Cabo Roche-Conil de la Frontera-El Palmar-Zahora-Cabo de Trafalgar.
Me despierto a las seis y media, pero aguanto una hora más. Como el acantilado no deja penetrar al sol en la playa, así que no me animo a darme un bañito en lugar en sombra, donde no me voy a poder secar paseando al aire y, me resisto a tener que secarme con toalla ¡Ya tendré ocasión de baño a lo largo de un día en que voy a tener playa al completo! Lo sé, porque este recorrido, casi al completo, ya me lo hice en primavera de 2006.
Así que me levanto, recojo los bártulos, me visto y me pongo el jersey. Subo al acantilado y salgo al camino magnífico que os comentaba ayer. Después, retrocedo para sacar foto de la playa del acantilado de poniente. Primero la que al pasar ya oscureciendo no saqué ayer; la que no sé el nombre.
Luego, por el acantilado, saco foto de la Cala del Tío Juan, de forma que se vea el lugar donde he dormido. Ayer la marea llego como a cuatro metros de donde dormía; hoy he apurado un poco más y ha llegado a un metro.
Luego, por el acantilado, saco foto de la Cala del Tío Juan, de forma que se vea el lugar donde he dormido. Ayer la marea llego como a cuatro metros de donde dormía; hoy he apurado un poco más y ha llegado a un metro.
Al principio me preocupé, pues la marea seguía subiendo pero, luego, me despreocupé y, casi, me pilla el saco. La siguiente playa es ya la anterior al faro, y ya no tiene apaenas interés. Llego a la torre medieval de Roche que, hoy es faro, pero antaño, para indicar el peligro a los barcos, encendían fuego sobre ella. Bajo el faro está el puerto pesquero de Conil que bajo por atajos y bordeo. Cruzan del pinar hacia el matorral más de una docena de conejos (no en vano estamos en Conil) y, cuando llego de nuevo al acantilado, reconozco la Cala del Aceite.
Luz de Almeria en Cala del Aceite
Me encuentro con Luz, una chica de Almería que está haciendo un curso de surf con gentes de todo el mundo y aprovecha este rato de la mañana para estar un rato sola (pero llega el pesadito de Javier); a pesar de que quería disfrutar de un rato en soledad, el encuentro conmigo le agrada y, si no se le hubiera hecho tarde, se habría dado un baño conmigo, aunque no ha traído bañador; pero se tiene que ir si no quiere llegar tarde a la clase. Como va a estar por allí diez días, le recomiendo el paseo por el acantilado entre Roche (Cala del Aceite) y Conil (Hotel Flamenco) y las Calas de Poniente. "Lo haré", me dice. Ella pertenece a un grupo de montañeros y hace caminatas serias. Ahora que ya se ha situado aquí, va a disfrutar con los paseos. Definitivamente, nos despedimos. ¡Adiós! Por un huequecito en el acantilado, bajo a la duna de la Cala del Aceite, dejo las mochilas, me desnudo y me doy el primer baño del día; me desagrada que haya piedras en el fondo del agua, y tengo que entrar con mucho cuidado. Me seco paseando por la orilla y me voy secando. Tres jóvenes, con enorme bañador, duermen sobre sus toallas; el sol ha salido de pleno y se están achicharrando. Yo, tras subir al acantilado, he guardado el jersey.
Esta es la foto del faro que fue torreón.
Cuando me voy de la playa los tres siguen dormidos y un hombre lee el periódico en el chiringuito. Cuando subo las escaleras del otro lado al este de la cala, aparecen dos parejitas que bajan a la playa y, cuando les observo desde arriba, veo que el chico que dormía con el pantalón azul celeste, se acerca a la orilla. No le veo si se baña o no, porque yo sigo adelante, hacia el camino por el acantilado y, dejando el gran camino, me voy metiendo por los senseros que se asoman más al mar.
Cala del Aceite
Saco foto de la cala del Aceite, el puerto y el faro que ya han ido quedando atrás. Hacia el otro lado se empieza a ver la gran playa que, con pequeños cortes, me llevará hoy hasta el Cabo Trafalgar. Llego a la urbanización de casas blancas con piscina, previas al hotel Flamenco. Esta zona está tan mal o peor que hace dos años. Se va viendo el deterioro y demuestra que no se están preocupando de mantenerlo en un buen estado de conservación.
La Cala del Aceite al marchar
De nuevo en el Hotel Flamenco Conil
Tenía buen recuerdo de la semanita que pasé en este hotel cuando estuve en la Semana Santa de 2006; razón por la que lo quería volver a visitar. Entro por donde solía entrar al hotel, siendo cliente del hotel, cuando volvía de las Calas de Roche; paso las villas, las escaleras de bajada y subida hacia las piscinas climatizadas, el solarium y, pasando por el comedor, llego a recepción. El camarero con el que me he encontrado no era conocido. Han mejorado los espacios y ahora es mucho más luminoso.
