Estepona-San Pedro de Alcántara-Puerto Banús.
Las sandalias nuevas que no me había quitado
desde que me las compré, ayer me hicieron una pequeña rozadura en la parte
interna del talón izquierdo. Antes de acostarme como pipas de calabaza y como
he olvidado entrar a un sitio a beber cerveza y coger agua para la noche, me he
quedado sin nada para beber.
Me levanto antes de las 7:30 h y, con cuidado de no mojar
saco y esterilla, orino sentado. Borro la huella, pero dejo sin desmontar las
piedras que han conformado mi cama. La entrada al agua no es muy buena, con
muchas piedras, aunque redondeadas, en el fondo, por lo que no me animo a darme
un baño; además, tampoco ha salido el sol. Una espesa franja de nubes sobre la
orilla del mar, se irá volviendo cúmulos a medida que avanza la mañana y las nubes se
irán abriendo hacia mediodía. Al despertarme, al fondo, hacia el este, he visto
pescadores pero, ahora, al pasar por allí sobre las ocho, ya no hay nadie.
La familia
“Tortilla”
Más adelante me encuentro con una familia de
Málaga. Han pasado toda la noche pescando, pero sólo han cogido peces chicos y
uno grande, que han tenido que trocear en dos partes y tirar la cola porque,
dicen, es muy espinosa. Veo los dos trozos en la bolsa, la cabeza en la arena y
la cola espinosa flotando sobre las olas de la orilla del mar. Por su
estructura, quiero pensar que es un congrio o una morena, o de la familia.
También en la pescadería donde suelo comprar, en el mercado de Uranzu de Irun,
tiene más precio la parte abierta que la que se aproxima a la cola que, por la
cantidad de espinas se vende, más barata, para hacer caldo o para desmenuzarla
en una sopa de pescado o en un arroz. Los tres malagueños son Francisco, el
padre, Alejandro, el hijo y Cristobal, un amigo madurito (de entre 30-40 años).
Cuando les digo que ayer noche terminé el agua, me quieren dar una botella
entera, pero les cojo una empezada, con la que relleno la mía y aún me quedará
para echar un trago; un largo trago matutino que me sabe a gloria.
Les cuento
lo que estoy haciendo y la historia del chusco que me dio el militar. Me dan un
gran pedazo de pan (que no podré terminar) y cuatro trozos de tortilla que ha
hecho la mujer de Francisco y que Cristobal se empeña en decir que está muy
salada. Sí que está algo salada pero, en contraste con el pan, que peca de
soso, me sabe a gloria; lo más exquisito es el melocotón, que también me
dan, ¡qué sabroso y jugoso! (0 €). El segundo melocotón me lo guardo.
Agradecido por todo, me despido de la familia que he denominado Familia Tortilla, por
lo rica que me ha sabido. ¿Nos veremos en Málaga? Paso un río que se ha perdido
sin llegar a desembocar en la playa. Foto. Estas salidas de río, dan una imagen de suciedad que no favorece el uso de la playa y es cúmulo donde proliferan los mosquitos.
Espacios exclusivos
de urbanizaciones y hoteles.
Se apoderan de una torre
Voy avanzando por la orilla del mar y, cuando
me canso de ir descalzo pisando arena, me calzo y voy por senderos con firme de
tierra. Casi todos los accesos que salen de la playa, tienen el letrero de
exclusividad; llego a una en que no hay nada que prohíba ir por allí, en
realidad es un acceso desde jardín y alfombrado de hierba recortada, hacia la
playa ¿Por qué en este caso no prohíbe el paso? Nadie lo prohíbe y, sin
embargo, a mi no se me ocurre traspasar la barrera imaginaria, de la arena (de
todos) a la hierba (de unos cuantos). Echo el hueso del melocotón a un cubo de
la basura y fotografío una torre que aparece entremetida en la urbanización;
pareciera que se han apoderado de ella pero no tengo certeza de que no haya
algún acceso, bien de la playa, bien del interior. El conjunto de la urbe es de
tonos ocres rojizos que contrastan muy bien con la torre y me gusta. Entro en
el cañaveral porque me da el apretón haré una deposición rojiza y brillante, a
tono con el entorno. Lo tapo, y sigo adelante.
