miércoles, 11 de abril de 2012

Etapa 11 (127) Playa de Levante-Sancti Petri

Etapa 11 (127) 29 de junio de 2008, domingo. Día de San Pedro.
Playa de Levante-Puerto Real-Cádiz-San Fernando-Sancti Petri


En realidad, el fin de etapa es en el final de la playa de Camposoto, perteneciente a San Fernando, en el límite de la salida de la marisma, que viene de San Fernando y Chiclana, al mar. Este punto, está enfrente de la Isla de Sancti Petri, con su castillo fortaleza.

 
Bañito matutino
He dormido muy bien hasta las siete de la mañana y aguanto sin levantarme hasta las 7:45 h. Recojo el saco y la esterilla, ordeno la mochila, quito la arena y pierdo la sal y pimienta que había guardado para una eventualidad. Antes de las ocho bebo el agua que me queda, que está muy fresquita, y me doy el primer baño del día. Cosa que ayer no hice. Para las 8:10 h. ya estoy en marcha y llego al camino de traviesas que ayer me recomendaron.

Paseo matutino hacia Puerto Real
Este camino acaba en el puente, hecho con los mismos materiales. Fotografío con el río San Pedro, enmarcado en el parque natural de Las Marismas de Torruños y, enfrente tengo el Pinar de la Algaida. En el puente hay pescadores; dos de ellos tienen las piernas anegadas de barro, producido por cojer carnaza (yo hubiera dicho cebo) viva. Por el camino cruzan tres conejos y una señorial perdiz y me vienen recuerdos de mi padre y de la romería de San Pedro en mi pueblo de Alsasua. También veo un lagarto de unos cincuenta centímetros con un verde precioso. Estos encuentros con animales los tengo en el camino antes de llegar a la Universidad. 
En Puerto Real está la Universidad de Cádiz. Un caminante me dice que hay varias facultades: la de Económicas, la de Ciencias del Mar y otras que no retuve. Entro por una de las verjas y me encuentro con un grupo que ha ido para representar un espectáculo medieval. He tratado de evitar carretera y seguir por camino, pero me veo obligado a pasar un puente sobre otras carreteras y vías de tren en parada Universidad. 
 
Llego a rotonda y un chico me recomienda desayunar en La Tacita. Me paso y me reorienta pero, al llegar, está cerrada. Puerto Real está en fiestas de San Pedro, se ve la gente con resaca y hay muy pocos locales abiertos. Acabo desayunando en Mesón Itusi por 2,30 €. Sacan una mesa a la terraza, pero está pedida; tengo la suerte de que se libra otra y allí me afinco. Como tengo mucho que escribir y he conseguido acabar el libro, estaré mucho tiempo ocupando la mesa para tan poco consumo y, al final, recibiré la queja. Desayuno un manchao y tostada con mantequilla y mermelada. Cojo agua, pago y me pongo a escribir. Un chico trae una mesa, es Alejandro y le acompañan Lucía y Cristina. Calcula mal al apoyar la mesa en el suelo, se tropieza y casi se cae. Colocan la mesa fuera del espacio de Itusi y la chica les obliga a que la acerquen. Retiro un poco mi mesa para hacerles sitio y me pego al marco de la puerta, para seguir escribiendo y ellos me lo agradecen. Alejandro me dice que le parezco buena persona. Cuando se vayan, me querrán regalar una pulsera de cuero con una cuchara de plata deformada, que pesa, agradezco y devuelvo. Me quieren invitar, pero estoy bien y completo. Lucía, que es algo bruja, me hace su horóscopo; entre otras cosas me dice: "no tienes hijos, estás soltero, buscas la felicidad". Le digo que acertó en lo último, que estoy separado, tengo dos hijas y tres nietos. A las 11:45 h se van. Ahora quiero dejar Los Topos de Jesús Torbado y Manuel Leguineche (Precisamente, ayer se estrenó en el Festival de Cine y Derechos Humanos de Donostia, abril de 2012, una película basada en el libro). Argos Vergara, Barcelona 1980. Este libro me lo regaló mi amiga Arantza, que lo iba a tirar, que cuando le comenté que me lo iba a llevar al viaje y abandonarlo en el camino, parece que se arrepintió de habérmelo dado. Hago un resumen de lo que más me ha gustado y, como ya lo menciono en la introducción, no me voy a repetir. Antes de salir del bar, pregunto si dan comidas. Me dicen que, normalmente, sí, pero como hoy es el día principal de las fiestas de San Pedro, pretenden cerrar pronto. Tendré que buscar otro restaurante, pero tendré problemas porque está todo el pueblo medio paralizado. Voy al servicio, pero no cago; tampoco hay enchufe, así que no me podré afeitar; cuando le pido de nuevo agua y me la da, me lanza la indirecta bien directa de que he estado tres horas y que he amortizado bien la mesa. Agradezco la hospitalidad, pero ella no está en mi honda. Al salir, comento con los nuevos vecinos de mesa y ellos también han tenido problemas para encontrar un sitio para desayunar.

