Rota-El Puerto de Santa María-Playa Valdelagrana.
Primer bañito del día.
España ganó 3-0 a Rusia
Después del arranque de la noche sandunguera y salvo algún mosquito que me ha importunado, he dormido bastante bien. Me despierto a las 6:30 h. pero espero a que asome el sol y empiece a calentar un poco para levantarme. Voy viendo todo el proceso antes de ver el sol, ya que la torre vigía donde estoy se irá iluminando de arriba abajo. Serán las 7:45 h. cuando me levante. Tras sacudirlo de la arena, recojo el saco y aprovecho un hueco entre paseantes y corredores, para darme el primer baño del día desnudo. Las piedrecillas de la orilla, en la rompiente de la ola, me hacen daño en la planta de los pies, pero “al que algo quiere, algo le cuesta” y “sarna con gusto no pica”, como dicen los refranes aplicables a la ocasión. Me seco al aire, me visto, recojo todo, bebo agua, entierro las cáscaras de pipas y dejo lo más alisado el suelo. Cargo las mochilas y pregunto a una pareja, que me orientará hacia la primera pasarela y salgo a la avenida de San Fernando, por la que seguiré hasta el final de la playa. Les pregunto el resultado del partido y me dicen que 3-0, que jugó muy bien, sobre todo la segunda parte y me despido. Adiós y gracias.
Paseo con un saharaui hacia Rota
Cuando bajo, de nuevo, a la playa, por detrás viene, con su chilaba gris, Larri, de la República Árabe Saharaui Democrática RASD, ahora en el Tinduf argelino, y me pongo a charlar con él. “¿En qué hotel?”, me pregunta, y yo le explico y dibujo en la arena un mapa de la península y le cuento un poco mejor este mi tercer gran camino, tercer verano caminando y mis noches playeras. Hablamos del Tinduf y me remito a Carlos Iglesias que estuvo presentando en el Tinduf su película Un franco 14 pesetas y a la vuelta hizo algunos comentarios, fruto de sus observaciones, y se lo trasmito. Pareciera que tienen el Tinduf muy sucio, para dar más pena y la apariencia de provisionalidad. Larri me acepta la crítica, parece que Carlos estaba acertado. ¿Me habrá entendido bien? Le cuento que estuve interesado en visitar la RASD y que no lo conseguí; cómo, en una de las campañas de recogida de alimentos, colaboré en la recogida de Eroski, tanto en Irún como en Hondarribia. Le hablo de la ordiziarra (¿) Fatimetu, casada con un saharaui. Me pregunta si sé ¿francés, inglés, árabe? Y le digo que no, aunque algo de francés sí sé. Se tiene que ir de la playa “Salam malikú” me dice, y “Malikú Salam” le respondo; y sigo hasta el final de la playa, en el espigón del puerto deportivo.
Desayuno en la plaza: Periquito
En el espigón hablo con un conductor de vehículo cementera, que trae y lleva cemento y que, mientras espera que llegue el siguiente para cargar, lee Marca. Me explica qué es lo que me viene a continuación: La Base Naval, aunque primero llegaré a otra playa. En mi mapa aparece la playa de Fuentebravía, pero no dice nada de la Base Naval, ni de prohibiciones. También le pregunto por un lugar para desayunar y me responde que entrando por un lugar concreto, la puerta del antiguo faro, encontraré muchos sitios.
Me acerco a dicha puerta con el antiguo faro: La Puerta del Mar, en la glorieta José María Pemán, sigo la calle, me meto por un tinglado elevado y salgo a la Plaza del Ayuntamiento. El edificio tiene en medio un gran portalón que atraviesa el edificio, con servidumbre de paso. Entro y me echan el sello. Vuelvo a la plaza, y me siento a desayunar en Periquito: manchaíto y tostada con mantequilla y mermelada (2,40 €). Una camarera muy simpática será la que me atiende; le pago, cojo agua y le dejo el móvil para que me lo cargue. Una vez limpia la mesa, me cambio de posición porque ni la sombrilla, ni el árbol próximo, no me evitan el sol que me pega de lleno en la calva. Dos chicas se sientan a desayunar y se les acerca Rafael. Les digo si necesitan ayuda para protegerlas del “presunto acosador” y me cogen muy bien la broma. Ellas son Maria y Mari Carmen. Dejo de escribir para hablar con los tres. Las dos son de Rota y él es mañico, destaca mi tipo de humor socarrón, cuando les cuento lo del suicidio del perro con la familia onubense de Punta Umbría.
Les enseño los últimos dibujos, ven cómo estoy escribiendo el diario, les cuento que hago diapositivas que, al regreso, proyectaré en Irun y trato de transmitirles mi gusto por el viaje. Rafael dice que tiene 62 años, pero se acuerda de que cumplió 63 en abril y lo había olvidado; nos reímos por no asumir la edad. Su sueño, imposible de cumplir: subir al Machu-pichu a pie por una senda trazada.
He repasado el mapa de Huelva y veo que he pasado por todas las playas nudistas; ahora con el de Cádiz, he empezado bien. Mi primer escollo del día va a ser pasar la Base Militar, protegida por la Armada Española, que me obligará a rodear por carretera, alejándome de la brisa de la costa; ahora que el sol aprieta y me gustaría llegar a la siguiente playa nudista de Valdelagrana. Son las doce. Ya se ha ido el trío y yo voy a coger agua y a hacer uso del aseo. No me pueden dar agua, porque la han cortado. En el retrete, cago y, por suerte, en la cisterna quedaba algo de agua. Recojo el móvil, ya recargado y me despido. El desayuno me ha costado 2,40 €.