Desayuno en Sonora
Tortilla, pan y melocotón han sustituido a la
cena. Ahora se trata de meter al cuerpo algo caliente y lo busco en Sonora.
Paso otro río en el que una niña enreda en la suciedad; es otro más de los que
se quedan sin desembocar, retenidos por la arena. Foto. Cuando echo a andar,
unos tractores, que estaban parados, arrancan por detrás y, al adelantarme me
tragaré el polvo que levantan al cribar la arena de la playa. Un chico tira piedras
al mar para incitar a su poingter a que se bañe. Me vienen recuerdos de una
perra poingter que tuvimos en Altsasu, que paraba muy bien la codorniz, tras la
siega del trigo, y atendía al nombre de Bat.
Un pescador vigila seis cañas y,
en una lancha neumática, van dos con dos cañitas, pero se les ha olvidado coger
el aparejo y, el que se había quedado en tierra, se mete al agua y se lo da.
Pregunto a un señor y me dirá que a San Pedro de Alcántara faltan 9 km. Aquí,
todo vuelve a ser exclusivo y llego a un chiringuito que, aún está sin abrir y,
donde me pongo a escribir (no hay ningún letrero prohibiéndolo). Se oye el
sonido de una tele que nadie ve y un sudamericano me dice que lo van a abrir en
15 min. Llega un italiano de Potenza y me dice que la máquina del café está
calentándose. No tengo prisa y una chica me trae café con leche, en lugar del
manchaíto solicitado (2 €).
En la mesa de al lado hablan un hombre y dos
mujeres; comentan los dichos del melón: “por la mañana, oro, a mediodía, plata
y por la noche, mata”. Me levanto para apreciar de cerca una salamandra de
madera exótica y que tiene incrustaciones de nácar. Me gusta y me dicen que la
han traído de Bali; al regreso de ver la salamandra, “entro” a Pilar con el
tema del melón y me entero de que Felipe, su marido, se ha tenido que meter en
la cama como consecuencia de haber comido melón y bebido agua fría. Pilar y
Felipe (el ausente hoy), llevan muchos años viviendo en la zona y han invitado
a su casa a María Ángeles y a Juan, y están pasando unos días juntos los
maridos, esposas, hermanos, cuñados y concuñados. Los maridos son Juan y
Felipe, las esposas son Mª Ángeles y Pilar, los hermanos son Pilar y Juan, los
cuñados son Felipe, Pilar y Juan y concuñados Mª Ángeles y Felipe. Un juego de
entretenimiento. Los cuatro son de San Sebastián, según me dicen. Hablamos del
melón, de mi viaje, de cómo se puede sacar dinero sin tener tarjeta, de los
cursos que ofrecen Kutxa y Hobetuz y les encantan mis dibujos. Nos despedimos y
se van en busca del enfermo.
Un aragonés de Zaragoza, que vive en La Rioja y
que es amigo del Sonora me ofrece un plano pero, cuando lo va a buscar, no lo
encuentra. Me dice que puedo pedir uno en un hotel y me anuncia que pronto
llegaré a playas más anchas, aunque grises. Esta es más gris porque se quemó el
chiringuito. Me quiere invitar a algo, pero sólo cogeré el agua al salir. El
dueño se llama José María y luego se acercarán los empleados para ver los
dibujos y luego se los enseñaré a una pareja de A Coruña, Irene y Juan, que van
hacia Tarifa y me piden información. Les hablo de mi dormida en Oleiros, de las
playas de Las Combouzas y Barrañán, y de las playas de El Ferrol, que ellos ya
conocen. En el baño, el lavabo y el espejo son de nácar, también lo era la tapa
del retrete, pero resultaba algo endeble y se rompió, me dice el jefe. José
María me quiere dar bocadillo y bebida; agradezco la intención, pero no se lo
acepto; sólo el agua que me dará y que se me mantendrá muy fresquita hasta
llegar a San Pedro de Alcántara. Me despido agradecido y me voy.