El recepcionista está hablando por teléfono y la gobernanta me dice que quien me tiene que atender es él. Le cuento la caminada que estoy haciendo y que recuerdo que el recepcionista que conocí se llamaba Jose; le pregunto el precio del desayuno del bufete y me enseña el tablón, donde pone 14,55 €. Yo me había hecho idea de algo similar al de El Flamero de Matalascañas, pero es más del doble y me parece mucho. Además hoy me gustaría comer ortiguillas, que no quiero que se me acabe Cádiz sin probarlas. Como no hay nadie conocido, el precio no me conviene y quiero que no se me haga demasiado tarde para el desayuno, agradezco la información, me despido y me voy. Cuando estoy en la escalera para bajar a la playa La Fuente del Gallo, me acuerdo de que no he pedido que me echen el sello, así que retrocedo, el recepcionista me lo pone y, ahora sí, me voy definitivamente.
Caminando hacia Conil de la Frontera
por camino conocido
Paseando por la orilla de la playa La Fuente del Gallo encuentro a una pareja y pregunto cómo se llaman las tres rocas que "flotan" en el mar; no me lo pueden decir porque son de Valladolid y no lo saben. Me hablan "castellano puro", sin deje andaluz y eso me debiera haber dado una pista. Lo tendré en cuenta al preguntar a los siguientes y, en esta ocasión he acertado de pleno: son extranjeros.
Bueno, los siguientes que me pasan son una pareja de Conil (?), que van en la misma dirección que yo y éstos ya me darán la respuesta correcta: "se llaman las tres piedras", me dice, con su tono argentino, Mercedes; se le sigue notando su tonillo de Argentina, aunque lleva muchos años viviendo en Conil; su pareja, Fernando, apenas habla y recibe llamada al móvil que, todavía, lo aísla más de nosotros dos. Él se quedará con su aparato y yo con su mujer durante un rato; le cuento acerca de mi viaje, de mi filosofía de viajero caminante y de lo que disfruto en el camino, le enseño mis dibujos. Me dice que le gustaría hacer algo similar, pero en coche. Es muy cómodona; ahora le parece mucho incluso regresar a casa que está por la pineda, detrás del hotel Flamenco y la urbanización de casitas blancas.
Nos metemos en un brazo de agua y tengo que remangarme algo el pantalón y consigo no mojarme los cataplines; antes había un río que desembocaba por allí, pero fue desviado, me dice la argentina; hacia el interior hay un puente, pero el río no llegará a salir al mar. Mercedes y Fernando se vuelven y yo sigo, una vez terminada la playa de La Fuente del Gallo, y metiéndome en la de Conil. Pregunto a unos del pueblo por una cafetería-pastelería para desayunar y me dicen por dónde debo entrar al centro de la ciudad; también me dicen el lugar de playa adecuado para salir derecho al centro y me dan la referencia de la Torre.
Desayuno en La Avenida
Antes de llegar a la Torre de Guzmán, me meto hacia el paseo marítimo. Unos subsaharianos hechos polvo por su atuendo y el calor que ya empieza a apretar, tienen una estampa genial para foto, pero les pido permiso y me lo deniegan, su cansancio no les permite el humor necesario como para que les anden toreando fotos. Cumplo su deseo, aunque luego me resarciré del mío; parecían cuatro negros senegaleses, de los que van vendiendo ropa por la playa; están recostados contra una caseta marrón en la arena, con su mercancía; era una foto preciosa, pero soy respetuoso con su decisión. "¿Y se les hubiera ofrecido uno o dos €?" me cuestiono y me quedaré con la duda.
Encuentro una heladería con terraza y me siento a desayunar: manchao doble, croissant, napolitana de chocolate, mantequilla y mermelada y pago 4,50 € Estoy en la Heladería La Avenida, y me pongo a escribir. Desayunan a mi lado un matrimonio con niña, son italianos, de Milano; cuando se van a ir, alucinan con mi experiencia de viaje. Les da lástima tenerse que ir. Al principio, él me había parecido un estúpidoy ella una seria de las que no habla ni con su pareja ¡Cómo cambian las cosas cuando hay algo que comunicar! El chavalillo que atiende la terraza de La Avenida se enrolla conmigo; es su primer día y la dueña le llama la atención para que atienda a otros clientes; le disculpo ante ella, diciéndole que el culpable soy yo, otro cliente que le está demandando atención en exceso. Entro en el servicio, cago, afeito, lavo y, luego, me dan agua fresquita.