Les enseño los últimos dibujos, ven cómo estoy escribiendo el diario, les cuento que hago diapositivas que, al regreso, proyectaré en Irun y trato de transmitirles mi gusto por el viaje. Rafael dice que tiene 62 años, pero se acuerda de que cumplió 63 en abril y lo había olvidado; nos reímos por no asumir la edad. Su sueño, imposible de cumplir: subir al Machu-pichu a pie por una senda trazada.
He repasado el mapa de Huelva y veo que he pasado por todas las playas nudistas; ahora con el de Cádiz, he empezado bien. Mi primer escollo del día va a ser pasar la Base Militar, protegida por la Armada Española, que me obligará a rodear por carretera, alejándome de la brisa de la costa; ahora que el sol aprieta y me gustaría llegar a la siguiente playa nudista de Valdelagrana. Son las doce. Ya se ha ido el trío y yo voy a coger agua y a hacer uso del aseo. No me pueden dar agua, porque la han cortado. En el retrete, cago y, por suerte, en la cisterna quedaba algo de agua. Recojo el móvil, ya recargado y me despido. El desayuno me ha costado 2,40 €.
Información en el castillo de Luna
Salgo de la plaza y me encuentro con el Castillo de Luna, donde veo la señal de información. Entro y me enseñan un mapa que me servirá para salir de Rota y otro de El Puerto de Santa María. En un mapa se ve la playa de Fuentebravía y en el otro pone de Fuenterrabía. El camarero de Las Marismas, luego, me dirá que son dos playas distintas; yo, me permito dudarlo. En información, aparte de los mapas, me dan una botella de agua de 500 cl que, al vaciarla en la mía, no me cabe por unas gotas. Mi conclusión es provisional: o la que me dan tiene más capacidad de lo que indica el envase, o la mía tiene menos capacidad que lo señalado. Salgo agradecido por la información y por el regalo del agua.
Iglesia de Nuestra Señora de la O
Salgo del castillo y entro en la iglesia. Una señora me señala, para que me fije mejor, una imagen sin hornacina, que está a la altura del ara del altar mayor y, muy próximo a ella, un feligrés devoto: se supone que es la Virgen de la O. En otro altar, hay otra virgen, la del Rosario y en otro la del Carmen, con un vestido feo y muy recargado. Casi todas las imágenes llevan, como el Nazareno, vestido. Todos feos. Veo otro altar y me voy. Creo que lo más valioso es la talla de ebanistería del altar mayor con los asientos de doble función: sentado normal y culo apoyado para cuando están de pie. Salgo con la sensación de haber perdido el tiempo.
Playas de Rota. Lodazal y barros curativos
Salgo de la iglesia y voy hacia el puerto. Todavía en el ámbito de la Puerta del Mar y antiguo faro, me encuentro a un grupo que aún está incompleto y pregunto a la guía, que es funcionaria del Ayuntamiento; es la que me da esos datos y me dice por donde podré comprar una visera. Paso todo el puerto deportivo y me meto a la playa por una rampa de entrada, pero que luego tendré que dar un salto. Antes de dar el salto, hablo con una pareja finlandesa. Ya en la playa, voy por arena que, ¡de repente!, se convierte en fango y me hundo hasta los tobillos; como no me había quitado las sandalias, las saco todas pringadas, lo que me obligará a meterme con ellas en la orilla, para limpiarlas, y luego colgarlas de los cinchos para que se oreen. Un matrimonio me indica bien por dónde salir, pero yo veo que la siguiente parece una playa más solitaria y hacia allí me dirijo. Una chica de protección civil me dice que puedo cruzar por la roca y luego volver al paseo marítimo. Cuando estoy llegando al final de la playa, veo a tres chivos de unos veinte años, uno de ellos todo embadurnado de barro, que me darán toda clase de explicaciones sobre los poderes curativos del barro. Me dicen que muchos corredores a los que les duelen los tobillos por correr, con darse barro en la zona, se les cura. Hablamos un poco más, ya no recuerdo de qué, y subo a la roca. La subida es bastante fácil, pero la bajada es tan vertical que temo deslizarme y decido subir un poco más y salir por el paseo marítimo; quizás eso sea lo que me ha dicho la chica de protección civil.
Entro en la otra playa y, junto a la roca, hay un chico, otra chica tomando el sol y otro chico paseando y leyendo. Doy la vuelta a la roca baja y veo a un hombre barrigudo que está quitando piedras y observando hacia el pueblo. Me alejo un poco de él, me desnudo y me baño de mala manera, primero, porque hay piedras a la entrada, cuando éstas se acaban, hay una gran losa horizontal con mucho musgo deslizante, lo que me obliga a ir avanzando sentado para evitar resbalarme; cuando ya me cubre un poco más haré la plancha y estaré bien. Porque he hablado del barro con los chicos y ya sé que la turbiedad del agua a qué se debe, si no, me habría parecido un agua muy sucia. Observo que deja la piel suave y deslizante. Me viene el recuerdo del año pasado en playa Meco. Estoy un rato tumbado y moviendo las piernas y tengo que salir sentado y caminando hacia atrás con el culo. Cuando el señor pasa por detrás, salgo del agua y me seco de pie apoyando la espalda en la roca que engarza con el muro. Ya seco, me visto y voy caminando por la arena hacia el siguiente pretil. En la foto se ve esta segunda playa, la bajada casi vertical del paso entre playas y que me ha obligado a salir a paseo marítimo, y cómo Rota ya se va quedando lejos.