Hacia San Pedro de
Alcántara
Sigo caminando hacia cabo Bermejo, donde veo
otra aglomeración en tonos ocres Siena tostado pero, si bien en la anterior la
torre era redondeada, aquí vuelve a ser cuadrada. La playa sigue siendo de las
de piedrillas y aparecen nuevos regatos que mueren sin salir al mar; aunque no
estén sucios que, como no me acerco, no me atrevería a asegurar, muchos tienen
lo que aquí llamamos “moco de rana”. Un hombre devuelve mal la pelota a su
chica y ella le salpica agua con el pie. “Eso puede ser considerado maltrato”,
le digo mirándola fijamente y nos sonreímos. Pobres y sudorosos negros pasean
vestidos sus objetos para la venta, con esa intención, al menos y con pocos
resultados. Unos llevan gafas de sol, el último, camisolas y vestidos
veraniegos. Me encuentro tirado en la arena uno blanco, sencillo y con un
pequeño detalle bordado en el cuello y se lo doy a una chica que cree saber
cual de los subsaharianos lo ha perdido; ella va en dirección a ellos, hacia el
sudoeste.
Hablo con tres hombres sobre San Pedro y me recomiendan que, por 800 metros más, merece la pena que suba al pueblo. Les hago caso, pero me costará llegar al pueblo más de lo
previsto. Antes de meterme hacia interior, he parado a darme un chapuzón. Me
dicen que, cuando llegue a La Pesquera, debo salir al paseo marítimo y tirar
hacia el interior, hacia arriba; allí está el casco viejo del pueblo. Pero como
quiero salir de la playa, un chico me dice cómo salir a la carretera; ahora ya
no tengo la referencia de La Pesquera y, ahora, pregunto a un extranjero joven
que me dirá el lugar exacto y cómo cruzar la autovía por semáforo.
San Pedro de Alcántara.
Un libanés, una libanesa y un iraquí
Caminando por la acera he visto un árbol muy
curioso, sin hojas, y con llamativos frutos de color rojo; me viene la imagen
de una constelación de lágrimas redondas y rojas. Subo al casco antiguo; miro
en un restaurante, luego en otro y, finalmente me meto en el Lebanese Delights,
donde me ofertan entrecot+ensalada+patatas fritas+postre por 15 € y bebida
aparte. El filete y las patatas están buenos y con las patatas me voy comiendo
una salsa de nata marrón, cuyos ingredientes no acabo de pillar. Luego me
aliñaré la ensalada con vinagre de Módena. La chica que me atiende es Georgina
y le pregunto si es del Este; me dice que no, que es Rumana (pues eso, del
Este, pienso yo, pero no se lo digo). Me siento bien atendido; me saca la
segunda cerveza, a la que me invitará el jefe. El jefe libanés, es árabe y está
sentado en la mesa de otra mujer, ya madurita, que, también, es libanesa y que
está casada con un hombre más joven iraquí. El jefe se va y deja encargado al
chico de que me cobre los 15 € pactados y, así, serán las dos cervezas
invitación de la casa. Luego le enseñaré los dibujos a la libanesa y ella se
los enseñará a su marido iraquí. Vuelvo a sentarme en mi mesa para continuar
con mi diario y se pone a hablar con ellos el camarero de la tarde, a quien ya
he pagado.
Mientras escribo, veo que va gente hacia la iglesia, que estoy
viendo desde la terraza, en zona peatonal, y a la que dibujo en vertical.
Pienso que la gente se acerca a la iglesia por algún motivo festivo, ya que se
va acercando la Virgen del Carmen, pero parece que el motivo es por funeral de
cuerpo presente y entierro. Cuando termino diario y dibujo, me despido de la
señora libanesa, Maisoon, y de su marido, Fadel, que es cantante y vive de
ello; trabaja por las noches en salas de fiesta de la zona. Quieren vender su
casa de Madrid, porque están muy a gusto en Málaga. La despedida es como un
“hasta la vista”; ella me dice “¡El mundo es un pañuelo!”. Al subir hacia la
plaza hay una pancarta invitando a leer, con motivo de la celebración de la
Feria del Libro. Cuando llego a la plaza, la iglesia ya está cerrada; se acabó
el funeral, todos se fueron y se cerró la iglesia, así que me contentaré con
verla desde el exterior y sacar una foto de la fachada. Si quería haberla
visitado, debía haber aprovechado la hora del funeral pero, entonces, la estaba
dibujando. Cuando he terminado el dibujo, me he dado cuenta de que he errado el
sentido; ésta no guarda el mismo criterio de dibujos verticales anteriores.