Un Oasis con ortiguillas
Después, en el Oasis de al lado, una vez bebida la botella de agua, le echaré el limón de las ortiguillas. En el Oasis las llaman ortigas de mar y se las traen del río San Pedro, de Málaga, un señor de allí y de encargo; "aquí son tan apreciadas que ni las dejan crecer", me dicen. He pedido 1/2 ración, porque no sé si me van a gustar y las acompaño con un fino. Todo por 6,50 €, un capricho para contar a mi amiga Candi, de Hendaia. Tengo intención de comer enfrente de la Heladería Avenida, donde he visto menú de 10 €. Las ortiguillas son las anémonas (quizás también las actinias), rebozadas en una tempura fina y tienen la apariencia de sesos rebozados, muy similar en textura a la de los sexos rebozados que hacía mi madre, pero con un intenso sabor a mar, aunque menor al sabor del erizo y de la ostra; están muy ricas y las como muy a gusto. Una vez probadas, trataré de volverlas a comer.
El recepcionista está hablando por teléfono y la gobernanta me dice que quien me tiene que atender es él. Le cuento la caminada que estoy haciendo y que recuerdo que el recepcionista que conocí se llamaba Jose; le pregunto el precio del desayuno del bufete y me enseña el tablón, donde pone 14,55 €. Yo me había hecho idea de algo similar al de El Flamero de Matalascañas, pero es más del doble y me parece mucho. Además hoy me gustaría comer ortiguillas, que no quiero que se me acabe Cádiz sin probarlas. Como no hay nadie conocido, el precio no me conviene y quiero que no se me haga demasiado tarde para el desayuno, agradezco la información, me despido y me voy. Cuando estoy en la escalera para bajar a la playa La Fuente del Gallo, me acuerdo de que no he pedido que me echen el sello, así que retrocedo, el recepcionista me lo pone y, ahora sí, me voy definitivamente.
Caminando hacia Conil de la Frontera
por camino conocido
Paseando por la orilla de la playa La Fuente del Gallo encuentro a una pareja y pregunto cómo se llaman las tres rocas que "flotan" en el mar; no me lo pueden decir porque son de Valladolid y no lo saben. Me hablan "castellano puro", sin deje andaluz y eso me debiera haber dado una pista. Lo tendré en cuenta al preguntar a los siguientes y, en esta ocasión he acertado de pleno: son extranjeros.
Bueno, los siguientes que me pasan son una pareja de Conil (?), que van en la misma dirección que yo y éstos ya me darán la respuesta correcta: "se llaman las tres piedras", me dice, con su tono argentino, Mercedes; se le sigue notando su tonillo de Argentina, aunque lleva muchos años viviendo en Conil; su pareja, Fernando, apenas habla y recibe llamada al móvil que, todavía, lo aísla más de nosotros dos. Él se quedará con su aparato y yo con su mujer durante un rato; le cuento acerca de mi viaje, de mi filosofía de viajero caminante y de lo que disfruto en el camino, le enseño mis dibujos. Me dice que le gustaría hacer algo similar, pero en coche. Es muy cómodona; ahora le parece mucho incluso regresar a casa que está por la pineda, detrás del hotel Flamenco y la urbanización de casitas blancas.
Nos metemos en un brazo de agua y tengo que remangarme algo el pantalón y consigo no mojarme los cataplines; antes había un río que desembocaba por allí, pero fue desviado, me dice la argentina; hacia el interior hay un puente, pero el río no llegará a salir al mar. Mercedes y Fernando se vuelven y yo sigo, una vez terminada la playa de La Fuente del Gallo, y metiéndome en la de Conil. Pregunto a unos del pueblo por una cafetería-pastelería para desayunar y me dicen por dónde debo entrar al centro de la ciudad; también me dicen el lugar de playa adecuado para salir derecho al centro y me dan la referencia de la Torre.
Desayuno en La Avenida
Antes de llegar a la Torre de Guzmán, me meto hacia el paseo marítimo. Unos subsaharianos hechos polvo por su atuendo y el calor que ya empieza a apretar, tienen una estampa genial para foto, pero les pido permiso y me lo deniegan, su cansancio no les permite el humor necesario como para que les anden toreando fotos. Cumplo su deseo, aunque luego me resarciré del mío; parecían cuatro negros senegaleses, de los que van vendiendo ropa por la playa; están recostados contra una caseta marrón en la arena, con su mercancía; era una foto preciosa, pero soy respetuoso con su decisión. "¿Y se les hubiera ofrecido uno o dos €?" me cuestiono y me quedaré con la duda.
