Sanlúcar de Barrameda-Chipiona-Punta Candor-Rota.
Me despierto a las 7:30 h. He dormido
bastante bien; apenas me molestó la tele, pero en alguna de las habitaciones
contiguas había alguien que roncaba. Salgo a orinar, pero el baño está ocupado
y no me puedo aguantar, así que regreso al cuarto y orino en el lavabo con el
grifo abierto al unísono.
Olvido la llave en
la habitación
Cuando se libra el baño, cojo la máquina de
afeitar, me ato la toalla a la cintura, cierro la puerta de la habitación y
entro en el baño y, entonces, ¡cáspita!, me doy cuenta de que no he cogido la
llave de la habitación. Me cercioro y no hace falta hacer muchas pesquisas para
tener la certeza de que no tengo llave para entrar en mi habitación al regreso.
No me pongo nervioso ¡ya me las ingeniaré a la salida del baño! Me afeito, cago
con consistencia y me ducho con Avena. Me cubro con la toalla y, al salir, un
chico se dispone a bajar; le explico lo que me ha pasado, prueba con su llave,
pero será en vano: su llave no sirve para mi puerta; así es que bajo descalzo,
pero en la vivienda de abajo no se ven señales de vida.
Descalzo y con
toalla en el portal
Las bicis de los cordobeses siguen abajo;
salgo al portal; veo timbre en la verja; elevo un cartón rígido pero, por mucho
que lo intento, el quicio de la puerta hace una vuelta rara y no me deja y
tampoco es posible que coja el pestillo. Menos mal que, el chico que bajaba,
que tampoco puede hacer la operación timbre, me dice que se va y que, antes,
tiene que pagar.
Eso me tranquiliza, aunque sigo desnudo con la toalla y
descalzo. Baja la maleta, la saca a la calle y toca el timbre interior; como no
responden, toca el cristal de la puerta de la casa y, al rato, veo que alguien
se acerca. Es el dueño, me escuso y le digo que me he dejado la llave dentro de
la habitación. Me busca la llave nº 4 y, mientras el otro paga, subo, abro,
bajo y le devuelvo la llave. Vuelta al orden que se había trastocado por el
olvido de la llave.
Paseo por
Sanlucar. Primer dibujo en Cádiz
Organizo mi mañana empezando por un paseo
para buscar un lugar a dibujar; el tema lo pensé ayer, pero igual cambio. Voy
hacia la parte alta,
donde fotografío dos iglesias; siempre son los edificios
urbanos que más me llaman la atención.
Bajo y entro por unos jardines a una construcción que, por el tipo de pintura, colores rojizos y crema, me recuerda a la Mezquita de Córdoba; también sus ventanas con filigrana árabe.
Llega una moto con chico y chica; pregunto a la chica, que es la primera en quitarse el casco, en qué edificio estoy, y me responde: “es el Ayuntamiento”. Le pregunto dónde me pueden echar el sello y ella misma entra conmigo en su despacho y me lo echa. Dice que entran a las ocho; pero ya son pasadas. Quizás tengan horario flexible.
Salgo de la zona y veo un lugar en que, con deshechos de barcos, están reivindicando algo con distintos lemas: “El barco de Garrido no se moverá”, “Esto también es Sanlucar”, “No al derribo”, “Galeón…” No sé explicarme y no logro más información sobre el tema, pero dejo aquí constancia de lo observado por mí, por si hay alguien que nos lo pueda aclarar.
Bajo la cuesta y fotografío un friso clásico que está muy deteriorado. En el mercado de frutas y pescado, saco una foto a una gran caja de langostinos tigre, que están seleccionando, por tamaño, a ojímetro. Para ser la zona que es, me ha parecido un mercado muy pobre de pescado.
Bajo a la plaza del cabildo y fotografío el conjunto.
Una señora con su nieto espera que el banco abra a las 8:15 h. Empiezo mi dibujo desde el sitio que elegí ayer y, después de dar el paseo, no he encontrado otro mejor. Doy prioridad a lo vegetal, pues los edificios equilibrados me aburren y, a veces, me salen desproporcionados. No acabo muy satisfecho, pero vale para el recuerdo de mi primer día del viaje en Cádiz.