Ya
en la plaza, veo que la estatua del santo está toda “cagaíta por las palomas”.
Unos hombres del pueblo tienen su conversación; me dicen que este San Pedro es
el mismo que el apóstol, sólo que éste perdió las llaves en el mar; no
encuentro razón para la broma y me marcho sin enterarme bien de cuál era la
gracia, si es que la tenía.
Retrocediendo
hacia la costa
No veo nada más de interés en el pueblo, así
que pregunto y me dicen que hay otra iglesia y en qué dirección. Cuando la
estoy buscando me encuentro con Luis que trabaja en Artes Plásticas y que
tienen creada una página web: www.elescapararte.com
y me invita a incorporar en él mi experiencia. Ahora que lo escribo en mi blog,
constato que casi han pasado cuatro años desde entonces y dudo que todo este
montón de anécdotas se pueda y se deba incorporar a dicha página; tampoco le
veo el sentido ¿sería para ilustrar una forma de viajar? ¿se podría considerar
un arte?, dudas que dejo sin resolver.
He pasado cerca de un árbol que me
recordaba al pinsapo, pero Luis me dice que es una araucaria. La fotografío, lo
mismo que a la segunda iglesia que a mí me recuerda a una cúpula del Vaticano
en pequeño. Me despido de Luis y por el paseo rodeante del pueblo, vuelvo a
salir al mismo por el que he subido y cuando llego al marítimo, compruebo que
el bar restaurante más significativo del lugar es el que me habría servido de
orientación si hubiera seguido por la orilla: La Pesquera. Veo que es
restaurante con cierto empaque ¿hubiera comido por el mismo precio? Leyendo la
carta, ¡casi seguro que no!
La otra iglesia de San Pedro de Alcántara, en el núcleo y
jardines en la zona de playa.
Paseo Marítimo
hacia Puerto Banús
Un escultor de playa ha realizado su obra,
una especie de cocodrilo larguísimo, y un grupo de chavales juegan a balón-volea en la playa.
Saco una foto más para el recuerdo y sigo adelante. Por el paseo marítimo
encuentro a dos chicas de Protección Civil que me dicen que podré continuar por
él hasta llegar a una casa de color ocre pero que, allí, me toparé con uno de
esos ríos que mueren en la arena de la playa y, como no hay puente, no me
quedará más remedio que pasar por la orilla del mar. Desde arriba veo cómo,
escondido entre matorrales, hay un chico que toma el sol desnudo; como está
demasiado al interior y lejos de la orilla del mar, no me animo a secundarle.
Ya estoy en la playa y voy combinando con paseos junto a urbanizaciones.
Encuentro a un chico sentado en el paseo con la pierna y, sobre todo el pie,
muy hinchados; se lesionó jugando al futbol y le han tenido que meter clavos;
lleva así ya tres meses, entre escayola y rehabilitación y todavía le queda.
¡Suerte!
Empieza Puerto Banús y el paseo es grato Saco foto de la playa y del
faro. Luego otra de una torre y una estatua, ¿de Neptuno? Una chica invitadora,
invita a entrar en el restaurante en que trabaja de camarera; me mira y me
sonríe. Vaticino: “¿rumana?”; no, “polaca, de Varsovia”. Lleva un mes en Puerto
Banús y, después del verano, volverá a su país porque está estudiando Filología
Inglesa y deberá incorporarse a clase el próximo curso. Me sorprendo,
¿filología inglesa y prácticas en España?, pero quizás no sea tan descabellado
¿cuánto turismo inglés hay en Puerto Banús? Le hablo de mis amigas de Varsovia,
Grazena, Ibona, Margotza, pero sería mucha casualidad que las conociera y más
sin poderle decir los apellidos. Le hablo de Grazena, que hizo su tesis
doctoral de Filología Hispana, sobre Federico García Lorca y que acabó
casándose con un hombre que le llevó a vivir a Venezuela (creo recordar) y ya
le perdí la pista. Nos deseamos suerte mutuamente.