Encuentro una heladería con terraza y me siento a desayunar: manchao doble, croissant, napolitana de chocolate, mantequilla y mermelada y pago 4,50 € Estoy en la Heladería La Avenida, y me pongo a escribir. Desayunan a mi lado un matrimonio con niña, son italianos, de Milano; cuando se van a ir, alucinan con mi experiencia de viaje. Les da lástima tenerse que ir. Al principio, él me había parecido un estúpidoy ella una seria de las que no habla ni con su pareja ¡Cómo cambian las cosas cuando hay algo que comunicar! El chavalillo que atiende la terraza de La Avenida se enrolla conmigo; es su primer día y la dueña le llama la atención para que atienda a otros clientes; le disculpo ante ella, diciéndole que el culpable soy yo, otro cliente que le está demandando atención en exceso. Entro en el servicio, cago, afeito, lavo y, luego, me dan agua fresquita.
Un Oasis con ortiguillas
Después, en el Oasis de al lado, una vez bebida la botella de agua, le echaré el limón de las ortiguillas. En el Oasis las llaman ortigas de mar y se las traen del río San Pedro, de Málaga, un señor de allí y de encargo; "aquí son tan apreciadas que ni las dejan crecer", me dicen. He pedido 1/2 ración, porque no sé si me van a gustar y las acompaño con un fino. Todo por 6,50 €, un capricho para contar a mi amiga Candi, de Hendaia. Tengo intención de comer enfrente de la Heladería Avenida, donde he visto menú de 10 €. Las ortiguillas son las anémonas (quizás también las actinias), rebozadas en una tempura fina y tienen la apariencia de sesos rebozados, muy similar en textura a la de los sexos rebozados que hacía mi madre, pero con un intenso sabor a mar, aunque menor al sabor del erizo y de la ostra; están muy ricas y las como muy a gusto. Una vez probadas, trataré de volverlas a comer.
Comida en El Castillo
En El Castillo pido ensalada mixta, sardinas,
flan y bebo un tubo de cerveza. Como bien y escribo en el propio restaurante,
pues dentro se está fresquito y bien, y pago los 10 € previstos, ya que me ha
ajustado al menú.
Un paseo urbano
por Conil de la Frontera
Cuando termino de escribir salgo con
intención de comprar postales, pero la búsqueda resultará infructuosa, ya que
todas las tiendas posibles, incluidas las de venta de tabaco, están cerradas a
estas horas del mediodía. De abrirlas, lo harán muy tarde. El estanco en que
compré postales hace dos años, donde voy primero, cerrado; en Información,
donde a veces suelen tenerlas, sólo hace horario de mañana. Si me fallan los
siguientes intentos, bajaré a la playa y continuaré mi caminata. Como ya sé
que, aunque ya he visto el cabo de Trafalgar, en 2006 me costó tanto llegar de
allá para Conil, no quiero demorarme mucho en salir. Doy un paseo por el casco
urbano y me acerco a la Torre de Guzmán. Me encuentro con un uruguayo, una
argentina y una gaditana (“de Jerez”, me dice) que están de mudanza para
regresar a su pueblo. Son las cuatro cuando llego a Información y veo que no
abren por la tarde.
Sigo recorriendo la ciudad, sin dejar de buscar postales
que, definitivamente, no encontraré y, bajando, llego a una iglesia casi toda
encalada de blanco que destaca de su torre de piedra; creo que es la de La
Victoria. Resulta un conjunto muy armonioso, está cerrada y no le dedico más
tiempo, ni siquiera llego a ver su portada. Regreso al lugar de donde he
salido, pero lo hago por otras calles.
Llego a la plaza que tiene una de las
puertas de entrada a la ciudad y que ahora utilizo para, siguiendo la calle,
bajar de nuevo a la playa de La Fontanilla, pero primero me pararé en la
escultura, de las del tipo que me desagrada y que están proliferando. Me doy
cuenta de que me desagradan todas, pero si el personaje representado es alguien
de mi agrado, me resulta menos ingrato. Quizás lo que no me gusta es que se
representen figuras en bronce, en tamaño natural, con intención de copiar
exactamente la imagen de lo representado.
¿Por qué en Irun me agrada la de Pío
Baroja y me desagrada tanto la cantinera? Y, en Puerto de la Cruz, ¿por qué me
disgusta la pescadora del paseo marítimo de cuya cesta saltan peces? Sin
embargo, me entusiasma, como ya lo dije, la besarkada, el abrazo, homenaje de
Chillida a Ruiz Balerdi sobre el Pico del Loro donostiarra. Bueno, volviendo a
Conil de la Frontera, la escultura representada es de José Saramago, uno de los
escritores vivos que más aprecio y cuya obra he tenido el privilegio de leer
casi al completo (ahora, cuando escribo en 2012, Saramago hace ya algún tiempo
que nos dejó); en mi viaje por la costa portuguesa lo tuve mucho en mente;
sobre todo, en mi visita a Mafra, lo que me llevó a releer su Memorial del convento. Lo que se
representa es a un viejo, sentado en un banco, y un niño al que lee. Lo que
Saramago está leyendo es (y lo pongo porque en la foto no salió con la nitidez
que yo quería):
“A ustedes los jóvenes
les
toca el deber,
la
responsabilidad y,
por
qué no decirlo,
la
gloria de llevar
a
la humanidad
a
la felicidad.
