Playa de Getares-Algeciras-Palmones-Guadalcorte-San Roque-Guadarranque.
Con un amanecer neblinoso, me levanto a las
siete y media y me doy un baño. Dos chicos en calzoncillos vienen corriendo y
se paran; no se sabe si se quieren o se odian. Están muy próximos el uno al
otro. Uno le pone la zancadilla y le tira en la arena al otro y luego se van a
bañar los dos; lo justo para quitarse la arena; “¡Cabrón!”, le dice; salen del
agua y se vuelven en dirección al sitio de donde venían. De la niebla, vienen
voces, entiendo que dicen algo así como “¿madre, dónde estás?” pero fácilmente
se podría sustituir “madre” por otro nombre similar de dos sílabas. Lo dirán
tres o cuatro veces.
En marcha hacia
Algeciras
Para antes de las ocho ya estoy en marcha,
tras haber dejado enterrado en la arena un regalito para alimento de los
animalillos terrenales. Estoy algo ligero de vientre. Subo hasta donde ayer me
acompañó el marido de la que me dio el agua. La botella de dos litros ya va
bajando; no estoy dispuesto a caminar con más peso que el estrictamente
necesario. Antes de llegar al puerto de Algeciras, ya habré tirado el envase,
para reciclar, en un contenedor amarillo. Preguntando, preguntando, he
conseguido llegar al puerto. La anterior vez que estuve allí fue al ir a y al
volver de Marruecos, en verano del 2000. Escribo desde Pelayo hasta llegar a
aquí. Pregunto, pero nadie me sabe decir qué rehabilita “Pícaro” con dinero
europeo. Me ayudan dos chicos bolivianos, muy repeinados hacia atrás, que son
gratamente amables, un hombre que me indica que mejor es que bordee un colegio,
y otros. En Farmacia Ldo. Miguel López Negrette compro gel aloe-vera por 6 €;
el propio Licenciado titular me lo rebaja descontándome los céntimos. Hay
muchas adelfas blancas y alguna roja, muy floridas. Ayer olí aromas de higuera.
Tentaciones
africanas
Llegando a puerto veo dos “corredoras” que me
invitan a apretar el paso; me dicen: “Ceuta, ida y vuelta, 77 €”. Ir a Ceuta
con ese precio, sería un capricho caro; lo que me invita a preguntar precios
alternativos. Y me cuestiono, aunque sea una ocasión, ya que estoy en el lugar
más próximo a África, ¿merece la pena pasar para no hacer nada allí y volver?
Llego a lugar conocido; donde estuvimos esperando en el viaje a Marruecos
mencionado y entro a orinar momentos antes de que empiecen a hacer la limpieza
de los servicios. En el lugar de venta de billetes, me orientan hacia
Transafric que ofertan viaje por 48 € con visita a Tetuan, pero el barco ya ha
salido a las nueve y ya no hay otro por la mañana. Me dejan información pero,
definitivamente, decido no darme el capricho de visitar Ceuta. Recuerdo la
playa en que me bañé desnudo.
Desayuno y
retretes
Al salir, hablo con dos policías municipales
que controlan aparcamientos indebidos. Me dicen que hay un Decathlon hacia
Palmones, pues quiero comprar sandalias para sustituir a las rotas; hablamos
también de nudismo, uno de ellos es nudista; del río que hay antes de llegar a
Palmones y que me puede crear problemas para cruzarlo por la playa; de los
caminos que se han ido perdiendo por desuso (la peripecia de Punta Acebuche) y
me indican un sitio barato donde suelen desayunar los transportistas; dan
desayuno de tostada entera con mantequilla y mermelada y manchaíto por 2 €. Agradezco
a los municipales la información y hacia allí voy. Es lo que tomo en Área de
Servicio para Transportistas, por el precio indicado. Funciona como
autoservicio; la selección se hace desde una máquina, previo pago, y me ayudan.
