jueves, 12 de abril de 2012

Etapa 43 (159) Playa Cerrillos-Aguadulce

Etapa 43 (159) 31 de julio de 2008
Playa Cerrillos-Roquetas de Mar-Aguadulce.

He dormido en Playa Cerrillos, en el inicio, antes de las primeras urbanizaciones.


El mar de Alborán. Día de San Ignacio.
Llevo tantos días en él, que ya siento necesidad de mencionar al mar de Alborán. Sus gratas aguas que todas las jornadas, o casi todas, me refrescan, me lo demandan. Más cerca de Melilla que de Adra, aunque en similar meridiano, se encuentra la isla del Alborán,  que pertenece a Almería, y que da nombre a todo este mar. Ahora, en la costa, tras doblar Punta Entinas, en La Mojonera, acabo de entrar en el golfo de Almería, del que no saldré hasta llegar al cabo de Gata y empezaré el abandono progresivo de las costas africanas. Pero, volvamos al día de hoy, fiesta patronal de San Ignacio en Gipuzkoa y Bizkaia; “Gure patroi haundia” (nuestro gran patrón, dice la canción). La luna es tan estrecha que parece  un estilizado plátano posicionado en forma de barca a la deriva y casi, con la luz de la mañana, ni se aprecia.


En marcha hacia el castillo de las Roquetas 
o de Santa Ana.
A las 6:55 h me doy un baño en este golfo de Almería, en este mar de Alborán, y me voy secando en paseos cortos por la orilla y con el equipaje, que también he bajado del lugar donde he dormido, a mi lado. Hago mi baile ritual y me cuestiono la razón por la que mi cuerpo me pide más este tipo de danza ancestral que los ejercicios que había previsto de tai-chi; se ve que mi espiritualidad comulga más con estar pisando tierra que con el esoterismo oriental. A las 7:15 h estoy paseando por el paseo marítimo que, ayer tarde, ya conocí en un tramo de poco más de un kilómetro. 
 
Saco dos fotos del sol intentando salir de las nubes y de la bruma marina, aprovechando que paso frente a un arriate (si es que se puede llamar así) de conjunto palmeral, de los que la playa está salpicada, con  cadencia y a distancias similares. El sol es el mismo, pero las palmeras cambian; el sol ha seguido avanzando en su ascenso y yo avanzo llaneando, sin despegarme del suelo, aunque mi espíritu parece que levita.

Ya en zona urbana, unas personas saludan al pasar y otras no; la hora temprana invita al saludo a desconocidos. Nadie va en la misma dirección que yo y, menos, a mi ritmo y, además, no tengo ganas de contar; ¡qué raro en mí! Así, caminando por el paseo marítimo, llego al Castillo de Santa Ana o de las Roquetas. Pregunto por el ayuntamiento y me dicen que me meta hacia el interior. El castillo lo dibujaré tras la festividad de los Reyes Magos en enero próximo, en mi viaje de invierno, gracias al Imserso. Utilizaré el dibujo para hacer tarjeta de felicitación navideña.

Buscando desayuno, sello e Internet gratuito.
Me han dicho: “segunda rotonda a la izquierda”, pero llego antes de que abran sus puertas; el ayuntamiento empieza a funcionar  a las nueve. Voy a la biblioteca, y allí no quieren echarme el sello; podía habérmelo echado yo mismo cuando he entrado, pero no lo he hecho; si no me lo han puesto, por algo será. Tampoco hay Internet: “hace un año que lo vienen prometiendo”, me dice la persona que me atiende y añade: “vete a la Casa de Cultura y pregunta”. Una larga cola de  subsaharianos esperan en la calle a que abran el servicio de inmigración. Luego voy a desayunar al Reca y, ya demasiado tarde, compruebo que es para fumadores; si puedo elegir, prefiero locales libres de malos humos. Desayuno con tostada mantequilla y mermelada (2,50 €). He orinado al llegar y ahora voy a ver si cago en placa turca; lo hago y, al echar la bomba, sale un chorrito de agua limpia hacia fuera que me moja la sandalia derecha. Al salir, con cierta ironía, le digo que pongan un letrero avisando que el chorrito va incluido en el precio; no parece que le hace mucha gracia lo que le digo. En realidad, lo que deben hacer es arreglarlo para que no ocurra. 