José
Saramago."
Saco foto del texto del libro y del conjunto
en bronce y para las 14:30 h ya bajo a la playa de La Fontanilla.
Vendedores de humo
Nada más bajar a la playa de La Fontanilla,
encuentro el edificio marrón donde, al llegar por la mañana, me he encontrado a
los cuatro vendedores subsaharianos y que, respetuoso de su negativa, no he
podido fotografiar, como hubiera sido mi deseo, ya que formaban un conjunto
precioso, armonioso y, a la vez, doloroso. Una muestra del desequilibrio
norte-sur.
Se acabó la esclavitud en la teoría, pero éstos son auténticos
esclavos del sistema de libre mercado, de la sociedad de consumo, con una
sensación de estar haciendo un trabajo inútil, ofreciendo prendas coloristas
por las playas y pasando un calor sofocante; los clientes semidesnudos o
desnudos del todo y ellos con sus chilabas hasta los pies y sin poder abandonar
la mercancía para darse un baño. Esta es una de las miserias del sistema
capitalista que ya estaba en los inicios de quebrar; que ha hecho plof con la
burbuja inmobiliaria y que tratan de maquillar para que siga muriendo poco a
poco. ¿Seremos capaces de crear un sistema de bienestar en el que quepamos
todos? Mientras sigan mandando los mercados financieros, no haya democracia en
los centros de decisión y se deje sin control a los insaciables poseedores del
capital, tendremos poco que hacer. Ahora me encuentro a uno de los cuatro
derrengado, despatarrado, sin poder abandonar su mercancía, pero ya sin fuerzas
para protegerla ¡sólo faltaría que algún desaprensivo se la robara!, porque
miserables hay en todas las capas sociales. Esperemos que esto no ocurriera.
Dejemos a nuestro negrito dormido y arrullémosle con la nana “duerme, duerme,
negrito… que tu mama está en el campo, negrito…; trabajando sí, trabajando
duramente, trabajando sí, trabajando y no le pagan…”
Caminando hacia la
playa de Castilnovo. Un recuerdo de Rogelio Rodríguez
Por la playa de La Fontanilla enfilo hacia el
sur, pero no me acordaba que pronto llego a la desembocadura del río Salado
que, para cruzarlo, me permite dos alternativa: una es ascender hasta el paseo
marítimo y allí cruzar un puente y, otra, que será la que tomaré y es cruzarlo
cerca de la orilla. Para lo cual, observo lo que hacen algunos paseantes.
No
voy a esperar a que baje la marea, pues perdería tiempo inútilmente. Veo que, a
una pareja que viene del otro lado, de la playa de Los Bateles, les llega al
agua hasta la cintura. No llevan mochilas como yo, así que yo pasaré más justo
sin mojarlas; por lo cual, me desnudo, guardo la ropa en la mochila y paso al
otro lado; como no hay gente en esa zona, continúo un rato andando, pero al
llegar a los primeros textiles, me pongo el calzoncillo. En un abrir y cerrar
de ojos, me doy cuenta de que hay gente desnuda, por lo que me lo vuelvo a
quitar casi inmediatamente. Sería magnífico poder seguir desnudo hasta
Trafalgar.
Al menos sé que la playa que comienza es nudista y en mi lista
figura una como playa Castilnovo. En mi mapa aparece Los Bateles y la Torre
Nueva que, también, podría interpretarse como Castillo Nuevo (o sea, Castilnovo).