Paso prohibido por el Puente Carranza
También me han dicho que Cádiz está a ocho kilómetros; información que me ha animado; les digo que dejo abandonado el libro por quitarme peso y me voy en dirección al puente Carranza. Cuando llego a la rotonda, donde a primera hora, un chico me ha informado por qué carretera se va al puente, veo señal de paseo marítimo; un señor me dice que aquello es principio o final, según se mire y que siga la carretera, que deberé pasar por tres puentes: el primero por abajo, el segundo por arriba y el tercero otra vez por abajo. Agradezco la información tan ilustrativa, casi un acueducto, y sigo adelante. Cuando paso Airbus, sale un chico a carretera en mi dirección. Mi primera impresión es de alegría; si va para allí, tendré compañía e información; pero observo que va gesticulando y hablando solo, así que, al llegar a su altura, prefiero soslayarlo. Él no se ha dado cuenta de que voy detrás y en un momento en que se agacha para dejar la lata que va bebiendo y, cuando se está despojando de la camiseta, paso por su lado sin que se dé cuenta y sigo adelante. Después acelero el paso y al volver la vista atrás ("se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar"), veo que ya se ha quedado lejos. Al cabo de otro rato, le veo pasar de paquete en una moto y sin casco; se ve que alguien le ha cogido. Iré haciendo el recorrido por los puentes según me han indicado. El primero lo paso por debajo, el segundo lo soslayo por carretera lateral prohibida a vehículos y, el tercero, por abajo; todo como me habían dicho, menos el segundo. Suspiro por ver el puente Carranza, pero éste nunca acaba de aparecer. Aunque sigo la carretera, en un momento determinado me siento perdido y me doy cuenta que estoy metido en zona de pabellones industriales y servicios portuarios. Tengo suerte, pues una pareja, que va a la playa en coche, aparece por allí; les hago señas como para preguntarles algo y no con intención de que me lleven; no sólo me reorientan, sino que me quieren llevar. Se sorprenden de que quiera ir a pie. Les pregunto a qué playa van y me dicen que a la del espigón, pero no me sitúo bien y pienso que puede ser al que esté al otro lado de la desembocadura del río San Pedro. 

Llego a un lugar en que la carretera está en obras y, metiéndome por la base del firme, consigo pasar a carretera buena, pero, al hacerlo por donde lo he hecho, lo que ha ocurrido es que me he metido en recinto de autovía, del que, cuando me dé cuenta, ya no podré salir. La señal indica 6 km a Cádiz. Es por esta carretera por la que llego al puente Carranza. Cuando lo veo, me doy cuenta de que es menos largo de lo que yo pensaba y más próximo a Cádiz de lo que a mí me parecía. San Fernando me irá quedando hacia la izquierda. Visto en el mapa, habría sido más corto ir de Puerto Real a San Fernando y habría salido al mar por la playa de Torregorda; pero hubiera pateado más zona de playas interiores de la Bahía de Cádiz y menos de mar abierto. No me arrepiento de haber dado más vuelta y hecho más recorrido. Pero volvamos a la autovía. El arcén es amplio y sólo me arrimo a la valla cuando aparece alguna moto, pero ya cerca del puente, el arcén queda reducido a la mínima expresión y, ya entrando en él, un tinglado de cierre, me obliga a pasar sobre las barras protectoras y coger la antigua acera del lado izquierdo, donde veo mejor San Fernando; ya estoy libre de peligro, por aquí ya no me puede pillar ningún coche pero, al anular el paso a los peatones, que ha sido necesario para ampliar los carriles, la acera antigua ha quedado descuidada y es un peligro mayor si uno no va con cincuenta ojos.
 
