Pelayo-Punta Carrero-Playa de Getares.
Me despierto hacia las siete y aguanto, sin
levantarme, hasta las 7:30 h. Recojo todo y tiro al contenedor de basura, la
venda y el trapo, que ya están indecentes. A las 7:45 h llegan, la mujer del
panadero con el pan, y otra mujer con otros productos.
Toda la mañana en
Las Piedras
Cuando voy camino del contenedor, dejo pasar
su coche. Por la pasarela elevada sube una mujer y le pregunto si en el bar de
enfrente, Las Piedras, están ya dando desayunos y me responde afirmativamente.
Subo, y le pregunto si para ir a Algeciras tengo alguna alternativa diferente a
la carretera general. Me responde que no. Cuando entro en Las Piedras, una
cuadrilla de trabajadores está desayunando con sus copitas de anís, cazalla,
usual, aguardiente, orujo, o cualquier otro espécimen de la familia de los
espirituosos. Pido tostadas con mantequilla y un tubo de manchaíto (no tienen
mermelada). Pago 2,70 €. Me dice Antonio, el de la barra, que cuando esté me lo
sacará a la terraza. Mari está haciendo limpieza del exterior y de la terraza;
de momento, sólo barre, pero cuando termino de desayunar, para que no deje la
limpieza a medias, le ofrezco la posibilidad de cambiarme de sitio y me lo
acepta agradecida. A mi no me cuesta nada cambiarme. Comento con Mari que,
cuando antes ha hecho una pregunta protocolaria a un cliente y él le ha
respondido “la niña está fuera de peligro”, ella le había dicho “no sabía que
la niña estuviera mala”. Esto da pie a conversar con ella, aunque no deja de
trajinar. Yo sigo escribiendo el diario; con un día tan intenso como el de
ayer, tengo muchas cosas que escribir, para que no se me olviden; aunque las
más intensas han quedado en mi mente grabadas a cuchillo. Es tanto lo que
escribo que me va a dar la hora de comer, sin haber hecho otra cosa que
desayunar, escribir y charlar. De vez en cuando me levanto a preguntar a la
cocina. Mari me manda a la barra, a donde José, su suegro, que está con su
amigo Juan y que me ayudarán en la estrategia para llegar a Algeciras.
Comprenden perfectamente lo que yo quiero del viaje y lo que Juan me ofrece es
producto de haber captado mi filosofía y, para evitar la carretera general, me
dice que regrese por donde vine y que tras subir al acuartelamiento, baje hacia
el mar por la carretera militar, que pasaré por las pantallas y llegaré a la
playa de Getares “¿Dormiré allí?” me pregunto. Después llega Chano (Sebastián),
que algo tiene que ver con los militares; todos conocen al Jefe de todo esto,
pues los tres pasan con permiso por allí cuando bajan a pescar. También el
panadero, que está hablando con otro, y con el que hablaré antes de empezar a
comer. Les pido que no me digan el nombre del Jefe de todo esto, por respeto a
su decisión de que no figure en mi diario. La mañana está siendo muy
fructífera, con unos hombres que aprecian y comparten mi experiencia; confirman
y reconocen algunos lugares que les voy comentando y que se ponen de acuerdo
para orientarme lo mejor que saben ¿Quién más idóneo que ellos para que me
guíen? Voy huyendo del sol. Los toldos se han ido calentando y también producen
asfixia; mi cabeza se resiente de calor, así que para comer, lo haré dentro del
edificio. Un amplio ventanal evita que dé el sol y, con algunos lapsus, seguiré
escribiendo. Hablar y escribir es imposible para mí. Un cliente se acerca con
el cocinero y me dicen que esperan que los medios de comunicación den
publicidad a lo que estoy haciendo. Espero que no. El cocinero me dice el menú
y cerca de las dos, cuando entra una pareja con niño, pido la comida: fideo con
almejas, carne guisada, ensaladita aliñada con pepino de propina, melón y tinto
de verano (10 €) El dueño, Antonio, me invita al segundo tinto de verano. Ya sé
por donde salir de la carretera para coger el camino de ayer, pero pregunto a
Antonio si hay una alternativa más próxima y evitarme subir hasta allí, hacia
el Albergue Juvenil. Agradezco la atención, el vino y la información recibida y
me despido de los que quedan conocidos cuando me voy.