Regreso a la pensión, recojo mi mochila, cojo
agua para el camino, devuelvo la llave, me despido del dueño y salgo en
dirección a Chipiona. Bajo por el gran paseo hacia el mar; como hasta las nueve
no abre la oficina de Turismo, no puedo confirmar que el precio de la pensión
era el indicado: los 18 € previstos. En la primera parte, no podré salir a vera
mar (más bien a vera desembocadura del río), porque están en obras pero, un
poco más adelante, podré salir al paseo marítimo; cuando veo que éste, se va
separando mucho de la playa, decido bajar a la arena y, cercano a la orilla,
voy paseando sin descalzarme. La marea todavía está subiendo y me obliga a ir
por arena seca, así que, en un momento dado, decido descalzarme para ir pisando
firme más duro y liso; pero elijo mal momento, porque entre la arena hay muchos
restos de conchas gruesas de ostras y ostiones y se anda muy incómodo.
No me
calzo, porque hay tramos en que no se puede pasar si no es descalzo. Me
encuentro con un señor que viene recogiendo caparazones de choco. “Es para mis
pájaros, me dice, para que se afilen el pico y para preparar el nido”. Regresa
de trabajar y, un poco antes de llegar al límite con Chipiona, se despide. “Me
daré un bañito aquí”, me dirá también. Otro, que se acaba de dar un baño, me
informa que, en el próximo recoveco tengo un chiringuito donde podré desayunar.
Agradezco y, como ya son las diez, decido quedarme allí a reponer fuerzas. Ya
estoy en el límite con Chipiona.
Casa Gaspar
(Chipiona). Desayuno sin ortiguillas
El día no es muy brillante y en el
chiringuito no hay ningún cliente. Al llegar veo anuncio de ortiguillas y me
parece una buena oportunidad para conocer y saborear un manjar que me recomendó
mi amiga Candi que, con su marido, el brillante violinista de la Orquesta de
Euskadi, Joaquin Merara, y los hijos que todavía no han volado del nido, vive
en Hendaia. Pero el paladeo y saboreo de las ortiguillas tendrán que esperar
hasta Conil de la Frontera, otra frontera distinta de la francesa, pues el
chaval con síndrome de Down que me atiende, tras preguntar, me dice que la
freidora no estará en marcha hasta más tarde.
¡Mi gozo en un pozo! Tomaré un manchao y una tostada con mantequilla y mermelada (3,30 €). El chaval está bebiendo un zumo y yo, mientras espero a que se tueste la tostada, me tomo otro de piña. Todo lo tomo en el bar, pero salgo a escribir a la terraza que, al estar cubierta, está en sombra y con un airecillo muy grato. Van a dar las 11:30 h. y yo sigo escribiendo y bebiendo agua de grifo eléctrico, que lo tienen para los clientes a la entrada, junto a la puerta de acceso. ¡Digno de agradecer! La playa es pequeña y, en marea alta, el agua llega casi hasta el chiringuito y, cuando baja, casi hay que andar un kilómetro para llegar al mar; allí se mariscan chirlas, almejas y coquinas. Pongo en el mapa de Huelva las siete primeras etapas y caso olvido la etapa corta de Punta Umbría. Pido tijeras para recortar reduciéndolo mi mapa de Cádiz pero, como no tienen, acepto la navajita que me ha ofrecido uno de los clientes que ha llegado hace un rato y que, junto a otros compañeros, ha empezado a jugar una partida de dominó. Otro cliente me dice que, por la playa, no podré pasar a Chipiona. Me ha sorprendido el cambio de tonalidad del agua de la desembocadura; ayer estaba más turbio que hoy. La marea ya ha empezado a bajar; vuelvo a llenar la botella de agua, pues ya la he terminado mientras escribía y me voy. Son las doce y me despido de esta familia que tan bien me ha atendido y con la que he pasado un buen rato. ¡Lastima las ortiguillas!