Hay que ir muy atento porque, nada más empezar a caminar por el puente, aparece un agujero en el suelo, por el que el peatón puede caer a la bahía. Poco antes de llegar al centro del puente, aparece la primera señal de prohibición de paso a personas, haciendo mención explícita a pescadores. Unos pocos metros después, tengo oportunidad de pasarme a la acera derecha y, por ella, llego hasta el final del puente. Para salir de él no haré lo mismo que al entrar, ya que salto la valla hacia el mar y allí encuentro a dos chicas y un hombre pescando; cuando llego acaba de pescar un pececillo mínimo y me dice: “toda la mañana para esto”.





Tampoco comeré ortiguillas en Cádiz
Entro en el restaurante Juan Sebastián Elcano, pero me da la impresión de ser un lugar exquisito, no apto para mi economía (luego me dirá la dueña del Bar Alfa que es menos caro que lo que parece) y, como unos chicos me dicen que para Cádiz estoy en veinte minutos, me animo a seguir. 
 
Al salir del Juan Sebastián Elcano, veo que por el puente pasa la Guardia Civil, ¿habrán recibido aviso de que un caminante transgredía las normas? En cualquier caso, me he librado por bien poco, al menos, de una reprimenda. Se meten por carretera paralela a la que voy; me hago mi “peli” y cambio a la carretera que han dejado ellos, por si me esperan a la salida. Ha sido un rato de jugar a guardias y ladrones, pero no he producido mucha adrenalina. 
 

Estas fotos corresponden a la visión, desde el Puente Carranza, de la capital, Cádiz, y de San Fernando. Ninguna de las dos las visitaré, ya que Cádiz me quedará hacia la derecha cuando salga al bar Alfa y a su última playa y de San Fernando sólo conoceré sus playas hasta mi dormida en la salida al mar de su marisma.

 
Para las tres llego al Bar Alfa; en la barra está Bego, con algo más de alcohol de lo conveniente, con un pamplonica. Me ayudan para avisar a la mujer de la barra. Hago el pedido: ½ de callos y albóndigas (luego pediré una de pulpo a la gallega) y le pido una bayeta para limpiar la mesa; pero viene ella a pasarla. Había mucho movimiento en la barra, pero ahora ya se va aligerando. 
 
Lo que he comido ha estado bien. Cuando tomo el descafeinado con leche pago 12,70 € y le enseño los dibujos. Quiere que le haga uno con la terraza del bar, que no tiene mucha personalidad, como podréis comprobar en la foto, y no me inspira para hacerlo y tampoco quiero estar demasiado tiempo aquí. Me disculpo diciéndole que hago pocos dibujos con arquitectura urbana, que me va más el paisaje, como puede comprobar en los que le enseño de Portugal y los pocos que llevo hechos este año, el último en Sanlucar, y me da señas para que le mande alguno de los que haga por la zona.

