jueves, 12 de abril de 2012

Etapa 20 (136) Pelayo-Playa de Getares

Etapa 20 (136) 08 de julio de 2008, martes,
Pelayo-Punta Carrero-Playa de Getares.



Me despierto hacia las siete y aguanto, sin levantarme, hasta las 7:30 h. Recojo todo y tiro al contenedor de basura, la venda y el trapo, que ya están indecentes. A las 7:45 h llegan, la mujer del panadero con el pan, y otra mujer con otros productos.

Toda la mañana en Las Piedras
Cuando voy camino del contenedor, dejo pasar su coche. Por la pasarela elevada sube una mujer y le pregunto si en el bar de enfrente, Las Piedras, están ya dando desayunos y me responde afirmativamente. Subo, y le pregunto si para ir a Algeciras tengo alguna alternativa diferente a la carretera general. Me responde que no. Cuando entro en Las Piedras, una cuadrilla de trabajadores está desayunando con sus copitas de anís, cazalla, usual, aguardiente, orujo, o cualquier otro espécimen de la familia de los espirituosos. Pido tostadas con mantequilla y un tubo de manchaíto (no tienen mermelada). Pago 2,70 €. Me dice Antonio, el de la barra, que cuando esté me lo sacará a la terraza. Mari está haciendo limpieza del exterior y de la terraza; de momento, sólo barre, pero cuando termino de desayunar, para que no deje la limpieza a medias, le ofrezco la posibilidad de cambiarme de sitio y me lo acepta agradecida. A mi no me cuesta nada cambiarme. Comento con Mari que, cuando antes ha hecho una pregunta protocolaria a un cliente y él le ha respondido “la niña está fuera de peligro”, ella le había dicho “no sabía que la niña estuviera mala”. Esto da pie a conversar con ella, aunque no deja de trajinar. Yo sigo escribiendo el diario; con un día tan intenso como el de ayer, tengo muchas cosas que escribir, para que no se me olviden; aunque las más intensas han quedado en mi mente grabadas a cuchillo. Es tanto lo que escribo que me va a dar la hora de comer, sin haber hecho otra cosa que desayunar, escribir y charlar. De vez en cuando me levanto a preguntar a la cocina. Mari me manda a la barra, a donde José, su suegro, que está con su amigo Juan y que me ayudarán en la estrategia para llegar a Algeciras. Comprenden perfectamente lo que yo quiero del viaje y lo que Juan me ofrece es producto de haber captado mi filosofía y, para evitar la carretera general, me dice que regrese por donde vine y que tras subir al acuartelamiento, baje hacia el mar por la carretera militar, que pasaré por las pantallas y llegaré a la playa de Getares “¿Dormiré allí?” me pregunto. Después llega Chano (Sebastián), que algo tiene que ver con los militares; todos conocen al Jefe de todo esto, pues los tres pasan con permiso por allí cuando bajan a pescar. También el panadero, que está hablando con otro, y con el que hablaré antes de empezar a comer. Les pido que no me digan el nombre del Jefe de todo esto, por respeto a su decisión de que no figure en mi diario. La mañana está siendo muy fructífera, con unos hombres que aprecian y comparten mi experiencia; confirman y reconocen algunos lugares que les voy comentando y que se ponen de acuerdo para orientarme lo mejor que saben ¿Quién más idóneo que ellos para que me guíen? Voy huyendo del sol. Los toldos se han ido calentando y también producen asfixia; mi cabeza se resiente de calor, así que para comer, lo haré dentro del edificio. Un amplio ventanal evita que dé el sol y, con algunos lapsus, seguiré escribiendo. Hablar y escribir es imposible para mí. Un cliente se acerca con el cocinero y me dicen que esperan que los medios de comunicación den publicidad a lo que estoy haciendo. Espero que no. El cocinero me dice el menú y cerca de las dos, cuando entra una pareja con niño, pido la comida: fideo con almejas, carne guisada, ensaladita aliñada con pepino de propina, melón y tinto de verano (10 €) El dueño, Antonio, me invita al segundo tinto de verano. Ya sé por donde salir de la carretera para coger el camino de ayer, pero pregunto a Antonio si hay una alternativa más próxima y evitarme subir hasta allí, hacia el Albergue Juvenil. Agradezco la atención, el vino y la información recibida y me despido de los que quedan conocidos cuando me voy.