Entro en la otra playa y, junto a la roca, hay un chico, otra chica tomando el sol y otro chico paseando y leyendo. Doy la vuelta a la roca baja y veo a un hombre barrigudo que está quitando piedras y observando hacia el pueblo. Me alejo un poco de él, me desnudo y me baño de mala manera, primero, porque hay piedras a la entrada, cuando éstas se acaban, hay una gran losa horizontal con mucho musgo deslizante, lo que me obliga a ir avanzando sentado para evitar resbalarme; cuando ya me cubre un poco más haré la plancha y estaré bien. Porque he hablado del barro con los chicos y ya sé que la turbiedad del agua a qué se debe, si no, me habría parecido un agua muy sucia. Observo que deja la piel suave y deslizante. Me viene el recuerdo del año pasado en playa Meco. Estoy un rato tumbado y moviendo las piernas y tengo que salir sentado y caminando hacia atrás con el culo. Cuando el señor pasa por detrás, salgo del agua y me seco de pie apoyando la espalda en la roca que engarza con el muro. Ya seco, me visto y voy caminando por la arena hacia el siguiente pretil. En la foto se ve esta segunda playa, la bajada casi vertical del paso entre playas y que me ha obligado a salir a paseo marítimo, y cómo Rota ya se va quedando lejos.
Playa prohibida, solo para militares y familia Paso y bajo el pretil y me encuentro con una barrera de postes y cables que delimitan la playa privada de la Base Naval de Rota, con advertencia de prohibido el paso. Me dan ganas de infringir el mandato, pues los cables dan opción a la transgresión, pero me lo pienso mejor y no tengo necesidad de crearme un conflicto militar. Ya tendré bastante con el del acuartelamiento militar de Alhucemas, entre Tarifa y Algeciras. Saco fotos y retrocedo hacia el paseo marítimo. De allí saco foto para que se vea el dique separador entre playa pública y playa prohibida a no militares o no familiares. Una forma injusta de privatizar legalmente.
Visera rota en Rota.
La visera que llevo, con el volante protector, ya ha dado bastante juego. Todo el verano pasado de 2007 en Portugal, y está tan quemada que se me han hecho grietas y agujeros por los que el sol me hace manchas en el cuero cabelludo. Así que busco otra que la sustituya. Ya he visto la Base Naval, en su zona de costa y ahora entro en población, encuentro una tienducha, de esas que tienen de todo, pero no hay nadie atendiéndola. Al rato, entra el dueño y le digo lo que quiero: una visera con protector para el cuello, como la que llevo o similar; él me enseña lo único que tiene: blanca con azul o blanca con naranja y me decido por la primera, la de la Real; así que mi visera querida que me habría gustado que me durara hasta el final, quedará rota en Rota, totalmente derrotada. De primeras, la impresión que me ha causado el tendero, es la de un hombre seco, pero luego me anima para que pida permiso en la puerta para pasar por la carretera interior de la base y no tenga que dar tanto rodeo y que, si no me dejan pasar, siguiendo la carretera exterior, a unos tres kilómetros, tengo un restaurante bastante económico: Las Marismas. Le agradezco la información y le hago caso.
Mendigando permiso de paso sin éxito
Salgo de la tienda y me dirijo a la rotonda y entro en el recinto militar. Un soldado no me deja pasar por esa puerta y me manda a la otra. Hablo con el cabo, le explico que estoy dando la vuelta a la península a pie por la costa y me pregunta “¿Es usted militar?” y como no puedo decir que lo soy, pues al finalizar el servicio militar sólo me ascendieron a soldado de primera, por buen comportamiento; me dice que sólo pueden pasar los militares, los civiles no. Le digo al cabo que iba por la orilla del mar y me he topado con la prohibición, pero que había gente en la playa; me responde que son militares o familia de militares. Le digo que me parece injusto y, además, que es contrario a la ley de costas y me responde: “están en ello”. ¿Quiénes, en qué están?, ¿en permitir el paso? Son preguntas que se quedan en el aire. Tampoco tengo certeza de si era cabo o sargento. Recuerdo que las graduaciones no correspondían igual en el ejército de tierra, que en la marina. Pero prefiero no remover aquellos recuerdos.
Con desgana, porque empieza a apretar el calor y los militares me obligan a abandonar la brisa marina, inicio camino por carretera; al poco rato, dentro del recinto de la base, veo un captador de ondas, que queda algo camuflado por la vegetación. Los arcenes me ofrecen algún entretenimiento vegetal. En la carretera Lepe-El Rompido vi muchas retamas con fruto, que me pareció similar a la chufa, aunque luego no, y de similar tonalidad, aunque una vez maduras son casi negras.
Hoy veo muchas especies de mimosas, aunque éstas son más arbustivas que las arbóreas que yo conozco; pero en éstas lo que más me sorprende es el gran tamaño de las bolas amarillas, como grandes garbanzos, y con unos pinchos muy largos. Algunas, muy frondosas, están preciosas. Me pasa un avión por encima ¿saldría de la base naval? Por la carretera pasa un GLF y la primera palabra que me viene es golfo (el caminante que ha tenido que abandonar el golfo marino, sueña con él, como si el GoLFo hubiera sido un espejismo).