De allí sale un ticket que recoge la camarera, una mujer que está detrás de la
barra y que se bandea bien con el personal y ayuda a los marroquíes, aunque la
máquina tiene también las instrucciones en árabe. También vienen en castellano
y a mí me han tenido que ayudar. Vuelvo a tener ganas de cagar y el servicio no
funciona, así que vuelvo al puerto de embarque que está muy próximo. Ya son las
doce del mediodía pasadas. Cuando estoy cogiendo las mochilas, una mujer de
unos treinta y cinco años, muy delgada, me pide dinero “¿no me puede “dejar” un
euro, que me estoy buscando la vida?”, me dice; no le doy nada; le dé o no le
dé, me voy a quedar igual de mal. Vuelvo a los servicios del puerto y todavía
los están limpiando y no se puede entrar; me mandan a la primera ala, al otro
lado de la escalera y, preguntando, los encuentro. Cago y no hay papel
higiénico y me limpio con el que tenía del camping de El Chozo, antes de Tarifa
y renuevo con el papel que hay fuera. La deposición se va volviendo algo más
consistente que la de por la mañana; en ningún momento me ha llevado a
preocuparme.
Ayuntamiento:
Sello y Medio Ambiente
Como los municipales ya me han dicho por
donde coger para llegar al Ayuntamiento, para allí me dirijo. Lo que busco,
además del sello, es comentar lo acontecido con los caminos entre Tarifa y
Algeciras. El recepcionista me remite al primer piso, a Alcaldía, que es donde
me echan el sello. Me remiten a Medio Ambiente; un chico me acompaña hasta
doblar un espacio, desde donde ya me puede señalar con el dedo el lugar… Allí me
atienden dos chicos que ya están para marcharse. Parece que hay voluntad de
mejorar las vías verdes pero, aunque es espacio natural protegido, encuentran
dificultades para la actuación porque hay propiedades privadas; por ejemplo, en
el torreón al que no llegué y se está derrumbando. Como veo que tienen prisa,
ni planteo el tema del Albergue para inmigrantes africanos.
Buscando Caja
Rural, encuentro erecciones canónicas
Busco Caja Rural y me cuesta mucho encontrar.
Un hombre me acompaña hasta cerca y en la oficina dos mujeres se esmeran para
darme información. Sólo consiguen localizar la Caja Rural de Málaga. En el
primer intento de búsqueda de Caja Rural, he topado, en la Plaza Alta, con una
iglesia que está siendo restaurada; hay unos banderines morados que pone dos
años (años que no anoté, pero que supongo que es desde que empezaron y hasta el
que tienen intención de acabar) y también pone “erección canónica” ; deben
tener erecciones más dificultosas que el común de los mortales, a juzgar por
los años que les cuesta consumar. Pregunto por lugar donde den comida de menú y
me indica Tres JJJ. Llego con escasa ayuda y como garbanzos con callos, chocos
en salsa+patatas fritas y añaden remolacha con ajo (riquísima), y dos tintos de
verano. Pago 9 € y me pongo a escribir mientras termino el segundo tinto de
verano. A las 14:45 h salgo hacia Palmones y, si me coge de paso y lo
encuentro, iré a Decathlon. Poco antes de salir al paseo marítimo, me vuelve a
entrar el apretón y me veo obligado a entrar en Hipercor, que al verlo
anunciado H C, me hace recordar que pueda significar Hipermercado del Corte
Inglés; nunca lo había pensado y una empleada a la que pregunto no me lo sabe
confirmar o negar.
Pescador inventivo
Por el paseo marítimo salgo hacia ese mar que
forma un enorme puerto natural que tiene tres puntos de inflexión en Punta
Carrero y Algeciras, a poniente, y la gran roca de Gibraltar, a levante. Todos
con sus faros respectivos y con La Línea de la Concepción en un lugar
privilegiado con una parte orientada hacia este mar cerrado y la otra, a
levante, a mar abierto. En el paseo está pescando León, que ha adaptado los
soportes de las cañas a las características del pretil. También ha ideado un
carro eléctrico que genera su propia energía gracias a una placa solar, también
de su inventiva. Todo se lo ha hecho con sus propias manos y su cabeza y le
pido permiso para fotografiar el conjunto.
¡Pezqueñines no, gracias!