Caminando hacia la Ensenada de Getares
Paso por la pasarela y, al llegar a El Bosque, dos jóvenes marroquíes están barriendo la entrada; supongo que será una de las tareas que se reparten dentro del programa ocupacional. Les pregunto: “¿Queréis volver a vuestro país?” y me responden que no; el más joven, añade: “Preferimos seguir aquí”. “Salam Malikú”. 





El viento ha cambiado; hoy sopla de levante. El camino me obliga a volver a la carretera pero, en cuanto tengo ocasión veo una carreterita a la izquierda y me equivoco, pero, con esa equivocación, puedo ver un par de ciervos, que están dentro de la reserva natural, donde está recepción, pero no entro pues un chico me dice que deshaga el camino y coja el siguiente, que ya conozco. Asciendo hacia la curva y me meto por donde salí ayer. Lo que quería evitar ha sido imposible. Al bajar la cuesta miro para ver si veo al hombre que ayer me orientó hacia los dos albergues, pero no encuentro a nadie.
Abajo, llegando  al poste de alta tensión, está un grupo amplio de vacas. Me alegra que me estén dejando el camino expedito pero, llega un chico en motocicleta, y las asusta; el chaval se mete en el matorral y coge algo ¿un móvil quizás, una radio? Y vuelve a pasar por entre las vacas de nuevo y le pregunto: “¿A dónde las llevas?” y su respuesta es: “Las vacas no son mías”. Las vacas se quedan donde están, él asciende en motocicleta hacia donde yo voy y desaparece. El camino que llevo se llama Vereda de la Cuesta Marchenilla. 
 

Desde allí saco foto lejana de Pelayo, escenario de tantas anécdotas que contar, en la que trato de que se vean bien los caminos de acceso y el Albergue Juvenil y me costará bastante llegar a la carretera militar; casi hora y media. Ayer con la premura de llegar al Albergue y cuesta abajo, a pesar de venir ya muy cansado, se me hizo más corto. Dudo si entrar a la garita de los soldados, saludar, agradecer y contar mi peripecia pero, seguramente no estará ninguno de los soldados de ayer y prevalece la economía de tiempo ante la posible ineficacia del resultado. Tampoco saludo, aunque tengo la certeza de estar siendo vigilado en toda mi trayectoria desde que me he hecho visible en el camino. 
 

A lo largo de toda la carretera militar descendente hacia el mar, apenas me encontraré con tres coches. Uno, ¡oh casualidad! Quiere aparcar justamente en el lugar donde estoy; me dice el conductor que avance. Después me encontraré con un rebaño de cabras (hembras y machos), ¿y por qué me voy a reprimir de escribir el nombre apropiado? Retrocedo. Después me encontraré con un rebaño de cabras y cabrones, aunque las cornamentas me parecen distintas a la imagen que conservo del macho cabrío.


Las Pantallas
Sigo bajando hacia el mar, pero empieza un pequeño tramo ascendente y aparecen las Pantallas; se empina la cuesta y cuesta subir. Estas pantallas se construyeron durante el franquismo, se trataba de evitar que la carretera que enlaza con el recinto militar, y el movimiento de vehículos que por ella hubiera, fuese visto desde el Peñón de Gibraltar. 
 

Son pantallas de cemento, bien asentado, con postes gruesos y que, de lejos, dan sensación de que fueran rocas naturales, aunque de cerca, al ser tan regulares, no dan el pego. El tramo no es muy largo y debo la gentileza del nombre y su razón de ser a Juan, que me lo dijo en Las Piedras de Pelayo. A partir de las Pantallas, pronto empezará a descender de nuevo la carretera y llegaré a Getares, donde funciona una escuela taller con el proyecto Pícaro pero, ni hoy ni mañana, conseguiré saber si están rehabilitando algún espacio. El Pícaro es un río seco por el que paso a través de un puente. He visto la zona en que se desarrolla el proyecto Pícaro con cancela y alambrada y prohibido el paso a persona ajena.