Llego a un lugar en el que indica El Puerto de Santa María (a partir de ahora diré Puerto) por la derecha y Chipiona por un puente y carretera paralela; dudo qué dirección tomar. Una mujer me dice que para ir al Restaurante Las Marismas, es mejor que vaya por donde está ella. Nada más decírmelo, hago un cambio brusco de dirección y, al bajar del arcén, patino con la grava suelta y me tambaleo, sin llegar a caer, con la dificultad añadida que me crean las mochilas para guardar el equilibrio, pero no puedo evitar que, al apoyarla, me haga unas heriditas en la mano izquierda y en la parte lateral externa de la rodilla contraria (no era la de la tendinitis del primer año). El accidente parece leve. A la señora le llaman al móvil, pues el médico que viene en coche a buscarla, quiere saber en qué punto exacto de la carretera está. Ella le da datos. Tiene un enfermo en casa de acceso complicado y ha bajado a la carretera para que no se pierda. Subo al segundo puente, hago derecha, derecha y, estando en ello, un señor me confirma que me falta un kilómetro. Los tres kilómetros que me habían dicho en Rota, se me han hecho eternos. Creo que, al menos había el doble. Por fin llego.
Comida y sobremesa en Las Marismas
Entro con temor, pues ya han pasado las tres, pero me acogen con naturalidad, como si fuese una hora dentro de la norma. Mejor para mí. Pido el menú, y elijo lentejas, que acompañan con pequeña ensalada y sardinas (3 hermosas), con otra ensalada. Pequeña tarta de queso, que con una jarra de tinto de verano, pago 8 €. Cuando estoy terminando las lentejas, entra un grupo de hombre jóvenes quejosos del calor; el ventilador no es suficiente para refrescarles. El camarero que me ha informado de que las playas de Fuentebravía y Fuenterrabía son playas distintas, también me dice que para Puerto me faltan 25 kilómetros. ¡Me dejan caput! ¡Puta base militar! Llegará aún un matrimonio de Balmaseda, al que, agobiado con la distancia que me queda, apenas haré caso. Para llegar a la playa de Valdelagrana, me tendré que aprovisionar bien de agua. Hay un camarero nuevo al que el resto de compañeros agobian. Cago, se acaba el papel, advierto al camarero, al que pago y pido que me llene la botella de agua en su grifito de agua refrigerada. Le pido una botella grande y que me la cobre, pero me busca una de litro y medio y me la llena en el grifito. Regreso a mi sitio, cojo las mochilas, recojo la botella de agua en la barra y me voy doblemente agradecido; bien sabe el camarero que llegar a Valdelagrana, con el calor que hace, va a ser durillo.
Tratando de salir a la costa lo antes posible
Cuando salgo del recinto de Las Marismas, compruebo que la carretera sigue paralela a la otra, así que, al llegar a la gasolinera, pregunto. El chico de la gasolinera me dice que va paralela hasta Puerto; que siga por donde voy, y que, al llegar al cruce con otra que va a Jeréz de la Frontera, se convertirá en carretera de tierra. Esta información me da un dato que me tranquiliza. Me voy bebiendo la botella de agua, que será lo primero que quiero que desaparezca, y que me supone kilo y medio de peso adicional. Mi hija Sara, cuando bebe mucha agua, acaba con dolor de estómago; espero que a mí no me ocurra lo mismo. Llego a un cruce y me meto por él para leer los indicadores de distancia kilométrica, de forma que veo que Puerto está a 15 kilómetros.
Con este dato en cruce, puede haber uno más, como mucho, 16; pero esta apreciación será errónea, ya que , por querer salir pronto al mar, para recibir su brisa, abandonaré esa carretera que me habría llevado más directamente a Puerto, pero, luego, el río Guadalete me obligará a internarme de nuevo, con el incremento de kilómetros y retroceder hacia el mar, bajando de nuevo el río por el otro lado, para poder llegar a la playa de Valdelagrana.
Esa señal de 15 kilómetros me ha elevado la moral, aunque sólo será momentánea, por lo ya dicho. Con esa euforia, me vuelvo a fijar de nuevo en el camino. Observo el sistema de vallas de seguridad para evitar la entrada incontrolada de alguien en la base naval. Una doble verja disuasoria con alambre de espino enrollada en la parte central. ¡Que no caiga ningún animal! ¡Saldrá despellejado! Llego a una bifurcación en que señala Puerto oeste y es aquí donde me equivoco y donde ya quedarían unos diez kilómetros, pero mi afán de llegar a playa, me jugará una mala pasada. Además, a la derecha, he logrado ver un poco del mar y eso me hace reforzar la dirección de ir hacia allí. Será otra ilusión. Llego a la otra carretera de salida de la base, y de entrada, supongo. La verja continúa. Faltan 8 kilómetros. Finaliza Rota, aunque la verja continúa. Por fin llego a un lugar en que la verja protege no a instalaciones militares, sino a viviendas, tipo chalets unifamiliares. Vengo roto de Rota, derrotado. Me cago en la puta nación no sé cuantas veces y, cuando veo que se está acabando la verja, pregunto a un ciclista joven y me indica que me meta dentro del recinto por una puerta giratoria.