Tras el desayuno, regreso al ayuntamiento y pido sello para mi credencial; cuando me lo echan, sin ningún problema, pregunto por servicio gratuito de Internet. “No hay”, es la respuesta. Me callo la sugerencia de la bibliotecaria y me dirijo a la Casa de Cultura. Me remiten al segundo piso, donde están dando un curso de Excel, para un grupo que estudia contabilidad; también hacen un ejercicio de estadística. Jose, el impartidor del curso, y también vigilante del local, se enrolla bien con los chavales y, a la vez, atiende bien a los usuarios ajenos al mismo, como es mi caso. Entro en Google y leo el mensaje de Vera y veo foto de mi nieto Gari. ¡Me emociono! Está precioso y ya va regulando su estreñimiento, ya hace caca sin ayuda; le han empezado a dar zumo de naranja. Me habla también de Maite Ríos, amiga con la que compartió piso en Bilbao, y que trabaja en el ayuntamiento de Irun, de lo maja que es y que dice que Vera y yo nos parecemos. Contesto otros correos y mando uno al profesor Pinto de la Universidad de Lisboa en el que le cuento algo sobre las tres plantas maléficas de los tres recorridos andando: la argoma, en el norte; cistos ladanifer (que pronto sabré que es la jara), en Portugal; y la aulaga (o aliaga) en la costa gaditana del estrecho de Gibraltar. También le menciono la planta buena, responsable de que nos conociéramos: el plantago almogravensis, cuya foto me envió e incluí en mi blog de Portugal, etapa 18 (78). Contesto alguno más y escribo otro a mi amiga Luisa Casals. Cuando termino, doy las gracias a Jose y le cuento cómo es mi paseo por el sur y mi paseo en bolas por las tres últimas playas. También Isidoro y Norbe me han mandado información sobre Almería y, tras leerla, la borro, y también la foto de Gari, para que no me ocupe demasiado espacio en mi correo, ya que tengo muy poco y el sistema rebota los correos que no caben. Lo tenía excedido en un 68 % y con un primer aviso. Con el tiempo, Kzgunea (zona de conexión  –Konekta zaitez), ampliará la capacidad.

Puerto.


Por Aguadulce. Haciendo planes para mañana.
Al salir de la Casa de Cultura, llamo por teléfono al trabajo de Isidoro, en Fremap, pero está hablando por teléfono y no me puede atender (0,20 € de la llamada). Al que me ha cogido el teléfono le doy mi número de móvil y, cuando me dirijo hacia el mar, por un paseo muy fresquito, me devuelve la llamada Isidoro. 
 
Le pregunto qué me van a ofrecer y, como mañana comen invitados en casa de un tío, porque él sale de trabajar a las tres y llegaría muy tarde a comer a casa, me dice que, cuando llegue al paseo marítimo de Almería capital, le llame por teléfono y me pone como referencia para llamar las cuatro de la tarde. Norbe ya está de vacaciones y él las cogerá la semana que viene. Le digo que el viaje me va muy bien y él me adelanta: “y espera al Cabo de Gata, que te gustará más”. Nos despedimos hasta mañana y el paseo fresquito desemboca en el marítimo. He visto el puerto y, ahora, ya se ve Aguadulce, que es un barrio de Roquetas de Mar que creció en recodo más protegido. Se acaban las construcciones y el paseo marítimo y llego a una especie de ancha riera, o rambla transitable por caminos de tierra y piedra y que apenas tiene un pequeño resquicio de agua, cuando la tiene. 
 
Un dibujo con historia. Comida en argentino. Dormiré en tienda de campaña.
Cuando faltan uno o dos kilómetros para llegar a mi destino de hoy, estoy caminando por la orilla, con tramos muy cómodos para andar y veo que hay un ancho espacio entre dos grupos de bañistas, así que decido pararme y darme un baño; coloco las mochilas al lado de los que están más próximos, los del sur y, después del segundo baño me pongo a dibujar. Los que están más hacia Aguadulce están muy alejados y no me importa que me vean. Dibujo una visión parcial de Aguadulce, con un bosque que me tapa el puerto y la roca horadada de la montaña que, para el que no lo sabe, aparenta ser una cantera de extracción de piedra o grava, pero que fue el lugar en que pretendían construir una urbanización que, por protesta popular, fue parada antes de ser iniciada. Lo que más me cuesta plasmar y diferenciar del bosque, son los dos primeros elementos arbóreos, un eucalipto y una palmera. Se me ha acabado el rotulador de 0,1 y recurro al viejo de 0,2 y me hace malas pasadas y, aunque he cuidado bastante el dibujo, no acabo muy satisfecho de él. Hace un airecillo muy agradable para mí, pero que espanta a los playeros del lugar. 