En la mesa de al lado, dos chicas con rastafari se quejan del calor; en la del otro lado, un matrimonio con su hijo Carlos y otra chica; al niño me lo enrollo fácilmente, gracias a sus dos piedras. Me pongo a escribir. Cuando viene la mujer a limpiar las mesas de la terraza, me doy cuenta que en el brazo derecho me ha salido un sarpullido de granitos con agüilla; ella me dice que puede ser del sol. “Mañana estaría bien albergue en Chiclana”, pienso, pero luego, al mirar la guía, veo que el albergue no estaba en Chiclana, sino en Chipiona, y ya lo pasé; “así que, olvídate de albergue en Chiclana, Javi”, me digo. Veo que el más próximo ya está cerca de Algeciras (ahí si que habrá historia larga para contar). A las 16:45 h cojo agua, me despido, y salgo hacia la playa de Camposoto, que pertenece a San Fernando. Los dos vecinos de mesa son quienes me informan de cómo reconocer Camposoto desde la carretera, ya que por la playa no podré llegar por ser área militar. María Ángeles, que es la dueña del bar, me insiste en los dibujos y, por si acaso, saco la foto del Bar Alfa que, aunque me trataron bien, nunca dibujaré.

Otra playa prohibida
Con la información sobre la playa de Camposoto y su área militar, salgo al paseo marítimo con una preocupación añadida. Aunque se ha levantado un airecillo fresquito muy agradable, me temo que el área militar me meta de nuevo a la calorina del interior, como me pasó en la Base Naval de Rota. Bajo a la playa y a las cinco meto los pies en el agua y calculo que andaré dos horas más. Vienen de regreso por la orilla tres mujeres con un hombre y le felicito a él por el harem: “unos tanto y otros tan poco”, le digo, y hacemos unas risas. Una pareja de jovencitos: ella lleva las chanclas y su camiseta y él no le deja llevar la sombrilla, a pesar de ir muy cargado “¡Ah, el sexo débil!”, me digo. Saco fotos con la estructura militar al fondo y rocas por delante y, desde allí, otra instantánea del Cádiz que hoy no he visitado. Prácticamente sólo he visto el fuerte del final y la última playa. Al hacer la parada, la pareja de jovencitos me ha pasado y, al volverles a adelantar, les hago la observación del cambio: ahora ella lleva la sombrilla; se ha impuesto la cordura. Él comenta: “nos tiene controlados”. 

En mi misma dirección van tres mujeres: Ana, Antonia y Asun (las tres pertenecen a la triple A) y, luego, me presentarán a Matilde (Perico y Periquín, me vienen a la memoria). Ana va comentando a sus amigas que le encantan los zapatos; que tiene un zapatero en tal sitio de la casa, otro en el dormitorio y, como es habitual, intervengo: “¿Y el marido no sospecha de tanto hombre escondido por la casa?”; de primeras, no me ríe la gracia pero, luego, se enrolla y me dice: “No, soy viuda” y ya todo lo anterior da pie a seguir un rato de charla variada y de mi viaje; vislumbran en mi un viajero peculiar. Tras aparecer Matilde, acompaño a las cuatro al lugar donde han dejado la ropa y me despido. Vuelvo a la orilla; enfrente viene una pareja de embarrados y me acerco a ella, le hago mención de besos y abrazos y digo: “¡Hola cariño!”; se ríen ambos; ninguno de los dos, con esa capa gris de barro, en parte seco, en parte húmedo, está apetecible como para ser abrazado ni besado. Estos últimos encuentros que cuento desde la salida del Bar Alfa, no sé si han sido en el orden en que los estoy contando, pero son auténticos; como todo lo que me viene ocurriendo en este viaje tan magnífico. La playa, como la vida, sigue; pero la playa de todos se acaba y empieza la de algunos que tienen más derecho que la mayoría de españoles. 
 