Así que entro en el recinto de las casas militares y, ¡por fin!, a las 17:15 h. salgo a las marismas y al mar ¡Qué calorina he pasado! Es a las 18:50 h. cuando se acaba Rota y todavía lo que me queda para llegar al destino propuesto de hoy. Me parece que poco voy a disfrutar en la playa nudista de Valdelagrana. Las casas militares por las que paso, van por el número 2325. He visto un pequeño conejo por la carretera. Luego veo volar un grupito de cuatro o cinco codornices por CHL; los depósitos son similares a los que vi al paso por la zona industrial de Mazagón. Bueno, de la puerta giratoria y entre casas, salgo a la playa. Llegan dos chavales que no saben decirme si esas puerta es la primera o si había otra anterior; son los que me informan de que son las casas de los militares, pero que aquí no hay instalaciones de la armada, razón por la que sí se puede pasar aunque no se sea militar, ni familiar.
Para pasar a la playa, he tenido que retroceder un poco hacia el oeste, y salgo, no sin dificultad, a la playa de Fuentebravíoa a las 19:50 h. Me descalzo, y siento un pequeño alivio en los pies, cansados de tanto asfalto. Pienso que ya estoy cerca de El Puerto, pero aún me quedará un tramo y, después, el Guadalete, que me obligará a ascenderlo y descenderlo por el otro lado y a Valdelagrana no llegaré hasta pasadas las once de la noche. ¡Qué pasada! Llegaré casi muerto. Podían haber puesto un puente al Guadalete más próximo a la desembocadura. Descalzo por la orilla, un matrimonio de El Puerto me da orientaciones y para dormir en la playa me recomienda las de Puntilla y Valdelagrana. Aunque me había hecho idea de la última, ya decidiré cuando llegue a Puntilla. Me indican por donde salir de la playa en que estamos, ya que unas rocas la cortan y debo subir al camino. Luego encontraré a otra pareja más joven; a él me cuesta entenderle, pero ella está encantada con el encuentro; dice que nunca había conocido a un viajero como yo. Hablamos, pero yo no estoy en mi mejor momento, muy cansado y con ganas de llegar a Valdelagrana. Mientras caminamos juntos, sólo les haré preguntas mínimas.
Llego con ellos hasta las rocas, que allí tienen fácil acceso, me despido y subo buscando retrete; como en el chiringuito de arriba no lo hay, meo en lugar discreto, entre coches aparcados, y sigo por paseo marítimo al borde del acantilado. Fotografío un fuerte derruido que ofrece una visión lejana de Cádiz y, antes de llegar a Puerto Sherry, lo veo de lejos, con un grupito de casas para gentes de élite, que también plasmo en foto.
El Puerto de Santa María
El paso por la población no me resulta nada grato y una señora me llena de confusión con sus respuestas, ya que cuando yo le preguntaba por dónde ir al puerto deportivo, ella me quería indicar el lugar del polideportivo. Luego veo que, al final de playa Puntilla, hay una ciudad deportiva y, pienso, que la señora me quería orientar hacia este lugar. No me agrada playa Puntilla para quedarme a dormir, así que sigo adelante. Y tras mucho caminar llego al Guadalete y recibo el gran tortazo del día, al ver que no tendré posibilidad de pasar al otro lado mientras no llegue al primer puente y, después, bajar todo el río por el otro lado. ¡Me van a dar las uvas!
Guadalete arriba, Guadalete abajo
Tras la visión del Guadalete y ver su estructura me he quedado consternado. Veo que no me va a quedar más remedio que seguir la ribera del río hasta que encuentre un puente para pasarlo. Llegar a él se me hace eterno ¿tendré fuerzas para llegar al otro lado, a la playa de Valdelagrana? Va pasando la tarde. Parece haber ambiente de fiestas, pero me dirán que es un día de verano y hoy es viernes, ya dentro del fin de semana. Un hombre me dice cómo llegar al puente y a una fuente que resultó carísima y que no funciona. Y cuando ya me voy a marchar, dice "ahí viene mi niña" y me voy. En otro momento me habría enrollado con él, pero el cansancio y las dudas me han mermado el humor. Encuentro un paseo hasta a tope de casetas y diversiones para niños. También el aparcamiento está al completo y, al fondo del paseo enlazo con el inicio del puente por el que cruzaré al otro lado del Guadalete. Ya está oscureciendo. Cojo carretera dirección Cádiz y pasa un chico haciendo deporte, corriendo; le paro y le pregunto por dónde entrara a la playa de Valdelagrana, y me responde que no me meta entre casas todavía, que entre más adelante.
Buscando cama en playa de Valdelagrana
Ya está de noche y encendidas las luces urbanas. Tras muchas dudas y titubeos, llego a la avenida de la Paz y ésa me llevará a la playa. Parece larga y dudo si ponerme bajo el puesto de vigilancia, como ayer en Rota, pero está en zona bastante iluminada y próxima a población, en un paseo con hoteles y casas de 14-15 pisos, feas y que sólo mejoran al final (lo comprobaré cuando las vea mañana). Voy por la arena tanteando, saliendo de la zona iluminada no veo nada en dirección a la orilla. Me resulta imposible calcular hasta donde subirá la marea, aunque como la que piso es arena seca, que me da la impresión de que permanece seca todo el tiempo, decido parar y me instalo. Son más de las once de la noche y yo todo el día suspirando por baño en playa nudista. De noche, y en playa desconocida, no me apetece bañarme. Mañana será otro día. Tardaré en dormirme hasta que no pasen varias cosas. Primero, aunque apenas hay, tengo que despreocuparme de los mosquitos. Después oigo el tractor que va rastrillando la arena. Está pasando por zona delantera a mi sitio, lo que me da cierta seguridad de que hasta allí no llegará la subida de la marea. Pasa de regreso, vuelve a pasar; me ve, así que ya estoy localizado y así estamos más tranquilos el conductor y yo. Como no quiero estar toda la noche pendiente de la rastrilladora, decido cambiarme de sitio y paso a la zona ya cribada, con la arena limpia y mullida. Me vuelvo a meter en el saco y espero a que vuelva a pasar la cribadora; cuando está cerca hago para que me localice, me ve, le saludo, me toca el cláxon y ya puedo acostarme para dormir tranquilo. Pero pasan un grupo de chicos y chicas que parece van en bañador con intención de darse un bañito y me acerco a la orilla pero, aunque les veo bañarse, yo no me decido a darme un baño. Me vuelvo a mi sitio; he metido los cinchos de las dos mochilas debajo de la esterilla; habría sido mejor atar unas a las de la otra, de forma que, si alguien tira de una, arrastre a la otra y me despierte, pero no lo hago. Toda esta película me la estoy haciendo por estar en una playa urbana, el tipo de playa que, en situación normal, nunca elegiría. La cuadrilla se va y yo ya me dormiré, hoy con calzoncillo y con la almohada mejor posicionada que otras noches. Por la noche acabaré rebozado de arena, como una croqueta, debido a que la arena es muy fina y sopla viento de levante.
¿Qué destacaría del día de hoy? Lo peor ha sido tener que rodear la Base Naval de Rota ¿Llegará un día en que se pueda seguir por la costa, que las playas del recinto sean para todos y no sólo para unos privilegiados? ¿Y si no la playa, al menos, la carretera interior? El otro error que he cometido ha sido producido por mi deseo de salir pronto a la costa; si hubiera seguido la indicación Puerto oeste, habría salido al puente directamente, sin necesidad de dar todo el rodeo desde las casas militares; pero, a la vez, me habría perdido el paseo marítimo que me ha parecido bonito; también la playa Puntilla. Tampoco habría visto Puerto Sherry, que daba una visión bonita en la lejanía. La experiencia de llegar de noche a una playa en la que quiero dormir, también servirá para tratar de no volver a cometer dicho error.
Hoy veo muchas especies de mimosas, aunque éstas son más arbustivas que las arbóreas que yo conozco; pero en éstas lo que más me sorprende es el gran tamaño de las bolas amarillas, como grandes garbanzos, y con unos pinchos muy largos. Algunas, muy frondosas, están preciosas. Me pasa un avión por encima ¿saldría de la base naval? Por la carretera pasa un GLF y la primera palabra que me viene es golfo (el caminante que ha tenido que abandonar el golfo marino, sueña con él, como si el GoLFo hubiera sido un espejismo).
Llego a un lugar en el que indica El Puerto de Santa María (a partir de ahora diré Puerto) por la derecha y Chipiona por un puente y carretera paralela; dudo qué dirección tomar. Una mujer me dice que para ir al Restaurante Las Marismas, es mejor que vaya por donde está ella. Nada más decírmelo, hago un cambio brusco de dirección y, al bajar del arcén, patino con la grava suelta y me tambaleo, sin llegar a caer, con la dificultad añadida que me crean las mochilas para guardar el equilibrio, pero no puedo evitar que, al apoyarla, me haga unas heriditas en la mano izquierda y en la parte lateral externa de la rodilla contraria (no era la de la tendinitis del primer año). El accidente parece leve. A la señora le llaman al móvil, pues el médico que viene en coche a buscarla, quiere saber en qué punto exacto de la carretera está. Ella le da datos. Tiene un enfermo en casa de acceso complicado y ha bajado a la carretera para que no se pierda. Subo al segundo puente, hago derecha, derecha y, estando en ello, un señor me confirma que me falta un kilómetro. Los tres kilómetros que me habían dicho en Rota, se me han hecho eternos. Creo que, al menos había el doble. Por fin llego.
Comida y sobremesa en Las Marismas
Entro con temor, pues ya han pasado las tres, pero me acogen con naturalidad, como si fuese una hora dentro de la norma. Mejor para mí. Pido el menú, y elijo lentejas, que acompañan con pequeña ensalada y sardinas (3 hermosas), con otra ensalada. Pequeña tarta de queso, que con una jarra de tinto de verano, pago 8 €. Cuando estoy terminando las lentejas, entra un grupo de hombre jóvenes quejosos del calor; el ventilador no es suficiente para refrescarles. El camarero que me ha informado de que las playas de Fuentebravía y Fuenterrabía son playas distintas, también me dice que para Puerto me faltan 25 kilómetros. ¡Me dejan caput! ¡Puta base militar! Llegará aún un matrimonio de Balmaseda, al que, agobiado con la distancia que me queda, apenas haré caso. Para llegar a la playa de Valdelagrana, me tendré que aprovisionar bien de agua. Hay un camarero nuevo al que el resto de compañeros agobian. Cago, se acaba el papel, advierto al camarero, al que pago y pido que me llene la botella de agua en su grifito de agua refrigerada. Le pido una botella grande y que me la cobre, pero me busca una de litro y medio y me la llena en el grifito. Regreso a mi sitio, cojo las mochilas, recojo la botella de agua en la barra y me voy doblemente agradecido; bien sabe el camarero que llegar a Valdelagrana, con el calor que hace, va a ser durillo.
