jueves, 12 de abril de 2012

Etapa 15 (131) Cabo de Trafalgar-Barbate

Etapa 15 (131) 03 de julio de 2008, jueves.
Cabo de Trafalgar-Barbate de Franco



Hoy empieza mi jornada 15ª y mi situación económica es desastrosa; confío en que, en Barbate de Franco, mal nombre para un buen presagio, se me pueda resolver. A la vez, tengo un buen recuerdo de cuando vine aquí en bus, desde Conil, en 2006. Allí conocí una playa, que hice fuera nudista, al final del acantilado que une Caños de Meca con Barbate y que, entonces, creí que sería posible unir por costa a pie. Hoy ya sé que tal cosa es difícil, si no imposible, tras mi paseo de ayer con Ángel hasta los caños. Si hubiera sido factible, supongo que Ángel, que sabía que quería ir a Barbate, me habría orientado en ese sentido y no me habría remitido al madurito de su tribu a que me diera claves para hacerlo por encima del acantilado, por el Parque Natural de La Breña.






Esperando inútilmente a Jose
Me despierto como siempre, pero sin mirar al reloj y espero para levantarme a que el sol supere la montaña de pinos del Parque Natural, sobre dunas consolidadas, que une Caños con Barbate. Me levanto con la esperanza de ver aparecer a Jose, el de Bilbao de ayer, para darme el baño matutino con él y despedirnos; no aparece, así que hago las mochilas y salgo hasta mitad de la playa. Me doy un baño y me seco en la pasarela. La Guardia Civil ha levantado la barrera candada; supongo que ellos tendrán la llave; también pasa otro coche particular autorizado. Dos pescadores vienen con intención de coger cebo vivo; al último le sigue un joven con botas de agua. Saludo, me visto, cojo mis pertrechos y me voy de mi duna, donde he dormido tan placentera dos noches seguidas. Y me voy sin pagar ¡Gracias Trafalgar! ¡Has sabido olvidar la derrota!

El de El Papelón es Susperregui
Voy por carretera hacia Barbate. Paso por El Papelón, pero un poquito antes me he enrollado con un extranjero y un andaluz que están sentados sobre una especie de sarcófago en el que pone: “se vende hielo”. Digo, en broma, que quiero hielo y el extranjero me pide un euro, siguiendo la broma, ya que él no vende nada. Le digo que sólo me quedan 2,60 € para llegar a Barbate y no se lo cree; le digo que es verdad y le enseño las monedas y me responde: “la verdad no existe”. Tampoco se creen que camino lo que camino. Les enseño los dibujos con las fechas y ya empiezan a convencerse algo. Me despido de ellos y entro en El Papelón y le digo al dueño que hoy ha abierto su bar una hora antes que ayer. Me pregunta qué quiero para desayunar y le digo que no puedo y que estoy algo preocupado por mi situación económica y que espero resolver en Barbate; le pregunto si allí alguno de los bancos dispone del servicio All-Cash y no sabe responderme; tampoco se ofrece a darme un desayuno más económico. Cuando me pregunta y al responderle que vengo andando desde Irun, es cuando se le alegra el ojillo; me dice, no recuerdo bien, que su padre o su abuelo nació en Irun y que él lleva el apellido Susperregi, aunque ya nació en Cádiz. Es entonces cuando me quiere invitar a desayunar pero, pensando en los cuatro o cinco kilómetros que me han dicho que hay a Barbate y como me gusta andar un par de horas antes de desayunar, agradezco y rechazo. Luego, cuando a la salida de Caños de Meca, vea el indicador de distancia 7,5 kilómetros, me arrepentiré de no haberle aceptado un vaso de leche fría.

Tras intentar por La Breña, andando a Barbate por carretera
Me encuentro con una señora muy receptiva, pero la mayor sorpresa ha sido encontrar al barrendero que no podría asegurar si es barrendera que ayer, en la playa, lucía un slip verde clarito; por sus pechos, va de chica; pero tanto ayer como hoy sigo con las dudas. Le comento cómo ayer estuvimos próximos en la playa, en duna seca cortada por la ola, pero parece que yo me fijé en ella, pero ella no en mí. Le pregunto si el camino que sale hacia la derecha va por el acantilado hacia Barbate y me dice que no, con su voz tan particular, “te lleva a La Pequeña Lulú”. Me despido y, un poco más adelante, son las 9:25 h, veo una verja para entrar a un camino; la paso para ver si consigo reducir los 7,5 km. pero, con la obsesión de no tirar demasiado a la derecha, como me dijo el vejete de la tribu que me orientó ayer, dejo el que podía ser camino bueno y me meto por el de la izquierda, que me acabará sacando de nuevo a la carretera. 
 