De nuevo una playa militar. 
Transgrediendo la norma
Sobre un muro de rocas aparece algo así como: Peligro. Zona de Tiro. Prohibido el Paso. Acabo de preguntar a un chico, que estaba sentado en un lancha neumática, si se podía pasar, y me dice: “siendo domingo y con marea baja, sí”; y como es del Ayuntamiento de Cádiz y forma parte del grupo de Protección Civil, me animo a seguir la playa, como si no hubiera leído el cartel, que queda lejos de la orilla; como si no lo hubiese visto, y avalado por la opinión del gaditano en ejercicio de autoridad, que me ha informado tan bien. Ya en el muro, un padre con un niño me dice que los paseantes que veo, van y vuelven. Continúo por la orilla, con escasos encuentros de gente que vuelve, y observo que, por la zona de dunas, se ven algunos banderines rojos; intuyo que será por allí, por donde está la verdadera prohibición, el verdadero peligro de que te pille una bala perdida. Sigo lo más alejado que puedo de los banderines aunque, por la configuración de la costa, a veces me acerco más a ellos, de lo que es mi deseo. Tras avanzar un rato y ya sin nadie que venga por el frente, me doy cuenta de que hay zonas en que la arena de la orilla se va convirtiendo en fango. Ahora me explico de dónde venía la pareja de embarrados y luego veré, al finalizar la playa militar, que hay otras personas que se dan más barro. Cuando ya estoy llegando al final de la playa, sin haber tenido ningún contratiempo militar, ni haberme silbado en el oído ninguna bala perdida, observo que, en la duna, entra un hombre de blanco y con una gran sombrilla también blanca. Yo, podía haber seguido por la orilla, pero me acerco a la duna para preguntar por playa nudista de Campo Soto. Cuando estoy llegando donde el hombre, que pensaba podía ser un nudista, me doy cuenta de que me estoy metiendo en la cueva del lobo, justo cuando ya estaba a punto de salir de ella; es un militar de blanco, supongo que de la marina, y me pregunta “¿viene usted del otro lado?” Le respondo afirmativamente y le añado lo que me ha dicho el joven de Protección Civil. Le pregunto, y no sabe cual es la zona nudista de Camposoto. Me dice que me tendría que prohibir el paso, porque he hecho algo prohibido, pero que si me hace volver hacia la playa de Cádiz, la infracción sería doble, de ida y vuelta, así que me dice que siga y que tenga buen viaje.

Playa de Camposoto, de San Fernando, larguísima
La playa de Camposoto está poblada en la primera parte, pero, es tan larga, que poco a poco va desapareciendo la gente y, finalmente, acabará en playa casi solitaria, con muy pocos paseantes. En zona media, todavía poblada con playeros, veo a un gordito tumbado desnudo con dos brasileiras exuberantes. Un hombre que va con dos niños me dice que ya en esa zona conviven las dos opciones: textiles y nudistas. ¡Puta bola! No aparece ni un solo nudista más. Me quejo, pero comprendo que hoy es domingo, y el comportamiento de los nudistas no suele ser el mismo en los fines de semana. Ya, cuando se acaba la gente, se empieza a ver a algún desnudo por la duna.

Miguelón quemado
He visto más gente embarrada por la orilla, con algunos residuos que van quedando por la arena, y me encuentro a Miguelón, un chico minusválido, montado en carro especial preparado para que alguien le meta en el mar a darse un baño; está cerca de la orilla, todo colorado y sin nadie cerca y lleva gorra de Protección Civil. Es una mezcla entre mis amigos Mentxu Arrieta y Juanma Rodriguez, con dificultades deambulatorias ambos y de lenguaje, que hace sea difícil entendernos y poder llevar una fluida conversación. Aunque con Mentxu me río mucho. Le digo que será de Protección Civil, pero que, si no se ha dado protección solar, la civil no le ha valido de nada, ya que tiene la piel refulgente de rojo; ¡vamos, que está quemado! Hablando con él, me doy cuenta de que tiene algo de crema blanca sin extender, pero a lo mejor se la han dado cuando ya se había quemado o, después, ha pasado demasiado tiempo expuesto al sol. Yo soy partidario de poca protección solar y exposiciones cortas al principio, para que el cuerpo se acostumbre a generar su propia melanina protectora. Pero los días en que voy a pasar muchas horas al sol, me protejo varias veces. En estos años de camino, entre 2006 y 2011, no me he quemado nunca. ¡Y mira que estoy horas a la intemperie! Cuento a Miguelón algo de lo que estoy haciendo, de mi viaje caminando por el sur; y me doy cuenta que puede ser una crueldad contarlo a alguien que, por sus condiciones físicas, nunca podrá hacerlo, aunque lo quiera hacer. Pero él está disfrutando, porque un desconocido le está haciendo caso. Gracias Mentxu, pues la experiencia de haberte conocido me da fuerzas para tratar con Miguelón, o con cualquier otra persona con minusvalía física, con naturalidad. Generalmente la gente huye de lo que desconoce y yo me siento fortalecido. Además de a Mentxu, debo agradecer a Gureak, empresa que, en Gipuzkoa, se encarga del trabajo protegido, la oportunidad que me dio de trabajar con el colectivo de diferentes. Miguelón me pregunta el nombre y se lo digo y yo el suyo y me dice: “Miguelón”. Nos despedimos y sigo por la orilla, sin que mientras he estado hablando con él, haya aparecido por allí ninguno de los monitores que pudieran estar cuidándole.

Por Camposoto hacia Sancti Petri
Me encuentro con un granadino que, por el acento, me parece cubano. Me dice que para llegar a la zona verdaderamente nudista tengo que ir hasta detrás del penúltimo bunker. Ya he empezado a ver los Bunkers hace un rato. Se ve que estoy acercándome al estrecho de Gibraltar y estos artefactos, también llamados casamatas, están colocados a cierta distancia y, en algún tiempo, con funciones de protección, de defensa, contra los ataques del enemigo; en ellas se instalaban piezas de artillería y defendían la patria de los ataques de los barcos desde el mar. En la batalla de Trafalgar, cuando más hubieran sido necesarios, estos artefactos blindados no existían. 
 
Llevo un rato con demasiado tema de protección: Protección de guerra (Bunkers-casamatas), protección solar (crema), protección civil (empleados del Ayuntamiento y la gorra de Miguelón). Saco foto de la isla-fuerte de Sancti Petri, protegido entre dos Bunkers. Como es su día, pienso que es San Pedro entre dos ladrones; de alguna forma, tanta protección es un medio para crear inseguridad y restarnos libertad. Estamos en una época de temores y tal vez por eso estén proliferando las empresas de seguros. Tanta búsqueda de seguridad nos acogota.
  
Atardecer con Sheila y nocturno en Sancti Petri
Llego al final de los Bunkers sin haber visto a nadie en bolas. Después la playa que, más o menos, ha venido uniformemente recta desde Cádiz, ahora da una curva que se va introduciendo hacia la desembocadura de las marismas que vienen de San Fernando y de Chiclana de la Frontera. Frontera que ya empezó en Jerez y que continuará en Conil, Vejer, Castellar, Jimena…, aunque estas tres últimas, al estar más al interior, no las veré. En Vejer estuve en 2006, cuando estuve hospedado en un hotel de Conil de la Frontera. 
 
En las dunas cercanas al último Bunker, donde me hago el plan de dormir esta noche, esta Sheila leyendo, protegida por un perro. Cuando me acerco, el perro protesta y emite el sonido previo al ladrido, pero su ama le contiene. Las dunas son de arena muy fina. Dejo las mochilas junto al Bunker y me voy a dar un baño y, tras dármelo, me voy secando por la orilla caminando hasta lo más cerca que puedo de Sancti Petri, que es una línea cercana a media distancia visual del horizonte. Una pareja pasea y una joven se baña, pero todos en bañador, menos yo. Regreso y me pongo a hablar con Sheila. Le pregunto si se va a quedar y su respuesta es “sí”. Le digo que si vamos a pasar los dos la noche en la zona, es mejor que sepamos a qué jugamos y lo que estamos haciendo; pero, luego, me dirá que se va a quedar un rato más leyendo y que, luego, se volverá caminando hacia San Fernando. Aclarado este punto ya se que seré yo solo el que me quede a dormir allí. Sheila es una chavalita preciosa. Le hablo de mi viaje, le cuento anécdotas, le enseño los dibujos. Ella quiere que duerma lo más confortable que sea posible y me aconseja varios sitios para pasar la noche. Uno de ellos es una cabaña que está yendo hacia el interior, antes de meterse el camino en la marisma, donde suele pernoctar gente; pero temo a gentes que pernoctan al aire libre, pues suelen querer más juerga que dormir; además tengo claro dónde me apetece dormir y ya tengo el lugar elegido, junto al Bunker. Le agradezco sus desvelos por ofrecerme lo mejor que conoce y porque me da el agua que le ha sobrado; yo ya no tenía ni gota para pasar la noche e iniciar el día siguiente. 
 