Luego, tras el bosque que he dibujado, encontraré el albergue para esta noche, que es una especie de campamento juvenil. Me doy dos o tres baños más y, tras el último, me seco al aire libre. El panorama se ha ido despejando de gente, probablemente debido al aire que a mí me resulta tan grato, dándome la sensación de manosear todo mi cuerpo; una sensación casi voluptuosa al pasar entre las piernas y el bajo vientre ¡Y que quieran obligarnos a vestirnos los recalcitrantes contrarios al nudismo! Terminado el dibujo, bien bañado y ya vestido, sigo por la orilla hasta que llego al bosque y empiezo a preguntar por Campillo del Moro, que no conoce nadie. Menos mal que el albergue ya lo conoce más gente y con la última respuesta, llegaré a recepción. Me dicen que todo lo construido está completo y que sólo hay tienda de campaña a compartir. Acepto y pago los 14 € que incluyen cena y desayuno. También me ofrecen el uso de la piscina pero, casi seguro, no la usaré; como no traigo bañador, lo tendría que hacer en gayumbos. Me podría venir bien para ejercitar dibujos de figura humana, como hice en el albergue de Ovar portugués. Voy a comer y elijo la Cafetería Del Rey, donde como tortillas de camarones, que no tienen nada que ver con las de Sanlúcar de Barrameda, hechas con una ligera tempura; éstas se parecen más a las pataniscas portuguesas, con más masa. Lo completo con un plato combinado, que consiste en tres lonchas de lomo, un huevo, patatas fritas y, al final, me condimentaré la pequeña ensalada. Me entero que ha subido mucho la inflación y el índice de vida consiguiente obligará a revisar nuestras pensiones ¡qué bien! Lo comento con un chico que, como yo, también vive solo. Una chica, con certezas y con acierto, opina que la crisis habría sobrevenido igual con el PP en el gobierno. A mi lado come una familia y, el hijo, me pide una hoja de la libreta en la que estoy escribiendo y no estoy dispuesto a dársela. Le doy mis razones, pero no sé si son suficientes para que él las entienda. Luciano es el argentino que regenta el bar, es muy atento, pero me da la sensación de que la cocina no prepara los platos al ritmo que sería necesario para un buen servicio a sus clientes. Me quita las vinagreras cuando las voy a necesitar para mi ensalada, se ve que están algo justos de utensilios; y me da un cubierto que era para otro. Al cobrarme, se ajusta a los precios, pues me cobra el plato combinado 8 € y las tortillas 5 (era media ración) y la jarra de tinto de verano la considera incluida en el precio del plato combinado. Aquí ya no preguntan si el tinto de verano lo quieres de blanca o limonada y yo creo que éste iba con gaseosa. Le digo que en albergue juvenil me han recomendado un argentino, “¿eres tú?”, le pregunto y su respuesta es: “probablemente”. Regreso al albergue por Troyanos que antes, a la ida, me había pasado. Los nombres de las calles de esta zona son: Griegos, Germanos, Tartessos…Troyanos. En recepción ya no está el chico de la mañana, pero una chica está al corriente de mi documentación; está terminando con un grupo de cuatro catalanes y me atiende después. 

Firmo la hoja policial y me da la factura, que será la primera que me dan de este viaje, y me confirma que el menú de la cena y el desayuno están incluidos en los 14 €. ¡Muy bien!, me digo, y me acompaña a la tienda de campaña, casi asegurándome que no tendré acompañante. Así ocurrirá. Lavo la ropa y me ducho. Cuando me estoy secando con la toalla, entran dos jóvenes jugando que se sorprenden al verme desnudo y se van. Tiendo la ropa. Me pongo a escribir en una mesa y a mi lado está un matrimonio de Tours con una niña subsahariana adoptada. Les cuento mi viaje y me voy hacia el puerto deportivo, que no veré más que de lejos. Paso por una fachada acristalada que me da un reflejo que me resulta grato; el agua resbala por el cristal.

Segundo dibujo del día con gin-tonic de Beefeater. 
Obstáculos y Pedro.
Me siento en una terraza estratégica para el dibujo que pretendo hacer, aunque al ser una heladería, El Pingüino, debiera haber pedido un helado o una de esas copas tan atractivas que sirven en las mesas de al lado. Le pido un ginfish pero no saben cómo prepararlo y entonces voy a lo fácil, mi gin-tonic favorito, aunque será con dos tónicas. Me costará 6,30 €, el más caro del viaje. Empiezo el dibujo, pero quedará un rato interrumpido porque aparcan una furgoneta de reparto, con el anuncio de Lays, que me quita la visión de lo que dibujaba. Se lo digo al chofer y me dirá que no tardará más de 10 minutos. Han sido 10’ larguísimos y cuando lo retomo, aparece un todoterreno y lo aparca en el mismo sitio. Le digo al conductor si lo puede arrimar a la furgoneta de una chica M (M de Madrid), con perro; lo hace, y me deja toda la vista despejada. 

Cuando vuelvo al dibujo, aparece Pedro, que muestra mucho interés por mi dibujo. Pedro vivió muchos años en Londres y solía ir a la National Galery para hacer copias de cuadros de pintores famosos; se le da muy bien el retrato y solía hacer cuadros de encargo. Nada que ver con lo que yo hago y que considera que exige mucha paciencia. Le encantaría quedarse charlando conmigo de mi viaje y dibujos, pero va de visita a un amigo que está ingresado en la residencia, cuyas cupulillas he dibujado, pues está en dirección al puerto deportivo. El amigo padece de esclerosis múltiple y que, ante el mal funcionamiento de la sanidad pública en el Reino Unido, se decidieron a traerlo aquí. Le cobran 3000 € al mes, pero cada vez van reduciendo más el servicio y ya sólo tienen la mitad de empleados que tenían y, algunos, tienen titulación insuficiente o son inmigrantes no especializados. El enfermo está sólo y Pedro es el único amigo que va a visitarle. Yo le cuento que, en la residencia para ancianos de Alsasua, mi madre (mi hermana en realidad) pagó fuerte al inicio, pero luego le cobraban en función de sus ingresos, que eran muy escasos, y estaba muy bien atendida y con mucho cariño. Me dice Pedro que aquí también los profesionales son muy cariñosos. Pedro se va. El todoterreno es 4796 BCT (boceto). Cuando la chica me trae la cuenta, me quejo por lo elevada que me parece, pero me dice: “la jefa”. Es rusa y le gusta mi dibujo. “Spasiva”, le digo,  recordando mis días por Kiev, Moscú y San Petersburgo, y me voy.

Regreso hacia la tienda de los siux.
La vuelta al campamento indio la hago por el interior. Me destacan unas raíces de árboles que no puedo asegurar fueran de ficus, unas flores, unas escaleras que vuelven a paseo marítimo; a unos que las suben les comento “¿algo más costoso subir, no?” y asienten. Ahora ya estoy haciendo casi el mismo camino y miro la ropa casi seca que he lavado antes de marchar; la destiendo y me voy a cenar con los franceses. Ensaladilla, sobre todo de patata (el tomate, la lechuga y el bonito, ni se ven) y, entre él y yo, nos comemos la que no quiere la niña. 

El matrimonio se dedica a educar a niños con dificultades, pero la niña adoptada nada tiene que ver con el colectivo para el que trabajan. Me preguntan sobre mi profesión y le hablo de las dos que he ejercido en mi vida laboral; la última con alguna similitud a su experiencia. Cuando los franceses se van, me quedo hablando con los catalanes, que mañana van a Almería, como yo, y se ofrecen a llevarme; pero yo agradezco y les explico por qué no quiero ir en coche. “Basta con que me saludéis al adelantarme”, les digo. Les cuento la aventura Tarifa-Pelayo y me voy, pues ya estoy algo cansado. Paso al servicio para orinar y me dirijo a la tienda de campaña. Será una de mis peores noches, después de una tan magnífica en playa Cerrillos, y pagando encima (aunque haya sido poco). Los mosquitos ¡qué fijación! Me están acribillando los pies a picotazos. No quiero cerrar la tienda ya que si los mosquitos están dentro, no conseguiré librarme de ellos y además me asfixiaré. Las dos alas de la puerta las sujeto bien, como si fueran cortinas recogidas para que quede bien abierto el vano y que entren y salgan los mosquitos cuando quieran. A los franceses ni les veo. 

Dos chicas van y vienen a la tienda de enfrente. Lo mismo tres chicos a la de al lado. Han traído sillas pero al ver la mesa próxima, opinan que no eran necesarias. Se ponen guapos, de vaqueros, y no regresarán hasta las 6:15 h. Se pasarán la noche de juerga. Aunque ha sido una de mis peores noches, he podido dormir un rato, sobre todo al final. Cuando he oído llegar a mis tres vecinos, me he levantado a cagar y me he vuelto a acostar hasta las 7:15 h; así que éste ha sido otro rato más que he dormido. Me levanto, afeito, ducho y seco con la toalla; después organizo las mochilas. He salido con idea de dibujar, pero escribo hasta las 8:30 h. No voy a seguir, pues ya estamos en otro día, el primero de agosto.

El día resultó poco brillante en cuanto a encuentros, o los que tuve no los supe aprovechar. Quizás, haciendo dibujos, me quito posibilidades y hoy he hecho dos, algo poco habitual. Todo no puede ser.
El rato con Pedro, el visitador de su amigo enfermo, el más gratificante.

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