Caminando hacia la
Ensenada de Getares
Paso por la pasarela y, al llegar a El
Bosque, dos jóvenes marroquíes están barriendo la entrada; supongo que será una
de las tareas que se reparten dentro del programa ocupacional. Les pregunto:
“¿Queréis volver a vuestro país?” y me responden que no; el más joven, añade:
“Preferimos seguir aquí”. “Salam Malikú”.
El viento ha cambiado; hoy sopla de levante. El camino me obliga a volver a la carretera pero, en cuanto tengo ocasión veo una carreterita a la izquierda y me equivoco, pero, con esa equivocación, puedo ver un par de ciervos, que están dentro de la reserva natural, donde está recepción, pero no entro pues un chico me dice que deshaga el camino y coja el siguiente, que ya conozco. Asciendo hacia la curva y me meto por donde salí ayer. Lo que quería evitar ha sido imposible. Al bajar la cuesta miro para ver si veo al hombre que ayer me orientó hacia los dos albergues, pero no encuentro a nadie.
El viento ha cambiado; hoy sopla de levante. El camino me obliga a volver a la carretera pero, en cuanto tengo ocasión veo una carreterita a la izquierda y me equivoco, pero, con esa equivocación, puedo ver un par de ciervos, que están dentro de la reserva natural, donde está recepción, pero no entro pues un chico me dice que deshaga el camino y coja el siguiente, que ya conozco. Asciendo hacia la curva y me meto por donde salí ayer. Lo que quería evitar ha sido imposible. Al bajar la cuesta miro para ver si veo al hombre que ayer me orientó hacia los dos albergues, pero no encuentro a nadie.
Abajo, llegando al poste de alta tensión, está un grupo
amplio de vacas. Me alegra que me estén dejando el camino expedito pero, llega
un chico en motocicleta, y las asusta; el chaval se mete en el matorral y coge
algo ¿un móvil quizás, una radio? Y vuelve a pasar por entre las vacas de nuevo
y le pregunto: “¿A dónde las llevas?” y su respuesta es: “Las vacas no son
mías”. Las vacas se quedan donde están, él asciende en motocicleta hacia donde
yo voy y desaparece. El camino que llevo se llama Vereda de la Cuesta
Marchenilla.
Desde allí saco foto lejana de Pelayo, escenario de tantas anécdotas que contar, en la que trato de que se vean bien los caminos de acceso y el Albergue Juvenil y me costará bastante llegar a la carretera militar; casi hora y media. Ayer con la premura de llegar al Albergue y cuesta abajo, a pesar de venir ya muy cansado, se me hizo más corto. Dudo si entrar a la garita de los soldados, saludar, agradecer y contar mi peripecia pero, seguramente no estará ninguno de los soldados de ayer y prevalece la economía de tiempo ante la posible ineficacia del resultado. Tampoco saludo, aunque tengo la certeza de estar siendo vigilado en toda mi trayectoria desde que me he hecho visible en el camino.
A lo largo de toda la carretera militar descendente hacia el mar, apenas me encontraré con tres coches. Uno, ¡oh casualidad! Quiere aparcar justamente en el lugar donde estoy; me dice el conductor que avance. Después me encontraré con un rebaño de cabras (hembras y machos), ¿y por qué me voy a reprimir de escribir el nombre apropiado? Retrocedo. Después me encontraré con un rebaño de cabras y cabrones, aunque las cornamentas me parecen distintas a la imagen que conservo del macho cabrío.
Desde allí saco foto lejana de Pelayo, escenario de tantas anécdotas que contar, en la que trato de que se vean bien los caminos de acceso y el Albergue Juvenil y me costará bastante llegar a la carretera militar; casi hora y media. Ayer con la premura de llegar al Albergue y cuesta abajo, a pesar de venir ya muy cansado, se me hizo más corto. Dudo si entrar a la garita de los soldados, saludar, agradecer y contar mi peripecia pero, seguramente no estará ninguno de los soldados de ayer y prevalece la economía de tiempo ante la posible ineficacia del resultado. Tampoco saludo, aunque tengo la certeza de estar siendo vigilado en toda mi trayectoria desde que me he hecho visible en el camino.
A lo largo de toda la carretera militar descendente hacia el mar, apenas me encontraré con tres coches. Uno, ¡oh casualidad! Quiere aparcar justamente en el lugar donde estoy; me dice el conductor que avance. Después me encontraré con un rebaño de cabras (hembras y machos), ¿y por qué me voy a reprimir de escribir el nombre apropiado? Retrocedo. Después me encontraré con un rebaño de cabras y cabrones, aunque las cornamentas me parecen distintas a la imagen que conservo del macho cabrío.
Las Pantallas
Sigo bajando hacia el mar, pero empieza un
pequeño tramo ascendente y aparecen las Pantallas; se empina la cuesta y cuesta
subir. Estas pantallas se construyeron durante el franquismo, se trataba de
evitar que la carretera que enlaza con el recinto militar, y el movimiento de
vehículos que por ella hubiera, fuese visto desde el Peñón de Gibraltar.
Son pantallas de cemento, bien asentado, con postes gruesos y que, de lejos, dan sensación de que fueran rocas naturales, aunque de cerca, al ser tan regulares, no dan el pego. El tramo no es muy largo y debo la gentileza del nombre y su razón de ser a Juan, que me lo dijo en Las Piedras de Pelayo. A partir de las Pantallas, pronto empezará a descender de nuevo la carretera y llegaré a Getares, donde funciona una escuela taller con el proyecto Pícaro pero, ni hoy ni mañana, conseguiré saber si están rehabilitando algún espacio. El Pícaro es un río seco por el que paso a través de un puente. He visto la zona en que se desarrolla el proyecto Pícaro con cancela y alambrada y prohibido el paso a persona ajena.
Son pantallas de cemento, bien asentado, con postes gruesos y que, de lejos, dan sensación de que fueran rocas naturales, aunque de cerca, al ser tan regulares, no dan el pego. El tramo no es muy largo y debo la gentileza del nombre y su razón de ser a Juan, que me lo dijo en Las Piedras de Pelayo. A partir de las Pantallas, pronto empezará a descender de nuevo la carretera y llegaré a Getares, donde funciona una escuela taller con el proyecto Pícaro pero, ni hoy ni mañana, conseguiré saber si están rehabilitando algún espacio. El Pícaro es un río seco por el que paso a través de un puente. He visto la zona en que se desarrolla el proyecto Pícaro con cancela y alambrada y prohibido el paso a persona ajena.
Ensenada de
Getares
Antes de pasar el puente, un grupo de chicos y
chicas que están fuera de su apartamento, me dicen que son de Algeciras, pero
que están allí de vacaciones. Son apartamentos de tres pisos, cuya planta, tras
ascender dos o tres escalones, da acceso directamente a la sala de estar.
“Puedes estar tomando café en tu puerta en la misma acera de la calle”, me
dicen. Pasado el puente, pregunto a una joven con niño por el lugar donde está
el socorrista y me indica el lugar. Entro al retrete, que está siendo limpiado,
cago, cojo agua y me voy hacia el chiringuito y la cerveza que ofrecen es a 3
€. Este alto precio me hace entender por qué la barra está vacía. Pareciera que
la especialidad del chiringuito son batidos y cócteles pero como los precios
sean acordes con el de la cerveza, ¿tendrán muchos clientes? Me acerco al
socorrista, que es brasileiro. No tiene ni idea de donde se puede practicar
nudismo en la zona, por lo que hace una llamada pidiendo información. La
respuesta es que no puedo hacer nudismo en ningún sitio de la zona.
Inicialmente me había dicho que era portugués y le suelto una parrafada sobre
mi derecho a estar desnudo, le enseño los diseños hechos en Portugal, pero no
muestra el interés que hubiera suscitado a un portugués de verdad, lo veo
distraído, así que entonces me dice que es de Brasil. Él está en el puesto de
vigía, atento a lo que acontece en la orilla y en el mar, y yo subido en el
primer escalón de su atalaya; como tiene que atender a su función, no me hace
mucho caso y no me va a resolver dónde hacer nudismo, me voy.