Bajo de la duna, compruebo hasta donde ha subido la última marea, y dejo apoyadas las mochilas contra su lado sur, pues está inclinado hacia el norte, cual torre de Pisa gaditana y, por si esta noche le tocara caerse. Lo veis en la foto y mañana en el dibujo que haré. Cuando me estoy bañando veo que Sheila se levanta y se va con su perro. Nos mandamos un saludo con el brazo y la mano en alto, en un gesto amplio, de dos personas que aprecian el haberse encontrado. Pienso que esta noche, en el lugar en que estoy, no tendré problemas con la final entre Alemania y España. Espero no tener ni bengalas, ni cohetes, ni tracas, ni petardos, ni temor a incendio. 

Tras el último baño, me seco y, en la orilla dura, inicio mis danzas rituales de mis ancestros indios, aunque en pequeña escala. Vuelvo a mi dormitorio que, en caso de necesidad, tiene la posibilidad de penetrar por la parte de atrás; aunque no hay amenaza de lluvia. Extiendo la esterilla y me siento en ella apoyando mi espalda en la casamata, para mandar un mensaje a Sara y a Vera, para que sepan dónde estoy. La foto de puesta del sol no la consigo; “se chafa”, escribo en el diario, pero ahora no recuerdo por qué se chafó. Escribo el diario, pero el Boli anda chungo. Algunos cohetes que oigo, más parecen de fiesta que de goles; ¡que gane el que sea! Mañana lo sabré. Cuando llegue a lugar civilizado y pregunte, pensarán que soy un extraterrestre. Hago una buena almohada y elevo con arena, un poco, la cabecera de la colchoneta. Orino; como dos puñados de pipas de girasol y me acuesto. El faro del castillo de Sancti Petri, me manda destellos de luz, me ilumina. Estoy solo en el mundo. 
 
 
Cuando me levanto a orinar a media noche, aprovecho para ver la Osa Mayor, que tumbado me la tapa el Bunker y la luna de la que solo queda un filetillo menguante, algo menor que el de ayer noche en playa de Levante, en Puerto Real. Hay moscas, pero no mosquitos, así que no tengo que cubrirme la cabeza con la colchoneta. Se ha levantado algo de airecillo, pero es grato. Observo hasta dónde ha subido la marea, y me parece que ya ha empezado a bajar, pues las olas van quedando por debajo pero, por la mañana, me daré cuenta de que ha subido algo más de lo previsto, y que ha llegado hasta unos cuatro metros de donde he dormido. La noche se presenta apacible.

El día de hoy ha sido también muy intenso, tanto como el de Sanlucar-Rota, y sin llegar a los dos en que me acosté más tarde: Punta Umbría-Mazagón y Rota-Valdelagrana. Lo que aprendí la noche de Rota con el España-Rusia, me ha servido hoy en Sancti Petri con el Alemania-España. Terminado de leer Los Topos y tras hacer un resumen, he podido prescindir del libro y quitarme un peso de encima, ¿habrá venido bien a alguien en Puerto Real?, ¿lo estará leyendo alguien?, ¿dónde estará ese libro ahora? La incertidumbre en el paso del puente Carranza y el paso por la playa militar prohibida, han sido mis dos infracciones de hoy, que se han saldado sin sanción. Bien atendido en la comida del Bar Alfa, con bonitos pequeños encuentros durante todo el día. La belleza de Sheila al finalizar la jornada en un lugar que califico de mágico, ha sido el colofón que hacen de hoy uno de los mejores días de todo mi caminar. Hoy ha sido mi jornada 127. Un día de San Pedro muy completo, con un río de su nombre por el que he pasado y terminando frente a la isla de Sancti Petri.


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