Tratando de salir a la costa lo antes posible
Cuando salgo del recinto de Las Marismas, compruebo que la carretera sigue paralela a la otra, así que, al llegar a la gasolinera, pregunto. El chico de la gasolinera me dice que va paralela hasta Puerto; que siga por donde voy, y que, al llegar al cruce con otra que va a Jeréz de la Frontera, se convertirá en carretera de tierra. Esta información me da un dato que me tranquiliza. Me voy bebiendo la botella de agua, que será lo primero que quiero que desaparezca, y que me supone kilo y medio de peso adicional. Mi hija Sara, cuando bebe mucha agua, acaba con dolor de estómago; espero que a mí no me ocurra lo mismo. Llego a un cruce y me meto por él para leer los indicadores de distancia kilométrica, de forma que veo que Puerto está a 15 kilómetros.
Con este dato en cruce, puede haber uno más, como mucho, 16; pero esta apreciación será errónea, ya que , por querer salir pronto al mar, para recibir su brisa, abandonaré esa carretera que me habría llevado más directamente a Puerto, pero, luego, el río Guadalete me obligará a internarme de nuevo, con el incremento de kilómetros y retroceder hacia el mar, bajando de nuevo el río por el otro lado, para poder llegar a la playa de Valdelagrana.
Esa señal de 15 kilómetros me ha elevado la moral, aunque sólo será momentánea, por lo ya dicho. Con esa euforia, me vuelvo a fijar de nuevo en el camino. Observo el sistema de vallas de seguridad para evitar la entrada incontrolada de alguien en la base naval. Una doble verja disuasoria con alambre de espino enrollada en la parte central. ¡Que no caiga ningún animal! ¡Saldrá despellejado! Llego a una bifurcación en que señala Puerto oeste y es aquí donde me equivoco y donde ya quedarían unos diez kilómetros, pero mi afán de llegar a playa, me jugará una mala pasada. Además, a la derecha, he logrado ver un poco del mar y eso me hace reforzar la dirección de ir hacia allí. Será otra ilusión. Llego a la otra carretera de salida de la base, y de entrada, supongo. La verja continúa. Faltan 8 kilómetros. Finaliza Rota, aunque la verja continúa. Por fin llego a un lugar en que la verja protege no a instalaciones militares, sino a viviendas, tipo chalets unifamiliares. Vengo roto de Rota, derrotado. Me cago en la puta nación no sé cuantas veces y, cuando veo que se está acabando la verja, pregunto a un ciclista joven y me indica que me meta dentro del recinto por una puerta giratoria.
Así que entro en el recinto de las casas militares y, ¡por fin!, a las 17:15 h. salgo a las marismas y al mar ¡Qué calorina he pasado! Es a las 18:50 h. cuando se acaba Rota y todavía lo que me queda para llegar al destino propuesto de hoy. Me parece que poco voy a disfrutar en la playa nudista de Valdelagrana. Las casas militares por las que paso, van por el número 2325. He visto un pequeño conejo por la carretera. Luego veo volar un grupito de cuatro o cinco codornices por CHL; los depósitos son similares a los que vi al paso por la zona industrial de Mazagón. Bueno, de la puerta giratoria y entre casas, salgo a la playa. Llegan dos chavales que no saben decirme si esas puerta es la primera o si había otra anterior; son los que me informan de que son las casas de los militares, pero que aquí no hay instalaciones de la armada, razón por la que sí se puede pasar aunque no se sea militar, ni familiar.
Para pasar a la playa, he tenido que retroceder un poco hacia el oeste, y salgo, no sin dificultad, a la playa de Fuentebravíoa a las 19:50 h. Me descalzo, y siento un pequeño alivio en los pies, cansados de tanto asfalto. Pienso que ya estoy cerca de El Puerto, pero aún me quedará un tramo y, después, el Guadalete, que me obligará a ascenderlo y descenderlo por el otro lado y a Valdelagrana no llegaré hasta pasadas las once de la noche. ¡Qué pasada! Llegaré casi muerto. Podían haber puesto un puente al Guadalete más próximo a la desembocadura. Descalzo por la orilla, un matrimonio de El Puerto me da orientaciones y para dormir en la playa me recomienda las de Puntilla y Valdelagrana. Aunque me había hecho idea de la última, ya decidiré cuando llegue a Puntilla. Me indican por donde salir de la playa en que estamos, ya que unas rocas la cortan y debo subir al camino. Luego encontraré a otra pareja más joven; a él me cuesta entenderle, pero ella está encantada con el encuentro; dice que nunca había conocido a un viajero como yo. Hablamos, pero yo no estoy en mi mejor momento, muy cansado y con ganas de llegar a Valdelagrana. Mientras caminamos juntos, sólo les haré preguntas mínimas.
Llego con ellos hasta las rocas, que allí tienen fácil acceso, me despido y subo buscando retrete; como en el chiringuito de arriba no lo hay, meo en lugar discreto, entre coches aparcados, y sigo por paseo marítimo al borde del acantilado. Fotografío un fuerte derruido que ofrece una visión lejana de Cádiz y, antes de llegar a Puerto Sherry, lo veo de lejos, con un grupito de casas para gentes de élite, que también plasmo en foto.
El Puerto de Santa María
El paso por la población no me resulta nada grato y una señora me llena de confusión con sus respuestas, ya que cuando yo le preguntaba por dónde ir al puerto deportivo, ella me quería indicar el lugar del polideportivo. Luego veo que, al final de playa Puntilla, hay una ciudad deportiva y, pienso, que la señora me quería orientar hacia este lugar. No me agrada playa Puntilla para quedarme a dormir, así que sigo adelante. Y tras mucho caminar llego al Guadalete y recibo el gran tortazo del día, al ver que no tendré posibilidad de pasar al otro lado mientras no llegue al primer puente y, después, bajar todo el río por el otro lado. ¡Me van a dar las uvas!
Guadalete arriba, Guadalete abajo
Tras la visión del Guadalete y ver su estructura me he quedado consternado. Veo que no me va a quedar más remedio que seguir la ribera del río hasta que encuentre un puente para pasarlo. Llegar a él se me hace eterno ¿tendré fuerzas para llegar al otro lado, a la playa de Valdelagrana? Va pasando la tarde. Parece haber ambiente de fiestas, pero me dirán que es un día de verano y hoy es viernes, ya dentro del fin de semana. Un hombre me dice cómo llegar al puente y a una fuente que resultó carísima y que no funciona. Y cuando ya me voy a marchar, dice "ahí viene mi niña" y me voy. En otro momento me habría enrollado con él, pero el cansancio y las dudas me han mermado el humor. Encuentro un paseo hasta a tope de casetas y diversiones para niños. También el aparcamiento está al completo y, al fondo del paseo enlazo con el inicio del puente por el que cruzaré al otro lado del Guadalete. Ya está oscureciendo. Cojo carretera dirección Cádiz y pasa un chico haciendo deporte, corriendo; le paro y le pregunto por dónde entrara a la playa de Valdelagrana, y me responde que no me meta entre casas todavía, que entre más adelante.
Buscando cama en playa de Valdelagrana
Ya está de noche y encendidas las luces urbanas. Tras muchas dudas y titubeos, llego a la avenida de la Paz y ésa me llevará a la playa. Parece larga y dudo si ponerme bajo el puesto de vigilancia, como ayer en Rota, pero está en zona bastante iluminada y próxima a población, en un paseo con hoteles y casas de 14-15 pisos, feas y que sólo mejoran al final (lo comprobaré cuando las vea mañana). Voy por la arena tanteando, saliendo de la zona iluminada no veo nada en dirección a la orilla. Me resulta imposible calcular hasta donde subirá la marea, aunque como la que piso es arena seca, que me da la impresión de que permanece seca todo el tiempo, decido parar y me instalo. Son más de las once de la noche y yo todo el día suspirando por baño en playa nudista. De noche, y en playa desconocida, no me apetece bañarme. Mañana será otro día. Tardaré en dormirme hasta que no pasen varias cosas. Primero, aunque apenas hay, tengo que despreocuparme de los mosquitos. Después oigo el tractor que va rastrillando la arena. Está pasando por zona delantera a mi sitio, lo que me da cierta seguridad de que hasta allí no llegará la subida de la marea. Pasa de regreso, vuelve a pasar; me ve, así que ya estoy localizado y así estamos más tranquilos el conductor y yo. Como no quiero estar toda la noche pendiente de la rastrilladora, decido cambiarme de sitio y paso a la zona ya cribada, con la arena limpia y mullida. Me vuelvo a meter en el saco y espero a que vuelva a pasar la cribadora; cuando está cerca hago para que me localice, me ve, le saludo, me toca el cláxon y ya puedo acostarme para dormir tranquilo. Pero pasan un grupo de chicos y chicas que parece van en bañador con intención de darse un bañito y me acerco a la orilla pero, aunque les veo bañarse, yo no me decido a darme un baño. Me vuelvo a mi sitio; he metido los cinchos de las dos mochilas debajo de la esterilla; habría sido mejor atar unas a las de la otra, de forma que, si alguien tira de una, arrastre a la otra y me despierte, pero no lo hago. Toda esta película me la estoy haciendo por estar en una playa urbana, el tipo de playa que, en situación normal, nunca elegiría. La cuadrilla se va y yo ya me dormiré, hoy con calzoncillo y con la almohada mejor posicionada que otras noches. Por la noche acabaré rebozado de arena, como una croqueta, debido a que la arena es muy fina y sopla viento de levante.
¿Qué destacaría del día de hoy? Lo peor ha sido tener que rodear la Base Naval de Rota ¿Llegará un día en que se pueda seguir por la costa, que las playas del recinto sean para todos y no sólo para unos privilegiados? ¿Y si no la playa, al menos, la carretera interior? El otro error que he cometido ha sido producido por mi deseo de salir pronto a la costa; si hubiera seguido la indicación Puerto oeste, habría salido al puente directamente, sin necesidad de dar todo el rodeo desde las casas militares; pero, a la vez, me habría perdido el paseo marítimo que me ha parecido bonito; también la playa Puntilla. Tampoco habría visto Puerto Sherry, que daba una visión bonita en la lejanía. La experiencia de llegar de noche a una playa en la que quiero dormir, también servirá para tratar de no volver a cometer dicho error.
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