Con tan buena fortuna que, cuando salgo, pasará Jose en su coche, que viene de Barbate, donde ha ido a hacer algunas compras. Le digo que he estado esperándole para bañarnos juntos y me responde que ha sido una pena, que podía haber ido y que a las siete estaba perdiendo el tiempo. Ha sido muy grato verle, cuando ya había perdido la esperanza. Nos despedimos. La carretera va ascendiendo y como unas pipas de calabaza. La carretera no me ofrece más que una visión de Barbate, que fotografío, y entraré en la ciudad por la zona donde me bañé hace dos años. Si hubiera desayunado y no hubiera tenido la necesidad de resolver el problema monetario, es fácil que me habría acercado a darme un baño por allí, pero lo primero es lo primero.

De Banco en Banco hasta Caja Rural del Sur
Paso la zona portuaria y empiezo a buscar Bancaja, que ya sé que tiene el servicio que busco. Ayer en Caños de Meca me dijeron que había. Después de dar varias vueltas en su búsqueda, me dicen que el más próximo está en Conil. En Caja Rural hay mucha gente y me acerco a La Caixa. Dos chicas me atienden bien y tratan de enterarse de qué es el servicio All-Cash, que desconocen. Una me da agua fresquita ¡gracias, qué rica!, mientras la otra hace la gestión, que resultará infructuosa; también me carga un poquito el móvil que ya lo tenía sin batería. Tengo que ir al Santander, donde soy mal atendido, al igual que en el BBVA. Me acerco a MoviStar, donde dejo a cargar el móvil y allí tampoco saben nada del servicio bancario que busco. Se queda allí cargando el móvil mientras voy a Caja Rural del Sur. Unos clientes son atendidos en mesa y otros en ventanilla. Se libra una mesa y el chico que atiende allí me dice que me siente y se muestra encantador; ya de comienzo, me da una respuesta tranquilizadora; me dice: “están resueltos tus problemas, ya que tenemos convenio con Caja Laboral” ¡Genial! (cuando llegue a Irun lo consultaré y me dirán que, en un tiempo, tuvieron convenio, pero que ahora no). Me pide el documento de identidad y el número de teléfono de la sucursal; hace la gestión y, en un plis-plas ya tengo el dinero en mis manos y, mejor que con el All-Cash, ya que me he ahorrado el coste del SMS y que no he tenido ningún otro coste económico; la Caja Rural asume el costo de la llamada; supongo que tendrán tarifa plana. Se me alegra el semblante y el chaval, que tan bien me ha atendido, alucina con mi viaje. No sé si en Irun estaba Santos o no, pero la conformidad la ha dado Nati que, tras darme los veinte dígitos, me deseará suerte en mi andadura. En Ayamonte fue Santos quien me resolvió el problema. Me despido agradecido del joven bancario y vuelvo a MoviStar. Ya con dinero estoy menos vulnerable. Aunque no se ha cargado del todo la batería, recupero el móvil y hago un prepago de 5 €. Con el tema resuelto vuelvo a La Caixa a agradecer sus gestiones y el agua a las dos chicas y me desean buen viaje.

  
Barbate.Ayuntamiento, Información, alojamiento y comida
Subo al Ayuntamiento y me ponen el sello en mi tira, será el  nº 13, el de la mala suerte, pero es el más nítido de todo el viaje: bajo una corona, un escudo con una isla montañosa sobre el mar, donde hay dos peces; sobre la montaña una cruz (la que nos cayó con Franco) y tres estrellas que parecen soles, si es que no son de capitán general (ya no recuerdo el número de puntas que llevaba; éstas son de ocho). 