¡Mi gozo en un pozo! Tomaré un manchao y una tostada con mantequilla y mermelada (3,30 €). El chaval está bebiendo un zumo y yo, mientras espero a que se tueste la tostada, me tomo otro de piña. Todo lo tomo en el bar, pero salgo a escribir a la terraza que, al estar cubierta, está en sombra y con un airecillo muy grato. Van a dar las 11:30 h. y yo sigo escribiendo y bebiendo agua de grifo eléctrico, que lo tienen para los clientes a la entrada, junto a la puerta de acceso. ¡Digno de agradecer! La playa es pequeña y, en marea alta, el agua llega casi hasta el chiringuito y, cuando baja, casi hay que andar un kilómetro para llegar al mar; allí se mariscan chirlas, almejas y coquinas. Pongo en el mapa de Huelva las siete primeras etapas y caso olvido la etapa corta de Punta Umbría. Pido tijeras para recortar reduciéndolo mi mapa de Cádiz pero, como no tienen, acepto la navajita que me ha ofrecido uno de los clientes que ha llegado hace un rato y que, junto a otros compañeros, ha empezado a jugar una partida de dominó. Otro cliente me dice que, por la playa, no podré pasar a Chipiona. Me ha sorprendido el cambio de tonalidad del agua de la desembocadura; ayer estaba más turbio que hoy. La marea ya ha empezado a bajar; vuelvo a llenar la botella de agua, pues ya la he terminado mientras escribía y me voy. Son las doce y me despido de esta familia que tan bien me ha atendido y con la que he pasado un buen rato. ¡Lastima las ortiguillas!
El mar azota las
rocas. Buen sitio para baño
Sigo la playa descalzo y, al llegar a un
lugar en que hay rocas y creo que voy a tener que ponerme las sandalias (ya me
habían advertido que por la playa no podría continuar), me doy cuenta de que
las rocas son lisas, fáciles para caminar y, al otro lado, hay una playa
magnífica de arena fina. En la primera zona, a poniente, hay gente pero, al
fondo, donde vuelve a haber rocas azotadas por el mar, se ven sólo algún
paseante que otro. Así que, ya de lejos, elijo aquél lugar como el más adecuado
para mi baño.
Los paseantes hacen el paseo de ida y vuelta, de rocas a rocas, así que es previsible cuándo van a llegar y así poder darme un baño desnudo y tranquilo. Una pareja, que está en la zona, está preparándose para marchar; así que me quedo en calzoncillos a la espera. Un caminante de orilla, al llegar, en vez de volverse, se queda. Veo que otra pareja, todavía muy lejana, viene en esta dirección; así que le digo al último que me quiero bañar desnudo; a él no le importa, así que me quito el calzoncillo y me doy un baño rápido. Salgo y, sin secarme, monto las mochilas y, desnudo, me voy hacia el otro lado de las rocas, hacia la siguiente playa.
Pero, ya lo he dicho, las olas azotan las rocas y, llega un momento en que peligra que se me mojen las mochilas, así que subo las rocas y me posiciono en la plataforma que conforman. Calzado, son bastante cómodas para caminar. El segundo dedo (equivalente al índice de la mano) del pie derecho me duele desde el tercer o cuarto día; por lo visto le di un golpe y no me enteré; llevo tres o cuatro días con la uña morada. Supongo que, como el año pasado, se me caerá ¿en el propio viaje? Esa es la duda. Los dos pequeños se siguen deformando, adaptándose al camino.
Bueno, sigamos el
camino. Continúo por encima de las rocas que, desde lejos, parecían una gran
masa continua pero, hacen entre medio una pequeña ensenada de arena, protegida
por rocas por ambos lados, una playita especialmente diseñada para mi disfrute.
Al llegar, he visto cómo una persona se iba, así que la playa queda para mí
solo. Bajo las mochilas, extiendo el pareo, paseo por la orilla de extremo a
extremo, pero mi desilusión se produce al entrar en el agua, ya que es difícil
pasar a los fondos de arena sin hacerte daño en las piedras de la entrada; me
obliga a tumbarme en la orilla e ir caminando flotando apoyando las manos en
las piedras del fondo; en el último baño me haré una herida en el dedo gordo
del pie derecho y un rasponcín en el nudillo del índice de la mano derecha. Al
llegar a Cádiz se ve que me he vuelto de derechas. En el fondo de la playa, hay
una escalera de ladrillo y cemento, que ha perdido los últimos escalones de
acceso a la arena pero a la que se puede acceder bien por las rocas aledañas y
veo que, arriba, conecta con un caminito que también sirve de acceso a
propiedad privada. Me alegro porque lo utilizaré, pienso, a la salida de la
playa; aunque luego veré que es un espejismo y, como la marea ya habrá bajado,
iré caminando por la arena. Pero volvamos a la playa. Sigo solo, tranquilo,
aunque las piedras de la orilla dificultan la entrada y salida del baño, fuera,
tumbado en la arena, se está muy bien. Continúo leyendo Los Topos, pero no tengo tiempo para terminar el capítulo si no
quiero que se me haga demasiado tarde para comer. Hoy leo lo que ya escribí en
la introducción; aquello que decía un no creyente: que respetaba las creencias
de los demás y no era partidario de destrozar ni quemar imágenes. Poco antes de
irme, aparecen tres chicos que se dirigen hacia las rocas, parece que con
intención de fumar; luego se meten en el agua, recogen algo del fondo y vuelven
a su sitio con una bolsa. No veo bien, así que me puedo hacer la película que
quiera ¿droga, bebida?
Por el fondo contrario aparece un hombre. Cuando voy ya vestido, a falta de ponerme el pantalón, me doy cuenta de que no estaba solo en la playa, ya que ha llegado una pareja joven en moto. Él me dirá que en la segunda ensenada hay unas escaleras que llevan al camino de Chipiona. Como ya ha bajado más la marea, podré ir por la arena y por rocas lisas. Llego a otra playa con bunker-torreón y me calzo.
Los paseantes hacen el paseo de ida y vuelta, de rocas a rocas, así que es previsible cuándo van a llegar y así poder darme un baño desnudo y tranquilo. Una pareja, que está en la zona, está preparándose para marchar; así que me quedo en calzoncillos a la espera. Un caminante de orilla, al llegar, en vez de volverse, se queda. Veo que otra pareja, todavía muy lejana, viene en esta dirección; así que le digo al último que me quiero bañar desnudo; a él no le importa, así que me quito el calzoncillo y me doy un baño rápido. Salgo y, sin secarme, monto las mochilas y, desnudo, me voy hacia el otro lado de las rocas, hacia la siguiente playa.
Pero, ya lo he dicho, las olas azotan las rocas y, llega un momento en que peligra que se me mojen las mochilas, así que subo las rocas y me posiciono en la plataforma que conforman. Calzado, son bastante cómodas para caminar. El segundo dedo (equivalente al índice de la mano) del pie derecho me duele desde el tercer o cuarto día; por lo visto le di un golpe y no me enteré; llevo tres o cuatro días con la uña morada. Supongo que, como el año pasado, se me caerá ¿en el propio viaje? Esa es la duda. Los dos pequeños se siguen deformando, adaptándose al camino.
Por el fondo contrario aparece un hombre. Cuando voy ya vestido, a falta de ponerme el pantalón, me doy cuenta de que no estaba solo en la playa, ya que ha llegado una pareja joven en moto. Él me dirá que en la segunda ensenada hay unas escaleras que llevan al camino de Chipiona. Como ya ha bajado más la marea, podré ir por la arena y por rocas lisas. Llego a otra playa con bunker-torreón y me calzo.
Garbanzos con
callos y calamares plancha en La Longuera
Pregunto a un hombre muy amable por restaurante
bueno, bonito y barato, y me responde que diga, en el primero que encuentre, lo
mismo que le he dicho a él, y me orienta en qué dirección. Paso por la avenida
Rocío Jurado y por la calle Paquita Rico. Todavía hay clases, no se va a
comparar a la chipionera, la cantante de “Como una ola”, a la que se dedica una
avenida, con la que intentó suplantar a la reina de España, haciendo de María
de las Mercedes, de los Mompansier, a la que dedican una calle. Llego a La
Longuera y me dan el plato potente que deseaba: garbanzos con callos. Están
buenísimos y es una buena ración; lástima que me dejan tan lleno que luego me
costará terminar el exquisito segundo plato: calamares a la plancha, que están
de premio de cocina. No tomo postre, no me entra, y me pongo a escribir el
diario. Menos mal que ya se ha marchado el grupo de jóvenes que se divertía y
reía a carcajadas escuchando radio con chistosos insufribles. Se van a jugar a
futbol con sombrilla. Al salir les comento el paseo que estoy dando y
¡alucinan! “¡Suerte!”, me desean al marchar. Me dicen que encontraré buenas
playas en cuanto acaben los corrales.
Los corrales son piscinas artificiales construidas en la arena y que afloran en la bajamar; es precisamente, al bajar la marea, cuando los peces, que nadaban tranquilos en el mar, se quedan atrapados sin poder salir. El señor con el que he hablado esta mañana del tema, me ha dicho: “ese pescado lo coge el guarda”. Después veré que los puede coger cualquiera que se dé maña. He pagado 18 €, he hecho uso del servicio, saliendo de él algo más ligero de equipaje intestinal, pido agua fresquita, me despido y me voy al paseo marítimo y camino del faro.
Los corrales son piscinas artificiales construidas en la arena y que afloran en la bajamar; es precisamente, al bajar la marea, cuando los peces, que nadaban tranquilos en el mar, se quedan atrapados sin poder salir. El señor con el que he hablado esta mañana del tema, me ha dicho: “ese pescado lo coge el guarda”. Después veré que los puede coger cualquiera que se dé maña. He pagado 18 €, he hecho uso del servicio, saliendo de él algo más ligero de equipaje intestinal, pido agua fresquita, me despido y me voy al paseo marítimo y camino del faro.
Chipiona:
Castillo, Faro, Santuario y Humilladero
Caminando hacia el faro, voy todo el rato viendo
la gran playa, muy familiar, paralela al paseo marítimo. Llego a un castillo
que, está tan rehabilitado exteriormente, que parece artificial; vamos, que no
parece de época, sino recién fabricado para el turismo.
Me encuentro con una cuadrilla de jóvenes que están esperando a otros del
grupo; me enrollo con ellos y alucinan con mi viaje. Uno me dice que la playa
nudista que busco está en el Pinar, pero otro me dirá que me está tomando el
pelo y que no tengo otra hasta Rota; así lo señala mi relación: Rota, Punta
Candor. Ellos bajan a la playa y yo sigo por el paseo. Paso por el Santuario y
no entro. El Humilladero es un cuadrado regular con acceso de escaleras, al que
tampoco intento entrar. Una vez pasados Santuario y Humilladero, bajo a la
playa en uno de las últimas bajadas y me voy hacia la orilla; está la marea
baja y la arena parece de cemento; el pie ni deja huella; por zonas, hay que
bordear conchas y piedras, pero se va bien.
Los del bar de al lado,
a los que les hago el comentario, me hacen pasar a su establecimiento y me
quieren regalar un libro grande ilustrado y muy bien editado, donde se explica
la historia de dicho castillo. Me insisten en que es antiguo, y yo en que han
errado la forma de rehabilitarlo. Me quieren invitar a algo, pero les
agradezco, les digo que he comido muy bien y que llevo agua y no necesito nada
más. El faro no me da tanto juego como el castillo pero, al dar la vuelta, veo
al fondo una gran catedral, que me parece excesiva para un pueblo, aunque en la
época de estío se multiplique su población. Como no tengo datos de la
religiosidad de autóctonos y veraneantes, no puedo aventurar más que ésta “mi
primera impresión”. Pregunto, y me responden que es el Santuario de Chipiona.
Corrales y playas
Antes de terminar uno de los últimos
corrales, veo a una pareja desnuda y, ya sin dudarlo, me desnudo y meto en el
agua ¡qué chasco! No cubre ni en decúbito prono ni, por supuesto, en supino,
pues sobresale “el pino” y, además, el agua está templadita y no refresca, que
es lo que más apetece. Seguramente que esta sería la playa del Pinar que decía
el joven del paseo. Con el disgusto, o el escaso gusto, salgo a la arena para
vestirme, en el momento en que la pareja se levanta para bañarse. Les saludo y
me dicen que esta semana toca así la marea y que, con marea alta, es un sitio
magnífico. Me dicen que la siguiente es la playa de Los Tres Pinos. La anterior
era la playa de Regla y ésta es la del corralito, sin otro nombre; todas
pertenecen a Chipiona. Me despido de la pareja y sigo por la orilla; pronto
llegaré a Playa Ballena, que será la que delimita Chipiona de Rota; esta
información me la dará una pareja mixta de protección civil de Rota y me la
completan diciendo que la playa nudista la tengo a continuación de Punta
Candor. Me costará llegar, pero aún lo haré a buena hora para disfrutar de unos
cuantos baños.
En Punta Candor
con Patxi de Sunbilla
Cuando llego a la playa, observo que la parte
de las dunas tiene un ambiente liguero para homosexuales. Al entrar, encuentro
desnudo a un extranjero con su pareja en braga; será la única mujer que vea en
todo el tiempo en que estoy allí. Dejo las mochilas y me baño en mar abierto y,
luego, me meto en el corralito, que no será el último que vea. Me tumbo, y aquí
me cubre algo más que en el de Chipiona. Se ven grupitos con nudistas y
textiles; algunos merodean por las dunas. Estoy cerca de una pareja de
textiles, están conversando normalmente, no observo ningún indicio de nada,
pero ahora, aunque uno se resiste, el otro le invita a besarse y acabará
accediendo ¡qué tierno! Me doy un baño. La tarde avanza. Paseantes desnudos por
la orilla. Llega a la duna alguien, extiende su toalla y va a darse un baño. Yo
estoy paseando por la arena húmeda, secándome al aire tras el tercer o cuarto
baño. Ese alguien, será Patxi, que ha dejado algo de ropa en el sitio de la
pareja que se besuqueaba y ya se ha ido. Antes de irse me han informado que el
chiringuito más próximo lo tengo en Punta Candor, así que si quiero algo de
allí, tendré que retroceder. Así que iré más tarde, no sé si con intención de
comer algo, pero sí, al menos, para coger agua para pasar la noche. Patxi se
está bañando y ya parece que va a salir del agua; emite unos sonidos raros,
como si hubiera tragado agua; luego me explicará que anda con una tos rara, que
no se le acaba de marchar y que está molesto por una otitis de su oído derecho;
así que tos y otitis son los causantes de esos ruidos que emite al salir del
agua. Nos ponemos a charlar y su otitis del derecho y mi pequeña sordera del izquierdo
nos llevan a acoplarnos muy bien en la conversación. Patxi es guipuzcoano,
tiene casa en Sunbilla (Navarra), de la que ya os hablé al pasar en 2006 por
allí, donde comí un delicioso bustiz en la cena del Bustiz y deliciosas
lentejas con txistorra del Baztán y dormí en el atrio de la Iglesia; si esto
hubiera ocurrido dos años después, ahora tendría alojamiento de invitado allí.
Pachi me da su correo electrónico, para que el cuente el resultado final de mi
andadura. Trabaja en sanidad en Andalucía y, ahora, está en Sevilla. Como no
fue buen estudiante, ahora se recicla en el ramo que ha elegido. Ha salido de
los 40º de Sevilla, asfixiado, y deseoso de llegar a la costa para refrescarse
en el mar. Le doy algún detalle más de mi viaje, nos damos un baño juntos, pero
no revueltos y me voy hacia el chiringuito de Punta Candor. Patxi me dice que
me llevaría a su casa, en Chipiona, pero tiene un compromiso ineludible. Le
agradezco, pero le digo que no me gusta retroceder, pues mañana tendría que
volver a hacer el camino entre Chipiona y Punta Candor; retroceder al
chiringuito ya es pequeño retroceso. Me orienta para dormir esta noche. No me
recomienda que me quede a dormir en la playa en que estamos, por el ambiente
homosexual y que me pueden acosar por la noche, pero que no siga mucho más
adelante, ya que me toparé con zona de hotel concurrida. Nos despedimos y hasta
otra ocasión. Ahora, en 2012, nos comunicamos por e-mail, nos hemos visto en
varias ocasiones en Hendaia e Irun y hemos comido juntos en varias ocasiones.