Un paseíto hacia
Punta Carnero
Comprobando cómo se conforma la playa veo que,
si me desnudo allí, voy a tener problemas; observo que tras un saliente, hay
otra playa, y hacia allí me dirijo. Asciendo el saliente y sigo por la
carretera, pero la playa es de piedras y tampoco veo nudistas, así que no bajo
y sigo la carretera, sin arcén y en obras, pues va a ser ensanchada (kilómetro
y medio en obras). En vista de lo cual, decido acercarme al faro y sigo un poco
más hasta avistar el poblado de Punta Carnero.
Me falta mucha información, pero
cuando ayer subí hacia el puesto militar, el punto de la costa en que me
encontré el rebaño de vacas ya no podía estar muy lejos de Punta Carnero.
¡Lástima no haber podido encontrar ese sendero que me habría traído al faro y a
la bahía de Getares! Al venir hacia el faro, he visto a un chico desnudo y a
una pareja pero, ya de regreso, veo dos coches aparcados arriba que me dan la
referencia de por dónde coger el camino para bajar y llego a las rocas. Una
chica y un chico intentan pescar. Sigo por varias radas, descalzándome y
calzándome, pero cuando llego al lugar donde estaban los desnudos, ya no queda
nadie. La playa es de cantos rodados, así que sigo adelante.
En la siguiente
rada, me encuentro con una pared natural inclinada (casi vertical) con un paso
en la base de unos 30 o 40 centímetros. Voy descalzo, ya que la marea roza el
borde; si no tuviera tan mal los pies, el paseo sería bonito y fácil y voy
metiendo los dedos de las manos en los agujeros horadados por la naturaleza en
la pared casi vertical. La marea hace que el piso estrecho se moje y se seque;
pero llego a un punto en que el pasillo se pierde; dejo las mochilas en unos
huecos suficientes, me desnudo y me baño. Luego me secaré con los débiles rayos
del atardecer. Enfrente, en un islote, tres pescadores deberán esperar a que
baje un poco más la marea para poder salir de allí. Vuelvo a deshacer el camino
por la pequeña plataforma por la que he llegado y asciendo de nuevo hacia el
camino. Llego a la vez que los pescadores, que han decidido mojarse y no esperar;
sólo han pescado dos pececillos de unos 20 cm. Ya en la carretera hablo con
tres trabajadores que desbrozan y ponen red metálica, para la ampliación de la
carretera. Hablo de velocidad y seguridad vial con el que no trabaja. Me dice:
“Total, correr, correr, para llegar al chiringuito a comer una tapa. ¡Mundo
desquiciado!” Hablamos también de que Gibraltar vuelva a ser nacional y que
devolvamos a los africanos Ceuta, Melilla y Canarias. Yo rememoro mis
vacaciones de invierno en Lanzarote, pero también podríamos seguir yendo como
turistas, en realidad, como vamos ahora. Así nos evitaríamos un problema, las
pateras que llegaran a Canarias, emigrarían de nuevo a África. Todo queda en
teorías.
Atardecer en la
playa de Getares. Agua gratis y tapas baratas
Regreso por la carretera al mismo lugar y
bajo el caminito hacia la playa. Dos niños se asoman al pozo y les digo que se
coloquen al otro lado pues, de donde lo miran, pueden resbalar y caer al
precipicio. La madre, que viene detrás con un niño menor, me agradece mi
intervención y aprovecho para preguntarle por un retrete. Ya veo dónde hay uno
y me da dos informaciones que me vendrán bien. Me dice que los primeros
edificios que veo, son casas que llegan hasta la playa y que el edificio que
veo a continuación es un Club privado. Me interesa para elegir el lugar donde
dormir esta noche. Quiero coger agua fresquita para la noche, así que entro por
la terraza del club privado con intención de tomarme una cerveza pero ¡será una
osadía por mi parte! ¡Cómo he podido penetrar en un recinto tan privado, tan
exclusivo! Pregunto en la barra a ver si puedo tomar una cerveza y la respuesta
es contundente: “No, no puedes”. El vigilante, que me ha visto entrar, y viene
a por mí, me invita a salir del recinto. Me quejo, no de él, sino del
exclusivismo; el comparte mi opinión, pero está allí para cumplir esa función
encomendada. Cuando llego a los servicios de playa a coger agua, los acaban de
cerrar a las 21:00 h. Cojo agua del grifo para limpiar los pies y hablo allí
con dos familias y cuento mis últimas experiencias; padres y niños alucinan y
una mujer me da una botella de agua de dos litros sin abrir; “si hubiera estado
empezada no te la habría dado”, me dice; (a mí me habría dado lo mismo). Le
digo que dos litros es mucho peso para llevar encima, que dos litros son dos
kilos más de peso a añadir al peso que ya llevo encima. Ella no comprende que
rechace el regalo. Me lo pienso mejor y, teniendo en cuenta que ya hoy no voy a
caminar más, pues me quedaré a dormir en esa playa de Getares, se la acepto y
agradezco el regalo, para no herir susceptibilidades. La otra mujer me
recomienda las tapas baratas de la Asociación de Vecinos de Getares y el marido
de la del agua me acompañará, pues el coche lo tiene por aquella zona alta. Voy
con él hasta la estrecha callejuela que me llevará a la Asociación de Vecinos.
Ya dentro, cuatro vecinos juegan al mus y otros dos hombres que están en mi
mesa me dan poca conversación, ya que están pendientes de la partida. El que
regenta el bar es el más accesible y charlaremos después. He pedido tres tapas:
una ensaladilla de chatka, un pimiento relleno de carne y, el tercero, de
champiñones; para beber, una cerveza. Todo muy rico por 4 €.
Nocturno en
Getares
Cuando llego a la playa, me alegro de que las
luces y los focos estén encendidos, porque así podré elegir un lugar que esté
en penumbra. Son focos colocados para iluminar la playa aunque, más bien, creo
que están para controlar que la gente no se desmadre en ella protegida por la
oscuridad. Elijo una zona, ya pasado el club exclusivo o, al menos, en parte
con menos actividad, junto a una barca volcada; esta barca me protege del
probable viento de levante, al menos, parcialmente. Pasadas las once, tres
jóvenes aparecerán por la orilla del mar ¿Se bañarán? No. Al poco rato empezaré
a oír voces chillonas y plañideras con una especie de rito; pretenden sacar de
una de ellas el demonio que lleva dentro. Invocan a Jesús y al demonio; en un
momento dado, oiré una llantina y unas toses, como si alguien se estuviera
ahogando; ahora sólo veo dos siluetas pero, finalmente, volverán a ser tres. Al
menos, no parece que hayan ahogado a ninguna ¿Habrá conseguido expulsar al demonio
la apestosa? Parece que vuelven contentas por haber conseguido ahogar al pobre
diablo. Se acercan a festejarlo en los columpios y otros elementos de la zona
de juegos infantiles, que no está tan lejos de mí, como ellas lo estaban antes.
Ni me muevo. No me gustaría que me encontraran allí y me expulsaran del
paraíso. Hacen como una especie de baile; una de ellas mueve muy armónicamente
los brazos y parece ser la envidia de las otras dos, pero a mí me parece que
los mueve con muy poca gracia pero, en el país de los ciegos, el tuerto es
rey”, como dice el refrán. Por el acento me parecen andaluzas, aunque pueden
ser gitanas andaluzas, aunque tampoco rechazo que puedan ser sudamericanas.
Cantan cánticos a Jesús y ¡Por fin!, tras columpiarse, se van. Al marchar, una se va acercando a mí y no me gustaría que me viera, pero las otras se van hacia la orilla y salvan una salida oculta oscura de un río que sale al mar. ¡Al fin solo! El resto de la noche, a pesar de los mosquitos y hormigas, dormiré bastante bien. Aunque no esté en cama, al menos estoy sobre arena y en horizontal. La almohada se me baja de vez en cuando. La Osa Mayor está a la izquierda. Buenas noches, felices sueños.
Hoy lo mas interesante del día se ha desarrollado en Pelayo, en Las Piedras; muy contento con cómo me han tratado, lo que he comido y la información que me han dado, José, Juan, Antonio y Mari. Gracias a todos. El resto del día, el agradecimiento de la madre con los niños mirando al pozo, el regalo del agua y curioso el rito demoníaco nocturno que, si no hubiera ocurrido, habría sido mejor.
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