En cualquier caso, sea Bateles o Castilnovo, da lo mismo, ya que sigo pensando
que una playa pasa a ser nudista cuando la gente se desnuda y, en mi opinión,
soy más partidario de playas mixtas, en las que todos respetan las opciones de
los otros, que guetos nudistas o guetos textiles. En esta playa las personas
nudistas no se esconden por las dunas, aunque también las haya por allí; están
tumbadas, paradas de pie, caminando por la orilla, bañándose, ¡qué gozada y con
qué naturalidad! En esta zona, cerca de la Torre Nueva ( no confundir con otra
Torre Nueva que encontraré ya en levante, al norte de La Línea de la
Concepción, todavía en Cádiz, ni con Torrenueva, al este de Motril, en la costa
granadina), me encontré, haciendo nudismo también, en 2006, a Rogelio
Rodríguez, un excompañero de Fundiciones del Estanda de Beasain. Mientras
trabajó allí fue un destacado sindicalista y teníamos nuestras diferencias. Yo,
en las asambleas, solía estar en posición incómoda, puesto que, al ser el
contable, tenía conocimiento de la marcha de la empresa y esa información no la
podía expandir, ya que la empresa no actuaba con transparencia; tampoco tenía
toda la información, ya que sólo los comerciales estaban al tanto de la cartera
de pedidos y las filigranas que debían hacer para adecuar precios a costes y
seguir siendo competitivos en el mercado del hierro y del acero, amén de las
que tenía que hacer el jefe de compras para conseguir precios óptimos de los
proveedores. Nos tocó bregar con una huelga, en la que se produjo algún despido
y, para preparar el plan de viabilidad, las nuevas inversiones para hacer
rentable la empresa, y documentación varia, la dirección contaba con el equipo
administrativo; lo que nos colocaba en una posición más incómoda todavía. Más
los que vivíamos en el mismo barrio, con los obreros, y manteníamos relaciones
de amistad con muchos de ellos. Era violento que ellos se quedaran en casa, sin
poder ir a trabajar y nosotros lo hiciéramos, a veces, trabajando en la villa
del gerente (que falleció mientras hacía yo este camino). Asistimos a alguna
asamblea. Hicimos lo que pudimos; quizás no todo lo que debimos. En fin ¡Una
situación muy difícil! Para colmo de males, en el ínterin, falleció mi padre.
Bueno, volviendo a la playa, encontrarme con Rogelio en 2006, en una situación
distendida, ambos lejos de aquel lugar de trabajo que nos distanciaba, ambos
desnudos, nos permitió charlar amigablemente y recuperar la cordialidad
deteriorada. Fue un encuentro bonito que, ahora, en 2008, me gustaría que se
hubiera repetido. Habría sido demasiada bicoca.
Hacia la playa de
El Palmar. Un nudista adolescente
Tanto en la playa anterior, como en las
siguientes, me iré dando baños a ratos. Es muy cómodo: pararte, dejar las
mochilas y echarte al agua; y deshacer la operación: secarte, coger las
mochilas y echar a andar. Aunque me figuro, como no me veo no lo puedo
apreciar, la imagen que daré no será plausible desde el punto de vista
estético, pero, ante la comodidad, me río yo de lo estético.
Me encuentro a un
hombre que está con dos niñas y un adolescente, pre-púber; los tres están
construyendo barcas, castillos y haciendo flanes en la orilla. El chaval es un
hombrachón; su madre me dice que tiene 16 años. Le comento que lo que me
sorprende es que con su edad le guste estar desnudo, ya que suele ser la edad
de las dudas, los pudores, las vergüenzas, en ese proceso de construcción de la
personalidad. Ella me dice que siempre ha estado desnudo en la playa y, con la
pubertad, no ha sentido necesidad de cambiar. ¡Me parece genial! Comento
también que siendo los padres de tamaño mediano, más bien pequeño, les haya
salido un hijo tan hombrachón. Me dice ella: “Ha salido a su abuelo”.
Me doy
dos o tres baños, ellos siguen jugando, paseo, no he sacado nada de las mochilas,
ni la toalla para tumbarme, recojo, me despido y me voy.
Regeneración de
playas en El Palmar
Llega un momento en que, entrando en El
Palmar, tengo que salir a la carretera; la playa está en proceso de
regeneración; un barco en la bahía extrae arena de los fondos marinos y la
bombea de tal forma que, por medio de unos tubos, esa arena acaba en la playa.
Saco tres diapositivas con el barco faenando pero, en lugar de peces esquilma
los fondos marinos que serán de costosa y larga recuperación. No sé qué proceso
de criba llevará esta arena o si, solamente, servirá de base y, por encima
echaran la que había antes y han mantenido amontonada. Todo esto son
conjeturas, ya que nadie me dice ni yo pido explicaciones.
La foto la saco
desde la duna, muy próxima a la carretera. Sólo cuando después me permitan
acercarme a la zona regenerada, tendré ocasión de comprobar que, la nueva arena
redistribuida por la playa, tiene muchos restos de conchas y es más áspera de
lo habitual y pienso: “si el mar se llevó la arena una vez, volverá a
llevársela” y trabajo en vano. No sé lo que dirán los ecologistas de esta
acción, pero se ve que priman los intereses económicos, el dar gusto a la gente
para fomentar más esta zona como lugar turístico, y el interés de los
hosteleros. Sería interesante saber, después de cuatro años, hoy, en 2012 ¿en
qué condiciones se encuentra esta playa? ¿Fue del gusto de los usuarios? ¿Sigue
siendo una zona de atracción turística? ¿O el mar recuperó la arena robada de
sus fondos? Si alguien me lo puede decir, le agradeceré haga un comentario al
finalizar la narración del día. Creo recordar que esta playa de El Palmar,
corresponde al ayuntamiento de Vejer de la Frontera.