En fin, una amistad para todo lo que dure nuestra la vida.
Una cerveza mal
escanciada. Probablemente ganaremos a Rusia
Patxi se ha ido por donde ha venido y yo, por
la playa, retrocedo hacia Punta Candor. Me acerco a una pareja que de lejos me
parecía mixta, él, corpulento, con melena y mamas desarrolladas, pero al
acercarme veo que también es chica, que me recuerda a Rosa, la cantante y que,
de cerca, es muy femenina; ambas están en braga. Llegando a donde están ellas,
tengo opción de coger una rampa de salida, pero me recomiendan que coja la
siguiente, ya que ésa no me lleva al chiringuito. Cuando voy a subir esta
segunda rampa, otra pareja baja corriendo a la orilla para evitar que la subida
de la marea anegue sus ropas, pero ya es demasiado tarde para una toalla
empapada; algo del resto también se les ha mojado, pero no ha sido muy grave.
Me dicen que el chiringuito está nada más subir la escalera. Asciendo la duna y llego al chiringuito Punta
Candor. Atiende el bar un sudamericano que me sirve bastante mal; la cerveza me
la escancia pésimamente. Al menos el curso que he terminado el mes pasado de
preparación y presentación de bebidas me sirve para darme cuenta de ese fallo:
me la saca con exceso de espuma, no ha sabido contenerla por no inclinar el
vaso, no dejar reposar en la rejilla y, para finalizar la faena, la deja de
golpe sobre el mostrador, de tal forma que gran parte de la espuma se derrama
más de lo deseado. Pago 1,20 € y le pido que me llene la botella de agua; es de
grifo y, aunque está templada, durante la noche ya se enfriará. En la tele del
chiringuito, un pequeño grupo ve, más bien, mal ve, el partido entre España y
Rusia; uno de los clientes está comiendo bailarinas (cebolleta, guindilla y
pepino) y me ofrece, a la vez que reconoce que están fuertes; agradezco y
rechazo por el picante y me dice que sí, que están picantes. No me gustaría
despertar mi almorrana dormida. España ataca de continuo y los rusos casi no salen
de su área; estamos teniendo muchas ocasiones que no van a puerto, pero se ve
que si siguen jugando con tanto ímpetu y ganas, el partido va a acabar a
nuestro favor. No quiero que se me haga de noche, así que no me quedo ni a ver
el primer gol.
Buscando un buen
sitio para dormir en la playa de Rota
Al bajar a la playa, la pareja a la que se le
ha mojado la ropa ya se ha ido y hablo con otros que todavía seguirán un rato;
cuando les hablo de lo que estoy haciendo, alucinan con mi viaje; pensaban que
había subido para ver el partido de futbol, pero se han equivocado. Sigo
adelante, de nuevo, hacia la zona nudista. Allí ya quedan pocas personas,
aunque tampoco me molesto en mirar por las dunas. Dejo pasar dos pasarelas más
de las que salen de la playa por las dunas, con el fin de alejarme un poco de
la zona de ligoteo homosexual, como me ha advertido Patxi. Pregunto a una
pareja (ella no habla) y él me dice que lo siguiente es ya el Hotel Playa; así
que me he alejado demasiado y me he metido en zona más habitada. Quizás lo más
sensato hubiera sido retroceder un poco, sin acabar de salir del todo de la
zona nudista, pero sigo adelante. Paso el hotel y me voy acercando
peligrosamente a la ciudad.
Al fin, decido ir a un puesto de vigilancia de la playa. Habría sido majo dormir arriba, sobre la plataforma de madera y con techo, por si acaso lloviera, aunque no parece que eso vaya a ocurrir. No puedo subir, porque quitan la escalera de acceso y no soy un “trepa”, y decido quedarme bajo las patas, que considero un buen sitio para protegerme de los tractores cribadores de la arena de la playa y de los camiones de recogida de basura. Hago un pequeño muro de arena en los dos laterales, para que me protejan del probable viento nocturno, y allí aliso la arena, pongo la esterilla, extiendo el saco, orino, como pipas, bebo un traguito de agua y a dormir. La noche se presenta tranquila y, aunque no haya hecho una gran caminada, desde que me he levantado y he hecho el dibujo en Sanlucar, ya he acumulado el suficiente cansancio como para coger con gusto la cama. Buenas noches.