Al pasar por un chiringuito,
los camareros, chica y chico, me ven comiendo el segundo melocotón (que no está
tan rico como el de la mañana), me ofrecen pan. El melocotón lo estoy comiendo
como postre de un vasito de patatas fritas que me han dado dos chavalillos
ingleses que están haciendo promoción de diversos tipos de salsas. Te dan el
vasito con algunas patatas y se trata de introducirlas en sus salsas. Les digo:
“¡qué buena la de garlic!”, creo que era algo parecida al ali-oli. La intención
de la degustación, era llevarme al restaurante que se había inventado este
sistema de promoción. No me parece mala idea.
Dormitorio para
esta noche
Desde lejos voy mirando un lugar que me
parece adecuado para dormir y echo el ojo a una zona boscosa con muro y playa,
y libre de urbanizaciones. Casualmente, a la entrada de la playa está el
Victor’s, que me había recomendado José María en el Sonora. Bajo a la playa que
está vacía, aunque tiene algún paseante. Elijo el lugar en una roca que sobresale,
aunque son rocas que soportan el paseo marítimo ascendente, quedan algo
alejadas de él; queda un espacio, entre rocas, donde colocaré la cabeza, de tal
forma que las propias rocas me evitan el haz de luz de las farolas que están en
el paseo. Así no me dará directamente a los ojos y, a la vez, la disposición de
las rocas evitará que me localicen desde el mismo. Parece que esta zona de
paseo es muy concurrida, ya que hay unas instalaciones deportivas al aire
libre, con aparatos para hacer ejercicios varios. Están patrocinadas por el
Ayuntamiento de Marbella y mañana probaré y fotografiaré. Forma parte de un
recorrido que llaman: Circuito Biosaludable. Cuando ya no queda nadie en la
playa, sólo pasean por ella unos pocos y dos o tres hacen gimnasia en los
aparatos, me empiezo a instalar. Son aproximadamente las diez y las nubes han
encapotado el cielo. Un chico me ha dicho que un amigo le ha dicho que mañana
se estropeará el tiempo. Espero que, por lo menos, aguante esta noche. Cuando
ya estoy instalado y pensando en mi baño matutino con entrada al agua sin
piedras, me acuesto tras darme aloe-vera en los pies y oigo las conversaciones
de los paseantes tardíos, que pasan relativamente cerca.
Lloviendo piedras
Creo que nadie me ve y sé que, la parte de los
pies del saco, que puede ser la más visible, puede camuflarse por sus dos
colores: marrón y amarillo; el marrón puede confundirse con las rocas, el
amarillo con la arena. La cabeza tampoco está visible, aunque yo puedo ver algo
de barandilla y los árboles que están al otro lado del paseo. Ya estoy
adormeciéndome, cuando noto que cae una piedrilla entre las rocas de sujeción
del paseo; no le doy importancia pues, pienso, que se ha podido caer alguna mal
colocada y empujada por el viento pero, cuando me cae la segunda, me levanto
diciendo “¿quién tira piedras?” y veo a dos chicos que venían por la playa y,
al verme, retroceden corriendo. Eran dos tiarrones que me han parecido
extranjeros que, a lo mejor, vieron moverse mis pies dentro del saco y pensaron
que podría ser una rata, y por eso, lo de tirarle piedras y que, al verme, y no
tener rudimentos de lenguaje para disculparse, han huido y, si hubieran tenido
intención de dañarme, habrían insistido. Si hubieran sido del país, se habrían
disculpado y como suele decir el católico refrán: “aquí paz y después gloria”.
Pero todo lo que puedo decir son conjeturas sin ninguna base de fiabilidad.
Hoy los regalos de la tortilla malagueña, que
habría sido más completa su hubiera asistido a la captura del congrio; una
experiencia para añadir a la del pez guitarra de la playa de Valdelagrana. Bien
atendido en el desayuno y en la comida. Encuentros con variadas personas de
diversas nacionalidades: hispanos, libaneses, iraquí, polaca, ingleses. En el
final de la noche, creo que no había mala intención, sólo inconsciencia.
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