Me encuentro con un caminante que llega tarde a comer, pero que se enrollaría a gusto conmigo porque pronto va a comenzar un tramo del Camino de Santiago, desde Burgos. Le recomiendo que se olvide de la calorina que va a pasar y que lo haga por la costa. Me dice que en Palmones, en el interior del restaurante, no en la barra, pida ración de chanquetes. No habrá ocasión, ya que cuando llegue, lo haré recien comido y ahora no me apetecen ni chanquetes ni nada. Luego me doy cuenta de por qué me ha dicho que los chanquetes no los pida en la barra; es más discreto comerlos en interior, ya que los chanquetes son pececillos de pequeño tamaño y la recomendación de la publicidad estatal es: "Pezqueñines no, gracias".
Me urge llegar al centro comercial de Palmones, hacia Guadacorte, pues sólo llevo un par de sandalias útiles. Sigue el día nublado y hace un calor pesado, pero voy bien por la orilla del mar, aunque éste sea un mar muy cerrado. Por el paseo, me encuentro a una parejita que no se cree que vengo andando desde Portugal y que tengo intención de llegar a Alicante y, cuando les enseño los dibujos, se lo empiezan a creer un poco, pero se enfadan conmigo porque no les hago un dibujo para regalárselo a ellos. Además de no disponer del tiempo necesario, ¿voy a destrozar mi Moleskine, arrancando una hoja? Encuentro a Pedro al llegar a la playa; hemos coincido y bajamos a la vez y caminamos hablando por la orilla. Me dice que, si voy rápido, no tendré problemas para pasar, aunque ya ha empezado a subir la marea. Me despido de Pedro y, cuando llego al lugar de salida del río, paso sólo con camiseta y mochilas. ¿Será ésta la salida del río Guadacorte? Me secaré sentado sobre la mochila grande y pondré la camiseta, que se me ha mojado un poco, a secar en la arena. Pasa una cuadrilla de unos seis hombres, que parecen extranjeros, que se sorprenden al verme desnudo. Pasado el primer escollo, un socorrista me da instrucciones para llegar a Decathlon y, aunque en algún momento me surgen dudos, consigo llegar. Ya dentro del pabellón, el guarda de seguridad me busca al responsable de la sección. Le explico las ventajas e inconvenientes de las sandalias rotas y de las que llevo puestas; me ofrece tres tipos y me quedo con las primeras que me ha enseñado que, además, son las más baratas, aunque no ha sido el precio el que me ha determinado la elección. Luego, en la sección de plantillas, elijo unas y me dejan tijeras; las corto a la medida que quiero y recorto un agujero para que coincida bajo el talón con el papiloma. Saco foto de las andalias destrozadas, junto a las nuevas
Voy al servicio con ellas puestas y sin quitar la etiqueta y me pita. "Tranquilo", me dicen. Cuando salgo, hago cola equivocada, paso a la correcta y una señora me da prioridad. La chica no tiene tijera y no me puede cortar la pita. Pago 31,90 € (sandalias+plantillas) y, por la etiqueta, veo que este complejo comercial pertenece a Los Barrios, pueblo que está más al interior. Al salir hablo con Jesús, de Pelayo, quien me dice que si me hubiera visto allí me habría llevado a dormir a su casa. "Gracias por la intención", le digo. Paso por los multicines y dudo si entrar o no a ver una película. De lo que se exhibe, la única que me interesa es la última de Haneke, que no recuerdo el título y que ya leí, era una "remake" de otra suya anterior; lo que me hace desistir es que tendría que esperar más de una hora al comienzo de la siguiente sesión. Una pareja me dice que puedo soslayar la autovía, siguiendo por los pabellones industriales.
Luego pasaré el río Guadarranque pero, antes, un hombre me indica el camino que debo seguir, la escalera y el paso lateral a la autovía que, en un tramo, no podré eludirla. Paso al otro lado y llego a una urbanización, probablemente de San Roque, donde tres mujeres me orientan hacia la playa de Guadarranque, que es donde desemboca el río del mismo nombre, que ya he pasado por encima de un puente. Me dirán varios nombres: Mayorga, Campamento, La Línea. Voy por polígono industrial y, cuando estoy llegando a la playa de Guadarranque, veo anuncio de ruinas de Carteia. Las dejaré para mañana.
Tarde-noche en Guadarranque: Manuel y Tovita
Cuando llego a la playa, los socrristas se están marchando, ya que han pasado de las ocho de la tarde y me quedo hablando con María José de Guadacorte. Me comenta que ella no ha visto Carteia, pero que son ruinas romanas muy valoradas. Le cuento algo de mi viaje y nos despedimos. Finalmente, no me baño en la playa, pues aunque traía calor del interior, al llegar a la costa, ha refrescado. Elijo un posible sitio para dormir en la playa, hacia la desembocadura del río, pero se me ocurre preguntar por la posibilidad de que haya muchos mosquitos y me confirman que sí, los hay. Voy al chiringuito Tropical y como dos pinchos de pollo, en su punto, y un tubo de cerveza (3 €), mando mesaje a Sara y Vera para que sepan dónde estoy y me pongo a escribir. Dos señoras con una niña hablan de la carestía de vida; me exasperan y salto. Al final, aceptan mi opinión, aunque con reservas. Tienen pocos argumentos. Les cuento algo de mi viaje y mi intención de dormir en un sitio que he elegido en la playa. Me dicen que lo comente con Manuel y Tovita. Cuando ellas se van, termino de escribir y hago la petición. Primero se lo digo a Tovita; le digo que los pinchos de pollo estaban muy jugosos y me pongo a charlar con ella, aunque algo distraída pues está mirando la tele. Manuel sigue en la barra con los clientes. Al hacerle la petición me dice que ella no tiene inconveniente, pero que se lo diga a Manuel. Hace veinte años que Tovita vino de la República Dominicana, con intención de quedarse; le hablo de la victoria de las dominicanas a las USA en aquel partido de boley-ball que vi en Atenas en las Olimpiadas de 2004 y del viaje que estoy haciendo; pero le estoy molestando porque quiere ver el programa de la televisión y no le dejo atenderlo por mi charla. Cuando Manuel se queda sin clientes a qué atender, me acerco a la barra, le cuento y me dice que elija el lugar en que me sienta más protegido. Me dejarán dormir bajo el voladizo de la terraza del chiringuito que, por la noche, queda abierto. Ellos cierran a cal y canto, la parte de bar y la cocina, que es de obra, y todo el maderamen, con mesas y sillas, queda al aire libre. Al principio, pienso en la parte más exterior, pero luego preferiré montar mi cama al fondo. Cuando se van los últimos clientes, Manuel y Tovita comienzan la operación cierre; lo tienen que hacer entre los dos y cada uno tiene su parte en la tarea de quedar aislados dentro de su casa-bar. Son como contraventanas que caen de arriba hacia abajo y quedan cerradas por pestillo interior. Yo les aporto una ayuda mínima. Cuando ya están cerrando, llegan dos clientes piden una mezcla en un vasito de blanco y vino dulce y, el cliente, me invita a otra; una forma de recuperar el manchao que nos pedían el El Mareo, aunque allí lo hacíamos mezclando los vinos blanco y rancio. ¡Qué rico me sabe!, ¡cómo lo saboreo! Agradezco la invitación y los clientes se van. Todo ha quedado cerrado y yo me instalo en el lugar previsto. Estoy casi a oscuras, pero me arreglo bien. Hago una buena almohada y las mochilas quedan sobre las sillas y estoy despreocupado. Mientras estoy haciendo la operación, un perro asoma su hocico por la entrada y dejo de hacer movimiento alguno hasta que desaparece. Cuando inicio el hinchado de la colchoneta, vuelve a a parecer y, cuando estoy cogiendo el primer sueño, aparece el señor que me ha invitado al vino y me regala dos latas de sardinas y me da medio pan que comparto con la otra mitad que se ha quedado él. Agradezco su regalo y no me voy a poner a explicar que puedo comprar latas de sardinas y más, que mi viaje es austero por convicción y que si no llevo más comida es por razón de peso. Gracias hombre de nombre desconocido.
El día ha sido tranquilo. He desprovechado mi estancia en el Ayuntamiento, pero la hora no era propicia para ahondar más. He comido bien. Los encuentros con León, Pedro, Jesús, etc. han sido interesantes. He resuelto el problema del calzado, al menos, hasta que se me rompa el otro par. Estas quedan en el entorno de Algeciras y las siguentes se quedarán en Carboneras, dos días antes de pasar a Murcia. Manuel y Tovita han sido buenos acogedores y me han permitido pasar una buena noche, tranquila, protegido y bajo techo. Gracias a todos.
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