Al fin, decido ir a un puesto de vigilancia de la playa. Habría sido majo dormir arriba, sobre la plataforma de madera y con techo, por si acaso lloviera, aunque no parece que eso vaya a ocurrir. No puedo subir, porque quitan la escalera de acceso y no soy un “trepa”, y decido quedarme bajo las patas, que considero un buen sitio para protegerme de los tractores cribadores de la arena de la playa y de los camiones de recogida de basura. Hago un pequeño muro de arena en los dos laterales, para que me protejan del probable viento nocturno, y allí aliso la arena, pongo la esterilla, extiendo el saco, orino, como pipas, bebo un traguito de agua y a dormir. La noche se presenta tranquila y, aunque no haya hecho una gran caminada, desde que me he levantado y he hecho el dibujo en Sanlucar, ya he acumulado el suficiente cansancio como para coger con gusto la cama. Buenas noches.
Cohetes y bengalas me hacen temer la integridad física y del material
Veo varios paseantes de orilla, la mayoría,
con perro. Una mujer, que pasea el suyo, cojeante, al que no hace ni caso
ensimismada con su móvil, pasa cerca de mí, pero ni me ve; el perro, más
observador, me localiza, se acerca y, cuando está al lado, yo me incorporo y se
vuelve hacia la orilla, por donde ahora va su ama. Todo está tranquilo y
empiezo a adormilarme pero, de repente, se empiezan a oír petardos, cohetes,
tracas; veo y oigo bengalas; bocinazos y gritos de “epaña, epaña”. Ya ni me
acordaba del partido. Se ve que ha ganado España, y empiezo a temer que alguna
bengala llegue hasta donde estoy y me queme el saco de dormir o me encuentre a
mí en su camino antes de su extinción, que es el fin de toda bengala. Los
pirotécnicos se acercan a la playa; al menos lo hacen más al sur de donde estoy
yo, pero las bengalas van en todas direcciones; no sospechan que esté nadie
durmiendo en la playa; siguen voceando y dando palmas. Todos deben estar muy
contentos con la victoria. Yo también; me alegra que gane el equipo nacional,
con jugadores de toda la geografía hispana, también algún vasco, pero hoy, en
Rota, hubiera preferido la derrota. Sigo atento a los fuegos de artificio, los
ánimos se van calmando, los exaltados se van marchando de la playa, aún se oye
algún bocinazo por alguna carretera cercana que no veo y, poco a poco, puedo
dejar la vigilancia. Todo vuelve a estar en calma. Me pongo de pie, para que
algún granito de arena, que se me ha metido en el saco, baje a los pies; se ve
que hoy he estado mucho tiempo al sol (o quizás fuera todo el paseo por el Coto
de Doñana de ayer) y tengo resentidas las caderas. Aprovecho para levantarme a
orinar y, salvo algún mosquito que me obligará a esconder a ratos la cabeza en
el saco, el resto de la noche será placentera.
¿Qué he aprendido hoy? Que no hay que dejarse
la llave dentro de la habitación cuando se ha contratado una con los servicios
a compartir. De todas formas, ha resultado divertido andar por el portal
descalzo y sin otra prenda que la toalla. Que está bien seguirse dejando llevar
por la orientación de la gente cuando se busca un buen sitio para comer, como
el de hoy en La Longuera, que ha sido bueno, bonito, aunque no haya resultado
barato. Que los corrales son buenos para atrapar peces, pero no para bañarse,
al menos, con marea baja. Que hay días que el camino te presenta a alguien
singular, y hoy me ha tocado Patxi; estoy agradecido y trataré de conservar su
amistad. Que, ante la eventualidad de que pueda ganar España a futbol, mientras
esté en las costas españolas, lo mejor es alejarse de las poblaciones. Lo
pondré pronto en práctica: en la final contra Alemania.
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