de Calnegre y me dicen que está cerca, a unos tres km. Yo quería llegar al albergue pero no ha sido posible; mañana veré que el albergue también pertenece al ayuntamiento de Lorca. Les digo que estará cerca para ellos, que no han andado mucho durante el día, pero para mí que vengo desde La Carolina, casi frontera con Almería, los kilómetros ya me pesan. Aunque todavía quedan muchas familias en la playa y, con los que he hablado, ya están preparando bocadillos, yo ya me voy instalando mi esterilla y saco en el lugar que he elegido para dormir, la zona más al norte. Sobre una planta, he puesto a secar mi camiseta y escurro el calzoncillo para que esté lo menos húmedo posible mañana y lo tiendo sobre otra menor y más próxima. Me he quitado el mojado con el pantalón delante y me he puesto el seco. Sólo con el calzoncillo he hecho los preparativos de cama, pero para hacer la almohada necesito calzoncillo y camiseta, así que la construyo como siempre: jersey, camiseta, calzoncillo y pantalón, rebozados por el pareo y todo dentro de la funda de la esterilla. Una vez sentado sobre el saco abierto y con la toalla en la cintura, me quito la arena de los pies como puedo: es gris y fina y muy difícil de quitar. Es cuando observo mi coágulo en el dedo gordo del pie derecho y que me ha debido de salir después de hacer la cura de Cruz Roja. Me doy el nuevo aloe-vera, que tiene grumos; ya me pareció el primer día que me lo di. Parece ser que son estos elementos sólidos los que producen el masaje. Mi duda es si los grumos o granitos sólidos son granos de arena mal quitados o propios del producto. Lo tendré que comprobar el próximo día después de una ducha en lugar civilizado. Ayer, tras la ducha en el albergue, casi llegué a la misma conclusión, pero podría haber llevado arena mal quitada en los pies. Una vez dado el masaje de aloe-vera, meto los pies en el saco y subo la cremallera hasta media altura y luego me quito la toalla de la cintura y con ella rebozo mi almohada y me acuesto, aunque todavía sin intención de dormir. Observo el firmamento. La luna va camino de balón de rugby y tengo a la Osa Mayor hacia Lorca. No me he atrevido a poner horizontal el suelo, ya que la zona es muy a propósito para realizar evacuaciones y me puedo encontrar alguna sorpresa bajo la arena. La inclinación es mínima, pero habría sido más sensato corregirla. Con todo, descanso bastante bien. Hoy no guardo dentro de la mochila ni las sandalias, ni el calzoncillo mojado, confío en que nadie me los lleve por la noche y en que la camiseta se vaya secando dentro de la almohada. Creo que, finalmente, todo el mundo se ha ido marchando de la playa. También han pasado dos o tres coches por la carretera, los que vienen de las otras calas y, el primero, el de los amigos invitadores. Un coche se ha movido hacia el sur y, tras varias maniobras, parece que se ha ido también; lo peor son los haces de luz que ha dirigido hacia la playa. Otro coche se queda un rato enfocándome, aunque no sé si a mí, involuntariamente, o a la playa. También se va, ¡al fin! Me creo solo en la playa y me dispongo a dormir sin sobresaltos. Sólo disparo con mi dedo índice de la mano derecha, a algún animalejo que pasa cercano a mi área de acción: hormiga o moscón. No observaré más movida de insectos en toda la noche y eso que tengo próximas algas tipo cinta, secas y acumuladas. Se puede decir que duermo bien.

El día ha sido pobre de encuentros y quizás los más interesantes los del camarero del restaurante Calabardina y su regalo de botellón de agua, la charla, junto a la mole del cabo Cope, con Andoni y Sergio, que no sé si estaban solos o acompañados de sus mujeres, y la invitación a que les pida ayuda si lo necesito de la pareja que buscaba cala tranquila, aquí ya, en cala del Siscal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario