Guainos Bajos-Adra-Balanegra-Guardias Viejas.
Me esperan unos días caminando por tierras de Almería. A ver si se cumplen las espectativas que me han creado las informaciones recibidas del lugar.
La mujer vendada y la recolectora de higos chumbos.
Durante la noche ha habido
relente. De madrugada, ha aparecido la luna, ya en un menguante muy reducido.
Me doy el baño de las siete pero, como la marea está baja, aparecen las piedras
gordas dejándome poco margen para nadar;
al menos me refrescan y me puedo secar al aire. En el horizonte marino
se ve una franja que puede ser de nubes o de bruma pero, por tierra, el día ha
amanecido despejado. La parte superior de la colchoneta está húmeda. Recojo
todo, y poco después de las 7:15 h ya estoy en marcha por el camino previsto.
Me mojo los pies en el agua que corre y me calzo con pies limpios de arena y,
enseguida, salgo a la carretera que va un poco por encima de donde he dormido.
Arriba hay un coche y una furgoneta; un hombrón increpa a un joven magrebí;
parece que fuera su jefe; observo como impotencia por parte del joven (Me puedo
hacer la película que me dé la gana).
Me asomo al acantilado, pero no logro ver
el lugar donde he tenido mi cama, aunque si veo la roca que dibujé ayer, aunque
hoy está fuera del mar, la que veía desde la cama, y saco foto. Camino por el
arcén derecho hasta que llego a El Lance de la Virgen, donde entro a paseo
marítimo.
En unas escaleras próximas, una chica se venda las rodillas. Me
acerco y le pregunto por el significado del nombre del pueblo, pero no me puede
responder, ya que la vendada es extranjera. Aunque tiene las rodillas mal, me
explica: prefiere sufrir un poco protegiéndolas, para recibir el gusto de
correr, la satisfacción que le produce el correr, aunque le perjudique un poco.
Interpreto que le gusta tanto correr que, prescinde del daño a sus rodillas,
como si no formaran parte de su cuerpo.
Enseguida llego a la desviación
Adra-Oeste y tiro por allí. Sin bajar a la playa, paso al arcén izquierdo,
donde una mujer coge higos chumbos, protegiéndose la mano con una bolsa de
plástico. Esta bolsa hace poco estética la foto y la saco sin darle tiempo a
posar, que es lo que ella quería. Cuando ella se coloca en la pose apetecida,
no habrá foto.
Adra, primer pueblo importante de Almería costa oeste.
Camisetas y
Correos.
Entrando al pueblo, fotografío
el faro, con el sol a sus pies, y me encuentro con Francisco, de 81 años, que
me acompañará charlando hasta Correos. Como todavía no es la hora de apertura y
tengo que esperar a que abran tienda para comprar el regalo a los nietos,
desayuno en Pastelería Gonzalves, ya que ofrece croissant pero, como había que
esperar quince minutos, pido tostada, para variar. Pago 2,90 €. Cuando acabo de
escribir el diario son las 10:10 h. La del bar me orienta hacia una tienda de
ropa de bebés. Cuando llego, la tendera, que barre fuera, me dice que no tiene
para seis años y me indica la tienda Mömö, que está en la misma calle, pero
en el otro lado. Son las 10:20 h y continúa cerrada. Toco el timbre y nadie responde.
Las persianas verticales están cerradas. Voy más arriba y tampoco obtengo
respuesta. Así que voy al Ayuntamiento y pido sello para mi credencial. La
recepcionista consulta previamente y me lo echa.
Cuando regreso a Mömö, ya está la persiana quitada y, cuando empujo la puerta, la tendera la está abriendo a la vez. Le digo que es la segunda vez que vengo a la tienda y se excusa diciendo que está sola y tiene que atender otras cosas a la vez. No seré yo quien me atreva a fiscalizar lo que hace y deja de hacer. Me enseña lo poco que tiene, y elijo tres camisetas, ¡a ver si acierto! Pago los 21,50 € que cuestan y voy a recoger mi mochila a la pastelería donde he desayunado. Agradezco el que me la hayan cuidado y cojo agua. En Correos, hay cinco personas en la cola. Pido a una chica del mostrador una caja, para ir llenándola, pero me dice que sólo me la puede vender una máquina que atiende otro empleado; le insisto, me la da y luego ya me la cobrará. Me aparto para hacer el llenado, pero el montaje de la caja, o es para expertos o, al menos, para alguien más habilidoso que yo; así que pido ayuda para el montaje correcto. Con la caja ya en su perfecto montaje, voy llenándola con rollos de diapositivas, las tres camisetas, las dos libretas-diario, el cuaderno de dibujo terminado y alguna minucia más. Ahora me queda que ni hecha a la medida ¡qué bien he calculado el tamaño exacto! De no haberme cabido hubiera tenido que comprar otra de tamaño excesivo. La caja está muy bien estudiada y, con el precinto, es imposible que se salga ninguno de los objetos; queda hermética y nada se mueve dentro. Cuando he terminado mi trabajo, me pongo a la cola, pero un chico dice que yo estaba ya cuando él ha entrado, así que me respeta el turno y me invita a ponerme delante. Mucho mejor, aunque, no siendo verdad, tengo la sensación de haberme colado. El empleado que ahora me atiende, me da dos opciones de envío, una más cara, que no retengo, y otra a la que denomina “correo azul”, aunque en el exterior de la caja pone “Caja Verde”; me dice que cuesta 6 € que, más el precio de la caja, 1,65 €, serán los 7,65 € que pago. Creo que me ha salido más barato que el año pasado desde Caldas de Rainha y, que el anterior, desde Luarca. Esta vez, como Sara está de vacaciones, no hay duda de a quien se la envío: será a Vera. Como no he pesado las camisetas, ni la caja, no puedo saber el peso que me he quitado de encima. Como todo pesaba 1.231 gr, calculo que me habré desprendido de un kilo de peso… En cualquier caso, salgo de correos ligero de equipaje… aunque no casi desnudo como los hijos de la mar (Machado de nuevo). La caja verde ya va camino de Donostia.
Cuando regreso a Mömö, ya está la persiana quitada y, cuando empujo la puerta, la tendera la está abriendo a la vez. Le digo que es la segunda vez que vengo a la tienda y se excusa diciendo que está sola y tiene que atender otras cosas a la vez. No seré yo quien me atreva a fiscalizar lo que hace y deja de hacer. Me enseña lo poco que tiene, y elijo tres camisetas, ¡a ver si acierto! Pago los 21,50 € que cuestan y voy a recoger mi mochila a la pastelería donde he desayunado. Agradezco el que me la hayan cuidado y cojo agua. En Correos, hay cinco personas en la cola. Pido a una chica del mostrador una caja, para ir llenándola, pero me dice que sólo me la puede vender una máquina que atiende otro empleado; le insisto, me la da y luego ya me la cobrará. Me aparto para hacer el llenado, pero el montaje de la caja, o es para expertos o, al menos, para alguien más habilidoso que yo; así que pido ayuda para el montaje correcto. Con la caja ya en su perfecto montaje, voy llenándola con rollos de diapositivas, las tres camisetas, las dos libretas-diario, el cuaderno de dibujo terminado y alguna minucia más. Ahora me queda que ni hecha a la medida ¡qué bien he calculado el tamaño exacto! De no haberme cabido hubiera tenido que comprar otra de tamaño excesivo. La caja está muy bien estudiada y, con el precinto, es imposible que se salga ninguno de los objetos; queda hermética y nada se mueve dentro. Cuando he terminado mi trabajo, me pongo a la cola, pero un chico dice que yo estaba ya cuando él ha entrado, así que me respeta el turno y me invita a ponerme delante. Mucho mejor, aunque, no siendo verdad, tengo la sensación de haberme colado. El empleado que ahora me atiende, me da dos opciones de envío, una más cara, que no retengo, y otra a la que denomina “correo azul”, aunque en el exterior de la caja pone “Caja Verde”; me dice que cuesta 6 € que, más el precio de la caja, 1,65 €, serán los 7,65 € que pago. Creo que me ha salido más barato que el año pasado desde Caldas de Rainha y, que el anterior, desde Luarca. Esta vez, como Sara está de vacaciones, no hay duda de a quien se la envío: será a Vera. Como no he pesado las camisetas, ni la caja, no puedo saber el peso que me he quitado de encima. Como todo pesaba 1.231 gr, calculo que me habré desprendido de un kilo de peso… En cualquier caso, salgo de correos ligero de equipaje… aunque no casi desnudo como los hijos de la mar (Machado de nuevo). La caja verde ya va camino de Donostia.
Visita a Adra. Información, la Torre de los Perdigones.
Es verdad y lo noto: la mochila
pesa menos. Llego a una especie de chimenea-faro, intuyendo que allí está
información, pero la chica me informa que estuvo allí ya que, aunque no reunía
condiciones, es un edificio emblemático de la ciudad, y me informa de que la
oficina de turismo está cerca. Ahora la Torre de los Perdigones está en
reparación y, cuando finalicen las obras, explicarán que el humo iba canalizado
por conductos interiores subterráneos y salía por la chimenea de más arriba.
Los perdigones se precipitaban por tamaños y, cuando la azafata explicaba debajo, les
caía todo tipo de subproductos, lo que la hacía incómoda para ella y para los
visitantes. Todo eso se va a corregir. La chica de información me da un plano
de la provincia de Almería y otro, más detallado del Cabo de Gata. Utilizaré el
primero para la costa, en general, y me remitiré al otro sólo mientras esté en
el parque natural Cabo de Gata-Nijar. En ambos vienen los nombres de las playas
y, después de comer, me dedicaré a señalar cuáles son las nudistas. No creía
que la capital estuviera tan cerca y calculo que en dos días estaré allí, en la
realidad, será al cuarto día cuando llegue. Hago planes para llamar a los amigos
que conocí en Lisboa, Norbe e Isidoro. He sacado foto de la Torre de los
Perdigones, para equipararla al faro de esta mañana. Tras orinar y cuando la
chica de información me ha ofrecido agua de su garrafa y yo estoy llenando mi
botella, llegan cuatro franceses para coger entradas para los toros. Son de
Marsella y les digo que inicié mi viaje en Saint Palais; uno de ellos sabe
castellano y conseguimos una conversación bastante fluida. La de información me
dice que trate de llegar a comer a Balanegra y me despido de ella y de los
galos.
Hacia Balanegra. Ania amiga de Alex.
Jano, el eslovaco, en moto. Otros
encuentros
Bajo al puerto, del que no me
destaca nada en especial y salgo al paseo marítimo. Sobre el pretil, cuatro
niños escriben sobre arena gris alisada: ANIA (corazón) ALEX. Me dicen que el
corazón no es signo de amor, sino de amistad. Como ellos me muestran su obra,
yo les enseño el último y único dibujo de mi cuaderno ya que los otros ya van
en tren. Poco después veo a Jano que está lavando en la ducha un briñón,
nectarina o pavía. Le pregunto dónde
tiene la moto, ya que el casco lo tiene sobre el pretil y me la señala aparcada
a lo lejos, en el camino de enfrente. Viene de Eslovaquia y está dando la
vuelta a la península en su moto. Me habla de algunos lugares por los que ha
pasado. Saca una foto a ambos con su digital y yo otra apoyando la mía en el
capó de un coche, pero quedará muy lejana y poco interesante. El eslovaco va a
reanudar su camino así que, aunque ha habido “filing”, éste será de corta
duración. Nos despedimos y, enseguida, se acaba el paseo marítimo.
Llego a un
lugar en el que no vislumbro más que dos opciones, o continuar por la arena,
con resultado incierto, o por la izquierda, entre invernaderos, que parece que
llevan a la playa siguiente, pero que no ofrecerá más certezas. Un señor viene
de lejos y le pregunto por Balanegra; él sabe dónde está, pero como es
sordomudo, me señalará el camino por la costa y gesticulará expresivamente. El
camino es ideal para el caminante pero está sustentado sobre el mar por un muro
de rocas sueltas protectoras, tipo el dique artificial que pusieron en la playa
de La Zurriola de Donostia, y el acceso al agua es problemático; además se ven
partículas flotantes que no presagian mucha salubridad.
El camino de tierra se
acaba y comienza otro asfaltado, que acabará pronto también. Llego a un lugar
en que unas rocas salen hacia el exterior y forman una pequeña playa de unos
diez metros y me doy un baño delicioso. Mientras estoy en el agua, pasa un
coche y cuando subo a la roca, otro. Sin secarme del todo, subo al camino y
continúo. Hay una bifurcación de asfalto hacia la izquierda y otro camino a la
derecha que, poco a poco, se va deteriorando. Dos pescadores que limpian sus
cubos me recomiendan coger el otro camino y pasar la torrentera y, luego,
volver hacia la orilla del mar.
Me meto entre invernaderos, casi todos vacíos,
sólo alguno tiene las plantas crecidas, aunque poco, con pocas hojitas, y no sé
si son tomate, pimiento o qué. Observad lo feo que queda el mar de plástico, aunque las techumbres casi se confunden con el propio mar. Pregunto a un hombre y me dice que, en esta
época, apenas hay nada con fruto. Me dirijo hacia el muro de contención de la
riera; lo paso por una parte seca y, por el otro lado, me dirijo de nuevo hacia
el mar. Creo que he seguido bien las instrucciones. Los caminos se van deteriorando.
Cuando voy por el borde del murete, un perro sale corriendo de su recinto,
atado con una cuerda larga, y me da un gran susto. Menos mal que la cuerda no llega hasta este
lado. Ya en la costa, en una especie de patio o plaza hecha entre invernaderos,
veo a tres mujeres y son las que me orientan hacia un negro subsahariano que me
confirma que voy bien y que siga adelante; está subido sobre una loma-duna y
debajo tiene una chabola ¿será donde él duerme? Llego a una playa asado de
calor y me doy otro exquisito baño. Entre las rocas, pesca un submarinista,
aunque de él sólo veo la boya naranja. Para secarme, paseo por dentro de un
antiguo invernadero, que ya perdió la cubierta, y que dispone de arena muy fina
en el suelo.
Del otro lado hay carretera asfaltada por donde, mientras me
visto, llega un coche con una pareja de la Guardia Civil; el mayor otea el
horizonte con los prismáticos. Cuando llego, está cerrando la puerta del coche.
Le pregunto: “¿pasa algo?”, pues me da la sensación de que estuviera buscando
algo, y me responde: “no pasa nada”. Lo mismo podía haber dicho: “sin novedad
en el frente”. Poco después encuentro a padre e hijo que han dejado a la mujer
y madre al cuidado de vigilar las cañas; ellos van en busca del pescador
submarinista y, quizás, algo preocupados por los guardia civiles; ¿estará
pescando sin licencia o en zona prohibida? Cuando llegan donde él, posiblemente
sea otro hijo y hermano, le piden que les enseñe el “chamber” (al menos es lo
que yo he entendido), donde tiene ensartada toda su pesca. Saco foto a
petición, pero tampoco será muy brillante, aunque se ve que la captura ha sido generosa. Los dos me dicen que me quedan más
de tres kilómetros para llegar a Balanegra y, como son las 14:30 h, decido
probar fortuna en el camping.
Comida en el camping Las Vegas.
Ha sido mi mejor decisión. Como
la sopa de la abuela; riquísima. Lleva patata, arroz, tomate, pollo y carne y,
después, unos espirales de pasta margarita con carne y tomate, que no tiene
nada que envidiar al mejor manjar. Acompaña a todo una ensalada de tomate,
cebolla y aceitunas aliñadas y tres tintos de verano, de blanca, que aquí
vuelve a ser gaseosa y que escancian con un sistema similar al de la cerveza;
del barril, al grifo y al vaso. Dos mozos están en una mesa tomándose una copa.
Uno de ellos cree que ya es soltero para siempre; se le ve algo achispado.
Tiene un perro, a través del cual canaliza sus afectos y se empeña en que lo
dibuje para tener la certeza de que el dibujo de Guainos lo he hecho yo. Me
dicen que aún se pueden ver en los invernaderos, pepinos y calabacines. Me dice
que los tiene un alemán que ahora está en la terraza. Me recomiendan que visite
La Albufera pero, por donde voy, no la podré ver. Luego me quedaré hablando con
una de las dueñas, Regina, que me cuenta cómo su padre se asoció con un
italiano para poner el camping, pero tuvieron desavenencias y se separaron. Por
eso ahora está dividido.
En el otro, el del italiano, funcionan con clientes
estables que dejan sus caravanas montadas durante todo el año y en el suyo cada
uno monta su tienda y se lleva lo que trae. Le comento el cartel que vi ayer y
es probable que ellos pongan otro similar. En su camping tienen 33 parcelas. Me
informa, también, que hoy han puesto una bomba en Torremolinos; ha sido de poca
potencia y no reivindicada por nadie, todavía. Regina dice: “¡a ver si ponen
otra aquí!”; “a lo mejor yo llevo una en la mochila”, le respondo, y nos
reímos. Regina tiene una hermana, Elena, y su hijo se llama Sergio. Me dice que
en la playa hay gente que se suele desnudar. Me tomo una tónica (1,50 €), voy
al servicio, cojo agua, me despido y me voy pasando por el camping del enemigo.
Son las 18:30 h. En el camping del italiano hay un caballo, que está en el
espacio destinado a zona de juegos. No me pega un caballo en un camping.
Hacia Guardias Viejas.
Salgo por la playa y, enseguida,
comienza un buen camino de tierra que va paralelo a playas artificiales
familiares. Saco foto de una de ellas, de forma que se vea nítido el pretil
separador con la siguiente. Los usuarios dejan el coche en el camino,
transportan sus enseres unos metros y ya están disfrutando de la playa elegida;
dependiendo de los coches que haya en una, van a esa o a la otra. En alguna de
las playas sólo hay dos personas. Aunque es día de entresemana, no veo a nadie
desnudo, tengo dudas sobre un hombre que no distingo bien y que está con
su mujer e hija adolescente. Las playitas, que serán poco menos de veinte, ya
se acaban y debo pasar rocas por encima para llegar a la playa previa a
Balanegra. Así que, antes de llegar a zona urbana, decido darme un baño, el
tercero del día. Dejo pasar una zona en que la orilla y el agua parecen
bastante sucias y, antes de que me meta en zona donde hay varios pescadores, me
desnudo y me baño; la entrada es de arena con fondo de piedras amable. En este
lugar noto el agua más caliente que lo habitual. Me seco al aire, paseando
entre pidrecillas, sobre arena fina oscura, y me visto. Los pescadores no
pescan nada. Encuentro a unos árabes; uno, dentro del agua, echa el anzuelo y
la plomada, pero la caña la tiene clavada en la arena. ¡Alucino con el método!,
pero luego todo se aclara, ya que sale a la arena y recoge el sedal en el
carrete ¿se le habría enganchado el anzuelo en el fondo? Hablo con uno de
ellos, que tiene dificultades con el castellano, y me pregunta de dónde vengo.
Le respondo que del Norte. “Norte, norte” responde, como no comprendiendo. Más
adelante, otro pescador pesca con pata de pollo, un artilugio bastante curioso,
que dibujo como mi cabeza me da a entender. Así llego al paseo marítimo de
Balanegra, que pertenece al Ayuntamiento de Berja. Se acaba el paseo y las
casitas y sus patios se meten en la playa. Se ve que hay agua de sobra en el
pueblo, ya que muchos riegan sus plantas y jardines y, el agua sobrante, filtra
hacia la arena de la playa. También limpian sus coches, con idéntico resultado; esta agua, aunque filtrada por la arena, llega a la playa con detergente
incluido. Estos chorretones afean y embarran el magnífico camino. Dejo de ir
por el suelo duro trasero, porque se acaba, y paso a la orilla, donde ya hay
una gran franja de arena oscura y fina. Ando un largo trecho, y en la curva,
empiezan a aparecer piedrillas y con fuerte inclinación, que resulta muy
incómodo para caminar. Este suelo viene bien un rato para masajear mis pies,
pero cansa y decido volver a camino duro, que de nuevo empieza con coches. Así
se acaba Balanegra y comienza Balerma, que ya pertenece a El Ejido y que, tal
como aparece su grafía, pareciera terreno conquistado por los árabes. Voy por
el paseo marítimo y pregunto a un grupo, que está en su parte final, por
Guardias Viejas; su respuesta es que quedan 5 km. Salgo a carretera y veo que
dispone de un ancho arcén de tierra, magnífico para andar, y luego veo que,
entre la carretera y la playa, hay otro mucho más agradable y con vistas al
mar. De vez en cuando me topo con gente que viene y va pues, por la hora que
es, muchos van abandonando ya la playa. Un señor me dirá que, al final, la carretera se separa un poco de
la playa y que será buen sitio para dormir, sin ruidos de coches. Otros me
dicen que el festival, no sé de qué, que se celebra en Guardias Viejas, es para
el 15 de agosto, “¡menos mal!” pienso; no me pilla.
Paula y Guillermo, argentinos de El Ejido.
Cuando voy a preguntar a un
hombre si las nubes que se ven son amenazantes, veo que se vuelve para ayudar a
su mujer a traer más cosas al coche. Al fin, decido acercarme a un pescador,
que está en la orilla con lo que me parece una pequeña tienda de campaña, y que
me da la sensación de que me puede dar explicaciones técnicas sobre la
climatología que se espera. Aunque poco me puede decir, me alegro de haber
llegado hasta él. Se trata de una pareja, Guillermo y Paula, argentinos que
llevan seis años en España, donde ya han comprobado que no atamos los perros
con longaniza. Sus hijos, de 5 y 3 años, nacieron en Palma de Mallorca y llevan
tres viviendo en El Ejido. De momento están aquí, pero siempre añorando
Argentina (¡parecen gallegos!). Hablamos de mi viaje, de Eta. Según les han
dicho, algunos viven muy bien de ese negocio y sin hacer nada. Guillermo cree
que el conflicto se perpetuará. Yo digo que hay voluntades políticas de ambos
lados a los que interesa perpetuar el conflicto y seguir apostando por la
acción policial como único medio de combatirlo. Opino que se debe dejar hacer
la consulta a Ibarretxe, lo mismo que en Cataluña, para ver cual es la posición
de la ciudadanía. Entonces se sabrá si hay una mayoría separatista o no la hay.
Con Paula hablo de la chilena Isabel Allende. A Paula le gustan los primeros
libros, pero sólo pudo leer después el primero de aventuras en la selva La
ciudad de las bestias. No leyó afrodita, ni la trilogía formada por Hija de la
fortuna, Retrato en sepia, ni Inés del alma mía. Ni Mi país inventado. Le
pregunto si conoce algo de Marcela Serrano, para tener otra opinión
complementaria de la de Jimena, la guía chilena que conocí en el Vaticano, pero me dice que no la
conoce. La verdad es que, aunque vecinos, Chile y Argentina, son distintos
estados. El niño está tan alto como mi nieto Julen y sólo tiene 5 años.
Guillermo me dice que, a continuación del espigón, vienen dos o tres casas y
que me conviene dormir en el inicio de la escollera (se refiere al espigón); me
despido de ellos y hacia allí me dirijo.
Noche en el espigón de la playa de Guardias Viejas. Ratas como gatos.
Frente al espigón, en la playa
de levante, hay una familia compuesta por dos parejas mayores y otras dos
jóvenes. En la otra, a poniente del espigón, hay chicas y chicos bañándose y
otros compañeros están pescando en el extremo más marino, en el final del
mismo. Cuando regresen me dirán que hay ratas grandes como gatos y, con esta
información, ya estaré preventivo toda la noche. Todos acabarán marchándose en
dos coches. Los últimos en llegar han sido una pareja. Él se sienta en la orilla
y ella se baña. Parece que el agua debe estar deliciosa pero, ya por la noche,
no me apetece. Cuando se van a ir, ella empieza a mostrar su preocupación por
que voy a quedarme a dormir allí. Le digo: “no te preocupes, duerme tranquila”.
Se van. Ya estoy solo. He alisado la cama de piedras redondeadas y que se
adaptan bien al cuerpo; y extiendo la esterilla y el saco. La Osa Mayor la
tengo a mi izquierda, sobre el mar; se despejan las nubes y el cielo se
presenta estrellado y sin más contaminación lumínica. Las nubes que me
preocupaban ya habrán pasado por Adra, pues sobra vientecillo de levante. He
orinado antes de acostarme, comido unas pipas de calabaza y he tirado las
cáscaras en el espigón para que se entretengan las ratas y me dejen tranquilo
toda la noche. Me doy aloe-vera para masajear mis pies y un poco más en los
granitos del brazo y que también localizo ahora en las muñecas; espero que no
se sigan extendiendo. Durante la noche, un coche me ha tenido enfocado un buen
rato, combinando largas y cortas, ¿será la guardia civil que me vigila y cuida?
Todavía recuerdo a la pareja nocturna de Pelayo. Allí eran las tres de la
madrugada. “¡Gracias!”, les dije. Quizás, aunque los focos venían en mi
dirección, los del coche, probablemente, ni me veían. Quizás enfocaban el lugar
donde estaban pescando. Un grupo me ha hecho pensar en equipo de limpieza de
playas pero, por qué no, en tráfico de drogas o tabaco. El momento más
peliagudo de la noche ha sido cuando una piedra se ha desprendido de mi lado y
me ha dado en la cabeza. Es el momento en que me he despertado y acordado de
las ratas anunciadas. Una de ellas ha podido salir de su madriguera y empujado,
al salir, una piedra, que es la que me ha dado en el coco, o la propia rata me
ha pegado con su pata. Todas las conjeturas que mi mente sea capaz de parir son
posibles. Avanzada la noche y al amanecer tendré una miniluna en forma de
barco.
Quizás lo más destacado del día
ha sido el encuentro tardío con los argentinos y la comida en el Camping Las
Vegas; sin olvidar esta noche ratuna.
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