A ver quien la
tiene más grande
Ya en El Palmar, me encuentro a Alejandro,
Enrique y Dani; están muy cerca de la orilla y haciendo montañitas de las que a
mi me gusta hacer; tras hacer la montaña clásica con arena húmeda, cogiendo
arena con bastante agua, se dejan caer gotitas de arena que se deslizan entre
los dedos y se forman como pináculos irregulares que resultan muy
espectaculares; pero ellos las están haciendo sobre el bañador, ya hemos salido
de la playa nudista y yo voy con mis partes pudendas ocultas, encima del pene.
¡A ver quien la tiene más grande! Les pido permiso para hacerles una foto y,
cuando estoy en ello, Dani, que tenía una montañita pequeña, ve que no puede
competir con los otros dos y se retira; así que saldrá en la foto pero fuera de
concurso.
Pasado El Palmar, Zahora,
nueva zona nudista
Una pareja de Bilbao juega desnuda a pala. Él
tiene pala playera, pero ella de frontón con agujeros. Me paro, pienso que son
del norte, ellos me lo confirman, les veo hacer una serie completa sin que se
les caiga la pelota y me voy.
En esta zona, la playa de arena queda por arriba,
ya que la zona más próxima al mar está llena de rocas muy afiladas e imposibles
para caminar descalzo sobre ellas; en algunas zonas se forman pequeños remansos
de arena. Saco una foto donde se ven estas rocas con el faro de Trafalgar al
fondo. Cada vez lo voy teniendo más cerca. Creo que esta playa ya puede ser la
de La Mangueta. Yo voy por la arena seca o semi-seca. Cada vez que aparecen
rocas, subo a un sendero gris y lo alterno subiendo y bajando a playa, al igual
que me voy poniendo o quitando el calzoncillo según las zonas. En toda la playa
de Zahora hay una música no demasiado estridente, aquí las rocas forman una
especie de corralito natural y me baño en él, aunque no cubre ni tumbado. Un
nudista asturiano que está con su familia, con el que intercambio unas
palabras.
La playa y las
dunas de Trafalgar
Después de Zahora, la siguiente ya es la
playa de Trafalgar, que tiene arenales a los dos lados, aunque el propio faro
está asentado en unas rocas que se adentran en el mar; justo en el faro las
rocas son potentes y defienden el faro como un farallón frente al mar
embravecido, pero en la parte que da a la ensenada de Barbate, la roca
protectora es lisa y puede estar seca o cubierta por el agua, dependiendo de la
marea.
Después vendrán nuevas playas, con sus dunas correspondientes hacia el
interior, que enlazan con las de poniente. En mi lista de playas nudistas
aparece con el nombre de playa Faro de Trafalgar. Aquí se produjo una batalla
naval en que nuestra armada acabó malparada, pero no me siento con fuerzas para
añadir más historia, que se puede encontrar en un manual, o consultando en
Internet; así que lo dejo para el estudioso y no hago más farragoso mi relato,
que ya lo es bastante con mis añadidos.
Según me voy aproximando, voy sacando
fotos al faro. Todo este tramo, hasta el faro, iré desnudo y dándome baños.
Alguien me dice que la última se llama Cala Aceitera. Aquí se combina bien
nudismo con textiles y llego a las rocas del faro y las toco, como si ya
hubiera llegado a la meta ¡No me queda nada!, pero hoy casi he terminado de
andar y ya estoy con ganas de descansar. Al faro, se puede ascender por las
rocas, pero prefiero ir a lo seguro ascendiendo por el camino. Subo y miro
hacia Conil y su faro, que es lo más lejano que alcanza mi vista y, por el otro
lado hacia Tarifa, donde no llegaré hasta dentro de cinco días.
Buscando cama en
las dunas de Trafalgar
Bajo por el otro lado del faro y me
encuentro, entre la arena y el mar, con el espacio que comentaba antes de rocas
lisas, con espacios circulares que, en tiempos, pudieran haber sido furnas. Un
hombre saca fotos a sus dos hijas en espacio de poca agua y rocas lisas y
pregunto a su mujer por los chorros de Caños de Meca. Me dice que desde allí no
se ven y que, por la costa, no podré seguir a Barbate. No será información
baldía.