Del Ayuntamiento, voy a Información, donde una chica me indica hostales y sitios para comer. También se informa una pareja de Barcelona. A pesar de que me piden 40 € por pasar la noche en La Tarayuela, no tengo muchas ganas de buscar más y acepto. La habitación está en la misma calle, con la letra C y, aunque en el mapa pone Martínez, está en la calle Juan Ramón Jiménez. Una buena manera de recriminarme por no haber pasado por Moguer, donde, cuando mis hijas eran pequeñas, compré Platero y yo, que quedó en casa de mi exmujer. Además, La Tarayuela, se parece mucho al nombre del pueblo de mis amigos de ayer de Cáceres: Talayuela. La señora que me atiende me dice que cuando lave la ropa se la deje a ella para tender y que luego, ya seca, me la dejará encima de la cama. Organizo la mochilita para ir por la tarde a la playa y le dejo la ropa mojada a un hombre, ¿su marido? Y le digo a ella que la presión de la ducha ha hecho que salga disparada la cebolleta y he pringado de agua el servicio más de lo conveniente. Me dice: “no te preocupes, ya pasaré la fregona”. Le digo que no quiero ni aire acondicionado, ni televisión y voy a comer al Chinar, por Juan Carlos I, pasando por José Antonio (ambos muy ligados a Franco) y por Pérez Rodríguez (éste ya no me suena de nada), donde como un menú muy bueno por 9 que, con la propina, serán 10 €. Acompaña ensalada y gazpacho, muy ricos y fresquitos y pido acelgas con garbanzos y huevo frito y acedías, que son como soldaditos o gallitos pequeños; de postre será flan con nata y todo ello regado con tinto de verano (botellita de tinto y botellita de limón). Ha sido una comida muy completa y generosa y, aunque ayer anduve poco y hoy poco más, no vendrá mal acumular reservas. Me llenan la botella de agua fresquita para llevarla a la playa, donde me la beberé gustoso.

Hacia la playa de la Ensenada de Barbate
Retrocedo hacia Caños de Meca y, por el paseo marítimo, hablo con Josefa, una señora de Córdoba, muy amable y que valora positivamente “estos encuentros que hermanan a los pueblos de España”, así me dice. Sigo por el paseo marítimo y, al llegar al puerto, salgo a la carretera por la que he venido esta mañana. Una pareja que viene de Caños de Meca en coche, para para preguntarme; les han dicho que los caños están en Barbate. Les cuento que ayer estuve allí, por donde llegar a la playa de Caños de Meca y recomendarles que vayan a los caños calzados; agradecen y se vuelven por donde han venido.

Llego al final de la playa donde, como hace dos años, no hay nadie desnudo. Me doy varios baños; hace algo de viento y ¡menos mal!, si no el calor sería insoportable. Al verme, otros se van animando a desnudarse. Harán nudismo cuatro o cinco personas. Después del primer baño, voy caminando por la playa hacia el pie del acantilado, con el fin de comprobar hasta qué punto, distante de los caños, se puede continuar andando y, en uno de los recodos, pillo a dos chicos uno de pie y el otro abrazado a él en el aire, soportado, además de por sus brazos, por el miembro erecto del primero, bien metidito en el ano del segundo; y no se cortan un pelo. Al menos están en lugar discreto y no escandalizan a los pequeñuelos, entre otras razones, porque no los hay; en todo caso el escandalizado pudiera ser yo, que estoy haciendo un viaje que me rejuvenece, y que saca el niño que llevo dentro y, la verdad, el espectáculo me resulta hasta divertido y, además, gratis. Me vuelvo a mi sitio y llega una pareja de extranjeros; él decide desnudarse y tiene toda la forma del maillot muy blanca en la piel; una estampa habitual en ciclistas a los que el aire y el sol broncea en brazos y piernas y crea este contraste con la piel blanquecina que no recibe el sol. El chico de otra pareja se ha desnudado nada más llegar y de otra pareja que ya estaba allí, él decide desnudarse también, pero se cubre de arena, no sé si por no tener protección solar o porque no está habituado, le apetece pero el pudor le puede. ¡Hay que dar tiempo al tiempo! Yo hice nudismo por primera vez a los 35 años, aunque en solitario ya lo había probado en Formentera en mi viaje de recién casado. El muchacho que se ha embadurnado de arena, luego estará desnudo con más normalidad. Hablo con ellos y me dicen que, la semana próxima se van a Ecuador y quieren ver Quito, la costa y el altiplano. Les comento algo de un viaje similar que hicieron mi hija Vera con su marido Mikel, pero tenían allí viviendo a un amigo, quien les hizo de cicerone. Volvieron encantados de la experiencia. Después llega otra pareja que va a ir con ellos; tienen mucho que hablar, mucho que concretar, pues el viaje ya se les echa encima. Pero me despido porque ya me voy; quiero comprar postales, escribirlas y escribir el diario.

Una tónica con ginebra en La Ibense y charla con Karim y Quider
Deshago camino por la playa, luego carretera, paseo marítimo y me paro en la terraza de La Ibense, que está junto a la playa y pido en la barra un gin-tonic de Beefither; después me levantaré a por otra tónica para que se diluya el alcohol (4+1,20=5,20 €), y para hacer más larga la duración de la estancia, pues no paro de escribir. 
 