Ensenada de Getares
Antes de pasar el puente, un grupo de chicos y chicas que están fuera de su apartamento, me dicen que son de Algeciras, pero que están allí de vacaciones. Son apartamentos de tres pisos, cuya planta, tras ascender dos o tres escalones, da acceso directamente a la sala de estar. “Puedes estar tomando café en tu puerta en la misma acera de la calle”, me dicen. Pasado el puente, pregunto a una joven con niño por el lugar donde está el socorrista y me indica el lugar. Entro al retrete, que está siendo limpiado, cago, cojo agua y me voy hacia el chiringuito y la cerveza que ofrecen es a 3 €. Este alto precio me hace entender por qué la barra está vacía. Pareciera que la especialidad del chiringuito son batidos y cócteles pero como los precios sean acordes con el de la cerveza, ¿tendrán muchos clientes? Me acerco al socorrista, que es brasileiro. No tiene ni idea de donde se puede practicar nudismo en la zona, por lo que hace una llamada pidiendo información. La respuesta es que no puedo hacer nudismo en ningún sitio de la zona. Inicialmente me había dicho que era portugués y le suelto una parrafada sobre mi derecho a estar desnudo, le enseño los diseños hechos en Portugal, pero no muestra el interés que hubiera suscitado a un portugués de verdad, lo veo distraído, así que entonces me dice que es de Brasil. Él está en el puesto de vigía, atento a lo que acontece en la orilla y en el mar, y yo subido en el primer escalón de su atalaya; como tiene que atender a su función, no me hace mucho caso y no me va a resolver dónde hacer nudismo, me voy.

Un paseíto hacia Punta Carnero
Comprobando cómo se conforma la playa veo que, si me desnudo allí, voy a tener problemas; observo que tras un saliente, hay otra playa, y hacia allí me dirijo. Asciendo el saliente y sigo por la carretera, pero la playa es de piedras y tampoco veo nudistas, así que no bajo y sigo la carretera, sin arcén y en obras, pues va a ser ensanchada (kilómetro y medio en obras). En vista de lo cual, decido acercarme al faro y sigo un poco más hasta avistar el poblado de Punta Carnero. 

Me falta mucha información, pero cuando ayer subí hacia el puesto militar, el punto de la costa en que me encontré el rebaño de vacas ya no podía estar muy lejos de Punta Carnero. ¡Lástima no haber podido encontrar ese sendero que me habría traído al faro y a la bahía de Getares! Al venir hacia el faro, he visto a un chico desnudo y a una pareja pero, ya de regreso, veo dos coches aparcados arriba que me dan la referencia de por dónde coger el camino para bajar y llego a las rocas. Una chica y un chico intentan pescar. Sigo por varias radas, descalzándome y calzándome, pero cuando llego al lugar donde estaban los desnudos, ya no queda nadie. La playa es de cantos rodados, así que sigo adelante. 
 
En la siguiente rada, me encuentro con una pared natural inclinada (casi vertical) con un paso en la base de unos 30 o 40 centímetros. Voy descalzo, ya que la marea roza el borde; si no tuviera tan mal los pies, el paseo sería bonito y fácil y voy metiendo los dedos de las manos en los agujeros horadados por la naturaleza en la pared casi vertical. La marea hace que el piso estrecho se moje y se seque; pero llego a un punto en que el pasillo se pierde; dejo las mochilas en unos huecos suficientes, me desnudo y me baño. Luego me secaré con los débiles rayos del atardecer. Enfrente, en un islote, tres pescadores deberán esperar a que baje un poco más la marea para poder salir de allí. Vuelvo a deshacer el camino por la pequeña plataforma por la que he llegado y asciendo de nuevo hacia el camino. Llego a la vez que los pescadores, que han decidido mojarse y no esperar; sólo han pescado dos pececillos de unos 20 cm. Ya en la carretera hablo con tres trabajadores que desbrozan y ponen red metálica, para la ampliación de la carretera. Hablo de velocidad y seguridad vial con el que no trabaja. Me dice: “Total, correr, correr, para llegar al chiringuito a comer una tapa. ¡Mundo desquiciado!” Hablamos también de que Gibraltar vuelva a ser nacional y que devolvamos a los africanos Ceuta, Melilla y Canarias. Yo rememoro mis vacaciones de invierno en Lanzarote, pero también podríamos seguir yendo como turistas, en realidad, como vamos ahora. Así nos evitaríamos un problema, las pateras que llegaran a Canarias, emigrarían de nuevo a África. Todo queda en teorías.

Atardecer en la playa de Getares. Agua gratis y tapas baratas
Regreso por la carretera al mismo lugar y bajo el caminito hacia la playa. Dos niños se asoman al pozo y les digo que se coloquen al otro lado pues, de donde lo miran, pueden resbalar y caer al precipicio. La madre, que viene detrás con un niño menor, me agradece mi intervención y aprovecho para preguntarle por un retrete. Ya veo dónde hay uno y me da dos informaciones que me vendrán bien. Me dice que los primeros edificios que veo, son casas que llegan hasta la playa y que el edificio que veo a continuación es un Club privado. Me interesa para elegir el lugar donde dormir esta noche. Quiero coger agua fresquita para la noche, así que entro por la terraza del club privado con intención de tomarme una cerveza pero ¡será una osadía por mi parte! ¡Cómo he podido penetrar en un recinto tan privado, tan exclusivo! Pregunto en la barra a ver si puedo tomar una cerveza y la respuesta es contundente: “No, no puedes”. El vigilante, que me ha visto entrar, y viene a por mí, me invita a salir del recinto. Me quejo, no de él, sino del exclusivismo; el comparte mi opinión, pero está allí para cumplir esa función encomendada. Cuando llego a los servicios de playa a coger agua, los acaban de cerrar a las 21:00 h. Cojo agua del grifo para limpiar los pies y hablo allí con dos familias y cuento mis últimas experiencias; padres y niños alucinan y una mujer me da una botella de agua de dos litros sin abrir; “si hubiera estado empezada no te la habría dado”, me dice; (a mí me habría dado lo mismo). Le digo que dos litros es mucho peso para llevar encima, que dos litros son dos kilos más de peso a añadir al peso que ya llevo encima. Ella no comprende que rechace el regalo. Me lo pienso mejor y, teniendo en cuenta que ya hoy no voy a caminar más, pues me quedaré a dormir en esa playa de Getares, se la acepto y agradezco el regalo, para no herir susceptibilidades. La otra mujer me recomienda las tapas baratas de la Asociación de Vecinos de Getares y el marido de la del agua me acompañará, pues el coche lo tiene por aquella zona alta. Voy con él hasta la estrecha callejuela que me llevará a la Asociación de Vecinos. Ya dentro, cuatro vecinos juegan al mus y otros dos hombres que están en mi mesa me dan poca conversación, ya que están pendientes de la partida. El que regenta el bar es el más accesible y charlaremos después. He pedido tres tapas: una ensaladilla de chatka, un pimiento relleno de carne y, el tercero, de champiñones; para beber, una cerveza. Todo muy rico por 4 €.

Nocturno en Getares
Cuando llego a la playa, me alegro de que las luces y los focos estén encendidos, porque así podré elegir un lugar que esté en penumbra. Son focos colocados para iluminar la playa aunque, más bien, creo que están para controlar que la gente no se desmadre en ella protegida por la oscuridad. Elijo una zona, ya pasado el club exclusivo o, al menos, en parte con menos actividad, junto a una barca volcada; esta barca me protege del probable viento de levante, al menos, parcialmente. Pasadas las once, tres jóvenes aparecerán por la orilla del mar ¿Se bañarán? No. Al poco rato empezaré a oír voces chillonas y plañideras con una especie de rito; pretenden sacar de una de ellas el demonio que lleva dentro. Invocan a Jesús y al demonio; en un momento dado, oiré una llantina y unas toses, como si alguien se estuviera ahogando; ahora sólo veo dos siluetas pero, finalmente, volverán a ser tres. Al menos, no parece que hayan ahogado a ninguna ¿Habrá conseguido expulsar al demonio la apestosa? Parece que vuelven contentas por haber conseguido ahogar al pobre diablo. Se acercan a festejarlo en los columpios y otros elementos de la zona de juegos infantiles, que no está tan lejos de mí, como ellas lo estaban antes. Ni me muevo. No me gustaría que me encontraran allí y me expulsaran del paraíso. Hacen como una especie de baile; una de ellas mueve muy armónicamente los brazos y parece ser la envidia de las otras dos, pero a mí me parece que los mueve con muy poca gracia pero, en el país de los ciegos, el tuerto es rey”, como dice el refrán. Por el acento me parecen andaluzas, aunque pueden ser gitanas andaluzas, aunque tampoco rechazo que puedan ser sudamericanas. Cantan cánticos a Jesús y ¡Por fin!, tras columpiarse, se van. Al marchar, una se va acercando a mí y no me gustaría que me viera, pero las otras se van hacia la orilla y salvan una salida oculta oscura de un río que sale al mar. ¡Al fin solo! El resto de la noche, a pesar de los mosquitos y hormigas, dormiré bastante bien. Aunque no esté en cama, al menos estoy sobre arena y en horizontal. La almohada se me baja de vez en cuando. La Osa Mayor está a la izquierda. Buenas noches, felices sueños.

Hoy lo mas interesante del día se ha desarrollado en Pelayo, en Las Piedras; muy contento con cómo me han tratado, lo que he comido y la información que me han dado, José, Juan, Antonio y Mari. Gracias a todos. El resto del día, el agradecimiento de la madre con los niños mirando al pozo, el regalo del agua y curioso el rito demoníaco nocturno que, si no hubiera ocurrido, habría sido mejor.

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