Me encuentro con una pareja (Diego y Alessia) a la que no digo nada y
sigo adelante, pero vienen Saverio y Simona, los cuatro italianos que están
juntos, y regreso con ellos donde los primeros. Alessia es muy chirigotera (pareciera
gaditana) y se cuestiona si sus vidas van en alguna dirección y si regresarán
alguna vez a casa. Alessia hace abalorios e intenta mantenerse con lo que
vende.
Ellos se van a quedar a dormir allí, pero no quiero estorbar y, además,
prefiero dormir aislado; así que me despido y, al empezar a andar, se me ocurre
regresar y decirles: “voglio una dona”
como Fellini hace decir a uno de sus personajes masculinos, que está
dispuesto a ligarse a una monja, en Amarcord
. Me ríen la gracia. Me cruzo con un pescador que va a pasar la noche con
la caña. Voy hacia la duna con intención de buscar lugar adecuado para hacer la
cama. Encuentro el lugar, dejo las mochilas y regreso donde el grupo de
italianos y me dan permiso para sacarles una foto para el reportaje. Está
bastante oscuro pero espero que salga. Alessia ha dejado de hacer sus
manualidades, saco la foto y regreso a mi duna. Antes de empezar a hacer la
cama, aparece María que está inscrita a un curso de clown y quiere ver la
puesta del sol, pero desde la duna en que está no ve la línea del horizonte
marino y le invito a trasladarse a mi sitio, desde donde sí se ve. Le cuento el
paseo que estoy haciendo y alucina (vecina). Le encantaría hacer algo así. Está
en el camping con una amiga, pero lleva un rato sin saber nada de ella, ni tan
siquiera si las ropas que ha dejado en la playa seguirán allí.
No logramos ver
el rayo verde, puesto que el sol se pone tras la duna, pero yo percibo efectos ópticos muy curiosos, posiblemente
derivados de mi fijeza en la mirada del astro solar. Llegando al ocaso, se me
ilumina, con una línea blanca brillante, todo el reborde que recorta la duna
(arena y plantas) y, luego, todo el frontal por encima de la duna, como en
negativo y en varias fases, que van del gris al negro. Me recuerda un efecto
similar a aquellas láminas en las que si fijabas la atención en unos aspectos
que percibías como imagen bidimensional y, a base de forzar la fijación,
acababas viendo en tridimensional algo que antes no veías. ¡Qué fenómeno tan
curioso! Recuperada la visión y regresando a la normalidad, me despido de
María, ¿encontrará sus prendas en la playa? Y me acuesto en mi saco a dormir.
Parece que hay pocos mosquitos, pero temo a las hormigas pequeñas que pululan
por allí cerca. El cielo se va estrellando, veo la Osa Mayor, pero no reconozco
ninguna más; me gustaría ver la Menor. El faro Trafalgar se pasea por la noche
en forma de haces luminosos.
Qué destacaría del día: Hoy ha sido otro día
muy intenso y de mucho recorrido, como la mayoría de los que vengo haciendo en
la provincia de Cádiz. Al igual que la jornada de Valdelagrana en que, como
quien dice, no cambié de playa, puesto que la de Levante, prácticamente era la
misma playa, aunque la primera perteneciera a El Puerto de Santa María y la
segunda a Puerto Real (ambas Puerto), mañana haré también pequeño recorrido.
Veo que las etapas de poco recorrido, o de descanso, las voy dosificando: la
primera fue la 4ª en Punta Umbría, la segunda, la 10ª ya mencionada, que acabó
en Puerto Real y la tercera será la 14ª mañana en Caños de Meca con dormida
doble en las dunas del cabo Trafalgar. Quizás estos pequeños descansos, aunque
no uniformemente periódicos, sea algo
natural que, sin premeditación, me va pidiendo el cuerpo. Haber recuperado el
gusto de las playas de Conil, aunque el hotel Flamenco no me haya dado el mismo
resultado que el Flamero de Matalascañas. Lo cierto es que el de El Flamero era
un desayuno necesario, y el de hoy no. Los encuentros han sido interesantes
pero no los mejores del viaje, pareciera que estoy reservando para mañana uno
de los más bonitos encuentros de todo este viaje sureño. Interesantes, aunque
de distinto calibre, han sido: haber probado las sabrosas y aromáticas
ortiguillas, el nudista adolescente ya habituado desde niño y que no recula en
su gusto por seguir desnudo en la playa, los niños que hacían crecer su pene de
arena y, dejándolo para el final y con otro sentido, el de la esclavitud que
sigue de las gentes subsaharianas. Como dato curioso, también, el
cuestionamiento de Alessia de hacia dónde va su vida. Es joven y se puede
permitir el lujo de hacerse un poco la remolona, haciéndose a la idea de que
vive en libertad pero a sabiendas de que eso no podrá continuar así ¿Qué estará
haciendo ahora Alessia?
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