Durante el tiempo que estoy en la terraza, tendré visita de los hermanos Karim y Quider, que venden mesitas como la que compré en Asilah, en Marruecos, cerca de Tanger y que regalé a mis amigos Arantza y Martín. Son unas mesas que, por un lado tienen la superficie circular que, se engarza a las tres patas que van entrecruzadas como en una argolla central también de madera y que son de una sola pieza; un diseño que me parece ingenioso y laborioso, si se hace a mano; aunque hoy supongo que habrá artilugios mecánicos que harán el trabajo más sencillo. El primero que llega es Karim, que trae también un cuenco, le digo que estuve en Marruecos y le explico algo de cómo fue aquel viaje que, siendo turístico, fue muy interesante. Intercambiamos opiniones sobre las prohibiciones de las religiones, tanto la suya como la católica y le digo que debemos conquistar la libertad respetando la de los demás en las cosas fundamentales. Karim ha plasmado su nombre en mi diario, tanto en alfabeto europeo, en mayúsculas, como en árabe. Como le he hablado de mi amigo Belal Amin, con el que tuve una experiencia de voluntariado para reforzarle en castellano, cuando hacía Formación Profesional en el ramo de Madera, también me lo escribe en árabe. Luego llega Quider, su hermano, con una copa, también de madera, y me escribe su nombre en mayúsculas sólo. Creo que habría que escribirlo sin la “u”, Qider, como Qatar, pero no tengo certeza. Son las 21:30 h y no acabo de escribir. Voy a pedir agua fresquita y ¡a ver lo que hago después!

Cena en la cervecería Seis grifos
A euro el grifo, 6 €. Primero voy por el paseo, vera mar, hacia Chinar, para tomar una tapa o media ración de algo y me dicen que no dan cenas. Subo hacia la plaza del general Franco (también he visto Avenida del Generalísimo, José Antonio, Ramiro Ledesma, para completar la trouppe) y allí en la confluencia con la plaza de Nuestra Señora del Carmen, hay un gran carmen con entrada por puerta de dintel en arco de mampostería encalada, algo típico del lugar como se ve en alguna de las fotos que sacaré mañana; dinteles que ponen a la entrada de algunas calles; por ejemplo, en el casco antiguo, a la entrada de la calle de Nuestra Señora de la Oliva. Este carmen del Carmen está habilitado como terraza de otro bar-restaurante. En los Seis grifos, pido ½ ración de ensalada de pulpo y un fino y me lo sacan con minipalitos o miniflautas y que 5+1=6 €, como, pago y me voy. Lo tomo en el exterior, sobre un taburete y una mesita muy alta, en zona poco iluminada y allí estoy sin pena ni gloria. Al subir hacia José Antonio, hablo con una chica que, siendo de noche y sin conocerme, se aviene a caminar charlando conmigo; se sorprende de mi viaje y me desea suerte. Sigo por Juan Carlos I y llego a mi hostal La Tarayuela, por la calle Juan Ramón Jiménez, en nº 4. Como se entra a mi habitación directamente desde la calle, me encuentro sobre la cama mi ropa seca y bien doblada: pantalón azul (el del bolsillo roto), camiseta amarilla y calzoncillo. Son cerca de las once y me acuesto; previamente he soltado la sábana encimera de la parte de los pies, para no sufrir ataduras. No pensaba poner el aire acondicionado, pero como hace algo de calor en la habitación, lo pongo en marcha un ratito y, cuando se refresca un poco, lo quito. No pongo la tele; que es como un cajón elevado, dando la impresión de que va a caer de un momento a otro sobre la cama; produce una sensación amenazante y eso que está apagada. Un temor a añadir a las noticias macabras que tan alegremente suelen emitir. He cerrado la persiana a tope, las dos hojas correderas para que no entre un resquicio ni de ruido ni de luz, y también he bajado la cortinilla. Los ruidos de la calle van desapareciendo. Me lavo los pies en la ducha y a dormir. Enseguida me duermo ¡Lo que es la necesidad!

Lo mejor del día ha sido la magnífica atención prestada por el bancario de Caja Rural del Sur y la ayuda de las chicas de La Caixa; la respuesta en Caja Laboral, es la que podía esperar; allí siempre me atendieron bien. En Barbate he andado como en lugar conocido. Encuentros curiosos a lo largo del día: los que no vendían hielo, el barman gaditano de procedencia irunesa, el reencuentro con la barrendera, con Jose en la carretera, la gente de la playa a quienes he ido animando a desnudarse con mi ejemplo, el encuentro con la pareja homosexual que han seguido haciendo sus malabarismos sin cortarse un pelo, los hermanos marroquíes vendedores de objetos de madera; la buena y completa comida en Chinar y, como colofón, una noche bien descansada, en cama, con sabanitas limpias; la anterior había sido en Sanlúcar de Barrameda, tras siete noches durmiendo en playa.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario